Después de un año muy complejo, dominado por los efectos de la crisis sanitaria que irrumpió a comienzos de 2020, y la expectativa de control que comenzó a generarse con la acelerada elaboración de las primeras vacunas contra el covid-19, la economía parecía que retomaba un camino vigoroso, como mostraron los principales indicadores oficiales de actividad de la construcción y la industria, primero, y a menor ritmo y más tardíamente parte del comercio y del turismo y esparcimiento.
Sin embargo, severos errores en la gestión y administración de las vacunas en el país, junto con la intensificación de los controles de cambios, precios y del mercado de trabajo comenzaron a afectar el humor de las familias y también de las empresas, y se manifestaron no sólo en una clara desaceleración del ritmo de reactivación de la actividad económica, tras la depresión en torno a 10% que preliminarmente estimó el Indec, con alta heterogeneidad al interior de cada sector, sino también en la aceleración de la inflación y notable aumento del índice de riesgo país, ante la fragilidad de las cuentas externas, pese a que el mercado internacional generaba buenas noticias con la suba de los precios de la soja y la baja del dólar.
Martín Rapetti, investigador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes) y profesor de Macroeconomía, analizó en una entrevista con Infobae los riesgos de demorar las negociaciones de un nuevo acuerdo con el FMI para postergar el pago de los abultados vencimientos en pocos años del último stand-by que firmó el gobierno de Mauricio Macri, más allá de las intenciones del ministro Martín Guzmán, así como extender las severas restricciones cambiarias, que no sólo afectan al ahorro en divisas, sino también al desempeño del comercio exterior en su conjunto.
- ¿Cómo ve la economía hoy?
- La actividad está recuperándose a un ritmo rápido; mayor al que imaginábamos unos meses atrás. Las tensiones en el mercado cambiario se han ido apaciguando. La brecha cambiaria sigue aún en niveles altos, pero todo indica que en los próximos meses la intervención del Banco Central en el mercado de cambios va a ser compradora gracias a los altos precios de las exportaciones agroindustriales. La mayor actividad y el salto de las exportaciones van a disminuir las necesidades de emisión monetaria y así la sobre-expansión de pesos que se produjo el año pasado con la pandemia. Todo esto debería ayudar a disminuir la incertidumbre en el corto plazo. No obstante, los riesgos existen. Si recrudecen los contagios de covid-19 y obligan a restringir la movilidad, la recuperación podría tropezar. Hay también interrogantes sobre cómo se va afrontar el servicio de la deuda con organismos internacionales. Si no se paga al Club de París en mayo y se posterga el acuerdo con el Fondo Monetario para después de las elecciones, la situación financiera puede tornarse más tensa, sobre todo sabiendo que vamos atravesar un proceso electoral.
Si recrudecen los contagios de covid-19 y obligan a restringir la movilidad, la recuperación podría tropezar. Hay también interrogantes sobre cómo se va afrontar el servicio de la deuda
- La recuperación de la actividad no se manifiesta con similar intensidad en el mercado laboral, y por tanto surge un efecto de singular aumento de la productividad laboral ¿Cómo ve a la economía real? ¿Es posible que en medio de semejante crisis se produzca un salto en el rendimiento del uso de los factores, como reflejan los datos de la industria y la construcción, principalmente?
- Quisiera concentrarme en dos aspectos importantes de su pregunta. El primero es que la recuperación esconde fuertes heterogeneidades al interior de la economía. Es un fenómeno global, aunque con particularidades en cada país. El sector de la construcción, por ejemplo, está atravesando una muy fuerte recuperación. Ocurre, por un lado, que se abarató el costo de la construcción en dólares y eso impulsó la inversión. Por otra parte, se dieron cambios muy significativos en la organización del trabajo -hay mucho más teletrabajo que antes- y en las preferencias de muchas personas por comercios de cercanías. Todo esto contribuye a impulsar el gasto en reformas y construcciones nuevas. Las dificultades que experimentaron las cadenas globales de valor y otros problemas que sufrió el comercio internacional han favorecido la sustitución de proveedores extranjeros por locales. Esto ha ayudado a muchas ramas de la industria argentina. Pero, así como a la construcción y la industria les está yendo bien, otras actividades están mal. Muchos comercios vinculados a la recreación y la gastronomía cerraron o están por cerrar. El turismo es otro sector golpeado.
- Y el otro aspecto…
- El otro tiene que ver con la generación de empleo privado. No es una novedad que en Argentina tenemos un problema para crear empleo privado formal. Viene de hace años. Además de los desincentivos a la contratación vinculados a los costos y regulaciones laborales, ahora aparecen dos temas adicionales. Uno es la incertidumbre económica en general. Hay una fuerte recuperación económica en muchos sectores, pero ¿cuánto va a durar? Si uno no está convencido de que la recuperación será duradera prefiere aumentar las horas extras sobre la planta existente en vez de contratar nuevos empleados. La otra son las trabas a despedir y la doble indemnización que se agregaron durante la pandemia.
- El Gobierno dice que quiere promover las exportaciones, pero mantiene un régimen de control de cambios, no sólo sobre el movimiento de capitales, sino también del comercio exterior, con retenciones diversas, cupos de importaciones, límites al endeudamiento externo por operaciones comerciales ¿Cree que se está desaprovechando la coyuntura internacional?
- Quisiera hacer una distinción entre restricciones cambiarias y cepo. Dada la gran propensión de los argentinos a ahorrar en dólares, nuestro mercado de cambios es mucho más propenso a las crisis que la mayoría de los países de la región. Ante cualquier ruidito, la gente huye al dólar y tenemos un salto cambiario o incluso una crisis. Y sabemos que las crisis cambiarias recurrentes intensifican la volatilidad y reducen el crecimiento de la economía. Entonces, para crecer de forma sostenida, necesitamos como condición necesaria evitar esas crisis. Por eso, creo que hasta que no logremos consolidar la estabilidad macroeconómica, algún tipo de restricción cambiaria amigable será necesaria. No digo un cepo; digo simplemente no ir al otro extremo de una liberalización total del mercado de cambios. En los años 2000, por ejemplo, había un tope de compra de USD 200.000 mensuales que se había introducido durante la gestión de Roberto Lavagna en Hacienda. La economía funcionó muy bien así.
- ¿Y el cepo?
- El cepo, en cambio, está en el otro extremo de la liberalización total. Básicamente implica que la gente no pueda comprar dólares en el mercado oficial y que los dólares para las importaciones estén muy restringidos. En contextos de mucha volatilidad e incertidumbre, puede ser una herramienta muy útil. Fue una decisión correcta la de Hernán Lacunza de introducir un cepo a fines de 2019. Le diría más, creo que se debió aplicar antes para evitar que las reservas del BCRA se desangraran, pero no se hizo por motivos electorales. También fue una decisión correcta mantenerlos cuando iniciaba el gobierno de Alberto Fernández y, sobre todo, cuando sobrevino la pandemia en marzo de 2020. Ahora, una medida que tiene sentido en un contexto transitorio no puede convertirse en algo permanente. La economía no puede funcionar bien con un cepo cambiario como parte de una política permanente. Veo con preocupación que no haya ninguna hoja de ruta respecto a una gradual flexibilización del cepo.
Veo con preocupación que no haya ninguna hoja de ruta respecto a una gradual flexibilización del cepo
- Cuando lo entrevisté en julio del año pasado me decía: “Me gustaría un régimen cambiario de flotación administrada que desincentive la dolarización”, ¿Cree que es sostenible otro año con brecha cambiaria de más del 50%, a fuerza de crecientes restricciones para operar?
- En una economía tan sensible a los movimientos del dólar como la nuestra, hay que tener un régimen de flotación administrada, en el que la gente esté convencida de que el Banco Central tiene bajo control los movimientos del dólar. Con un dólar estable y tasas de interés en pesos reales positivas debería haber una gradual desdolarización. Para que eso pase, se necesita un régimen con cuatro elementos básicos. Uno es el que mencioné antes: que haya regulaciones cambiarias amigables y no una liberalización total del mercado de cambios. Los otros tres son que el tipo de cambio sea competitivo, que el Banco Central tenga muchas reservas de dólares en sus arcas y, por último, que siga una política de acumulación de reservas. Con estos elementos, el BCRA podría mantener estable el dólar en situaciones normales y si sufre un shock externo adverso, tendría la capacidad de vender en el mercado para moderar las presiones a la suba del dólar, evitando sobresaltos cambiarios. Ese es el régimen ideal para Argentina.
- ¿Se puede aspirar a algo así en el corto plazo?
- No, no es algo que podamos hacer de la noche a la mañana. El régimen que propongo es un objetivo al que deberíamos converger en unos años. El problema es que el Gobierno hoy no está mostrando un horizonte claro hacia dónde se quiere converger. Da toda la impresión de que el horizonte es el corto plazo y el norte las elecciones de medio término. En parte es entendible. Uno no puede pretender que una administración gobierne pensando sólo en el mediano plazo y se desentienda de sus chances electorales. Sería un disparate y hasta probablemente perjudicial para la propia economía. Pero sí sería deseable saber con mayor claridad cuál es el plan de mediano plazo. No sólo por el bien del país, sino te diría también para los objetivos del propio gobierno. Una estrategia enfocada exclusivamente en las elecciones es un error político. Cuando la política económica se la pasa pateando los problemas de mediano plazo para adelante conduce a un deterioro económico que a larga termina en un fracaso político. Creo que la experiencia de 2011-2015 es elocuente al respecto.
- El Presupuesto 2021 prevé una desaceleración de la tasa de inflación del 36% en 2020 a 29%, pero los agregados monetarios, como el circulante en poder del público mantienen un ritmo de suba del 60% anual, y el consenso de los analistas que consulta el BCRA estima un rango cercano a 50% ¿Qué le dicen a usted esos números?
- En Argentina hay ideas curiosas sobre la inflación, como que es un problema generado por los “formadores de precios”. No es así. Coincido con Martín Guzmán en que la inflación es un fenómeno macroeconómico. Dado ese diagnóstico, se necesita un plan macroeconómico integral para bajarla, el cual debería mostrar consistencia entre las políticas cambiaria, monetaria y fiscal. Muchos planes exitosos han usado como complemento los acuerdos de precios y salarios. Son un complemento útil, pero no constituyen un plan.
- ¿Entonces no hay un plan?
- Me parece que el Presupuesto ofrece una mirada consistente de la macroeconomía argentina. Pero creo que con eso sólo no alcanza. Además, de la consistencia, es clave comunicar públicamente la estrategia macroeconómica para conducir las expectativas inflacionarias de las empresas y las personas en la dirección que se propone el gobierno. La gente debe creer que el plan para bajar la inflación puede funcionar y tomar decisiones de precios y salarios en línea con ese plan. Hoy veo muy tímida la comunicación del esquema que hay detrás del Presupuesto como para influir en las expectativas de la gente. El Gobierno tiene que mostrar que tiene un plan claro, con consistencia entre los instrumentos y los objetivos, y comunicarlo a la sociedad con bombos y platillos. La política desinflacionaria no puede hacerse en secreto.
La política desinflacionaria no puede hacerse en secreto
- ¿Cómo se explica que, con indicadores de reducción de la brecha cambiaria, y recuperación de la actividad agregada, aunque con notable heterogeneidad, semana a semana se advierte un deterioro del índice de riesgo país?
- Creo que es parte de lo que le comentaba recién. El Gobierno no ha logrado mostrar una historia atractiva para la economía argentina más allá de octubre. Es llamativo porque es un gobierno que se identifica con el rol del Estado y ciertamente no es posible el desarrollo económico sin un Estado que lo impulse. El Estado es el responsable de crear un entorno macroeconómico estable, con baja inflación y mínima incertidumbre; es el que corrige fallas de mercado y crea los mercados que no existen; es también quien financia o incluso realiza las inversiones que el sector privado no realiza por ser riesgosas, como las vinculadas a la investigación e innovación.
Es, por su puesto también, el que protege a los más vulvnerables y el que garantiza condiciones de equidad y armonía social. Pero hace algo más, que no siempre está visible en la conversación pública: el Estado crea relaciones de confianza con el sector privado; lo ayuda y estimula a tomar riesgos, a invertir, a generar empleo y a innovar. Nos la pasamos haciendo referencia al milagro económico del sudeste asiático. Una lección clara de esa expericia es que Estado y empresas privadas recorrieron el camino del desarrollo de la mano. El desarrollo económico requiere un matrimonio sano entre el gobierno y las empresas privadas; no uno que vive siempre al filo del divorcio.
- ¿Una reflexión final?
- Cuando uno analiza a la Argentina está tentado a caer en el pesimismo. Tenemos hoy un ingreso por habitante similar al que teníamos en 1974, pero con mayor pobreza y desigualdad. ¿Cómo no deprimirse? Creo, sin embargo, que tenemos razones para el optimismo, al menos moderado. Tenemos mucha riqueza natural. Me refiero, obviamente, a la agroindustria o la “Vaca Viva” como le gusta decir a Fernando Vilella; pero también a la energía y los minerales. Pese al deterioro en la educación, seguimos contando con una población mejor preparada que muchos países de ingresos medios y, además, con mucha creatividad y empuje. El sector de la economía de conocimiento tiene un enorme potencial. Tenemos también una industria con mucha tradición y know-how. O sea, potencial hay. La clave es poder dar forma a una estrategia de desarrollo estable y previsible que impulse a las empresas a invertir, generar empleo e innovar.
Tenemos que dejar de pendular entre visiones económicas extremas. Pero, para que eso ocurra dependemos de la política. Sin una fuerza política mayoritaria o un acuerdo duradero entre distintas fuerzas que viabilice un proyecto de mediano plazo que combine la justicia social con inversión privada y exportaciones, no veo que podamos desarrollarnos.
Fotos: Matías Arbotto
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