La economía está viviendo un verdadero “déjà vu”, que la transporta nuevamente al 2012. Con las recetas de aquel cepo cambiario durante la gestión de Cristina Kirchner, ya proliferan recursos de amparo para que la Justicia libere importaciones que el Gobierno pisa sin sustento normativo pero con el objetivo de cuidar las reservas. Es que en la Argentina el bien más escaso es el que hoy sobra en prácticamente todo el mundo: los dólares.
Cuesta tomar dimensión de la gigantesca oportunidad que nuevamente está dejando pasar el Gobierno. En un mundo de tasas cero y una emisión monetaria como nunca se vio en la historia por los paquetes de ayuda vinculados a la pandemia, los inversores buscan dónde poner sus ahorros para evitar que se evaporen. El increíble boom del Bitcoin y en general de las criptomonedas es en parte consecuencia de este fenómeno. Los mercados emergentes también aprovechan esta bonanza monetaria y hoy los principales bonos latinoamericanos rinden en promedio 3% anual en dólares o incluso menos, reflejando la cantidad de fondos que se vuelcan a ellos.
Pero la Argentina vive en otra dimensión, en una suerte de mundo paralelo. Ni uno sólo de esos dólares cae en activos locales. Eso explica por qué Wall Street no para de batir récord, mientras que las acciones locales están un 80% o hasta 90% debajo de lo que cotizaban antes de las PASO, en agosto de 2019. El riesgo país roza los 1.500 puntos y la deuda pasó a rendir el 18% anual en dólares para los plazos más cortos.
Hace un año y medio que la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner ganó las primarias y puso en alerta a los inversores de que el kirchnerismo estaba listo para volver al poder. Desde ese momento se apoderó un clima de gran pesimismo por el futuro de la Argentina, más allá de la crisis financiera que ya le había estallado al gobierno de Mauricio Macri y requirió la ayuda del FMI.
Una oportunidad perdida
Hubo escasos gestos, o mejor dicho ninguno, por parte del Presidente y su equipo económico para tranquilizar a los inversores y convencerlos de que la Argentina puede ser un país atractivo para ellos. Una de las grandes oportunidades se perdió en septiembre del año pasado al cerrarse el canje de deuda. A pesar de haber conseguido una adhesión de casi el 100%, el Gobierno se dedicó a explicar por qué no era preocupante seguir aumentando el déficit fiscal. La respuesta fue una estampida del dólar libre a 195 pesos.
Desde que ganó las PASO, Alberto Fernández fracasó en el intento de seducir a inversores y que la Argentina vuelva a ser considerada como un destino atractivo. Aunque tampoco está claro que lo haya intentando, posiblemente ante la presión del kirchnerismo más duro que le resta capacidad de maniobra
El jueves Martín Guzmán mostró su cara más amable ante los empresarios. Aseguró que no se tomarán medidas intempestivas y hasta reconoció que la inflación es culpa de “desequilibrios macroeconómicos”, pero sin explicitarlos. Claro que a los dos minutos el resto de los funcionarios que participaron de la reunión se explayaron sobre los controles que llevarán adelante en supermercados y en rubros como el textil para evitar lo que consideran “abusos” a la hora de fijar precios.
Las señales sobre el rumbo que se busca adoptar son confusas y cuesta distinguir un plan concreto. Mientras tanto, Guzmán recita una suerte de decálogo de buenas intenciones: fomentar las exportaciones, bajar la inflación, recuperar el salario real y reducir el ritmo de devaluación del tipo de cambio oficial. Eso sí, faltó la receta.
Ni las acciones ni los bonos
Ni las acciones ni los bonos argentinos reaccionan. La deuda argentina sigue rindiendo 18% anual en dólares, lo que refleja el nivel de expectativas que tienen los mercados sobre Argentina. A estos niveles, prácticamente dan por sentado que el país tendrá que volver a reestructurar su deuda ni bien le toque empezar a pagar intereses, allá por el 2024 o a lo sumo en 2025.
Con pocas chances de torcer el malhumor de los inversores, todo se concentrará ahora en llevar adelante una serie de políticas de corto plazo para aguantar y llegar a las elecciones de la mejor manera posible. Ese “miniplan” tiene objetivos bastante austeros: evitar un estallido cambiario y al mismo tiempo mejorar el ingreso de las familias aunque sea por un corto tiempo. Bajo esa lupa hay que leer la decisión de ponerle un freno a la suba del dólar oficial para bajar la inflación.
En un un mundo en el que sobran dólares y se mantiene la tasa cero en Estados Unidos, es insólito que la deuda argentina rinde el 18% anual en dólares. Sobre todo cuando pasaron pocos meses desde la exitosa renegociación de la deuda, que consiguió una adhesión superior al 99%
Pero el déficit fiscal sigue siendo el gran problema de este gobierno para estabilizar la economía, como lo fue en las últimas décadas. Para este año, el rojo primario estará en torno a 4% del PBI y a ello se le deben sumar los intereses millonarios que debe pagar el Central por Leliq y pases pasivos. Esto representa otra montaña de pesos que volverán a presionar sobre el dólar y la inflación un poco más adelante.
En la mayoría de los países, incluyendo casi todos los latinoamericanos, la gran pregunta que están tratando de contestar es si a fin de año la economía ya habrá recuperado todo lo perdido en la pandemia. La vacunación es clave. En Argentina es distinto: lo que todo el mundo quiere saber es si la economía atada con alambres y distorsiones de precios, va rumbo a sufrir otra fuerte crisis después de las elecciones legislativas.
El 2021, sin embargo, arrancó mejor de lo que esperaba buena parte del mercado y también el propio Gobierno. Aunque el dato de inflación de enero fue muy alto, el tipo de cambio prolonga su estabilidad y algunos sectores ya están produciendo por encima de los niveles pre-pandemia, como la construcción y la industria.
El Gobierno tiene buenas chances de llegar con la economía con buenas señales a las elecciones, aunque el panorama posterior es muy incierto. Ayudará el fuerte rebote estadístico por la apertura de las actividades y también si consiguen mantener planchado el precio del dólar, más la recomposición salarial
El segundo trimestre debería ser todavía mejor. Entrará la recaudación del impuesto a la riqueza (al menos de los que decidan pagarlo) y también los dólares de las cosechas de maíz y soja, lo que proyecta más estabilidad cambiaria al menos hasta mediados de año.
Plan aguante, efecto riqueza ¿y rodrigazo?
Pero en el fondo se trata de políticas para ir “aguantando” y ganar tiempo hasta las legislativas. Se apuesta además a un fenómeno ya conocido, que es el “efecto riqueza” que provoca un aumento salarial en medio de un contexto de dólar planchado. Esto genera que los sueldos aumenten dólares, algo que en la Argentina se valora mucho aún cuando no sea suficiente para recuperar poder adquisitivo.
Por efecto rebote luego de la caída por la pandemia, la economía mostrará mejores números en los próximos meses y eso podría ayudar a mejorar las expectativas. El segundo trimestre mostrará una recuperación histórica. Por un lado, se trata del rebote luego del derrumbe del 20% del año pasado para ese período y por otro lado el impacto por la súper cosecha de soja. No sólo pasa por el ingreso de dólares en un contexto de altos precios internacionales, sino además por la actividad que generará el campo.
La mirada es estrictamente cortoplacista: llegar con la mayor tranquilidad posible a las elecciones y evitar que se disparen las brechas cambiarias a medida que se acerca a octubre. Una vez que la elección quede atrás se abre una nueva etapa, que también llegará cargada de incertidumbre. Están los que advierten de un peligro de “Rodrigazo” por las distorsiones que acumulará la economía, es decir que resulta casi inevitable un fuerte salto cambiario y de la inflación. Pero otros creen que inevitablemente llegará el tiempo del ajuste para encauzar las expectativas y evitar esa posible crisis. Es lo que hizo Cristina Kirchner cuando arrancó el 2014 y así consiguió llegar a duras penas al final de su mandato, aunque la bomba que dejó sí le estalló a su sucesor.
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