La presentación del proyecto de Presupuesto 2021 viene cargada de expectativa. Será el primero desde que gobierna Alberto Fernández, porque este año se manejó con ampliaciones de partidas por decreto. Pero además el Gobierno procura explicar cómo piensa salir de la dura crisis que dejó la pandemia y dar una señal de moderación económica para alejar fantasmas sobre posibles estallidos del dólar o de la inflación.
La mayor expectativa pasa por los niveles de déficit fiscal y cómo serán financiados. El rojo de 4,5% en las cuentas públicas que dejó trascender el ministro de Economía no fue precisamente alentador. Se trata de un agujero demasiado grande, cuando se supone que la mayor parte de la inyección de recursos para enfrentar los efectos de la prolongada cuarentena ya no será necesaria. ¿Por qué, entonces, un resultado fiscal tan negativo? Será uno de los principales temas de debate legislativo.
La tarea de Martín Guzmán será convencer que ese déficit fiscal no tendrá que ser financiado con emisión monetaria, sino con colocación de deuda en pesos por parte del Tesoro. Esta estrategia la probó ya Mauricio Macri y el resultado fue negativo: la inflación igual subió y no se evitó una crisis cambiaria. Claro que el Gobierno cometió un doble pecado, al endeudarse en dólares para pagar gastos corrientes en pesos.
El proyecto de Presupuesto plantea además un “aterrizaje suave” de la inflación, a menos de 30%, y un recorrido parecido del tipo de cambio. No habría por lo tanto devaluaciones bruscas. La economía, según se proyecta, tendría una recuperación más bien modesta del 5,5% después de una caída del 12% este año. Es decir, se recuperaría menos de la mitad de lo que se perdió en 2020 a causa del coronavirus.
Como tantas otras veces, se proyectan variables que apuntan a recuperar un país “normal”, totalmente alejada la posibilidad de un descontrol cambiario y mucho menos con el peligro de un estallido inflacionario que tanto se pregona. El problema es que el contexto es bien diferente en la mirada de los inversores, que siguen observando con desconfianza casi todo lo que ocurre en la Argentina.
El Presupuesto 2021 busca transmitir una señal de moderación. Baja de la inflación, devaluación suave y un rojo fiscal que será financiado más con colocación de deuda que con emisión monetaria. Pero los inversores están lejos de creer esta panorama “edulcorado” que se presentará el miércoles en el Congreso
El debut de los nuevos bonos de la deuda en la última lo dejó claro. Hubo un desinterés total por la salida de los nuevos bonos argentinos al mercado y el rendimiento quedó en niveles promedio del 11,5% anual en dólares. Todavía lejos del 10% que se proyectó al negociarse con los acreedores, siendo un nivel aún demasiado alto. Las calificadoras de riesgo también dejaron en claro que la situación económica de la Argentina aún es endeble y que el país no está en condiciones de asegurar el repago de sus obligaciones, a pesar de la reestructuración que concluyó hace poco más de un mes.
Casi en paralelo con el Presupuesto, se empezará a discutir en Diputados el proyecto del impuesto a la riqueza. Se trata de una señal negativa y polémica. Se descuenta que lloverán amparos ante una situación obvia: se trata de un tributo que grava el patrimonio, que ya fue alcanzado por Bienes Personales. Es decir, se estaría pagando dos veces por el mismo concepto. Y además se aplicaría en forma retroactiva, una verdadera aberración desde el punto de vista tributario.
Aunque se lo venda como un impuesto que se aplicaría por “única vez”, está claro que se trata de una iniciativa que espanta a los capitales. Pero el mensaje que eligió Alberto Fernández es exactamente ese: para beneficiar a los pobres hay que ir contra la riqueza.
Esa lógica “Robin Hood” es idéntica a la aplicada para quitarle un punto de coparticipación a la Ciudad para entregárselo a la provincia. Seria, según se desprende del discurso oficial, un acto de justicia ante la “opulencia” de los porteños. Pero todos saben que nada de esto sacará a los pobres de su condición. En realidad es el crecimiento y la generación de empleo genuino lo que podría lograrlo. Pero nada de esto aparece en horizonte cercano.
El Banco Central tiene que lidiar con una “manta corta” para atenuar la presión cambiaria. Por eso no terminará de definir si restringe el acceso al dólar solidario para perder menos reservas, si desdobla el tipo de cambio (afectando a las empresas con deudas en dólares) o sale a intervenir con bono para bajar el contado con liquidación
Mientras tanto, las urgencias siguen a la orden del día. La evolución del dólar dólar es lo más urgente, ante la continua venta de reservas por parte del Banco Central. Hasta ahora no hubo acuerdo dentro del equipo económico a la hora de limitar el acceso a los USD 200 del dólar solidario ni para desdoblar formalmente el tipo de cambio. Tampoco el BCRA avanzó con la venta de bonos dolarizados para bajar el “contado con liquidación”, pero es probable que aparezca en breve junto a la Anses para tratar de reducir la brecha cambiaria.
El Banco Central debe lidiar con una manta cada vez más corta. Si restringe el dólar solidario se podría escapar el tipo de cambio informal, aumentando todavía más la brecha. Si desdobla, provocaría un duro impacto en las empresas. Y la venta de bonos haría subir el riesgo país, que en alguna medida opacaría el buen resultado del canje de deuda.
A todo esto se sumó en las últimas horas un nuevo traspié de la política exterior. La insistencia del Gobierno por imponer a Gustavo Beliz como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) generó un encontronazo con los Estados Unidos. Casi hasta último momento, la Argentina trató de postergar la elección del nuevo titular del organismo.
El Gobierno sumó un conflicto innecesario con Estados Unidos, al insistir con la designación de Gustavo Béliz al frente del BID hasta último momento. Finalmente Donald Trump pudo imponer a su candidato, dejando a la Argentina aislada en su postura. ¿Se verá resentido el futuro financiamiento al país por parte del organismo?
La jugada fue considerada sumamente torpe en el ámbito de la diplomacia. El Gobierno apostó así a una derrota de Donald Trump en las elecciones de noviembre próximo, con lo cual de esa forma Estados Unidos desistiría de la idea de imponer su candidato.
Pero nada funcionó de acuerdo a lo planeado y finalmente Trump se salió por la suya al lograr los votos para la designación de su candidato, Mauricio Claver-Carone. Es la primera vez que Estados Unidos impone a un hombre propio en el BID, rompiendo una histórica tradición de nombrar representantes latinoamericanos.
La jugada de Alberto provocó un roce innecesario con el gobierno norteamericano, obligando incluso a países “amigos” como México a volcarse por el candidato Claver-Carone. El incidente podría incluso afectar a la Argentina en su capacidad de conseguir créditos frescos del organismo cuando es más necesario que nunca, ante la imposibilidad de acceder a financiamiento en los mercados.
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