“Correte, China, que vuelve Brasil”. La frase sería exagerada si se tratara de temas de economía o política globales, pero sirve para describir la dinámica del comercio exterior argentino. En agosto, después de tres meses consecutivos en que había sido desplazado por el gigante asiático del status de principal socio comercial de la Argentina, el principal socio en el Mercosur recuperó la primacía en el intercambio de bienes.
Entre mayo y julio, el comercio argentino con China había sido USD 1.408 millones y 49% superior al intercambio con Brasil; parecía que la potencia asiática terminaría 2020 por encima del gigante del Mercosur. Pero la tendencia no sólo se revirtió en agosto, sino que en el acumulado sigue favoreciendo a Brasil; y todo indica que la diferencia aumentará en los próximos meses del año.
No es sólo una cuestión de geografía; sucede también que, desde junio, Brasil volvió a crecer, con sectores que registran un rebote en “V”, y será la economía latinoamericana que -en el marco de la crisis por la pandemia de coronavirus- menor caída registrará en 2020: aproximadamente 5%, menos de la mitad de lo que caerá el PBI argentino y también de lo que el FMI proyectaba para en junio último.
El efecto sobre la economía local
“El impacto de la recuperación brasileña debería empezar a mover la producción de alimentos y las industrias plástica y química, pero la tracción bilateral más fuerte es siempre la industria automotriz, porque mueve toda la cadena”, dijo a Infobae Gustavo Perego, director de la consultora Abeceb, que sigue estrechamente la economía brasileña.
Además, en los próximos meses la revaluación del real, después de un fuerte proceso de depreciación que lo llevó a 5,80 por dólar, cerraría en 5,3 este año y –según Abeceb- podría estar, hacia fines de 2021, en 5 reales por dólar. Esto abarataría la producción argentina y le daría a la economía brasileña una mayor fuerza de tracción sobre el PBI de su vecino del sur.
La apreciación del real abarataría la producción argentina y le daría a la economía brasileña una mayor fuerza de tracción sobre el PBI de su vecino del sur (Abeceb)
Al respecto una reciente reunión “virtual” organizada por la cancillería y el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) instó a 10 cónsules argentinos en Brasil a “establecer mecanismos de cooperación para profundizar el vínculo comercial y fomentar la reactivación de la producción nacional con destino a Brasil”.
“Brasil es el destino natural para los productos argentinos y es clave coordinar las políticas públicas con el financiamiento para acompañar a las exportaciones de nuestras empresas”, dijo el titular del BICE, José Ignacio de Mendiguren. “Juntos con Brasil somos la sexta economía del mundo, el quinto territorio más poblado, los principales productores mundiales de soja, la segunda reserva mundial de shale gas y los octavos productores mundiales de vehículos”, agregó en el encuentro del que del lado brasileño participaron el titular de la la Cámara de Comercio Argentino-Brasileña de San Pablo, Federico Servideo, y el vice de la Cámara de Comercio, Industria y Servicios Argentino Brasileña, Gabriel Sbruzzi.
Para el futuro de las exportaciones también será decisiva la respuesta brasileña a la semilla de trigo transgénico HB4 (contra la sequía) desarrollada por la biotecnológica Bioceres y recientemente aprobada por la Argentina. De los 11,3 millones de toneladas de trigo que el país exportó en 2019, nada menos que 45% fueron a Brasil. “Estamos dando seguimiento. Esperaremos”, dijo al respecto, el presidente ejecutivo de la Asociación Brasileña de la Industria de Trigo, Rubens Barbosa, ex embajador de su país en Estados Unidos. A diferencia de la soja transgénica, que se destina básicamente a consumo animal, la resistencia a organismos genéticamente modificados es mayor en un producto como el trigo, cuyo destino principal es el consumo humano directo.
La fórmula Bolsonaro-Guedes
Brasil es la economía latinoamericana que más rápido se está recuperando, dice Gustavo Perego. En mayo era un tembladeral político: el desdén con el que Jair Bolsonaro había tomado el coronavirus (la llamó “gripecita”) y el rápido aumento de contagios y de muertes, más las renuncias de los ministros de Salud y Justicia parecían presagiar un impeachment. Pero en marzo el Congreso ya habia aprobado un proyecto crucial, que empezó a aplicarse en abril: el programa de renta ciudadana, que asignó 600 reales por mes a 66 millones de brasileños pobres, informales y desocupados y, junto con tasas de interés e inflación bajas, sostuvo el consumo y le puso piso a la caída de la economía. “Bolsa Familia”, el programa social más grande creado por el gobierno de Lula, es de 190 reales por mes a poco más de 20 millones de beneficiarios.
En septiembre, el gobierno redujo a la mitad (300 reales) el monto de la ayuda, a la vez que lo aseguró hasta fin de año, y hoy en Brasil se discute qué hará el gobierno en 2021, dado el alto costo fiscal del programa, que se financió con un fuerte aumento de la deuda pública interna. Lo cierto es que la jugada le salió bien a Bolsonaro: los gobernadores decidían la forma y duración de las cuarentenas (Brasil es un país federal), pero él apostó a preservar la economía evitando una cuarentena generalizada, tal vez pensando en las elecciones municipales que tendrán lugar en las próximas semanas y a las que llega bien parado, con una mezcla de mayor popularidad entre los sectores de menores ingresos y críticas de las clases medias por el manejo de la pandemia (el viernes 9 de octubre Brasil sobrepasó los 150.000 muertos por COVID-19, contra 23.225 de la Argentina; cifra que, ajustada a la población brasileña, equivaldría a 109.400 muertes).
En agosto, informó el jueves la Confederación Nacional del Comercio (CNC) las ventas minoristas crecieron por cuarto mes consecutivo y para el año la caída antes prevista en 5,7% fue revisada a un más moderado 4,2%. Y si se excluye la venta de autos y materiales de construcción (que se espera repunten en los próximos meses), las cifras de agosto rompieron el récord mensual previo de octubre 2014. Además, datos oficiales dieron cuenta de un fuerte aumento en la venta de productos no esenciales; por caso, textiles y vestimenta creció 30% respecto de julio.
En agosto las ventas minoristas crecieron por cuarto mes consecutivo y si se excluye la venta de autos y materiales de construcción (que se espera repunten en los próximos meses), las cifras rompieron el récord mensual previo de octubre 2014
Tasas de interés bajas, inflación cercana al 2,5% al año (la mitad de la meta del 4,6%) y un superávit comercial que este año cerraría en cerca de USD 55.000 millones dan cuenta de una política macroeconómica que se completó con la devaluación del real, ahora en proceso de revaluación.
“Brasil lleva 25 años de baja inflación”, recuerda Perego. Temer hizo el “trabajo sucio” de reducirla del 10% al 4% y Paulo Guedes, actual ministro de Economía, está invirtiendo la fórmula de altas tasas de interés y real fuerte por una de tasas bajas y real más débil, pero con cambios estructurales, como un plan para la expansión del gas, apertura del monopolio de Petrobras y reformas previsional y en el sector de infraestructura urbana, ahora abierto a la competencia privada, lo que está atrayendo gran cantidad de inversiones.
Dos vectores de crecimiento
Un sector clave, dice el economista de Abeceb, es el agroganadero, que creció más del 10% y, con un real más débil y sin retenciones, aportó una parte sustancial del superávit comercial y tiene ahora el impulso del área conocida como Matopiba (por las dos primeras letras de los cuatro estados que aportan a ella: Maranhao, Tocantins, Piauí y Bahía), unas 75 millones de hectáreas que expandieron la frontera agrícola (también las críticas de grupos ambientalistas) e impulsaron una fuerte inversión productiva y de infraestructura, favorecida por la política de tasas bajas, que da mucho aire al sector privado.
Otro vector de crecimiento futuro es el gas, con la confirmación del descubrimiento por parte de Petrobras de grandes reservas de Gas Natural en áreas offshore, frente al estado de Sergipe, lo que traerá aparejada una fuerte ola de inversiones, abaratará el costo de energía a la industria e incluso, vía la reducción del precio del GLP, permitiría el acceso al gas a 14 millones de familias que hoy usan leña. En términos del poder adquisitivo de esas familias, calculó Perego, equivaldría a un aumento del 51,2% en el monto mínimo del programa social Bolsa Familia.
Para aprovechar ese potencial, el gobierno brasileño impulsa una nueva “ley del gas” que elimine barreras regulatorias y técnicas, permita la entrada de nuevas empresas y combata los monopolios regionales.
El gobierno brasileño impulsa una nueva “ley del gas” que elimine barreras regulatorias y técnicas, permita la entrada de nuevas empresas y combata los monopolios regionales
El “modelo Bolsonaro-Guedes”, sin embargo, tiene varios desafíos por delante. Cuatro de cada diez brasileños está todavía en situación de “inseguridad alimentaria” y el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) estimó que a fines de agosto 13,7 millones estaban desempleados, habiéndose perdido 500 mil puestos de trabajo. Además, hay tirantez entre los protagonistas (algunos miembros del equipo de Guedes renunciaron y cada tanto resurgen rumores de alejamiento del propio ministro) y ha habido un fuerte aumento de la deuda pública.
Sin embargo, en las discusiones acerca de cómo financiar, por ejemplo, el programa de renta ciudadana, hay consenso entre el gobierno y el Congreso de respetar el tope de gasto de la Ley de Responsabilidad fiscal y Bolsonaro tiene el apoyo de los partidos de centro para seguir empujando su agenda de reformas. “Por eso el mercado internacional confía en Brasil y el riesgo país es inferior a los 400 puntos básicos”, dice Gustavo Perego.
El principal riesgo, observó un reciente informe del Estudio Broda, es que Bolsonaro intente eludir el “ancla fiscal”, como insinuó su decisión de financiar el programa de renta ciudadana a costa de una serie de pagos ordenados por la Corte Suprema. Si el mercado asumiera que esas tentaciones socavan la disciplina fiscal, subirían las expectativas de inflación y una mayor volatilidad llevaría al Banco Central a aumentar las tasas de interés, desbaratando un pilar de un modelo que por ahora parece funcionar muy bien.
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