Alberto Fernández decidió no hacerse cargo de la profunda crisis económica en la que quedó inmersa la Argentina. Dicho de otra manera, no se siente culpable ni responsable de la caída récord de la actividad en casi todos los rubros. Él mismo aseguró sin dudar un instante que el derrumbe no está relacionado con las medidas del Gobierno: “Enójense con la pandemia, no con la cuarentena”.
Más allá de lo discutible y polémico de este punto de vista, este discurso permite imaginar dónde se va a parar el Presidente una vez que pase el temporal. Siguiendo este argumento, en todo caso su responsabilidad será sacar a la economía de esta crisis inédita pero –al menos según su punto de vista- importada. Los cierres de comercios, industrias, los despidos y el aumento de la pobreza no tienen que ver con medidas adoptadas por el Gobierno, sino con este virus que hizo estragos a nivel global.
Su presencia en la reunión de gabinete económico, no obstante, muestra la preocupación creciente en el impacto sobre la actividad y la situación social. En el comunicado posterior se habla de los esfuerzos que se están llevando adelante para “mitigar” los efectos de la crisis.
Esa “mitigación” ha tenido resultados hasta ahora más bien acotados. Ni siquiera se sabe muy de donde salen los cálculos sobre los efectos del Ingreso Familiar de Emergencia. A duras penas 8,4 millones de personas llegaron a cobrar 20.000 pesos en más de 100 días de cuarentena. Y por lo menos tres millones de ese total hasta ahora sólo cobraron 10.000 pesos. Sin embargo, el Gobierno asegura que esta suma (apenas 133 dólares medidos al tipo de cambio oficial) ayudó a que dos millones y medio de personas no cayeran en la pobreza.
Para Alberto Fernández la crisis no tiene nada que ver con las medidas de la cuarentena, sino con la pandemia. Ahora el Gobierno está en etapa de “mitigación”, pero en breve llegará un desafío aún más complejo: recuperar la economía del derrumbe récord que sufrió en los últimos meses
Luego de la caída récord de 26% que sufrió el PBI en abril, el acumulado desde principios de 2018 supera el 30%. Un derrumbe inédito para la Argentina. Pero la estrategia de Alberto Fernández es sin lugar a dudas que midan su gestión a partir de la recuperación que conseguirá desde ese quinto subsuelo. Dentro de un año, con un poco de viento a favor, las comparaciones interanuales mostrarán una economía con grandes rebotes, aunque sea por un mero juego estadístico. Pero podría alcanzar y sobrar para tener un gran resultado electoral en octubre de 2021.
Esta semana el Presidente se entrevistó con Eduardo Duhalde, que fue responsable de presidir la economía argentina luego de que la Convertiblidad estallara en mil pedazos en 2002. Y para que no queden dudas de sus intenciones citó también a Ignacio de Mendiguren, hoy al frente del BICE pero que en la primera etapa de aquel gobierno fue ministro de la Producción. Semanas atrás se había reunido en Olivos con Roberto Lavagna, figura clave a partir de abril de ese año.
Como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández vivió en primera persona lo que fue el crecimiento a “tasas chinas” de la economía. El proceso comenzó en realidad en julio de 2002 pero se consolidaría en los meses subsiguientes. La actividad consiguió un impresionante despegue en los siguientes cinco años.
El Presidente sueña con conseguir una gran recuperación como la que sucedió a partir de mediados de 2002 y se consolidó desde 2003. Tasas cero en el mundo, soja a precio firme y el horizonte de deuda despejado podrían hacerlo posible. Pero falta lo más difícil de conseguir: confianza
El objetivo es, por lo tanto, repetir aquel “milagro económico”, que los detractores del kirchernismo en ese momento lo denominaron de la siguiente manera: “soja y suerte”.
¿Hay realmente alguna condición objetiva que permitiría a la Argentina recuperarse de manera parecida a lo que sucedió en aquellos años post convertibilidad? La respuesta intuitiva es que no, pero por otra parte hay algunos argumentos que podrían jugarle a favor al Gobierno en la búsqueda de ese ansiado repunte. Estos son algunos de esos factores:
Tal como sucedió en aquel momento, las tasas en el mundo son equivalentes a cero. Y los principales bancos centrales del mundo ya dieron señales de que permanecerán en esos niveles al menos hasta 2022. Esto asegura un caudal de dinero muy barato, que ya está derramando en mercados emergentes. La Argentina está hoy muy lejos de los mercados financieros, pero eventualmente podría aprovechar esas condiciones.
La soja, por otra parte, también consolidó sus valores en las últimas semanas y llegó a niveles de U$S 330. Las tasas tan bajas debilitan al dólar y eso repercute positivamente en las materias primas. El superávit comercial de este año podría aproximarse a un nuevo récord de USD 20.000 millones.
La renegociación de la deuda aliviará los próximos años y los desembolsos no llegarían a los USD 2.000 millones hasta fines de 2023. Una cifra casi ridícula para un país con el tamaño de la Argentina. Es algo que también se parece a lo sucedido entre 2002 y 2008. Primero por el default y luego por una renegociación de deuda muy agresiva, el Gobierno tampoco tuvo que hacer frente al peso de la deuda. La duda de la oferta que se avecina es si la aceptación será mayoritaria o quedarán otra vez muchos “holdouts”, es decir bonistas que no aceptan la operación y están dispuestos a litigar.
El salto estadístico no será menor. Así como los números favorecieron al Gobierno de Duhalde y luego al de Kirchner en 2003 porque se comparaba con el piso de la debacle, en 2021 sucedería algo similar. Por supuesto que en el medio aparecerá la discusión obvia: ¿Es crecimiento genuino o apenas un rebote? La respuesta no será tan fácil y dependerá de la mirada política del momento.
Además del factor estadístico, para conseguir un repunte económico el Gobierno debe evitar que no se produzca un “accidente” en el camino, es decir evitar un descontrol cambiario que a su vez haría estragos en la inflación. Es sin dudas el gran tema a monitorear a medida que la cuarentena vaya quedando atrás
Pero para que se dé este escenario, primero el Gobierno tendrá que evitar que se produzca algún “accidente”. Por ejemplo, un desmadre con el tipo de cambio o un “fogonazo” inflacionario, como alertó hace algunos días el ex ministro de Economía del gobierno anterior, Hernán Lacunza.
La megaemisión monetaria que está llevando adelante el Banco Central para financiar la ayuda a distintos sectores conlleva riesgos adicionales para la economía que no están presentes en otros países. En la Argentina, además del peligro del aumento del desempleo, el cierre de negocios y el aumento de la pobreza también aparece la posibilidad de una disparada adicional del dólar con todos los efectos negativos que eso genera.
Claro que lo más importante para la etapa que se viene será algo intangible: la confianza. Desde que ganó las PASO en agosto del año pasado, hace ya casi 11 meses, Alberto Fernández no consiguió revertir el clima negativo que se instaló sobre la Argentina. El principal desafío post cuarentena pasará, en realidad, por recuperar esa confianza perdida.
La presentación de la nueva oferta de deuda que se haría en el arranque de esta semana podría ser el primer paso para lograr ese objetivo. Mientras la Argentina siga en default es imposible pensar en una recuperación sostenible, más allá del famoso “rebote del gato muerto”. Aunque no es suficiente ni mucho menos, normalizar la situación de la deuda emitida bajo legislación extranjera es un escalón imprescindible.
Pero para repetir aquel milagro del 2003 falta mucho más que eso. La UIA presentó un plan para pensar en la Argentina que se viene y la agenda ya es conocida por todos: simplificación impositiva, incentivos para inversiones, préstamos a largo plazo para la producción, modernización laboral y una red de contención para los que se queden sin empleo.
Los últimos antecedentes no juegan precisamente a favor. Un posible impuesto a la riqueza, la ofensiva para expropiar Vicentin, la presencia cada vez más marcada de Cristina Kirchner en distintas áreas de gobierno son interrogantes gigantescos que impiden ver un horizonte precisamente despejado.
Seguí leyendo: