La política monetaria actúa con un efecto que los economistas denominan “rezago”. Las acciones que se toman en un momento determinado impactan muchos meses después. En la Argentina esta fenómeno también se cumple y por lo general más rápido que los consensos académicos. La mega emisión monetaria que tuvo lugar en los primeros meses posteriores a la pandemia (especialmente abril y mayo) se reflejan ahora con un salto inflacionario de 4% en diciembre y un valor parecido en enero.
La inflación será uno de los temas más complejos que deberá encarar el Gobierno en este 2021. Nada muy diferente a lo que ya viene sucediendo en los últimos 15 años: desde 2007 que la economía se maneja con tasas de inflación de dos dígitos, un récord que muy pocos países en el mundo ostentan.
El repunte inflacionario del último trimestre del 2020 y que continúa en el arranque de este año no impidió que la economía mantenga cierto ritmo de rebote. El consenso de los analistas es que este año se recuperaría la mitad de lo perdido el año pasado: 5% de repunte tras la caída del 10%. Bastante mediocre, pero aceptable para un país sin acceso al crédito y con bajísimos niveles de inversión.
La industria ya está operando por encima de los niveles pre-COVID y en enero se vendió un 10% más de autos que el mismo mes del año pasado, cuando aún no había arrancado la pandemia.
En las concesionarias se entusiasman con un año con ventas de 430.000 autos cero kilómetro. El consenso de los analistas es que este año se recuperaría la mitad de lo perdido el año pasado: 5% de repunte tras la caída del 10%. Un resultado bastante mediocre, si se da, pero aceptable para un país sin acceso al crédito y con bajísimos niveles de inversión. Así como algunos sectores se destacan y repuntan más rápido, otros siguen sumamente rezagados, como el turismo, la gastronomía, textiles, calzados y en general el comercio minorista.
El dólar será una vez el gran termómetro de cómo se desarrolla el 2021. La mayoría de las medidas económicas apuntan justamente al frente cambiario. Evitar cimbronazos con el tipo de cambio será fundamental para ir transitando un año con menos sobresaltos y también para que el Gobierno llegue a las elecciones con mejores chances electorales. Transitar el 2021 con cierta previsiblidad cambiaria es una cosa y hacerlo con el tipo de cambio a los tumbos es otra totalmente distinta.
Por eso, el foco de Martín Guzmán está puesto evitar grandes sorpresas cambiarias. Cuenta con la futura cosecha de soja como gran aliada. Aquello que parecía a años luz en octubre, cuando el dólar libre se fue a $ 195, ahora ya está a la vuelta de la esquina. Las perspectivas son alentadoras. La oleaginosa se mantiene en valores cercanos a los USD 500 por tonelada y las recientes lluvias ayudarán a mejorar los rindes para asegurar una muy buena cosecha.
Recomponer reservas es un componente clave de la política económica. La cosecha de soja debería ayudar a que el Banco Central recompre dólares y mejore su stock de divisas. Los elevados precios de las materias primas que exporta la Argentina y las últimas lluvias juegan a favor
Este gran ingreso de divisas que se espera del lado de la balanza comercial no será aprovechado como sería deseable por todo lo ya conocido: ausencia de confianza, falta de un plan económico que genere interés de los inversores, falta de reglas de juego claras y escasos incentivos para invertir y generar empleo. Así y todo, estos dólares son fundamentales justamente para sostener por un tiempo un esquema cambiario atado con alambres.
El objetivo es recuperar reservas cueste lo que cueste. En diciembre se consiguió a través de compras oficiales por más de USD 650 millones y en enero fueron poco más de USD 200 millones, que se fueron por la ventanilla de pagos a organismos. Pero a partir de abril, en medio de fuertes restricciones cambiarias, la cifra debería aumentar en forma significativa.
Como ni siquiera la super soja alcanza, en los últimos dos meses el equipo económico fue “perfeccionando” los controles para evitar nuevas sorpresas. El Banco Central llevó el cepo cambiario al extremo. Casi nadie ya tiene acceso a los dólares oficiales, sólo aquellas actividades que precisan insumos esenciales para la producción. Productos importados como celulares, computadoras, electrodomésticos, ropa o incluso algunos alimentos en supermercados serán imposibles de conseguir. Salvo por alguna “oferta” en sitios de comercio electrónico pero al doble o quizás el triple de su valor original.
La escasez de divisas, los elevados aranceles y ahora nuevos impuestos internos sobre muchos productos representan además una fuerte protección para la industria local. El problema de este tipo de medidas ya es conocido. Se producen abusos de los fabricantes locales, que aprovechan la falta de competencia para cobrar precios exorbitantes por productos muchas veces de calidad inferior. El proteccionismo ha sido un signo distintivo de los gobiernos kirchneristas, pero con magros resultados. Se trata de una política que no ha generado crecimiento, ni inversiones ni aumento significativo del empleo.
Un rebote de 5% de la economía, es decir la mitad de la caída del año pasado, es hoy lo máximo a lo que podría aspirar el Gobierno. En medio de la desconfianza de los mercados, bajísimo nivel de inversiones y políticas económicas más intervencionistas, sería un milagro dejar atrás más rápido el derrumbe de la pandemia
Las intervenciones y controles sobre el “dólar Bolsa” por parte del Central y de la Comisión Nacional de Valores también apuntan a evitar cimbronazos sobre el tipo de cambio. En la medida que dólar MEP y el contado con liqui no se desborden será más difícil que el dólar libre se desboque. La dinámica de enero apuntó a esa dirección. Tanto los dólares bursátiles como el libre fueron confluyendo a la zona de $ 150.
El ministro de Economía reafirmó en la última semana la intención de acelerar los tiempos para llegar a un acuerdo con el FMI y hasta se animó a vaticinar que podría ser en mayo. Teniendo en cuenta los antecedentes de la negociación con bonistas privados, es posible que demore varios meses más. El objetivo no es llevar adelante reformas estructurales, ni siquiera llevar adelante un ajuste ordenado de las cuentas públicas. Básicamente se trata de estirar diez años la cancelación de los USD 44.000 millones que se tomaron durante el gobierno de Mauricio Macri. Mientras tanto, continuaría el pago de intereses de alrededor del 4% anual.
Un arreglo con el Fondo también iría en la línea de mejorar la confianza y llegar a las elecciones con menores tensiones cambiarias. Pero está por verse si un arreglo realmente conseguiría un efecto favorable. En buena medida dependerá de las señales que se den en materia fiscal. El panorama es tan conocido que aburre: el organismo pide acelerar los tiempos para llegar al equilibrio de las cuentas públicas, pero las autoridades quieren que se llegue de manera más lenta para no comprometer la cobertura social.
Lo más valioso del acuerdo con el FMI no sería la reprogramación de la deuda de USD 44.000 millones (algo que todo el mundo descuenta que sucederá), sino sobre todo el sendero de ajuste fiscal que surgirá de las negociaciones. De eso también dependerá la posibilidad de mantener la tranquilidad cambiaria.
El mejor escenario hoy para el Gobierno es una economía que recupera la mitad de lo perdido en el año de la pandemia, junto a un dólar que no se dispare, mientras que la inflación baja paulatinamente luego del pico de 4%.
Puede tener gusto a poco pero sería mucho, teniendo en cuenta el contexto: un riesgo país que volvió a los 1.500 puntos, nulo interés por activos argentinos de inversores internacionales, falta de acceso al financiamiento y una sensación de desconcierto respecto a la dirección que quiere darle Alberto Fernández a su gestión, cada vez con mayores señales de intervencionismo (doble indemnización por despido, congelamientos tarifarios, precios máximos) y escasos incentivos (impuesto a la riqueza, elevada presión tributaria) que alejan más a quienes todavía tienen ganas de jugársela en el país.
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