“El año que viene cumplo 50 años cosechando vino”, le dice Michel Rolland a Infobae. A los 73 sigue siendo una de las figuras emblemáticas de la industria vitivinícola global y para muchos aún el mejor enólogo del mundo. “Soy un viejito inofensivo”, se autodefine en medio de una carcajada.
Nació en Pomerol, Francia, cuna del Merlot más prestigioso del mundo. Su padre era productor y él estudió enología para convertirse luego en el flying winemaker más famoso, e inventar ese concepto, de hecho, algo que también le valió fuertes críticas. Eso hizo, eso hace: produce vinos y asesora a bodegas acá y allá. Hace más de 40 años que elabora blends en más de 20 países y hace más de tres décadas que llegó a la Argentina, donde se enamoró del Malbec local y se convirtió en uno de sus evangelizadores de la cepa emblema del país.
“Todos los países quieren inversores, pero si les complican la vida nunca va a venir. Hay siempre una cantidad de papeles, una cantidad de complicaciones. La AFIP que es un horror para cualquier inversor”
Rollan recuerda su primera vez en la Argentina, hace 33 años. Una cena en el Jockey Club con los hermanos Etchart, quienes lo contrataron, y un viaje interminable y divertido hasta Cafayate, en Salta, donde esa familia tenía sus viñedos “en el medio de la nada”. “Viajando por la Quebrada de Cafayate, un lugar fantástico, me preguntaba dónde podría haber viñedos en esta zona. Fue una aventura, pero había viñedos y vino. Yo no diría buen vino, pero había vino”, recuerda y se ríe otra vez.
— ¿Si alguien en el exterior le pregunta por qué invierte en la Argentina, qué responde?
— No soy un inversor clásico, soy un inversor de gusto y alma. Desde el principio pensé que en el norte, en Cafayate, y también en Mendoza, se podían hacer muy buenos vinos, aunque no fueran de mi gusto en ese momento, cuando llegué a Argentina. El potencial estaba. Un inversor normal no es sentimental, pero Argentina me gustó por su gente, que es muy agradable y simpática. Además, el ambiente de la Cordillera es fenomenal, del norte al sur. Bariloche y San Martín de los Andes son lugares fantásticos. No voy a decir que fue un error, pero no miré todas las cosas que un inversor tiene que ver. Hace veintipico de años que invierto en Argentina y nunca tuve problemas. Vivimos con todas las dificultades, pero estamos contentos de estar. A Clos de los Siete la desarrollamos en poco tiempo, en 2002, y en 15 años hicimos una marca que funciona acá y en el exterior. Internacionalmente no está nada mal.
— ¿Cómo es el modelo de negocios de Clos de los Siete?
— En los ’90 los vinos locales no me gustaban tanto: estaba convencido de que había posibilidad de hacerlos muy bien. Para hacer un muy buen vino hay que tener los viñedos. Pensé en unas 100 hectáreas, pero encontramos un lugar con 850. Me puse a buscar socios, sumamos siete y hoy plantamos más de 600 hectáreas. Cada uno de los socios tiene su propio emprendimiento y con tres de las familias fundadoras –Bonnie (Bodega Diamandes), Parent (Bodega Monteviejo), Cuvelier (Bodega Cuvelier)– aportamos uvas para Clos. Vendemos el 25% dentro del país y exportamos el otro 75 por ciento.
— ¿Es fácil o no tanto hacer negocios en Argentina?
— Es una buena pregunta. No es tan fácil, no es tan fácil.
— ¿Por qué?
— Los argentinos son un poco complicados para los negocios. Ese tema se puede arreglar bastante bien conociendo un poco la mentalidad y la gente. Pero hay una administración terrible que no facilita nada y que para los inversores es un drama. Estamos hace más de 20 años y ahora lo manejamos, pero Argentina es demasiado complicada para los inversores extranjeros. Todos los países quieren inversores, pero si les complican la vida nunca va a venir. Hay siempre una cantidad de papeles, una cantidad de complicaciones. La AFIP que es un horror para cualquier inversor, no sé para los argentinos.
“El rey del mundo en Malbec es Argentina. ¿Por qué buscar otra cosa? Primero hay que desarrollar el Malbec y después se puede hacer muy buen Merlot, Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc”
— Para muchos, también.
— Yo lo pienso. No se necesita ser tan complicado, pero bueno, es así y hay que sobrevivir.
— En la industria del vino local suele discutirse si hay que ser diversos o si hay que apuntar directamente a desarrollar y hacer crecer el Malbec como cepa insignia. ¿Qué opina?
— La Argentina tiene la gran suerte de tener una variedad Malbec que viene muy bien por ubicación y clima. El Malbec argentino tiene su fama. Por qué competir entonces contra EEUU, Chile y Francia, en el Cabernet Sauvignon; con Francia e Italia en el Merlot; o con España y su Tempranillo. España no puede hacer Malbec, ni Italia. En Francia hay un poquito, pero no tanto. El rey del mundo en Malbec es la Argentina. ¿Por qué buscar otra cosa? Primero hay que desarrollar el Malbec y después se puede hacer muy buen Merlot, Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc. Pero no hay que matar al Malbec porque es la bandera del país.
— ¿Y por qué se habla tanto de diversificar más?
— Puede ser un poco por la complicación natural de los argentinos. La Argentina tiene todo y se complica la vida. Al Malbec hay que cuidarlo porque es la marca. Si quieren hacerse famosos con su Cabernet Sauvignon van a tener problemas.
— ¿Cómo fue el año 2020 para la industria del vino?
— Fue un año muy complicado. El negocio cambió porque el mundo cerró los restaurantes, algo que nadie imaginaba como posible. Pero la gente se quedó en sus casas y compró vino. La venta aumentó en vinotecas y en canales como Mercado Libre, que acá es muy fuerte y también en otros países. La exportación fue más complicada. Asia se cerró totalmente y China no tuvo el flujo normal de ventas. Estados Unidos también estuvo complicado. A pesar de todo, no se dejó de tomar vino. El mercado nacional funcionó bastante bien.
— ¿Y el 2021, cómo viene?
— Si los restaurantes vuelven a abrir normalmente podemos estar en una zona económica bastante buena. No hay que ser negativos: el vino encontró su espacio durante la pandemia y la gente tomó en casa más que nunca, pero cuando se pueda van a volver a salir.
— Hace 15 años se criticó mucho su estilo. La película Mondovino lo acusó de simplificar el negocio y hacer todos los vinos parecidos. ¿Qué piensa a la distancia de esos cuestionamientos?
— Este año voy a cumplir 49 años de cosecha en Francia. Todavía estoy. Estoy en Francia y estoy en Argentina. Muchos de los críticos de esa época desaparecieron. Tuve la suerte de ser el número 1… hoy menos porque trabajo mucho menos, soy un viejito. Cuando uno tiene el leadership de una actividad todo el mundo está apuntando y quieren matarte. En esa época había dos hegemónicos Bob Parker [el creador de la revista Wine Advocate] y Michel Rolland. Había que matar a los dos y no mataron a nadie. Bob se jubiló y está muy tranquilo. Yo no me jubilé porque no me gusta jubilarme y sigo muy contento con lo que hago. Así es la vida. La crítica pasa y los críticos desaparecen.
“Este año voy a cumplir 49 años de cosecha en Francia. Todavía estoy. Estoy en Francia y estoy en Argentina. Muchos de los críticos de esa época desaparecieron”
— ¿En qué otros proyectos además de Clos de los Siete está involucrado?
— Trabajo en 22 países, pero con mi equipo. Tengo cinco colaboradores que hace un año son mis socios. Argentina es una zona importante. Estados Unidos también. En Francia e Italia tenemos muchas cosas.
— ¿Y en cuál le va mejor económicamente?
— Puede ser que en Italia. Me van a matar los italianos, pero no tienen una producción de muy alta gama. Tienen muy buenos vinos, por supuesto, pero no un número importante de grandes vinos. Su gama media es muy fuerte y está ayudada por la cocina italiana, que es conocida en todo el mundo. La Argentina funciona, pero está complicada para pagar y por el cepo. Igual, hay algunos actores locales que hacen muy buenos negocios en el mundo.
— ¿Cuál fue el mejor vino argentino que tomó?
— El primer vino que me impactó fue el Cavas de Weinert 1977. Detrás de un gran vino no hay suerte ni milagro. El hombre es importante, pero no tanto. Lo más importante es la variedad del suelo y el clima.
“La Argentina funciona, pero está complicada para pagar y por el cepo. Igual, hay algunos actores locales que hacen muy buenos negocios en el mundo”
— ¿Y más recientes?
— Un montón. En el 2002 escribí un libro sobre los vinos argentinos. La primera edición fueron 150 vinos en una cata de 210. O sea, eliminé unos 50 porque no me parecían tan buenos. Dos años después hicimos otro e incluí 250 vinos con 20 eliminados. En la tercera edición del libro pusimos casi 400 y saqué sólo 5 vinos. Es fenomenal.
— ¿En China se hacen buenos vinos?
— Todavía no. Pero están trabajando.
— ¿Tiene negocios ahí?
— Sí, soy asesor de Cofco que tiene viñedos en varias zonas. Trabajan bien, pero tienen un problema de clima que no se puede cambiar. El clima de China es un poco extremo y al viñedo no le gustan tanto los climas extremos. Sabemos hacer buen vino en China, pero el mejor es el que se puede repetir. El one shot no funciona y China está complicada todavía en ese sentido.
“La verdad, los políticos no ayudan. Si ayudaran a la exportación en vez de complicar todo, si se abre un poco el espíritu, Argentina puede tener un espacio fenomenal en el mundo”
— ¿Los sommeliers, enólogos, expertos y críticos exageran un poco cuando en sus notas de cata hablan tanto de los sabores, olores y gustos que les encuentran a los vinos?
— Sí, se exagera un poco. Y muchas veces los expertos no son tan expertos. La gente necesita información, pero muchos sommeliers y periodistas especializados mantienen muy fuertes sus ideas personales. Eso no sirve, no tendrían que quedar tan expuestos sus gustos. Es un problema que se acrecienta y también hay un poco de falta de humildad en muchos casos.
— ¿Cómo imagina la industria del vino en 10 años?
— Tengo que cuidar mi respuesta porque en 10 años puede ser que esté todavía. En 20, no sé (risas). Hay un consumo de vino importante en el mundo y la competencia es muy fuerte. Hay muchos países productores y debemos hacer las cosas bien en cuanto a calidad, marketing y distribución. El mercado existe y va a existir. China tiene un consumo per cápita muy chico y le queda mucho por crecer. Algunos mercados, como Francia e Italia, bajaron un poco en los últimos cinco años, pero a nivel internacional hay crecimiento y lo habrá en la próxima década. Sí sería un problema, por ejemplo, si el vino pasa a ser considerado malo para la salud, por el alcohol o el azúcar que tienen algunos. En 10 años, el vino seguirá siendo un buen negocio.
— ¿Y en la Argentina?
— Está muy bien el negocio local. Se sintió el impacto de 2000, luego la crisis de 2008 y ahora la pandemia. Cada 10 años tenemos algo que viene en contra. Y, la verdad, los políticos no ayudan. Si ayudaran a la exportación en vez de complicar todo, si se abre un poco el espíritu, la Argentina puede tener un espacio fenomenal en el mundo.
SEGUIR LEYENDO: