En los albores de lo que sería una de las cuarentenas más largas del mundo, el ministro de Salud, Ginés González García, entregó a Alberto Fernández una evaluación de escenarios sobre la pandemia de coronavirus. Hasta poco antes, el ministro había desestimado la posibilidad de que el virus llegara a la Argentina y el propio presidente había llegado a decir que se podía vencerlo con un tecito caliente.
Pero el informe describía peligros muy serios: incluía 4 escenarios, cuyos extremos iban de 250.000 a 2.200.000 infectados y de 2.000 a 60.000 muertes por covid-19. Todo dependía, decía, de las acciones que adoptara el gobierno, que de inmediato impuso un severo confinamiento basado en el lema presidencial de que “si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida; después veremos cómo ordenar la economía”. Eran proyecciones inmediatas, de escenarios a junio, que debían evitarse, para no colapsar el sistema sanitario.
Once meses después, el país está en el umbral de aquellos números extremos; el miércoles 10 de febrero superó los 2 millones de contagios y este viernes las 50.000 muertes registradas de covid-19. La severidad y la extensión del confinamiento “aplanaron la curva” inicial de la pandemia casi tanto como deprimieron la economía, que en abril llegó a caer 27% interanual, la contracción más grande y abrupta en 120 años de historia argentina, a un ritmo que, anualizado, equivale a una caída del 52%, superior incluso al 33% de caída trimestral que exhibía la economía de EEUU, por entonces la más afectada por la pandemia.
Pese al alto costo que el país pagó en términos de actividad, empleo, salarios, pobreza, aumento de la desigualdad, caída de la inversión y cierre y éxodo de empresas, los resultados sanitarios, pasado el aparente éxito inicial, fueron pobres.
Según pasan los meses
A mediados de abril, cuando la cuenta de muertos superó el centenar y la de contagios no llegaba a 3.000, el Gobierno comparaba esos datos con los 1.328 muertos en Brasil, los 355 en Ecuador e incluso los 82 que, con una población mucho más reducida, registraba Chile. El 8 de mayo, cuando el número de muertos por coronavirus no llegaba a 300, el Presidente aún se envanecía de los resultados y, en réplica a críticas del exministro macrista Alfonso Prat-Gay, que había señalado el contraejemplo sueco en el manejo de la pandemia, dijo, tras exhibir unas filminas, “lo que me están proponiendo, es que de seguir el ejemplo de Suecia, tendríamos 13 mil muertos”
La economía argentina estaba entonces casi totalmente cerrada, aun en provincias donde no se habían casi registrado contagios ni muertes de covid-19. El 12 de junio el país superó las 1.000 muertes y los 41.000 contagios y el 12 de julio, los 100.000 contagios. Era, todavía, un número bajo respecto de Brasil (1,8 millones) Perú (322.000), Chile (312.000) e incluso Colombia (140.000). Pero menos de un mes después el país superaba los 260.000 contagios y las 5.000 muertes y al inicio de septiembre, con el virus esparcido por todas las provincias, superaba el medio millón de contagios y las 10.000 muertes. “Todos pensábamos que la pandemia en América iba a durar poquito, no como en Asia, pero sí como en Europa”, dijo por esos días el ministro González García en declaraciones radiales.
Las cifras explotaron en los siguientes 40 días: el 19 de octubre el país llegó al millón de contagios y bordeó las 27.000 muertes. El máximo de contagios diarios se registró el 21 de octubre, con 18.326 casos. El interior explicaba ya casi dos tercios del total y por un tiempo la Argentina subió al top 5 mundial por la dinámica del virus. Otros datos cercanos; en diciembre se superó el millón y medio de contagios y las 41.000 muertes, el miércoles pasado los 2 millones de contagios y este viernes las 50.000 muertes por covid.
Fatiga
¿Qué pasó para que la cuarentena, al inicio tan exitosa, arroje semejantes resultados? “Fatiga de confinamiento” (lockdown) dice un paper de Patricio Goldstein, Eduardo Levy Yeyati y Luca Sartorio, publicado por el CEPR (Centre for Economic Policy Research), una red de más de 1.500 académicos, mayormente de Europa, sobre los “efectos decrecientes de las cuarentenas en la difusión de Covid”.
Con el tiempo el desarrollo de mejor testeo, rastreo y aislamiento y mejores tratamientos pueden reducir la sensibilidad de los resultados sanitarios de los confinamientos y las reducciones de movilidad
El estudio precisa, en base a datos de 152 países, que al cabo de a lo sumo 4 meses el efecto benigno de los cierres es prácticamente nulo. En eso influyen no solo la mayor movilidad que sociedades fatigadas se conceden a sí mismas, sino el debilitamiento, aun en condiciones de menor movilidad de facto, de otras medidas útiles para limitar la propagación del virus, como distancia social y uso de barbijo. “Con el tiempo –dice el estudio– el desarrollo de mejor testeo, rastreo y aislamiento y mejores tratamientos pueden reducir la sensibilidad de los resultados sanitarios de los confinamientos y las reducciones de movilidad”. Parecidas conclusiones arroja un trabajo publicado en el blog del BID que desaconseja la repetición de cuarentenas como la que en 2020 impuso el gobierno argentino.
Colapso y después
¿Y la economía? Tras el colapso de abril y del segundo trimestre, la economía registró contracciones sucesivamente más bajas y, luego, algunas recuperaciones sectoriales. Ese repunte, dijo recientemente el ministro Martín Guzmán, haría que la caída del PBI 2020 esté más cerca del 10 que del 12%, pero no deja de ser el doble o más de la retracción mundial y de países vecinos como Brasil. Y aún tomando los datos de los primeros once meses del año pasado, el Índice de Producción Industrial (IPI) de FIEL registraba para ese período una caída promedio del 4,4%, con solo 3 sectores en terreno levemente positivo y 5 con caídas de dos dígitos (gráfico). Eso con la industria, uno de los sectores de más rápida recuperación, a diferencia de sectores como hotelería, gastronomía, turismo, transporte de pasajeros y servicios “presenciales” en general, donde el colapso ha sido abismal.
El cierre forzado de empresas y sectores tuvo un efecto inmediato sobre actividad, empleo e ingresos, más allá del auxilio de programas como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE, del que se pagaron tres cuotas a los sectores más pobres y dependientes del trabajo informal) y de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), de pago parcial de salarios a empleados formales de las empresas y sectores más afectados.
Martín González Rozada, profesor de la Universidad Torcuato di Tella y experto en empleo y pobreza, comparó los efectos del Covid-ASPO (Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, nombre técnico que el gobierno dio a la cuarentena) con los de la crisis 2001/2002 y encontró que la actual “habría provocado una caída mayor en la tasa de empleo”, en especial entre trabajadores privados e informales. El impacto fue más fuerte en el GBA, el NOA y la región Pampeana y menos en la Patagonia, pero no aparece del todo en las cifras oficiales debido a la clasificación utilizada por el Indec que llamó “inactivos marginales” a quienes dejaron de buscar trabajo en vez de, por caso, considerarlos “desempleados de corto plazo” como hizo la oficina de Estadísticas Laborales (BLS) de EEUU.
“El año termina con una caída de casi el 9% en el empleo, lo que representa aproximadamente 2 millones de puestos de trabajo perdidos”, dice Nuria Susmel, de FIEL, en un reciente informe en el que destaca que pese a la prohibición de despidos establecida por el gobierno el empleo asalariado formal privado se contrajo un 4% –unos 275 mil asalariados registrados menos–, y el sector más afectado fue el informal, en particular el empleo no asalariado no registrado, “en el cual 1,3 millones de trabajadores quedaron sin ocupación”. Así, la tasa de desempleo promedio 2020 superaría el 11% (el nivel más alto desde 2006.) pese a que la tasa de actividad –proporción de la población que trabaja o busca trabajo– es casi 4 puntos menor que la de ese año.
“Si la población no se hubiera retirado de la búsqueda de empleo, “el desempleo se habría ubicado alrededor del 20%”, precisa Susmel. Estirando un poco la mirada, el consultor Esteban Domecq agrega que de 2012 a noviembre pasado el empleo público aumentó en 681.083 agentes (26,7%) mientras se perdían 270.228 empleos privados (- 4,4%).
La inestabilidad cambiaria, pese a sucesivos endurecimientos del “cepo”, en tanto, afectó fuertemente las operaciones de comercio exterior. La Argentina terminó 2020 con balance comercial positivo en gran medida porque las importaciones cayeron más fuertemente que las exportaciones (en ambos casos, caídas de dos dígitos), mientras que –como señala una nota reciente de Marcela Cristina y Guillermo Bermúdez, de FIEL–, en 2020 el comercio mundial, según estimó el más reciente informe de la Unctad, un organismo de Naciones Unidas, cerraría con una caída del 5,6%, una cuarta parte de lo que retrocedió en la crisis de 2008/2009.
Commodities, dólares, reservas
De hecho, en la última parte de 2020 el repunte del precio de los precios internacionales de las commodities agropecuarias (en especial soja, maíz y trigo) que el gobierno ve como un problema, es una de las bases más fiables para una eventual recuperación, en tanto aporta divisas y recursos fiscales y por esa vía alivia, más que agravar, el crónico problema inflacionario de la Argentina, al que el propio ministro Guzmán reconoció un origen macroeconómico y estrechamente ligado a la volatilidad del dólar (en otras palabras, a la constante devaluación de la moneda argentina).
Esa levedad se reflejó a su vez, en la evolución de las reservas del BCRA, que pese al acuerdo alcanzado a fines de agosto con los bonistas privados, no logró restaurar la confianza ni reconstruir las reservas internacionales de un modo sostenido, al punto que, partiendo de las reservas brutas y descontando conceptos como los DEG (la parte del capital del Fondo que equivale a la “cuota” argentina), los depósitos privados en dólares (”argendólares”), los depósitos del gobierno, las obligaciones con otros gobiernos (como el “canje de monedas” con China) y “otros pasivos”, Bermúdez deconstruyó la realidad de las “reservas” argentinas que en términos netos y de libre disponibilidad oscilan en torno de cero (Gráfico).
Tales los frágiles pilares con que la economía argentina comenzó y transita el 2021. Un trabajo de Jorge Vasconcelos y Guadalupe González, del Ieral de la Fundación Mediterránea, señala tres lastres para el eventual rebote: las demoras en el proceso de vacunación, la inflación en ascenso, que licúa el poder adquisitivo y socava las posibilidades de un impulso de demanda, y los “cuellos de botella” del lado de la oferta de bienes, por las dificultades de aprovisionamiento de insumos importados, debido precisamente a las dificultades cambiarias y la escasez de reservas.
“Los datos de nivel de actividad muestran que un 25% del valor agregado de la economía depende, para su recuperación plena, de la eficacia de las políticas de salud y de una campaña exitosa de vacunación. Los sectores más afectados por el distanciamiento estaban cayendo todavía un 15,7% interanual en promedio ponderado a noviembre pasado, cuando el resto ya había entrado en terreno positivo, con 2,7% interanual”, dice un pasaje del paper de Vasconcelos y González.
No es un señalamiento ocioso, dada la alta incidencia en el PBI de los sectores que dependen de la inmunización para recuperarse plenamente. De ahí, dice el estudio, se puede mensurar el costo económico de demoras en la compra y aplicación de las vacunas. “Hasta la segunda semana de febrero –precisa–, en la Argentina se suministraron 1,18 dosis de vacuna cada 100 personas, lo que compara con 1,94 promedio mundial y 5,58 dosis cada 100 aplicadas en Chile”.
Otras variables que juegan en contra son, dice el trabajo del Ieral, la ausencia de horizonte para el “día después” de las elecciones y la falta de acceso al crédito externo, que deprimen la inversión, más el alto desempleo, que afecta tanto el crecimiento potencial como el consumo. Además, estima que dada la diferencia de condiciones iniciales en relación a 2020, solo para “acercar” la inflación 2021 a la de 2020 (36,1%) el gobierno necesita recortar el déficit primario del sector público en 4 puntos del PIB, de 6,5% a cerca del 2,5 % del PIB, bastante más que la meta oficial.
Los primeros datos de consumo de 2021 no son negativos, pero incide en ellos un verano atípico: millones de argentinos que no salieron del país derivaron parte de sus gastos al mercado interno (entre diciembre de 2018 y febrero de 2019 unos 3,2 millones de argentinos viajaron al exterior, contra menos de 500.000 que lo habrían hecho esta temporada). Tal vez sea suficiente nafta para el inicio, concluye el estudio del Ieral, “pero de aquí en adelante, la inflación y el desempleo pueden afectar la dinámica del consumo”.
En definitiva, después de los pobres resultados sanitarios y económicos de la cuarentena como respuesta casi exclusiva a la pandemia, la recuperación está jugada, antes que nada, a la vacuna.
Seguí leyendo: