Pocos minutos antes de recibir a la delegación del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la tarde del viernes, el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, posaron en el despacho del primero para disimular rumores de internas. Luego, Guzmán tuiteó la foto con un mensaje conciliador.
Si bien esa clase de gestos más que desmentir suele confirmar que existieron diferencias (de lo contrario, no haría falta una foto), ambos funcionarios tuvieron buenas razones para hacerlo. La principal es que recibieron la orden política de limar asperezas. El ministro, a quien se le entregó la llave de la gestión económica, está obligado a cerrar filas con el banquero central, un hombre de cercanía personal y política con el presidente Alberto Fernández. Y viceversa. Nadie puede darse el lujo de confrontar.
Al mismo tiempo, hay quienes ven esa orden presidencial como un mensaje hacia adentro, hacia las propias filas del oficialismo. La situación económica no da espacio para exagerar con las críticas del “fuego amigo” o para hacer tambalear funcionarios.
Por otro lado, también es imprescindible exhibir un equipo consolidado hacia afuera, es decir, hacia la misión del FMI, si se aspira a ofrecerle al organismo un programa consistente. La urgencia no debe hacer olvidar un dato insoslayable: en el experimentado equipo de Pesce (fue el vicepresidente del BCRA que más tiempo ocupó ese cargo en la historia) recuerdan que un ministro de Economía y un banquero central, siempre tienen que tener una cierta tensión entre sí, dado que los requerimientos de sus funciones a menudo son contrapuestos.
Hay tres elementos comunes: la oposición a una devaluación brusca, la decisión de no dar un aumento de tasas desmesurado y que el ahorrista en pesos no pierda frente a la inflación
El leve pero indiscutible giro de Guzmán de las últimas semanas acumuló una serie de decisiones que no en todos los casos conformaron al resto del gobierno. El descongelamiento de las tarifas, la autorización de aumentos (prepagas, combustibles y otros), la emisión de deuda en dólares para darles salida a los grandes fondos de inversión, el cambio de la fórmula jubilatoria o el freno al IFE 4, marcaron un sesgo que puso a Guzmán en un lugar diferente.
Pero el punto más áspero de la relación Guzmán-Pesce fue el atravesado por la crisis cambiaria. Tras una serie de medidas poco efectivas del BCRA para la administración de las siempre escasas divisas, el ministro desandó ese camino, corrigió esas decisiones y hasta lo expuso en un comunicado, diciendo que las medidas de Pesce habían “ocasionado una volatilidad dañina” en el mercado.
En el Banco Central, algunos apuntan a la Comisión Nacional de Valores (CNV) por no haber implementado correctamente el plan para contener al contado con liquidación. “Tomamos medidas y la CNV no las puso en práctica, por eso después Guzmán pudo conseguir lo que nosotros no pudimos”, explicó una voz autorizada en la autoridad monetaria, donde ven como algo “legítimo” que el ministro quiera tener “todo el control” de la gestión económica y que el Presidente haya decidido otorgárselo.
La fuerte baja en las cotizaciones de los dólares financieros se produjo por la masiva venta de bonos en moneda extranjera, algo que también tuvo detrás a Economía y no al Central. Gran parte de esos títulos que fueron vendidos para hacer bajar el “contado con liquidación” fueron lanzados al mercado por el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la Anses, dirigido por Lisandro Cleri, un hombre de confianza de Guzmán. Si bien muchos critican que esa solución implica volver al endeudamiento a tasas altas, lo cierto es que por ahora consiguió aliviar una dinámica cambiaria cercana al pánico, que empezaba a tener impactos políticos.
El ministro está obligado a cerrar filas con el banquero central, nadie puede darse el lujo de confrontar
En la reagrupación para respaldar el giro económico del Gobierno, hay tres elementos comunes en el discurso de ambos funcionarios: la oposición a una devaluación brusca, la decisión de no dar un aumento de tasas desmesurado, a lo Cambiemos, como herramienta anti-inflacionaria y el objetivo de que el ahorrista en pesos no pierda frente a la inflación para iniciar el largo camino de desdolarizar la economía.
“Hay dos cuestiones de la Argentina que los funcionarios del FMI no entienden, así como no las entienden los extranjeros en general. Una es la dolarización: no entienden que tengamos ese apetito por ahorrar en dólares; y que dos políticas antagónicas entre sí, como el cepo y la apertura total del macrismo, hayan terminado mal”, explicó un funcionario cercano a las conversaciones con el Fondo.
“Tampoco entienden que el Banco Central coloque instrumentos como las Leliq. En casi todo el mundo, los bancos centrales no emiten letras. El Fondo siempre preferiría que sea el Tesoro el único que emite deuda y que el Banco Central compre esos bonos. Pero eso en la Argentina eso no pasa”, agregó.
Tras la primera semana de la misión, el funcionario descree de vuelvan los consabidos reclamos por las “reformas estructurales”. Explica que puede haber pedidos de una reforma impositiva para mejorar la recaudación, algo que el Gobierno también tiene en agenda, aunque el propio Fondo sabe que no es viable en un año electoral. Y dan por descontado que pedirán una reducción de los subsidios a los servicios públicos.
Tampoco se espera que el FMI cuestione el control de cambios, un clásico de otros tiempos. “Más trabas a los importadores no vamos a poner, nos podría llevar al colapso”, temen en el Central, donde saben que el elemento distintivo del acuerdo será la convalidación parlamentaria, algo que también fortalece políticamente a Guzmán. Si el Congreso aprueba el acuerdo, el margen para tomar decisiones del ministro será aún mayor.
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