A pesar de que los datos de inflación preocupan y ponen seriamente en duda la pauta oficial de un avance del 29% para el nivel general de precios durante este año, el Gobierno se resiste a reaccionar con la más tradicional de las medidas: subir las tasas. Al considerarla una herramienta contraproducente para la incipiente recuperación y, más aún, una medida ortodoxa propia de la administración anterior, los funcionarios esquivan un nuevo repunte de los rendimientos en pesos desde noviembre pasado.
El dato de inflación de febrero, con todo, puede terminar de torcerle el brazo al Ministerio de Economía y al Banco Central, unidos a pesar de las diferencias e internas en su aborrecimiento por las tasas altas.
La tasa de referencia de la política monetaria se mantiene en el 38% anual desde el 17 de noviembre pasado. En ese momento, una “armonización” de la curva de tasas llevó a ese nivel al rendimiento de las Leliq con las que el Banco Central regula la cantidad de dinero en circulación desde el 36% anterior. Horas antes se había conocido el sorpresivo dato de inflación de octubre: un 3,8% mensual que aceleró bruscamente desde el 2,8% del mes previo de la mano de la volatilidad de los dólares paralelos y la vuelta a la actividad de varios sectores de la economía después del ASPO con el que se buscó responder a la pandemia de coronavirus Covid-19.
Hasta ese momento, en coordinanción con el ministro de Economía Martín Guzmán, el titular de la autoridad monetaria Miguel Pesce reaccionaba a malos datos de inflación con leves retoques a la tasa.
Poco antes de la última modificación, además había fijado un piso a los rendimientos de los plazos fijos en pesos. La tasa mínima garantizada para esas colocaciones pasó a estar establecida en al menos un rendimiento de 37% nominal anual a 30 días para imposiciones de personas humanas menores a $1 millón y para el resto de 34% nominal anual.
Son todas tasas negativas “en términos reales”, el tecnicismo que utilizan los economistas para referirse a rendimientos que no llegan siquiera a empatar con la inflación. El 38% anual que pagan las Leliq, pasado a rendimiento efectivo mensual, supone un premio de apenas 3,13% en pesos, mientras que el 37% que rinden los plazos fijos supone un 3,04% en 30 días. Todos números que están por debajo de la inflación mensual registrada en cada mes desde octubre a esta parte.
Así, ahorrar en pesos no rinde en los bancos argentinos. Al menos no de la manera tradicional: está la alternativa de los plazos fijos que ajustan por UVA, pero aunque el stock de esas colocaciones crece rápido todavía representa apenas el 3,16% del total de los depósitos a plazo del sector privado en el sistema. Y ni bancos, ni clientes ni autoridades demuestran interés por hacer crecer esa alternativa.
La reacción a los dos malos datos de inflación de diciembre y enero llegó, como todo desde que el 15 de septiembre se implementara el super cepo, de la coordinación entre Guzmán y Pesce, con preeminencia del ministro. En lugar de reaccionar con una suba de tasas, Guzmán anunció y Pesce puso en práctica una desaceleración en el ritmo de avance del dólar mayorista en el mercado oficial.
Retrasar el avance del dólar es la principal herramienta anti inflacionaria del esquema económico y, aunque haya dudas sobre el efecto de largo plazo que puede llegar a tener esa decisión, en lo que hace al corto plazo el efecto se sintió. El derrumbe de las tasas de interés de los contratos a futuro de dólar fue el más directo. Y fue recibido con beneplácito en los despachos oficiales porque confirma que, al menos por ahora, confían en su capacidad de conducir al “dólar Guzmán” a su nueva velocidad de avance.
A contramano de lo que ven los privados, que estiman un nuevo registro del 4% para la inflación de febrero, en el Gobierno dicen tener esperanza en base a datos de alta frecuencia -mediciones de inflación que registran períodos menores a un mes- que muestran una desaceleración.
La hipótesis oficial alrededor de la aceleración de la inflación a fines del año pasado es que se trata de un reacomodamiento de precios relativos, una recomposición de márgenes de empresas que “prueban y prueban y no dejan de remarcar hasta que acumulan stocks”, dijo un funcionario con conocimiento de las discusiones. La masiva emisión monetario del año pasado, dicen, fue la que hizo posible ese ajuste.
La ilusión oficial es que ese reacomodamiento terminó. Que la carne no puede volver a saltar 7% en un mes. Algo que, admiten, esperaban también para el mes pasado y ahora consideran posible también en este. Cualquier número -3,9%, 3,8%, lo que sea- puede servir para esquivar una suba de tasas. Un nuevo 4%, en cambio, dispararía una nueva armonización de los rendimientos en pesos.
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