El sector alimenticio, uno de los lógicamente considerados “esenciales” y que nunca cortó sus actividades por la pandemia de coronavirus, atraviesa un momento difícil y lleva más de un año con indicadores negativos, indicaron desde varias empresas del sector.
La situación es crítica en el sector lechero, atravesado por conflictos sindicales y una ecuación de costos y precios que derivó en que en mayo pasado, por ejemplo, la venta de yogures, postres y quesos cayera 23,1% respecto de abril. Lo peor es que se trata de una larga tendencia; según el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA), por ejemplo, la caída en el consumo de yogures cayó 35% en la última década.
De hecho, en un reciente comunicado el Centro de la Industria Lechera (CIL) afirmó que el sector está “frente a una de las crisis más severas de su historia”. Debido a la imposibilidad de trasladar la suba de costos a los precios, “muchas empresas están al borde del colapso, por el quebranto de sus balances”.
Este fenómeno se produce a pesar de que, por las propias características del sector y el cuidado de su activo, las vacas lecheras, la producción del primer semestre fue 9,3% superior a la de igual período de 2019 y -según proyecta el último informe lácteo de CREA- cerrará 2020 con un aumento de entre 7 y 8% respecto del año anterior, aunque todavía por debajo de los niveles de 2015, año record de la producción lechera argentina. Un flamante informe de la Cámara de Productores de la Leche de la Cuenca Oeste (Caprolecoba) marca el aumento de la producción en el primer semestre respecto de los precedentes.
El problema es que, como también dice el informe, basado en datos del Observatorio de la Cadena Láctea, los precios al productor a valores constantes son cada vez más bajos y comprometen el futuro del sector. “Es muy probable que el precio de julio repita el de junio y la baja en moneda constante continúe. Con lo cual los números de los tambos van a ir cayendo a desalentadores valores negativos. Bajo apremio, el gobierno prolonga los Derechos de Exportación (retenciones) y el congelamiento de los precios internos. Y por la misma razón las industrias plantean no poder pagar más, en la medida que no puedan actualizar sus propios precios. De esta manera, aunque se habla sobre cómo manejar la salida de la pandemia, de hecho se condiciona el nivel de producción del 2021”, dice Caprolecoba.
Para ponerle números a esta situación, las empresas del sector señalan, por ejemplo, que en el caso de yogures y quesos los costos han aumentado desde 2019 un 110% (costos dolarizados, por caso en packaging, plásticos y cartón, que toman como referencia el dólar que pueden conseguir), contra un aumento del IPC de 53,8%.
Además, están los conflictos gremiales, que además de reclamos salariales incluyen los aportes a la obra social del gremio y llevaron a una conciliación obligatoria dispuesta por el ministerio de Trabajo, que no logró evitar que el conflicto se profundice, con paros por turnos en plantas y centros de distribución.
Otra característica del sector,dice un informe, es su creciente atomización, reflejada en que en la actualidad el 64,3 % de la producción se diluye entre 33 empresas y ninguna de ellas tiene más del 15 % en la producción local. De hecho, según el relevamiento de OCLA, el Observatorio Lácteo, las empresas lácteas al tope del ranking de leche son Mastellone y Saputo con el 11,8% y 11,5% de participación. Detrás de ellas aparece una miríada de lácteas cuya producción varía entre 4,9 y 2,2% del total.
El sector lechero se siente, eso sí, acompañado en su suerte por la industria alimenticia a la que perteneces. “Más allá de un aparente pico de consumo durante los primeros días de la cuarentena, los números dan cuenta de un fuerte descenso en la venta de alimentos en general”, señalaron desde el CIL.
De hecho, el Indec reveló recientemente que el nivel de ocupación industrial del sector de alimentos y bebidas cayó al 57% en mayo y que en marzo pasado conoció el nivel más bajo de utilización de, al menos, los últimos 24 meses.
La industria alimenticia tampoco se siente sola: todo el sector fabril, incluido el de “Manufacturas de Origen Industrial” (MOI) atraviesa una profunda crisis. El informe de actividad industrial de junio del Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina (CEU) abunda al respecto: en mayo (último mes para el se disponía de datos completos) el Índice de Producción Industrial había caída 26,1% respecto del mismo mes de 2019, completando una caída de 15,1% para los primeros cinco meses del año, un despeñamiento de lo que ya era un largo declive: la actividad industrial había caído 2,9% en 2018 y 6,3% en 2019.
En el mismo mes, las exportaciones del sector MOI cayeron la friolera de 52,7% respecto del nivel que tenían un año antes y las importaciones de bienes de capital, una suerte de indicador de expectativas y predictor de futuros niveles de producción, lo hicieron en un 40%.
Los sectores cuya producción más se contrajo, precisa el informe del CEU, fueron el automotriz (-84,1%), la industria electrónica de consumo (-71%), minerales no metálicos (-51%), metales básicos (-51,1%), productos textiles (-33,9%), metalmecánica (-32,8%) y refinación de petróleo (-27,5%).
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