El economista Carlos Melconian advirtió que los episodios como el proyecto de expropiación de Vicentin o la intención, reconocida por algunos intendentes y otros funcionarios del oficialismo, de estatizar Edesur son un “manoseo a la propiedad privada”, aunque no se concreten por completo. Esas ideas, señaló, van en contra de la inversión que reclama el presidente Alberto Fernández para que el país vuelva a crecer.
En una entrevista con Infobae, luego de una de sus agotadoras jornadas laborales en tiempos de cuarentena, el ex presidente del Banco Nación expresó su desacuerdo con la idea del presidente de que no hay que tener un plan económico y afirmó que es imprescindible salir del default para la recuperación posterior a la pandemia.
Con escaso tiempo libre para descansar por la gran demanda de sus clientes, de inversores y de políticos de todos los partidos, Melconian dialogó cerca de una hora y dejó estas definiciones luego de la disertación presidencial en el Consejo de las Américas.
Los intendentes del sur del Gran Buenos Aires no son comunistas, pero cuando leo el episodio de Edesur, eso tiene manoseo. Aunque termine como terminó Vicentin. Porque si el juez de Santa Fe no lo frenaba o la gente no salía con banderazo, ¿qué pasaba?
—¿Hay una estrategia clara del Gobierno en cuanto a la propiedad privada? ¿Los casos de Vicentin y Edesur, con marchas y contramarchas, marcan un rumbo?
—Hay un manoseo a cuestiones vinculadas a la propiedad privada; cuestiones inesperadas, que maltratan. No hay un régimen comunista que vaya por todas las empresas. Pero sí hay una amenaza por la cual luego, aunque no ocurra la expropiación o la estatización, lo único relevante es la amenaza. Los intendentes del sur del Gran Buenos Aires no son comunistas, pero cuando leo el episodio de Edesur, eso tiene manoseo. Aunque termine como terminó Vicentin. Porque si el juez de Santa Fe no lo frenaba o la gente no salía con banderazo, ¿qué pasaba? A esto se suma la afinidad de funcionarios de este gobierno con presidentes totalitarios cuando estuvieron en el poder hasta 2015, como el de Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros ejemplos. Esta cercanía genera temor a cuestiones totalitarias. Cuando el presidente dice extraño a Hugo Chávez, tampoco ayuda. Todo este combo afecta la inversión y la producción que el propio presidente reclama; le juega en contra. En mi pensamiento pragmático, digo: no jodamos más con que si este es un régimen totalitario que va a afectar toda la propiedad privada, para mí lo relevante es si hay inversiones o no.
—¿Estos vaivenes no son más negativos en medio de la negociación por la deuda?
—Por supuesto que lo es para las personas que están afuera del juego mediático, porque quieren entender cuál es el programa y que se cumpla. Uno tiene que estar más allá de quién es el culpable del endeudamiento, o de dos dólares de diferencia con los bonistas. Porque si el PBI retrocedió durante 20 años, no es culpa de la pandemia. Yo me gané el mote de oficialista, cuando dije al principio de la cuarentena, que nadie sabía cuál es la ración justa entre economía y salud. La Argentina adoptó una estrategia ultrasanitarista, que generó efectos negativos en términos de otras enfermedades físicas y psicológicas, pero cuando miro los números de la economía, me doy cuenta de que el país que hizo más o menos cuarentena, llegó al mismo lugar. Sin embargo, en ningún otro país, por más fuerte que haya sido su caída desde marzo, el PBI per cápita retrocedió a los niveles de 1999. Al resto de los países de la región no los mandaron a la Primera C como le pasó a la Argentina.
Cuando el presidente dice extraño a Hugo Chávez, tampoco ayuda. Todo este combo afecta la inversión y la producción que el propio presidente reclama; le juega en contra
—Al adoptar varias medidas o anunciar más intervención del Estado, el Gobierno argumenta que esto es lo que han hecho otros países en la crisis, como Alemania con las acciones de Lufthansa. ¿Es una comparación válida?
—Es una fantasía total. El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lo hizo con General Motors y el Citi en 2008, pero los procesos allá tienen un nivel de transparencia que acá no existe y, además, las empresas que se capitalizaban luego se vendían. Comparar Lufthansa con Vicentin es un disparate.
—Por lo tanto, no resulta indiferente la política económica que un gobierno tenga durante la pandemia, como dieron a entender muchos economistas del exterior y funcionarios importantes…
—Rotundamente no. Solo en la Argentina se está debatiendo si la emisión monetaria de estos meses derivará en una inflación que vuele todo por el aire. No hay otro país donde se esté discutiendo si hay una hiperinflación, un escenario que no está en mi pronóstico, pero que acá se discute. Hasta el propio Gobierno, que había prometido terminar con las Leliqs, está a punto de llegar en unos meses al récord del 2018, porque ante semejante emisión monetaria, es lógico que quieran absorber una parte. Ningún país del mundo discute siquiera si tendrá inflación de dos dígitos, o si tiene que devaluar mucho, porque, aunque el nivel de tipo de cambio no es malo, la brecha es muy alta entre el oficial y el paralelo.
—¿Qué consecuencias tendrá para el país llegar a un acuerdo por la deuda con los bonistas?
—El tema de la deuda en el caso argentino no es nuevo. Son 8 o 9 defaults en la historia moderna del país. Así que no es algo nuevo tampoco para el acreedor del país; un país que tantas veces llegó al default, arrastra un problema estructural. Si tengo que pensar esto más allá del centavo de diferencia entre el Gobierno y los bonistas, la Argentina tiene un dilema profundo con la deuda, el déficit fiscal, su compromiso y su palabra. Así que gran parte de esto que arrastra tiene impacto en el valor de su moneda, el nivel de inversión, y acá no hago distinción entre ley local y extranjera, porque los inversores acá o afuera compran ambas clases de bonos. Pero da toda la sensación que los bonos con ley local tienen una calidad inferior porque el inversor con un título bajo ley extranjera tiene adónde ir a hacer un reclamo, a diferencia del bonista con ley local, como se refleja en la diferencia de los precios. Y además el gobierno ha negociado con los grandes fondos extranjeros, no con los inversores locales. Dado este trasfondo, es muy importante arreglar la deuda porque significa empezar a cumplir con la palabra en algún momento, en base a un acuerdo que debe tener sentido común y ser equilibrado. El argumento del gobierno no puede ser hasta acá llego porque no puedo pagar 3 dólares más durante los próximos 25 años. Y porque lo que dice Guzmán sobre los jubilados es mentira: si las jubilaciones no se pueden pagar es porque hay pensar en la moratoria de 3,5 millones de personas que entraron al régimen previsional sin aportar, no por la deuda. Por lo tanto, hay que solucionarla, porque si no el país quedará afuera del mundo cuando la economía global se recupere y perderá todos los beneficios de esta mejora.
Solo en la Argentina se está debatiendo si la emisión monetaria de estos meses derivará en una inflación que vuele todo por el aire. No hay otro país donde se esté discutiendo si hay una hiperinflación, un escenario que no está en mi pronóstico, pero que acá se discute
—¿No comparte entonces el discurso oficial de que, con una oferta mejor, sufriría más la sociedad?
—Si el país se reinserta en el mundo y resulta merecedor de nuevo de inversiones, genera la seguridad jurídica que corresponde y el clima de negocios que el Presidente reiteró en cada uno de sus mensajes, los beneficios para la sociedad van a ser muy claros. Porque cuando el presidente dice se necesita inversión y producción, está bien, pero para eso tiene que cumplir con sus compromisos.
—¿Comparte la idea del Presidente de que no tiene sentido tener un programa económico porque siempre han fracasado, y que es mejor plantearse objetivos?
—Hay que ser muy cuidadoso con lo que uno dice y sobre todo en un diario financiero tan importante, donde no conocen los detalles domésticos de lo que ocurre acá. Sin caer en cuestiones existenciales, hay programas económicos que fracasaron y otros que no, igual que con los objetivos. Hay planes que naufragaron y otros no.
—El presidente Fernández repite el esquema de los Kirchner y de Macri de no tener un ministro de economía fuerte. ¿Cuánto influye esta decisión en los resultados de la política económica?
-—Mucho. Pero, para no quedar encerrado en mi profesión, siempre dije que no solo es importante tener un ministro fuerte, si no también un gobierno con poder político fuerte y un gabinete con peso propio. Yo no tarde siete meses en darme cuenta de que los ministros no existen. No hace falta tener 20 ministros, sino los necesarios, pero con peso específico. Cuando algún día lo vi al presidente y le hice un balance, uno de los conflictos que le mencioné es la destrucción del Ministerio de Economía con Macri, que vaya a saber a quién se le ocurrió. Es necesario contar con buenos funcionarios para implementar un programa. Luego en la cancha, se necesita el coraje, los consensos, la perseverancia, la continuidad de la política, el pragmatismo, la emocionalidad y la empatía. Son todos los ingredientes necesarios para tener éxito, que nunca está garantizado, pero estas cuestiones son fundamentales para preparar una buena comida. En términos futbolísticos, si sos un jugador que tiene estabilidad en el club, un buen técnico y te rodea un buen equipo, la pelota va a entrar. Otro te puede decir: vengo del potrero con un equipo que armé recién y te gano igual. Pero eso no es lógico, puede pasar una vez o dos, pero no siempre.
Es necesario contar con buenos funcionarios para implementar un programa
—¿Hay ideas contrapuestas, o diferentes al menos, entre los líderes de la coalición de gobierno en términos económicos?
—Por supuesto. El peronismo siempre ha hecho gala de movimientismo, su pragmatismo y la democracia interna. Son los elementos que han servido como bandera que le permitieron justificar todo: privatizar y estatizar YPF, por ejemplo, o liberar precios y luego intentar expropiar Vicentin. Esos movimientos pragmáticos confunden, no ayudan; estas exageraciones de pragmatismo son confusas. Uno puede tener pragmatismo para resolver en el área para ver si le pega de 3 dedos o de guadaña, pero antes debe tener un planteo táctico en los 90 minutos, un técnico, y un plan de juego. Después tenés que resolver en 15 segundos en el área. Son dos cosas diferentes. El pragmatismo no puede justificar cualquier cosa.
—¿Qué reformas le gustaría ver en 2021?
—Pensar en reformas concretas es una utopía. Después de todos los problemas que mencionamos, la Argentina necesita un cambio de régimen, que se da en determinadas circunstancias. Por ejemplo, el 10 de diciembre de 1983, el 8 de julio de 1989, y el 10 de diciembre de 2015 hubo oportunidades de cambiar el régimen porque había expectativas de cambio. El 10 de diciembre de 2019 no, por esta cuestión tirada de los pelos como fue la forma de elección de la fórmula presidencial. Alfonsín en 1983 generó una idea de retorno de la civilidad que predisponía a la gente a entusiasmarse. Igual que Menem, que fue un muy mal candidato y no generaba ninguna expectativa, pero tenía la oportunidad de quebrar la hiperinflación. El propio diciembre de 2015, después de 12 años de tres gobiernos sucesivos que fueron mejor, regular y malo, había predisposición de la gente. Es como cuando te dicen: no lo voté, pero me gusta. Eso ocurre una vez cada tanto. La sociedad no está a punto de caramelo y, además, ¿quién es el candidato para generar esas expectativas? Hoy no existe. Es muy difícil de cambiar de régimen dentro de un mismo gobierno; se logró en el plan Austral porque el presidente de un partido centenario se comprometió a no emitir, de la mano de un equipo económico muy profesional. Eso cambió las expectativas. Y lo mismo ocurrió con Menem, que luego de dos cacheteos fuertes, pudo recuperar su capacidad política y ser reelecto, lo cual es un ejemplo de que un programa sí es importante para recuperar el crecimiento y mantener el poder político. Y es más, cuando Menem estaba en su apogeo, se sacó de encima a su ministro más fuerte y sin embargo, siguió con poder y buenos resultados.
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