Del Swiftgate a la Guerra del Golfo: Erman, Cavallo, di Tella y cómo en un verano de hace 30 años el gobierno de Menem encontró su lugar en el mundo

En enero de 1991 el gobierno de Menem pasó de una crisis política y un conato de choque con EEUU, a raíz de la denuncia de corrupción conocida como “Swiftgate”, al armado de la Convertibilidad y el alineamiento con Washington y el bloque occidental para expulsar a Saddam Hussein de Kuwait

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Carlos Menem tuvo dos breves episodios de hiperinflación y un conato de choque con EEUU, a raíz de una denuncia de corrupción, antes de encontrar el rumbo que marcaría claramente sus políticas económica y exterior, basadas en el uno-a-uno del peso y el dólar y en un fuerte alineamiento con Washington.

El primer experimento de política económica, el Plan B-B, aliado al grupo Bunge & Born en las figuras de su primer ministro de Economía, Miguel Roig, que falleció de un infarto a cinco días de asumir, y Néstor Rapanelli, hasta entonces CEO del grupo, que lo sucedió, fracasó rotundamente. Rapanelli renunció en diciembre de 1989. En su reemplazo asumió Erman González, un contador que había sido secretario de Hacienda de la Municipalidad de La Rioja y a quien, al llegar al Gobierno, Menem ubicó en la vicepresidencia del Banco Central.

Mientras, desde la cancillería, Domingo Cavallo le birlaba a Economía el área de Comercio Internacional e iba poniendo los ladrillos de una política exterior de alineamiento con Occidente, para lo cual fue decisivo el restablecimiento de relaciones con Gran Bretaña mediante un acuerdo que estableció un “paraguas de Soberanía” en torno de la cuestión Malvinas.

Plan Bonex

La gestión de González no logró reencauzar la economía y a fines de 1989 se llegó al “Plan Bonex”, con la entrega compulsiva a centenares de miles de ahorristas de un bono cuya cotización inmediata significó una masiva licuación de ahorros y alivió la demanda por el aparentemente incontenible dólar. Fue el “trabajo sucio” que permitiría, meses después, el lanzamiento de la Convertibilidad uno-a-uno entre el peso y el dólar.

Antes sin embargo, Menem debió superar remezones que pusieron en entredicho lo que Cavallo venía armando desde la cancillería. El 6 de enero de 1991 una bomba periodística sacudió al presidente: el Swiftgate. Swift-Armour, entonces propiedad de la norteamericana Campbell Soup había denunciado ante la embajada de EEUU un pedido de coimas para destrabar la importación de maquinaria.

Swift-Armour, entonces propiedad de la norteamericana Campbell Soup había denunciado ante la embajada de EEUU un pedido de coimas para destrabar la importación de maquinaria.

La denuncia fue expuesta en la tapa de Página/12 por Horacio Verbitsky, quien –sin dar aún el nombre de la empresa denunciante- contaba detalles como los ojos al borde del llanto de Menem ante un amago de renuncia de Erman González. Uno de los denunciantes ante la Embajada había sido Guillermo Nielsen, por entonces ejecutivo de Swift-Armour, y los detalles habían llegado a Verbitsky a través de su “garganta profunda” en el gabinete menemista, el secretario de Agricultura, Felipe Solá, a quien visitaba regularmente para ser anunciado como “Tránsito Cocomarola”.

“Todos los caminos conducen a Yoma” llegó a titular en una de sus ediciones, Página/12, en referencia a Emir Yoma, el sospechadìsimo cuñado de Menem. Era un cóctel fuerte: familia presidencial, coimas, empresa americana y embajada de EEUU, cuyo titular, Terence Todman, había elevado quejas al gobierno. La nota incluso contaba que así como durante el gobierno de Jimmy Carter la Embajada había recibido y canalizado denuncias por violaciones a los derechos humanos, ahora había abierto una oficina para recibir denuncias por corrupción.

Delincuentes y anti-imperialismo

“Delincuentes periodísticos”, bramó Menem. “Patrañas”, agregó su hermano, el entonces senador Eduardo Menem. El gobierno buscó en vano diluir la denuncia y, después, cayó en el torpe y vano intento de forzar una desmentida de Todman, que no se dejò presionar, lo que agrandó el escándalo.

El presidente revoleó alguna frase anti-imperialista, pero fue contenido política y emocionalmente por Cavallo, que asumió como ministro de Economía, aprovechó el verano para acelerar la devaluación (el dólar pasó de 5.000 a 10.000 australes), el valor que quería para sacarle cuatro ceros y lanzar, a principios de abril, el uno-a-uno entre el dólar y el peso, la nueva moneda argentina, creada mediante una ley posterior.

La vacante que Cavallo dejó en Cancillería fue cubierta por di Tella, que apenas seis días antes había asumido en Defensa, ministerio que pasó a ocupar Erman González. Cavallo se convirtió en el nuevo hombre fuerte del Gabinete y, junto a di Tella, fueron cruciales en la decisión de Menem de sumarse decididamente a la coalición internacional liderada por EEUU para expulsar a Sadam Hussein de Kuwait en procura de lo que el entonces jefe de la Casa Blanca, George Bush (padre), llamaba “Nuevo Orden Internacional” (Menem, además, tenía una deuda de gratitud con Bush, que a principios de diciembre de 1990 lo había visitado apenas horas después del último y sangriento levantamiento carapintada).

Dos fragatas argentinas enviadas a la contienda fueron acondicionadas en la isla de Rota (España) con equipos de comunicación de EEUU y desde el 15 de enero de 1991 patrullaron el Golfo, escoltando los barcos logísticos de la coalición, desde Omán hasta las costas de Kuwait.

En pocas y decisivas semanas de aquel verano de hace 30 años, el gobierno de Menem encontró su rumbo económico y su lugar en el mundo.

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