“Crecí en Argentina, fui a la escuela en Europa, construí un negocio en San Francisco, enseñé en África y viví en Asia durante un año. He visto que el talento está en todas partes, pero las oportunidades, no”.
Así se presenta en el sitio web de su compañía Ariel Camus (34), el emprendedor argentino que está al frente de Microverse, una compañía que nació en el Silicon Valley, en EEUU, y está en boca del mundo inversor. Se dedica a uno de los segmentos más “calientes” para quienes invierten en empresas con proyección: edtech, las startups que usan tecnología para impulsar novedosos sistemas de aprendizaje.
“Emigrar me enseñó que el lugar en que se nace no determina las oportunidades de la vida”
Camus nació en Mendoza y su familia, encabezada por una dentista y un psicólogo, emigró de la Argentina en medio de la crisis del 2001. Hoy no duda en definirse como un ciudadano del mundo que “ama a su país”. Y Microverse, su empresa, tiene ese ADN. Nació en 2018 enfocada en el trabajo remoto y global, una tendencia que “explotó” con la pandemia. Por eso la startup es un boom que está en la mira de inversores de todo el mundo: levantó más de USD 3 millones iniciales años atrás y acaba de anunciar una ronda de USD 12,5 millones.
De esta última ronda fue liderada por el fondo Northzone –que también invierte en Spotify, iZettle y españolas Wallapop y Red Point, entre otras– y General Catalyst y All Iron Ventures. Como business angels también participaron la directora de operaciones de Github, Erica Brescia, “así como empleados de Google, Spotify y muchas otras startups líderes en Europa, África y Latinoamérica. Los inversores anteriores también incluyen a los cofundadores de Eventbrite, Kevin y Julia Hartz”, detallo la empresa.
“Somos la única empresa suficientemente loca para hacer esto a nivel global”, asegura el mendocino Camus desde España, donde se radicó el año pasado, cuando la pandemia lo encontró viajando por el mundo.
El eje de Microverse es el aprendizaje colaborativo con alcance global. Enseñan programación de software y otras carreras digitales, pero además hacen mucho foco en las habilidades blandas que se requiere para trabajar de manera remota, algo que las universidades no suelen enseñar y que resulta vital en estos tiempos. Tienen unos 1.000 estudiantes de 118 países, incluida Argentina, y un modelo de negocios muy particular. No cobran nada por adelantado: los estudiantes comienzan a pagar USD 15.000 en “cuotas” sólo si una vez graduados consiguen un trabajo en el que les paguen al menos USD 1.000 por mes.
El programa –que requiere un nivel alto de inglés y disponibilidad full time– dura 10 meses, siete a tiempo completo y tres enfocados en conseguir trabajo. En ese momento se hace efectiva la graduación. La forma de aprender no es con profesores convencionales, sino en un entorno de proyectos que es similar un trabajo remoto real. “Tenemos estudiantes de Argentina trabajando para Mercado Libre, Globant y otras empresas en EEUU. La gente de la región es muy importante para la empresa”, explica el emprendedor.
- ¿Cómo definen el valor de la carrera y por qué es el mismo todos los países?
- El precio es igual en todos los países y eso nos incentiva a que los alumnos consigan trabajos internacionales. Fijamos ese número para que acceder a ese puesto signifique un incremento salarial importante para los estudiantes que son, en un 75% de América Latina y África. Con ellos tenemos un acuerdo de ingresos compartidos, donde cada uno nos paga un total de USD 15.000, pero solo cuando empieza a cobrar el sueldo base de USD 1.000 mensuales. Nos pagan el 15% de ese salario. Cobramos eso porque la salida laboral de nuestros estudiantes no es la misma que la de una universidad local. El crecimiento salarial medio, luego de pasar por nuestro programa, es de 240 por ciento. El 96% de los estudiantes están empleados seis meses después terminar la carrera. El 92% trabaja remoto y el 75% lo hace de manera internacional en su primer trabajo luego de Microverse. Luego, nuestros coaches los ayudan a progresar en sus carreras, a preparar entrevistas y negociar salarios. El incremento al segundo trabajo es del 40 por ciento en promedio. Por eso cobramos más.
Ariel tenía 12 años cuando llegó a España con su familia, escapando del corralito y una fuerte crisis política y económica. Ya entonces era un nerd fanático de las computadoras y la electrónica. “Emigrar me enseñó que el lugar en que se nace no determina las oportunidades de la vida. Esa es una verdad que se aceleró con la pandemia. No hay que dejar todo para acceder a oportunidades increíbles. Es algo que ya veíamos desde antes que iba a pasar, pero no tardó 10 años, es ahora”, cuenta.
Vivió en Islas Canarias y a los 16 se fue a estudiar ingeniería en Telecomunicaciones a Madrid. Allí, en 2009, vio la luz su primer proyecto, Turist Eye, una app que ofrecía mapas offline para gente que estaba viajando por el mundo y no tenía datos en el celular ni wifi.
- ¿Cómo le fue con ese primer emprendimiento?
- En iPhone explotó y tuvimos 1 millón de descargas. Competíamos con otras empresas que estaban todas basadas en San Francisco y en 2012 me fui allá a buscar capital. No conocía a nadie. En mi primera reunión con un inversor me dijeron que estaba perdiendo el tiempo y que nadie me iba a dar plata. Fue la primera y peor reunión de mi vida. Luego, con mucho laburo, fue todo más fácil. Dos meses después entramos a la aceleradora 500Startups y años más tarde recibí un mail del CEO de Lonely Planet. Cenamos, nos hizo una oferta de compra y finalmente se quedaron con la empresa por un monto de siete cifras.
- ¿Cómo nació la idea de Microverse?
- En la transición de empezar a trabajar para Lonely, me fui África, a Burundi, y pasé un mes enseñando informática en un pueblo chico del norte del país. Fue hermoso y frustrante: desde la meca de la tecnología a gente que estudiaba mucho pero estaba totalmente desconectada de las oportunidades. Me di cuenta de que estamos malgastando el potencial humano de una manera tremenda. Quizá parecido a lo que me hubiese pasado si me quedaba en Mendoza. Y no hablo de ser feliz, sino de desarrollo, potencial y de tener posibilidades. Volví a San Francisco, conocí al fundador de Gitlab y vi como el trabajo remoto iba a cambiar el mundo para siempre. Pero hay que aprender a trabajar de esa manera para que sea realmente un puente entre el talento y las oportunidades globales. No iba a alcanzar con que enseñáramos a programar. Así nació la idea de mi empresa, con centro en el aprendizaje colaborativo, el peer to peer learning. En 2018, en una semana, mi esposa y yo dejamos nuestros trabajos, mandamos a nuestra perra con mi suegra a El Salvador, y nos fuimos a vivir a Asia a lanzar la empresa.
- ¿Por qué ese lanzamiento tan lejos?
- Para sacarme la presión. Agarré a dos estudiantes, uno de Serbia y uno de Kenia, y los puse a trabajar en un proyecto de manera colaborativa. Se engancharon otros, de Canadá y EEUU, y luego más. Los primeros mentorearon a los segundos y me di cuenta de que la estructura colaborativa funcionaba. No sólo eso: empezaron a conseguir trabajo. Kevin, el chico de Kenia, entró a Microsoft y la madre me llamó emocionada para agradecerme. Microverse funcionaba. Funciona y va a funcionar cada vez mejor para cientos de personas de todo el mundo.
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