Biden y la economía: un demócrata pre-clintoniano, pero con menos cartuchos de los que tuvo Obama para salir de la crisis

Llega a la presidencia con 36 años de senador y 8 de vicepresidente. Sus planes apuntan a aumentar el gasto y los impuestos a las empresas y los más ricos. Pero tendrá un senado hostil y menos margen monetario y fiscal

Un Biden más joven, como leal vicepresidente de Barack Obama

Con 77 años de edad, 36 de legislador y 8 de vicepresidente sobre sus espaldas, Joseph Biden conoce al dedillo la maquinaria política y burocrática de Washington. Tal uno de sus fuertes como presidente, así como en la campaña fue una invitación permanente para que Donald Trump lo (des)calificara, y no sin razón, como un típico político del “establishment”.

Un dato no ambiguo a su favor es que Biden estuvo en la cocina gubernamental de la salida de la crisis financiera que –iniciada con la crisis de las hipotecas y profundizada con la quiebra de Lehman Brothers- consumió el tramo final del segundo mandato de George W. Bush y facilitó el triunfo de Barack Obama en las elecciones presidenciales de 2008.

Como se recordará, la profundidad de esa crisis fue la que en diciembre de ese año llevó a Bush, ya pato-rengo, a convocar por primera vez en Washington a una Cumbre de Presidentes del G20, un foro nacido durante las crisis de fines de los noventa que hasta entonces se había limitado a reuniones de ministros de Finanzas y banqueros centrales. La otra novedad de aquella primera Cumbre fue la participación de Obama como presidente electo de EEUU.

Ese, precisamente, sería uno de los cambios más visibles de la futura presidencia de Biden respecto de la era Trump: una política exterior más negociada y multilateral y cuyo mayor desafío será el trato con China, cuyo peso relativo se agigantó en la crisis, al punto que será la única economía grande cuyo PBI 2020 superará al de 2019.

Kamala Harris tendrá la última palabra en el Senado EFE/Etienne Laurent

En política económica, Biden representa a la vieja guardia demócrata, la era pre-clintoniana, que sintió cierta incomodidad cuando en el discurso inaugural de su segunda presidencia Bill Clinton declaró que “la era del gobierno grande quedó atrás”. Las crónicas y análisis de los medios de EEUU o especializados en economía lo pintan como partidario del gasto en programas sociales (en especial, de cobertura médica), de infraestructura (los puentes de EEUU, precisó un artículo del Financial Times, tienen una antigüedad promedio de 43 años) y ambientales (por caso, acelerando la adopción de vehículos eléctricos), a financiar con aumento de impuestos a los ricos y las corporaciones.

Su plataforma de campaña (“Build Back Better”, traducible como “reconstruir mejor”) propone USD 2 billones para combatir el cambio climático y sus planes, calculó Moody’s Analytics, implican un gasto adicional de USD 7,3 billones a lo largo de la actual década. La principal fuente de financiamiento sería un aumento de la tasa máxima de impuesto a las ganancias corporativas (de 21 a 28%) y de los impuestos sobre los ingresos, las ganancias de capital y la nómina salarial de las personas más ricas.

Atajala, Kamala

Para llevar adelante ese programa necesitará la aprobación del Senado, que no estará bajo control demócrata. A lo sumo, será un 50-50, con desempate de la vicepresidente, Kamala Harris. O ni eso: varios senadores demócratas provienen de estados conservadores y podrían coincidir con republicanos que ahora, tras años de menefreguismo fiscal con Trump (primero por la reducción de impuestos y, en 2020, por los paquetes de estímulo contra la crisis pandémica) probablemente se vuelvan halcones del presupuesto.

La disminución del número de pedidos de seguro de desempleo fue acompañada en los últimos cinco meses por la creación neta de nuevos empleos. Pero ahora EEUU enfrenta la "segunda ola" de coronavirus

Biden ahorraría tiempo y esfuerzos si el Congreso aprueba antes del cambio de gobierno un paquete de estímulo de cerca de USD 2 billones que se supone sería el último contra la pandemia. Pero en el actual ambiente político, con Trump recurriendo a la Justicia y diciendo a viva voz que le robaron la elección, eso es más que dudoso.

La importancia de ese paquete depende crucialmente de la intensidad de la “segunda ola” de coronavirus en EEUU. En los últimos meses, la economía norteamericana se venía recuperando, como se advierte en la disminución de los pedidos de seguro de desempleo (ver gráfico), en la recreación neta de puestos de trabajo (después de una abrumadora pérdida inicial) y de una tasa de crecimiento que, anualizada, llegó al 33% en el tercer trimestre.

La evolución del valor del dólar a lo largo de este año. Una variable crucial para la política económica internacional de EEUU

En suma, Biden buscará repetir el éxito de Obama en la salida de la crisis de las hipotecas, pero tendrá menos cartuchos. A diferencia de entonces, la Reserva Federal (Banco Central de EEUU) ya redujo las tasas de interés a cero, lo que sumado a una profundización del déficit fiscal podría debilitar la posición internacional del dólar. La experiencia de este año es instructiva: la divisa norteamericana subió 3% en los primeros diez días de la pandemia, pero cayó luego y, ponderada por los flujos de comercio, estaba a mediados de octubre 8% por debajo del máximo de marzo, en la reacción inicial a la pandemia, cuando era considerada un “refugio” ante la incertidumbre global.

Expertos consultados por Infobae dijeron que un triunfo de Biden podría llevar a una baja global del dólar y por lo tanto a un aumento del flujo de capitales hacia los mercados emergentes y del precio de las materias primas, aunque no consideraron que cambiara demasiado la situación financiera argentina, a menos que fuera a través de un fuerte apoyo al país con recursos del FMI y del Banco Mundial.

Pero a esta altura del partido es ilusorio llevar esos análisis demasiado lejos.

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