Elon Musk es de hacerse notar. El fin de semana pasado condujo SNL, uno de los shows televisivos más populares de EEUU donde confesó tener Asperger (una variante leve de autismo) y con una sola palabra provocó una fuerte caída del Dogecoin, la criptomoneda que más había crecido hasta entonces.
Apenas 4 días antes, el miércoles 5 de mayo, un prototipo del cohete Starship, el más grande construido desde el Saturn V que llevó el “Apolo 11” a la Luna, había volado a 10 kilómetros de altura sobre Boca Chica, Texas, y volvió y se posó intacto sobre la plataforma de lanzamiento, en lo que fue el primer ensayo de la nave que no terminó siendo una bola de fuego. Starship es un proyecto de SpaceX, la empresa aeroespacial de Musk.
Tres días después de la aparición televisiva de Musk, el miércoles 12, Tesla, la automotriz más valiosa del mundo, que cofundó en 2003, anunció que debido que debido al alto consumo de energía que insumía su “minado”, y en defensa del ambiente, dejaría de aceptar bitcoins como medio de pago, lo que provocó una fuerte caída en el valor de la criptomoneda, pero también en el de la empresa y elevó la pérdida de la fortuna de Musk a unos USD 25.000 millones en cuestión de días.
El jueves 13, SpaceX, empresa que Musk fundó en 2002, un año antes que Tesla, anunció un acuerdo con Google, un coloso de la tecnología y la información global, para brindar datos, servicios y aplicaciones en la nube para Starlink, la empresa de satélites de Musk, para brindar servicios de internet seguros y globales a través de Google Cloud.
Dos días después, el sábado 15, SpaceX lanzó desde la Estación Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral (Florida, EEUU) el cohete reciclable Falcon 9 con 52 nuevos satélites, para ampliar la red Starlink de servicios de internet satelital de banda ancha que cuando se complete, con un total de 1.584 satélites orbitando la tierra, ofrecerá servicios de internet en todo el mundo, hasta el lugar más recóndito y aislado. SpaceX tiene firmados planes para lanzar más de 10.000 satélites, y tramita habilitaciones para lanzar hasta 42.000, cuatro veces más de los que han lanzado desde el inicio de la era espacial.
Además de los satélites, el muy rendidor cohete de SpaceX, que ya lleva 15 misiones realizadas en lo que va de 2021 y 116 desde su primer viaje, llevaba acoplado un satélite de radar Capella Synthetic Aperture (SAR) y un Tyvak-0130, un nanosatélite de observación astronómica de espectro óptico. Cumplida su misión, el Falcon 9 regresó a la tierra para posarse sobre la plataforma bautizada “Of course I Still Love You (Por supuesto que todavía te amo)
La enumeración es solo un vistazo a las ambiciones y el modelo de Musk, que con los cohetes y parafernalia reutilizable de SpaceX redujo enormemente los costos de la actividad aeroespacial y convirtió a su empresa en uno de los principales proveedores de servicios de la NASA, la agencia espacial de los EEUU.
SpaceX, que entre sus competidores incluye a Blue Origin, la empresa aeroespacial de Jeff Bezos, el fundador de Amazon, está valuada en USD 74.000 millones, apenas por encima del 10% que Tesla, pero sus ambiciones son más grandes. Musk ha dicho que con Tesla busca acelerar la transición mundial hacia la “energía sostenible” (su próxima meta es fabricar 2 millones de vehículos eléctricos, 1% del recambio anual del parque automotriz global, para empezar a achicar la “huella de carbono”). Con SpaceX, en cambio, se propone llevar humanos a Marte tan pronto como en 2024 y establecer las primeras colonias en el planeta rojo hacia 2030. El proyecto, reiteró en su noche de conductor en SNL, es “crear una civilización multiplanetaria y viajera del espacio”.
¿Quién banca?
Además de los múltiples y complejos desafíos técnicos, hay antes un problema económico. Con su eficiencia operativa, SpaceX ya hizo que Boeing y Lockheed Martin, dos gigantes de la industria aeroespacial, se unan en un consorcio para desafiarla, y ArianeSpace, la agencia espacial europea, también se embarque en un programa de reducción de costos. Pero si bien ya firmó contratos con la NASA y las agencias espaciales de Alemania y Corea del Sur, el mercado de lanzamientos espaciales es aún pequeño (unos USD 6.000 millones en 2019 precisó un reciente artículo de The Economist), demasiado poco para financiar las ambiciones espaciales de Musk.
Ahí es donde entra en escena Starlink, que ya está proveyendo su servicio satelital y global de banda ancha en América del Norte, Gran Bretaña y Alemania. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, una agencia de Naciones Unidas, 48% de la población mundial todavía estaba “offline” (desconectada) en 2019. Esa es apenas una parte del mercado al que apunta la empresa de Musk, cuyo Jefe Operativo, Gwyne Shotwell lo estimó entonces en un billón de dólares (esto es, un millón de millones de dólares).
Ahí la cosa empieza a pintar de otro modo. Cada 1% que Starlink pueda capturar de ese mercado equivale a una decena de miles de millones de dólares anuales, cifras que empiezan a dimensionarse al tamaño de las ambiciones de Elon Musk. Hasta ahora, las pruebas del servicio han satisfecho a los usuarios, aunque el costo tentativo (USD 100 mensuales, a los que debe agregarse la compra del receptor de señal, por USD 500) es todavía muy alto para lograr masividad, con lo que el desafío de Starlink es lograr reducciones de costos similares a las de SpaceX.
En los últimos dos años Starlink logró reducir el costo de producción de sus platos (dishes) de recepción a la mitad, pero le queda un largo camino por recorer. Empresas como Iridium, Intelsat, SpeedCast y OneWeb ya han intentado lo que se propone Starlink, y hasta ahora han fracasado.
Nada que desaliente a Musk. No al menos por ahora.
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