Si el 4% se repitiese durante todo el año, la inflación del 2021 terminaría en 60%, el doble del objetivo que se propuso Martín Guzmán para este año. La perspectiva, sin embargo, es de una reducción gradual en los próximos meses. Pero esa disminución será lenta y no alcanzaría para cumplir con esa meta del 30%. Y posiblemente tampoco alcance para quedar por debajo del 36,1% registrado el año pasado.
La aritmética le juega en contra al Gobierno. La inflación de 4% en enero fue muy superior al 2,3% registrado el año pasado. Y sin lugar a dudas la de este mes estará bien por encima del 2% registrado en febrero del año pasado, por lo cual la interanual ya se ubicará otra vez en valores del 40%.
Para adelante el panorama en lo que resta del primer semestre tampoco es alentador. No sólo febrero y marzo tienen un piso de inflación que apunta a más de 3%. El segundo trimestre se deberá comparar con el mismo período del 2020, que fue el momento más duro de la cuarentena. En abril la inflación fue de 1,5%, repitió en mayo y en junio saltó al 2,2%. Hay una altísima probabilidad de que en este período que viene la suba de la inflación se ubique bien por encima de estos valores.
De esta forma, el primer semestre está prácticamente jugado y mostrará una inflación sustancialmente más alta que la del mismo período del año pasado, que se ubicó en apenas 13,8%. Pretender que el IPC de este año se ubique en un nivel inferior al 2020 requiere por lo tanto de una desaceleración de la inflación que sería inédita, aún con un esquema de congelamiento tarifario, menor ritmo de ajuste del tipo de cambio y más controles en supermercados.
El equipo económico fluctúa a la hora de definir una estrategia para combatir la inflación. Por un lado reconoce que es un problema macroeconómico que requiere de soluciones tales como bajar el déficit fiscal. Pero luego aparecen las presiones vinculadas con controles de precios y congelamientos, que van para otro lado
En la reunión que mantuvo ayer con empresarios, el ministro de Economía reconoció que la inflación es un problema “macroeconómico”, en lo que resultó la parte de la presentación que más ponderaron los ejecutivos. Sin embargo, es poco el esfuerzo que hará el Gobierno este año para atacar los desequilibrios que enfrenta la economía para justamente reducir la presión inflacionaria.
No sólo quedó un enorme remanente de pesos producto de la emisión monetaria del año pasado que no fue absorbido. Pero a esa masa de dinero se le sumará lo que haya que emitir este año, teniendo en cuenta que el déficit fiscal primario estará en torno a 4% del PBI. A eso se le debe adicionar los intereses de las Leliq y pases pasivos, aunque se supone que el Central terminará colocando más deuda. El cepo cambiario es una ayuda para mantener tasas de interés negativas sin temor a que se profundice la presión cambiaria.
La recuperación de la confianza es un elemento clave para bajar la inflación. Eso ayudaría a aumentar la demanda de pesos y por lo tanto la emisión monetaria sería menos inflacionaria. Pero todavía reina la desconfianza sobre el rumbo que quiere adoptar el Gobierno y la incertidumbre continúa siendo lo que mejor define hoy el ánimo de los consumidores e inversores.
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