Cuando uno intenta obtener las diferentes miradas acerca de la Argentina que tienen las distintas consultoras y el sinfín de analistas internacionales, uno se encuentra con el triste resultado de visualizar a nuestro país (prácticamente sin excepción), entre los países más inhóspitos del planeta. El cruel e imparable incremento de la pobreza, la pérdida incesante de la calidad en nuestros empleos, la vida política tercermundista, los delirantes niveles de inflación, y el desgaste permanente de nuestras instituciones juegan a favor de nuestra decadencia crónica ante propios y terceros.
La negligencia e ineptitud del gobierno en el manejo de la pandemia no ha hecho otra cosa que hacernos sentir la realidad: estamos cada vez más alejados del mundo civilizado. El penoso enamoramiento de la política por el confinamiento eterno nos ha llevado a tener resultados inexplicables: más de tres millones de infectados, algo más de 65.000 muertos, una economía destruida junto a instituciones que cada vez se transforman más en fervientes colaboradoras del fracaso.
Cuando un país convive con más de un tercio de su población por debajo de la línea de pobreza (como lo hacía el nuestro hasta la existencia del Coronavirus) y sobre esta penosa realidad se le aplica como remate una cuarentena inentendible, transformando a parte de la clase media en pobre y a parte de los pobres en indigentes, se deben tomar acciones que involucren dos objetivos bien definidos: por un lado, tener una política sanitaria acorde, y por el otro, preparar la economía para los tiempos de la pos pandemia.
En el espectro económico, todos los esfuerzos deben estar concentrados para resolver la creación de empleo, único elemento que nos puede alejar del hundimiento económico
En el plano sanitario, se debe hacer todo lo necesario para transformar los peores efectos de la pandemia en pasado, con testeos y vacunas como herramientas principales: los primeros siempre fueron escasos y en muchas oportunidades transformados en pingues negocios para un puñado de amigos del poder. Con respecto a las vacunas no solo son escasas para la inmunidad de los grupos de riesgo, sino que muchas de ellas desviaron su destino hacia brazos de muchas personas que solo la lograron adquirirlas por amiguismo político o influencias con el poder, dejando probablemente morir a alguna persona a la que realmente le correspondía, por edad o el riesgo en su salud. En el espectro económico, todos los esfuerzos deben estar concentrados para resolver la creación de empleo, único elemento que nos puede alejar del hundimiento económico. En este crucial aspecto (como lo es la generación de empleo genuino), cada paso que se ha dado solo ha sido en favor de su férrea destrucción: se ha tildado de miserables a los empresarios, se han intentado expropiar empresas, se ha intimado y amenazado a productores y distribuidores de alimentos, se ha cargado burocracia extra sobre las espaldas del sector privado, se han creado nuevos impuestos e incrementado muchos de los ya existentes, se hacen permanentes esfuerzos hipotecarios por sostener el valor del dólar para seguir estafando cada día a los exportadores y se han permitido que sindicalistas extorsionen a decenas de empresas (como ocurrió con Mercado Libre y Walmart, entre otras tantas). A esto se le debe sumar los nefastos efectos que la inflación, el control de precios y la falta de un plan económico que terminan juntos de detonar la posibilidad del nacimiento de nuevos puestos de trabajo. Todo esto fue acompañado con un sistemático plan de asistencialismo social que no tenía como principal objetivo palear la situación de hambre y desesperación, sino simplemente el de intentar convencernos en silencio de lo necesarios e imprescindibles que resulta el Estado y sus actuales conductores ante “tanta mezquindad capitalista”, sin entender que el único paso posible hacia adelante que transforme la pobreza en pasado, es precisamente el trabajo y la producción.
La creación de empleo tiene que enmarcarse siempre dentro de algo obvio: la existencia de inversiones. Detrás de todo trabajador hay una inversión hecha y esta solo existe cuando a su vez conviven dos condiciones inseparables: la posibilidad de obtener utilidades e instituciones sólidas que respeten la propiedad privada y sostengan de principio a fin las reglas del juego, sin alteraciones. El no cumplir con ninguno de ambos requerimientos del sentido común, genera que la Argentina siempre se posicione entre los peores puestos de los rankings globales de prosperidad, calidad de vida, evolución económica, libertades individuales o cualquier otro indicador de crecimiento o perspectivas a futuro. En cuanto al nivel salarial, este mejora siempre que exista concordancia con el nivel educativo y la capacitación de los trabajadores: de los últimos veinte años hubo dos en los que no tuvimos clases, uno de ellos fue por culpa de las decisiones que se tomaron por la invasión de la pandemia sanitaria, y el otro se ha perdido por la eterna pandemia sindical, la que ha logrado que a través del transcurso de dos décadas, se haya perdido un ciclo lectivo completo (cuando sumamos la totalidad de días de paro docente nos encontramos con que estuvimos un año entero sin clases). Además de esto, durante los otros 18 años de clases, no se ha frenado la decadencia en la calidad educativa.
Las instituciones son vitales ya que garantizan una de las cuestiones fundamentales: el respeto por la ley y la defensa de la propiedad privada
Entre tanta miseria y luego de algunos días de espera (en un fallo que fue anticipado por la Constitución Nacional) finalmente la Corte Suprema de Justicia de la Nación se pronunció acerca de la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, concluyendo que efectivamente ésta tiene la misma potestad para tomar decisiones que cualquier otra provincia. Lo que pareció simplemente un visto bueno de la Justicia a que las clases presenciales en las escuelas porteñas sigan siendo una realidad, fue en realidad uno de los pocos actos que sostienen aún en pie el futuro de la Argentina. La Corte Suprema de Justicia como máximo garante de la Constitución Nacional dio un paso más allá de la educación presencial y de la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires: hizo un acto en defensa de las instituciones, éstas que son necesarias (aunque no suficientes) para pensar en un país con futuro. Las instituciones son vitales ya que garantizan una de las cuestiones fundamentales: el respeto por la ley y la defensa de la propiedad privada. La calidad institucional está seriamente dañada y cada caricia que se le pueda hacer al sistema republicano, siempre será un regocijo para nuestro futuro.
La Argentina de hoy es un eslabón perdido del mundo moderno. Somos ese lugar del planeta en el que todavía le buscamos la solución al flagelo de la inflación y al aumento de la pobreza, males estos que buena parte de la humanidad ha sabido extirpar desde hace ya varias décadas. Mientras sigamos promoviendo un “Estado presente”, el asistencialismo como forma de subsistencia y el hostigamiento a quienes pretenden producir poniendo en riesgo su capital e intentando generar empleo, haciéndolos convivir con un sinfín de instituciones débiles, el país se terminará de transformar en un infinito mar de pobreza, donde si no hacemos nada hoy, tal vez algún día ya no haya nada por hacer.