Menem y sus circunstancias

Supo leer las circunstancias de la realidad internacional de su tiempo y los desafíos económicos que arrastraba el país en el comienzo de su gestión. En gran medida, definió su presidencia con las decisiones que tomó para enfrentarlas

Carlos Menem en su banca del Senado (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)

Muchas presidencias argentinas agitaron pasiones que dividieron a la sociedad. Sin embargo, la presidencia del Dr. Carlos Menem es la primera desde el regreso de la democracia que desató profundas divisiones. Si bien su esfuerzo como presidente estuvo en cerrar heridas y resolver conflictos internos y externos heredados, es innegable que la sociedad comenzó un proceso de agrietamiento significativo durante su mandato. De tal forma, para algunos, sus períodos presidenciales fueron oscuros, incluso malditos, mientras que para otros representaron algunos de los mejores momentos de la Argentina desde el retorno de la democracia. Menem fue un presidente transformador y el resultado de esas transformaciones generó ganadores y perdedores, amén de contar con un estilo transgresor en todas las dimensiones, un estilo que espantó a muchos.

Ortega y Gasset escribió “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo,” la frase se aplica a la perfección a Carlos Menem y su presidencia. En 1989, Menem hizo una campaña electoral basada en promesas indefinidas y que sólo auguraban un salto al vacío: el recordado “Síganme, no los voy a defraudar” que seguía a la promesa del “salariazo” y la “revolución productiva.” Promesas que no estuvieron acompañadas de una mínima descripción sobre cómo se implementarían y, mucho menos, en qué circunstancias se aplicarían. Por el contrario, las mismas se hacían luego de una década sin crecimiento, en un contexto pre-hiperinflacionario, con el país en default y con un hartazgo de la población por la falta de soluciones económicas tanto por parte de la dictadura como de la emergente democracia. Ante una inconmensurable fragilidad macroeconómica, su victoria electoral fue el último clavo en el ataúd de las vulnerables expectativas económicas dando el último empujón a la primera hiperinflación que forzó la renuncia temprana del presidente Alfonsín. Al mismo tiempo, Menem asume la presidencia en un momento donde colapsaba el experimento comunista en el Este Europeo y que culmina con la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989. Alfonsín había jugado sus cartas a un tercermundismo demodé al tiempo que, según palabras de Francis Fukuyama, terminaba la historia. Así, Argentina tendría un presidente que, en dos de los pilares centrales de toda presidencia, la política económica e internacional, requerían drásticos realineamientos y donde la falta de promesas detalladas, le otorgaban un cheque en blanco. Menem, más que compromisos con una ideología política traía un nuevo estilo de liderazgo, una nueva forma de construir alianzas políticas y de gestionar, antes que un conjunto elaborado de propuestas para resolver los problemas del país. Ese estilo, además, tenía una elevada dosis de intuición y capacidad de delegación. Rápidamente, luego de las elecciones, Menem se dio cuenta de que su circunstancia era tal que, si no salvaba a la Argentina, no salvaba su presidencia.

Argentina tendría un presidente que, en dos de los pilares centrales de toda presidencia, la política económica e internacional, requerían drásticos realineamientos y donde la falta de promesas detalladas, le otorgaban un cheque en blanco

Las circunstancias –descomunales desafíos económicos, sociales e internacionales– exigían políticas diferentes. Menem inicialmente utilizó su capacidad política para gestar los primeros trazos de lo que sería una nueva coalición política. Con fuerte base de apoyo sindical y en los estratos de bajos ingresos de la sociedad, comenzó por aliarlos con el gran empresariado. Sus primeros pasos, tambaleantes ante la dimensión del desafío, dieron desprolijos puntapiés iniciales en el intento de poner algo de orden en las cuentas públicas, en la resolución del descalabro cuasi-fiscal del Banco Central que terminaba en un descontrol monetario (el traumático Plan Bonex) y encarando las primeras privatizaciones de las muy deficitarias Aerolíneas Argentinas y Entel (Teléfonos). Los primeros resultados económicos no fueron todo lo buenos que Menem deseaba y, a pesar de los esfuerzos realizados, un año y medio después de iniciada su presidencia una nueva hiperinflación estaba latente. Ante esta circunstancia, Menem jugó a fondo y dio carta blanca para implementar el más ambicioso plan de estabilización y crecimiento del que se tenga memoria en la Argentina: el plan de Convertibilidad y de reformas estructurales que comienzan en marzo de 1991.

Las reformas no fueron ‘indoloras’ y/o apoyadas por toda la sociedad. El quiebre con el status-quo era demasiado notable para ser así

En febrero de 1991, Menem delega en dos ministros enorme poder y responsabilidad, trabajando bajo el liderazgo político del presidente con el objetivo de, de una buena vez, poner fin a la historia argentina. Cavallo al frente del superministerio de economía y obras públicas y Guido Di Tella al frente de una Cancillería con el claro mandato de culminar la reinserción argentina en Occidente. Las reformas que siguieron no fueron “indoloras” y/o apoyadas por toda la sociedad. El quiebre con el status-quo era demasiado notable para ser así. Menem, con visión de estadista, decide avanzar y se hace cargo de gestionar la nueva coalición política para darle viabilidad a las reformas.

El programa económico es fundamentalmente recordado por la Ley de Convertibilidad. La misma tenía tres componentes cruciales: (i) reconocía la realidad bimonetaria de la Argentina permitiendo la amplia (aunque no perfecta) competencia entre el dólar y el peso; (ii) introducía un estricto régimen de política monetaria, en el que básicamente sólo se permitía emitir moneda contra la compra de reservas internacionales; y (iii) ayudaba a anclar expectativas y darle previsibilidad a la economía con la adopción del recordado un peso-un dólar.

Estas medidas, que aspiraban a anclar el costado “nominal” o monetario de la economía argentina, son acompañadas por un programa de reformas en el sector “real” de la economía. Reformas que no tenían precedentes por su amplitud y profundidad, amén de un diseño técnico elaborado y que sentaba las bases para una nueva organización económica. En realidad, para ser preciso, lo realmente extraordinario fue la concepción de que un plan de estabilización debía venir acompañado no sólo de una consolidación fiscal sino también de profundas reformas económicas que permitieran sentar las bases para volver a crecer y que viniera acompañado de una política internacional acorde. Así, a fines de 1991, se aprueba el más extraordinario y abarcativo programa de desregulación económica del que se tenga memoria y comienza un proceso de apertura económica dándole contenido al acuerdo Mercosur originalmente firmado por Alfonsín. Rápidamente se avanza en la privatización y tercerización de un gran conjunto de actividades para destrabar la inversión y generar un salto de la productividad que el estado había oprimido por décadas. Así el Estado abre oportunidades para resolver lo que hasta entonces había sido una insuficiente generación de energía, de gas y de petróleo, y se produce una revolución en el transporte, puertos, aeropuertos y caminos. Para generar un aumento en el ahorro que acompañe a la ahora mayor inversión, se reforma el sistema de seguridad social, se facilita el desarrollo financiero y se resuelve el default de la deuda generando acceso genuino a los mercados financieros globales para las empresas argentinas. El resultado fue un periodo de genuino crecimiento sin inflación, algo que la Argentina había olvidado podía ocurrir y que parecía prometer el eventual ingreso de la Argentina al primer mundo del que hablaba Menem.

Lo realmente extraordinario fue la concepción de que un plan de estabilización debía venir acompañado no sólo de una consolidación fiscal sino también de profundas reformas económicas que permitieran sentar las bases para volver a crecer y que viniera acompañado de una política internacional acorde

Al mismo tiempo, Menem re alinea la política internacional acercándose a los Estados Unidos y el Occidente Europeo con demonstraciones concretas. Muy temprano se termina con el proyecto misilístico Cóndor, se cambia drásticamente la gestión de las relaciones internacionales poniendo renovado foco en la diplomacia económica, se resuelven la totalidad de los conflictos fronterizos, se inicia un acercamiento a Gran Bretaña, dejando atrás el conflicto de Malvinas, y se refocaliza a las fuerzas armadas en misiones de paz bajo el paraguas de la UN. La pacificación exterior más la eliminación del anacrónico servicio militar, las leyes del perdón y punto final, buscaban, en su visión, pacificar la sociedad hacia adentro.

Las profundas y veloces reformas no tardan en tener efectos colaterales. Comienza a aumentar el desempleo y se produce un gradual empeoramiento en la distribución del ingreso con crecimiento del premio a determinadas habilidades productivas y educación y un rezago en la mano de obra no calificada. Ante los crujidos sociales inevitables, la administración Menem introduce ambiciosos planes de reentrenamiento, de retiro voluntario y de compensación a los trabajadores desplazados. Sin embargo, los esfuerzos son largamente insuficientes. El desempleo comienza a mostrar un costado estructural. Los nuevos generadores de empleo están en sectores que no absorben fácilmente los trabajadores desplazados. Esto, a pesar de la introducción de reformas sin precedentes en la implementación del federalismo en la Argentina con la devolución de roles claves en educación y salud a las provincias y la introducción de un esquema impositivo que beneficia a regiones desaventajadas por su distancia al puerto. De la misma forma, las reformas generan oportunidades de inversión en sectores largamente retrasados, como es el caso de la minería en el oeste del país, la industria forestal en el NEA, el petróleo y gas en el sur y NOA, etc. A pesar de esto, surgen localidades y zonas geográficas afectadas que encuentran dificultades para reinsertarse. El costo social creciente hace, gradualmente, insostenible al programa económico.

A fines de 1991, se aprueba el más extraordinario y abarcativo programa de desregulación económica del que se tenga memoria y comienza un proceso de apertura económica dándole contenido al acuerdo Mercosur originalmente firmado por Alfonsín

El menemismo no fue sólo reformas económicas y de inserción internacional, sino también se caracterizó por un aumento grande de la percepción de corrupción de algunos funcionarios, la aparición por primera vez de conceptos como el de las “mafias enquistadas en el poder,” por un marcado descuido de las instituciones republicanas, y por lúgubres episodios que impactaron duramente en la sociedad (bombas en la embajada de Israel y Amia, explosión de la Fábrica Militar de Rio Tercero, contrabando de armas a Ecuador y Croacia, muerte Carlos Menem Jr, etc.). Dichos aspectos oscuros, la frivolidad de las autoridades en muchos casos (la Ferrari, pizza con champagne, etc), los costos sociales emanados del desempleo y la deteriorada distribución del ingreso, además de la eventual insostenibilidad del tipo de cambio fijo y de la disciplina económica, culminaron por dejar una memoria con claros y oscuras sombras.

Menem, supo leer las circunstancias de la realidad internacional de su tiempo y los desafíos económicos que arrastraba el país en el comienzo de su gestión. En gran medida, definió su presidencia con las decisiones que tomó para enfrentarlas. Sin embargo, no supo encontrar soluciones a muchos de los problemas que se gestaron durante su mandato y las que emanaron de su forma de ser y de hacer política. Así, Menem terminó siendo “el” y la forma en que enfrentó “sus circunstancias.”

Seguí leyendo: