Pensar en verde: cuál es la raíz de la obsesión argentina por el dólar

Adelanto del libro "Economía de a pie" (Eudeba), del analista Damián Di Pace. Comienza a venderse esta semana en librerías y formato digital

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Una mujer cuenta billetes de
Una mujer cuenta billetes de 100 dólares en su casas de Buenos Aires (REUTERS/Marcos Brindicci)

Hace algunos años decidí pintar mi departamento. El primer día de trabajo, el pintor me preguntó si tenía papel de diario para no ensuciar el piso, así que le proporcioné algunos ejemplares de El Cronista que había guardado cuando aún no había descubierto los medios digitales. Estábamos en uno de esos innumerables años en los que la cotización del dólar ocupaba la portada de la mayoría de los periódicos. El pintor quedó asombrado por el color del papel (rosado, que lo caracteriza del resto de las ediciones impresas), asombro que contrastaba con el conocimiento que demostró tener sobre lo que estaba sucediendo con el tipo de cambio.

Un amigo me comentó una experiencia que tuvo: como tiene varios sobrinos trata de ser lo más igualitario posible en las atenciones que tiene con ellos. Varones, y con edades entre 10 y 13 años, hace tiempo desistió de la compra de regalos y prefirió darles directamente el dinero. Acostumbrados sus sobrinos al “tío equitativo”, fue muy grande la sorpresa cuando para uno de los cumpleaños, en vez de pesos, en el sobre había dólares. Automáticamente sus sobrinos sacaron el celular y empezaron a hacer la conversión para comparar con los pesos que habían recibido los otros dos oportunamente.

La tapa del nuevo libro:
La tapa del nuevo libro: Economía de a pie

Todos tenemos innumerables experiencias que reflejan la obsesión de los argentinos por el dólar (¡y si es billete mejor!). No nos sorprende que una persona con escasa capacidad de ahorro (como podría ser el pintor de nuestro ejemplo), esté igualmente al tanto de la cotización de la tan preciada moneda y se preocupe ante subas abruptas. O que niños o adolescentes prefieran dólares a pesos y que, aún en plena etapa de aprendizaje de las tablas de multiplicar, sepan convertir rápidamente cifras de una moneda a otra.

Sorprende que una persona con escasa capacidad de ahorro (como podría ser el pintor de nuestro ejemplo), esté igualmente al tanto de la cotización de la tan preciada moneda y se preocupe ante subas abruptas. O que niños o adolescentes prefieran dólares a pesos

Veamos algunas cifras que echan luz sobre el tema. De acuerdo con estimaciones de la Reserva Federal y de la Secretaría del Tesoro norteamericana, en 2006 Argentina era uno de los países por fuera de los Estados Unidos con mayor tenencia de dólares billete del mundo, con unos US$50 mil millones (aproximadamente 75% de las reservas internacionales del país de fines de 2018); sólo Rusia la superaba con USD 80 mil millones. Entre 2001 y 2013, aproximadamente el 60% de los envíos comerciales de divisas tuvieron como destino Argentina y Rusia. En términos de billetes per cápita, ocupaba el escalón más alto del podio, con USD 1.300 por persona, casi duplicando al segundo del ranking. Esto significa que ¡Argentina tiene al menos uno de cada 15 billetes dólares en circulación en el mundo!

¿Cuál es la raíz (verde) de esta obsesión?

“El día que tengamos todos los dólares del mundo, iremos a los Estados Unidos con la guita de ellos y van a tener que entregarnos el país”. Esta frase ícono de los monólogos del fallecido y genial comediante argentino Tato Bores pinta de cuerpo entero la obsesión de los argentinos por el dólar. Esta pasión, que marcó los últimos 50 años de nuestro país, no debe interpretarse como una patología o falta de sentimiento patriótico de nuestra sociedad: tiene una lógica.

Hagamos un ejercicio y pensemos en unos padres que, luego de mucho trabajo, en 1940 rompen el chanchito y pasan los ahorros a sus dos hijos para que tengan un dinero “en caso de necesidad”. Con la cifra dividida en partes iguales, uno de ellos, Manuel, decide conservar los pesos; en tanto Rafael, compra dólares. Ambos dejan el dinero debajo del colchón. En el diagrama 1 se ilustra cómo el paso del tiempo va erosionando los fondos de Manuel mientras que los de Rafael se conservan relativamente estables.

El día que tengamos todos los dólares del mundo, iremos a los Estados Unidos con la guita [el dinero] de ellos y van a tener que entregarnos el país (Tato Bores)

Para simplificar el cálculo, supongamos que cada uno recibe de la moneda en circulación (peso Moneda Nacional), 42.400, que equivalía en aquel momento a US$10 mil.

En enero de 1970 el Gobierno argentino decide cambiar la moneda: los pesos Moneda Nacional son reemplazados por los pesos Ley 18.881 ($ Ley) a razón de 100 a uno. El tipo de cambio para esa nueva moneda es aproximadamente de 4 por cada dólar. ¡Rafael se enterara de que sus USD 10 mil valen en ese momento $ Ley 40.000; mientras que Manuel sólo tiene $ Ley 424!

Trece años después, en junio de 1983, se reemplaza nuevamente la moneda, ahora por el Peso Argentino (ARS). La razón de conversión es de $ Ley 10.000 por cada ARS. El tipo de cambio para esta nueva moneda a fin de ese año es de ARS 23 por dólar. De esta manera, Rafael contabiliza ARS 232.700, y Manuel, centavos de ARS.

Con el nuevo cambio de moneda dos años después, en junio de 1985, el Peso Argentino es reemplazado por el Austral (₳). La razón de conversión es de ARS 1.000 por Austral. El tipo de cambio para el Austral es de 0,80 por dólar.

Se imaginan las cifras de los ahorros, ¿verdad? Rafael, con sus USD 10 mil dólares, tendría un equivalente a 8.000 australes, mientras que Manuel habría perdido todo (0,000042 australes).

Tras la hiperinflación y una nueva crisis económica en el país, en enero de 1992 el Gobierno nacional decide reemplazar los Australes por el Peso -moneda que rige en la actualidad-. La razón de conversión es de 10.000 Australes por $1. El tipo de cambio para la nueva denominación es de $0,99 por dólar.

Ahora sí Rafael, manteniendo sus USD 10 mil a fines de 2018, tiene un monto cercano a los $400.000 y ¡Manuel a esta altura lo único que tiene son deudas!

Está claro que Manuel habría cambiado sus ahorros en moneda nacional por dólares mucho antes de que estos desaparecieran. ¡Y de eso se trata! Una inflación promedio anual de 200% desde 1970, que incluyen dos períodos de hiperinflación -en 1975 y a fines de los años ochenta- dio como resultado una dolarización persistente de la economía. Un lector despierto podría estar pensando en este momento que mantener dólares no nos salva del aumento de los precios, lo que hacemos es importar la inflación de los Estados Unidos, ¡y es cierto! Sin embargo, el aumento de los precios en el país del norte fue sustancialmente menor durante todo el período (4% en promedio anual vs. 200% en nuestro país).

Toda la búsqueda de dólares apunta a preservar los ahorros frente a una inflación y las devaluaciones que acompañan a estos períodos. Una investigación realizada por el Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) revela que Argentina, junto con Venezuela, son los únicos países de la región que aún no han logrado disociar los movimientos del dólar con la inflación. No resulta extraño, entonces, que entre 2004 y 2018 las mayores búsquedas en Internet a través de Google de términos relacionados con la cotización del dólar se realizaron desde Argentina y Venezuela.

En conclusión, vivimos mordiéndonos la cola: aumento de la demanda de dólares para preservar los ahorros frente a la inflación, que se combina con la escasez de la divisa dada la incapacidad de la economía argentina para generar dólares. Entonces, sube el tipo de cambio que, un poco por estructura productiva y otro poco por experiencias del pasado, conlleva a una ola de incrementos de precios. Y el ciclo vuelve a empezar…

Expertos en conversiones

Los argentinos nos la pasamos haciendo conversiones para comparar los precios internos de un conjunto de bienes y servicios con los del resto del mundo. Aun cuando el tipo de cambio no nos permite fácilmente el redondeo, nos las ingeniamos para poder hacer cálculos simples.

Esta cita es obligada si estamos en el exterior, pero no es exclusiva. Lo más usual en nuestras conversiones son los gastos típicos de turismo: alojamiento, comida, bebida, excursiones, etc. Pero también comparamos los valores de la indumentaria, el calzado, los electrónicos, e incluso las propiedades.

A inicios de 2019 estuve en Brasil, con un peso devaluado un 70% frente al real en tan sólo un año. Suerte la mía que tenía un redondeo fácil: diez pesos ($) por real (R$). Fue imposible dejar de hacer conversiones: una lata de cerveza en la playa a R$7 reales era equivalente a $70; el alquiler de sombrilla y reposeras máximo R$50, o sea $500; un plato de pescados o mariscos con guarnición R$35 ($350), etc.

Los argentinos nos la pasamos haciendo conversiones para comparar los precios internos de un conjunto de bienes y servicios con los del resto del mundo. Aun cuando el tipo de cambio no nos permite fácilmente el redondeo, nos las ingeniamos para poder hacer cálculos simples.

Para sorpresa mía, no encontré grandes diferencias en los valores con los destinos turísticos de Argentina. De hecho, en varios casos en Brasil resultaron inferiores. Por ejemplo, un alquiler de sombrilla con reposeras en destinos como Pinamar o Mar del Plata variaba entre $1.000 y $1.500 diarios (¡el doble o tres veces más que en Brasil!).

Pero es aquí donde está lo interesante. Pareciera que los que operan en el sector turístico local hacen las mismas conversiones al inicio de la temporada, fijando los precios de los alquileres, hoteles, sombrillas y reposeras, comida y bebida, etc., en valores similares a los de sus competidores directos (Brasil), apuntando a que la elección de vacacionar en Argentina esté determinada principalmente por el costo diferencial del traslado.

Las conversiones también alcanzan a otro tipo de bienes y servicios menos transables. Por ejemplo, la indumentaria y el calzado son siempre objeto de comparación de los argentinos (¡sobre todo de las argentinas!) a tal punto que en los años recientes hemos llegado a crear tours destinados a ir de shopping a Santiago de Chile. Celulares, notebooks, vajilla, bolsos, servicios de peluquería, etc. son convertidos, comparados, y en muchos casos, adquiridos en el exterior.

Una amiga, a instancias de preparación de su fiesta de bodas, se fue a Miami con sus hermanas y el grupo de amigas más íntimas (yo no estaba entre ellas). Pasaron una semana como “fiesta de despedida de soltera” y compraron todos los vestidos allá. El plan inicial no era ese: habían planificado sólo ir a comprar los vestidos quedándose hospedadas una noche, ¿y saben qué?, luego de hacer las conversiones necesarias, los vestidos resultaban ser más baratos aun incluyendo en el valor el pasaje y la noche de hospedaje. Sin palabras…

Del dólar billete al dólar ladrillo

En la sección previa hablamos de que los argentinos comparamos todo el tiempo los precios locales con los externos y, en muchos casos, terminamos comprando en el exterior. Es decir, demandamos dólares para gastar. Pero también requerimos esta tan preciada moneda para preservar el valor de nuestros ahorros. Es decir, también demandamos dólares para ahorrar. En general compramos dólares billetes y los guardamos debajo del colchón, enterrados junto a las plantas de tomate, en la mochila del inodoro envasados herméticamente, etc., y en menor medida, después de la traumática experiencia del “corralito” y “corralón”, en depósitos bancarios.

Pero los billetes no son la única forma de ahorro en la moneda “dura”. Hagamos algo de revisionismo histórico para entender cómo cambió la composición de los ahorros de las familias en Argentina. En un trabajo excepcional realizado por el Dr. Eduardo Corso, se muestra que a inicios de la década del 40:

I) Todos los ahorros estaban en moneda local.

II) Alrededor del 33% eran instrumentos de largo plazo (con vencimientos superiores a los 37 años) y a tasa fija.

III) 51% del total de los ahorros estaban invertidos en depósitos bancarios.

¿Se imaginan hacer hoy un plazo fijo a 37 años en pesos a tasa fija? Bueno, esto era, por así decirlo, lo que mayormente hacían las familias hasta la década del cuarenta el siglo pasado. El autor rescata que por esos años los inmuebles eran solo demandados para la prestación del servicio de vivienda.

Pero la forma de ahorro cambió significativamente a partir de la segunda mitad del siglo: nos dolarizamos y comenzamos a utilizar los inmuebles residenciales como mecanismo para preservar nuestra riqueza. El problema no fue sólo la inflación, sino también el hecho de que no existiera una alternativa de ahorro que nos cubriera ante el aumento de los precios.

Por ejemplo, el Dr. Corso concluye que, de haber mantenido un plazo fijo en moneda local entre 1977 y 2012, se habría perdido poder de compra a razón de 6,82% en promedio anual. En cambio, de haber ahorrado en dólares la ganancia habría sido del orden de 9,52% anual. Es decir, el ahorro bajo la forma de dólares debajo del colchón tiene un pequeño costo año a año, pero es un seguro frente a eventos disruptivos (siempre acompañados de una gran devaluación e inflación). Si no, veamos como ejemplo 2018: ¡en solo un año la rentabilidad de los dólares en términos de capacidad de compra fue cercana al 50%: 100% de devaluación descontado el 50% de aumento de los precios al consumidor!

Con la consolidación de los procesos inflacionarios las familias desarrollaron estrategias para proteger el poder de compra de sus ahorros. Es así que durante los años 50 y 60 la demanda de activos físicos (particularmente inmuebles) se constituyó como una primera alternativa a los activos financieros. Así, se observa un marcado incremento de la construcción de viviendas residenciales desde 1955 hasta mediados de la década del 70.

El siguiente boom, con menor intensidad, se dio durante los 90 (la economía estaba, en los hechos, prácticamente dolarizada) y una nueva expansión entre 2003-2007 principalmente impulsada por la demanda inmobiliaria del sector agro-exportador.

El menor dinamismo de la demanda residencial en las décadas recientes respecto de lo evidenciado a inicios de la segunda mitad del siglo pasado responde, en parte, a que los períodos disruptivos son menos severos. Pero también a condiciones favorables para la compra en el exterior:

I) Períodos de fuerte apreciación cambiaria (por ejemplo, los 90).

II) La difusión del uso de Internet y el desarrollo de las comunicaciones que facilitaron el acceso a todos los bienes y servicios generados en cualquier parte del mundo.

III) La agilización de los trámites de adquisición y de financiamiento en el marco de una expansión global del mercado inmobiliario que desembocaría en la crisis mundial de 2008. Influyó también el encarecimiento en dólares del metro cuadrado en los grandes centros urbanos de la Argentina en relación con otros mercados, como el de Estados Unidos y el de Brasil.

Es así que los argentinos han estado entre los extranjeros que compran más inmuebles en Miami, ocupando la primera posición en el ranking desde 2011.

El sector agro-exportador fue determinante desde el abandono de la Convertibilidad en la creciente demanda de bienes inmuebles en los grandes centros urbanos y, con ello, en el aumento del precio de las propiedades. Sus ingresos y gran proporción de sus costos de producción dolarizados motivaron un comportamiento muy activo del sector en la cobertura cambiaria. Además de su participación en el mercado inmobiliario interno y externo, la preservación de su producción en silo bolsas resultó ser un buen mecanismo de reserva de valor. Se estima un valor de venta en silo bolsas cercano a los USD 30 mil millones (equivalente a casi el 50% de las reservas internacionales del país de fines de 2018).

Existen otras formas de dolarización, posiblemente más difundidas y de mayor acceso, como son la compra anticipada de paquetes turísticos o pasajes aéreos.

Sueños de fuga

Considerada como una de las mejores películas de todos los tiempos, “The Shawshank Redemption”, fue conocida en Latinoamérica como “Sueño de Fuga”. ¿Qué tiene en común esta película con nuestra obsesión por los dólares? El título.

En esta sección les presentaré datos que reflejan que son muy pocos los argentinos que forman parte de esta “fuga de capitales”, el resto solo sueña con ella.

Si bien es muy difícil medir cuántos dólares guardan los argentinos por fuera del sistema (esto es, debajo del colchón, en cajas de seguridad, sin declarar en el exterior, etc.), existen algunas estimaciones que señalan que tenemos aproximadamente USD 500 mil millones. ¡Esto equivale a un Producto Bruto Interno (PIB); es decir, a toda la riqueza que genera el país en un año!

Veamos primero cuántos son los que acceden al mercado de cambio a comprar dólar billete. Según las estadísticas oficiales, entre 2016-2018 las personas físicas adquirieron por USD 46,1 mil millones. ¿Será que cada argentino compró aproximadamente mil dólares durante este período? ¡Nada más lejos de la realidad!

Si bien es muy difícil medir cuántos dólares guardan los argentinos por fuera del sistema (esto es, debajo del colchón, en cajas de seguridad, sin declarar en el exterior, etc.), existen algunas estimaciones que señalan que tenemos aproximadamente USD 500 mil millones.

Por ejemplo, en 2018 sólo 1 millón de argentinos por mes compraron dólares, muchos de los cuales lo hicieron más de una vez a lo largo del año. Se calculó cuántas personas compraron sólo una vez al año (por el cobro de aguinaldo, por fuerte incremento de la incertidumbre y percepción del riesgo) y cuántas lo hicieron con cierta habitualidad; y me atrevería a decir que, de los 45 millones de argentinos, sólo 2,5 millones compraron dólares billetes en 2018 (poco más del 5% del total de la población). Un dato también muy interesante: cerca del 60% de las compras de ese año fueron de hasta USD 10 mil. Es decir, este tipo de fuga se asocia a la clase media.

Este resultado no debiera sorprendernos si consideramos que los ingresos de casi el 30% de la población ni siquiera alcanzan para cubrir la canasta básica y que los estratos socioeconómicos de mayores ingresos, si bien también contribuyen a la fuga de capitales, lo hacen a través de mecanismos más sofisticados.

Una parte no identificable de las compras de dólar billete entra en el concepto de “fuga de capital”; es decir, ahorro en moneda “dura”. Ésta queda debajo del colchón, en cajas de seguridad o depositada en los bancos. Durante 2018, entre cajas de ahorro y plazos fijos en moneda extranjera se contabilizaron 8 millones en promedio mensual. La cantidad de depósitos de este tipo en relación con el total de argentinos reafirma la idea de que son unos pocos los que dolarizan sus ahorros.

Una parte no identificable de las compras de dólar billete entra en el concepto de “fuga de capital”; es decir, ahorro en moneda “dura”. Ésta queda debajo del colchón, en cajas de seguridad o depositada en los bancos

Otra parte de la compra de dólares, tampoco identificable, es la destinada a gastos; entre estos, se incluyen los pagos que hacemos en efectivo por turismo (la cervecita en la playa de Brasil). Pero cuando viajamos al exterior por placer también adquirimos pasajes, paquetes turísticos y hacemos otros gastos vía tarjetas de crédito, de los que sí se tiene registro. Analicemos entonces algunas de estas cifras.

Entre 2016 y 2018 Argentina registró un turismo emisivo medido en aeropuertos (argentinos que viajan al exterior por turismo y usan los aeropuertos como puerta de salida) de 4,5 millones de personas en promedio anual (10% de la población), destinando un total de USD 27,3 mil millones. En estos años, cada argentino que paseó por el resto del mundo gastó en promedio unos US$2 mil. Nuevamente aquí tenemos una demanda de divisas importante originada por una mínima proporción de la población.

Finalmente, tenemos las compras de propiedades en el exterior. Miremos, por ejemplo, el caso de Miami. La Asociación de Agentes de Bienes Raíces de Miami publicó que los extranjeros realizaron compras inmobiliarias por un total de USD 7,2 mil millones entre mediados de 2016 y mediados de 2017. Argentina tuvo una participación del 15%, ocupando el primer puesto en importancia, con un monto de USD 1,08 mil millones. El valor promedio de las propiedades adquiridas fue de USD 339.300; es decir, aproximadamente 3 mil argentinos compraron propiedades en Miami en el último año.

Mientras unos se fugan, la mayoría queda preso

Las estadísticas señalan que son pocos los argentinos que pueden dolarizar sus ahorros, eficientizar el uso de los ingresos comprando bienes y servicios en el exterior cuando resulte más conveniente, adquirir propiedades para vivienda o como reserva de valor, entre otros. ¿Qué sucede entonces con, digamos, el 90% restante de los argentinos que no pueden dolarizarse? ¡Sufren la fuga!

Históricamente, en Argentina las devaluaciones han estado asociadas a aumentos pronunciados de la inflación y a caídas del poder de compra, y esta experiencia traumática está muy vigente. Lo que ocurre es sabido: uno sube sus precios previendo que los demás van a subir los propios, porque así ha sido en el pasado. El resultado es evidente: ¡el aumento de precios se termina por convalidar! El problema entonces es de expectativas y de coordinación.

Analicemos los ejemplos recientes. Entre 2013 y 2014 el tipo de cambio se devaluó 73,9%; mientras que los precios minoristas se elevaron 74,8%. De igual manera, entre fines de 2015 y de 2016, el dólar se encareció 85,3% y la inflación fue de 76,9%. Del episodio devaluatorio de 2018 (+100%) a un año, se acumuló un alza en los precios cercana al 50%. A fines de mayo de 2018, una semana después de la fuerte devaluación, fui a un bazar a comprar un regalo. Me acerqué a uno de los empleados de la planta baja para asesorarme y resultó que estaba remarcando la mercadería. Me aconsejó buscar en el primer piso, ya que ahí tenían todavía los productos a precios viejos. Me explicó que estaban ajustando los valores porque sus proveedores ya les habían informado de una nueva lista de precios. Esto nos da una dimensión de la velocidad de reacción al aumento del dólar. Y se trata de productos de bazar, ¿imaginan qué pasa con los productos de la canasta básica como alimentos, limpieza y cuidado personal?

Los precios de los productos panificados (pan, galletitas, fideos), lácteos, carnes, entre otros, que integran la canasta básica de alimentos, están fuertemente ligados a la cotización del dólar ya que son bienes de exportación. Esto, sumado a que son de primera necesidad, explica que suban prácticamente a la par del dólar. Si bien el alza de estos precios impacta sobre el conjunto de la sociedad, en términos relativos, afecta más a los estratos de menores ingresos que destinan prácticamente la totalidad de sus recursos al consumo de bienes de primera necesidad.

También ciertos sectores de clase media y clase media baja ven diluir su sueño de la casa propia. Se sabe que ante una abrupta devaluación inicialmente las propiedades suelen ofrecerse a un valor dólar inferior. Sin embargo, en términos de poder adquisitivo del salario argentino, se encarecen fuertemente. Veamos datos del informe del Relevamiento Inmobiliario de América Latina (RIAL) en septiembre 2018. Según el documento, entre marzo y septiembre de ese año, el valor del metro cuadrado se mantuvo en dólares, lo que significó un encarecimiento de aproximadamente 60% en el poder de compra de los argentinos.

En conclusión, décadas de recurrentes inflaciones y devaluaciones que aun padecemos, hacen que los argentinos “pensemos en dólares” permanentemente. La dolarización es el mecanismo más difundido que utilizamos para preservar el valor de nuestra riqueza. Gran parte de esta dolarización se saca del sistema al guardarlo debajo del colchón, contribuyendo a la “fuga de capitales”. Pocos son los que participan de esta fuga, aunque décadas y décadas de este comportamiento llevó a que el país tenga fuera de su sistema una riqueza equivalente al valor anual de bienes y servicios que genera.

Así, mayor demanda por dolarización presiona sobre la cotización del tipo de cambio y sabemos que cualquier devaluación es precedida por un incremento generalizado de precios, licuando los ingresos de todos los argentinos, por supuesto afectando más a los estratos de bajos recursos.

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