No es una construcción teórica ni una encuesta de opinión entre analistas, sino la contracara del valor que los inversores (sean bancos, fondos de pensión o de inversión o particulares) asignan a una promesa de pago soberana llamada “Bono”. Si un título emitido por un país “emergente” cuyo valor nominal es de $100 y otorga una renta anual de $5 se cotiza a $100, su rendimiento será del 5%. Si hay incertidumbre sobre si la Tesorería lo pagará y su cotización cae, por caso, a $50, su rendimiento se elevará al 10% (5/50 x 100, porque se calcula sobre el valor de mercado); y si el temor se hace casi certeza de default y la cotización cae a $25, la renta equivaldrá a un astronómico 20% (5/25 x 100) del precio de mercado del bono.
Para medir el “riesgo-país” se toma como referencia un bono de similar plazo, pero emitido por el Tesoro de los EEUU. Si ese papel rinde un 2% anual, en el primer caso se dirá que el “riesgo-país” del emisor emergente es de 300 puntos básicos (la distancia entre el 2% del bono americano y el 5% del emergente, multiplicada por 100); en el segundo caso subirá a 800 (el trecho del 2 al 10%, por 100) y en el tercero a 1.800 unidades. Los bonos del Tesoro de EEUU son una suerte de kilómetro cero del riesgo. En la medida que los inversores confíen en la promesa de pago de un Estado, mejor cotizarán sus bonos y menor será su “riesgo-país”, la sobretasa respecto de su par del norte.
La Argentina, por historial de déficits fiscal y externo y acumulación de deudas seguidas de default, arrastra muchos años de alto “riesgo-país”, espejo de la desconfianza en sus pagarés. En 2020, pese a restructurar más del 99% de la deuda con acreedores privados, a los que canjeó bonos viejos por nuevos que empezará a pagar en 2025 y cuya cuenta se empina a partir de 2028, el Gobierno, que esperaba llevar el “riesgo-país” por debajo de los 1.000 puntos, lo vio estacionarse tercamente cerca de los 1.400 unidades.
Los últimos seis años
El gráfico muestra que en el último año del segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que en 2014 había incurrido en un nuevo default debido a que un grupo de acreedores “holdouts” y buitres había conseguido, a través de un fallo judicial, bloquear parte de los pagos de deuda acordados en las restructuraciones de 2005 (Roberto Lavagna) y 2010 (Amado Boudou), el riesgo-país osciló mayormente entre los 750 y los 600 puntos y cayó a medida que se acercaba el recambio presidencial. El 23 de octubre, día después de la primera vuelta entre Mauricio Macri y Daniel Scioli, cayó a 519 puntos y el 23 de noviembre, el día después de la segunda vuelta, a 466 puntos.
La “confianza” de los mercados en los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri llevó a que el 11 de marzo de 2016 el riesgo-país cayera a 436 puntos, levemente por debajo (y por única vez) del “EMBI Global”, esto es, del riesgo promedio del conjunto de los bonos de los mercados emergentes que compila el Banco Morgan Stanley. Durante la mayor parte de ese año, sin embargo, el riesgo-argentino se situó por arriba de los 400 puntos, a veces arriba de 500, en la medida que el gobierno, más que encarar una reducción rápida del déficit fiscal, optó por el “gradualismo” financiado con emisiones de nueva deuda. El mercado proveía.
Giro abrupto
En abril de 2017 el riesgo-país volvió a caer por debajo de los 400 puntos y el lunes 23 de octubre los mercados brindaron con 350 puntos el triunfo del macrismo en las elecciones legislativas. El aumento de la deuda, sin embargo, ya generaba dudas y desde abril de 2018, al resultado de una fuerte sequía (ergo, caída de las exportaciones y aumento del déficit comercial) se sumó una abrupta pérdida del apetito por los bonos argentinos y el riesgo-país escaló, pese al acuerdo del gobierno con el FMI, del que obtuvo un crédito de USD 50.000 millones, elevado en luego a USD 57.100 millones, con el que pretendió despejar cualquier duda sobre su capacidad de pago.
La suba fue gradual, hasta un pico-temporal de más de 1.000 puntos en junio de 2019, con una oscilación entre 750 y 950 puntos en los meses siguientes. El desbande se produjo el 12 de agosto, tras el triunfo de la fórmula Fernández-Fernández en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO): el riesgo-país saltó de 872 a 1.467 puntos (y aún más el valor del dólar) y llegó a un máximo de 2.455 puntos el 18 de noviembre, en plena “transición” presidencial.
El 10 de diciembre, cuando asumió Alberto Fernández, el riesgómetro marcaba 2.167 puntos. Lo demás es muy reciente: las idas y vueltas por la renegociación de la deuda, con amagos de default externo, llevaron el riesgo-país a un máximo de 4.362 puntos el 23 de marzo, en pleno tironeo con los comités de bonistas con los que el ministro Martín Guzmán había empezado a renegociar la deuda.
El mercado tomó a mal el ultracepo que el BCRA impuso el 15 de septiembre y las empresas ignoraron las medidas para estimular la liquidación de dólares
El acuerdo con los acreedores se anunció el 31 de agosto, y el 11 de septiembre, cuando empezaron a cotizar los bonos nuevos, el riesgo-país descendió de 2.120 a 1.101 puntos. Por esos días, el Gobierno debatía en público si restringir las ventas del dólar-ahorro y Guzmán convenció al Presidente y al BCRA de esperar que el canje siente sus efectos.
No fue así, y el mercado tomó a mal el ultracepo que el BCRA impuso el 15 de septiembre y las empresas ignoraron las medidas para estimular la liquidación de dólares que el propio Guzmán anunció el 1 de octubre. El 30 de ese mes, 4 días después de la carta de la vicepresidente Cristina Kirchner Fernández de Kirchner sobre los “funcionarios y funcionarias que no funcionan”, el riesgo país superó los 1.481 puntos. El dólar ya había rozado los $ 200 y la brecha cambiaria había llegado al 150 por ciento.
Barajar y dar de nuevo
Martín Guzmán, otra vez, adaptó su diagnóstico: el problema -dijo- era el “exceso de pesos”, y tomó medidas duras: eliminación del IFE (principal programa de ayuda a los sectores más pobres) y del ATP (principal programa de alivio a empresas y empleados en los sectores más afectados por la cuarentena), anunció límites a la financiación del BCRA al Tesoro, medidas ad-hoc para descomprimir el mercado cambiario y de bonos e impulsó las negociaciones con el FMI. El riesgo-país, sin embargo, siguió en torno de los 1.400 puntos; al miércoles 23 de diciembre estaba en 1.356 puntos.
Martín Guzmán readaptó su diagnóstico y tomó medidas duras, pero el riesgo-país siguió en torno de los 1.400 puntos
Por cierto, la pandemia y la cuarentena, una caída del PBI cercana al 12%, una tasa de desempleo de dos dígitos y de pobreza próxima al 50% (que abarca a casi dos tercios de los niños y jóvenes del país) son razones poderosas para este predicamento, pero un riesgo-país de casi 1.400 puntos parece un magro resultado para ocho meses de negociación y tantas expectativas. La pandemia, al fin y al cabo, afectó a todos los países del mundo y el riesgo argentino no recorrió el mismo sendero del resto de los países emergentes, de los que -con canje y todo- se distanció cada vez más.
La historia de este año, dijo Gustavo Reyes, investigador del Ieral de Fundación Mediterránea, es que “Al inicio de la pandemia hubo una fuga hacia los activos considerados “seguros” como el dólar y el oro y un abrupto retiro de fondos de los mercados emergentes, que aumentó el riesgo-país de todos ellos. De resultas, el riesgo-emergente en promedio aumentó de cerca de 300 hasta casi 600 puntos”.
Cuando las economías del norte empezaron a desconfinarse, en cambio, y gracias a una hiperinyección de liquidez por parte de los Bancos Centrales, empezaron a crecer los mercados bursátiles, el dólar y el oro se debilitaron y los capitales volvieron a activos más rentables. incluidos los bonos emergentes.
Otras brechas con el resto de los emergentes
Esa historia se refleja en los gráficos adjuntos, en los que se aprecia no sólo la enorme brecha entre el “riesgo-argentino” y el promedio del mundo emergente, sino también cómo los países de América Latina, salvo México, gozan hoy de niveles de riesgo-país inferiores al promedio de los emergentes de otras áreas del mundo, y también cómo el riesgo-argentino, como múltiplo del riesgo de sus vecinos latinoamericanos, cayó tras la restructuración, pero volvió a subir en los últimos dos meses.
Así, el riesgo-argentino es hoy casi diez veces más alto que los de Chile y Perú (el país de la región de más alta tasa de contagios y muertes por covid-19), seis veces y media más que el de Colombia, cinco veces y media más alto que el de Brasil y más del triple del riesgo-mexicano, uno de los países que peor manejó la pandemia. Como puede verse, en relación al de sus vecinos, el riesgo argentino está más o menos como estaba a fin de 2019, pero después de haber restructurado USD 66.000 millones.
El mundo es para todos el mismo, pero los mercados diferencian
“La Argentina salió del default pero no pudo disfrutarlo, por problemas políticos y falta de definiciones; básicamente, no mostró lo que iba a hacer”, resumió Reyes. “Lo bueno de salir del default es que el sector privado vuelta a tomar deuda, pero si hoy hay que evaluar una inversión por la tasa de riesgo, es demasiado cara. Al reciente contexto de retorno de fondos a los mercados emergentes, debilitamiento del dólar y suba de las materias primas lo disfrutamos sólo desde el punto de vista comercial, aunque con una brecha cambiaria tan alta tarda en reflejarse en el balance de divisas. El mundo es para todos el mismo, pero los mercados diferencian”, concluyó.
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