El diagnóstico sobre las recurrentes crisis económicas de Alberto Fernández y su equipo se concentró desde antes de llegar al poder en la denominada “restricción externa”. La escasez de dólares en un país sin moneda somete a la Argentina a un tropiezo atrás de otro. Por eso, desde el primer momento se planteó la necesidad de duplicar las exportaciones para asegurarle a la economía un adecuado abastecimiento de divisas.
Así lo expresó varias veces previo a asumir el poder el actual ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. La idea era concentrarse en impulsar las inversiones en Vaca Muerta y que la Argentina se transforme en un gran exportador de hidrocarburos y energía. De esa forma se diversificarían las fuentes de generación de dólares, además de diversificarlas. Se habló y se insiste aún con una nueva ley que aliente la producción y la inversión energética para desplegar todo el potencial de la Argentina.
Pero lo que en la teoría lucía magnífico no se cristalizó en la práctica. La cuarentena y la caída del precio del petróleo (que ahora volvió a ubicarse arriba de los U$S 35) fue un golpe durísimo para todo el mundo, ni hablar para yacimientos como Vaca Muerta, donde el costo de extracción de petróleo y gas no convencionales es mucho mayor.
Además ya Mauricio Macri le había asestado un duro golpe al sector al congelar los precios de los combustibles en toda la cadena, inmediatamente después de perder las PASO en agosto. Ese congelamiento encendió luces de alerta en todas las empresas internacionales que realizaron inversiones en los últimos años. Muchas suspendieron los desembolsos para el 2020 y muchas otras bajaron a una mínima expresión.
En definitiva, el plan A de apostar todos los cañones a Vaca Muerta como gran impulsor de exportaciones y de dólares se derrumbó antes de arrancar.
La caída de las liquidaciones de divisas por parte del complejo agroexportador fue de casi 30% en mayo y obligó al Central a vender USD 1.500 millones desde Semana Santa hasta fin del mes pasado para evitar una devaluación del tipo de cambio oficial.
Mientras la Argentina no pueda generar más divisas está condenada a sufrir una crisis atrás de otra. Por eso se apostó primero a Vaca Muerta y ahora a Vicentín. En cambio, la opción de atraer inversiones en moneda dura luce como algo muy alejado en este contexto
Es imposible prescindir de este contexto a la hora de analizar la decisión de expropiar Vicentín, que así se transformó en una suerte de plan B, o alternativo, para conseguir dólares. El Presidente habló de “soberanía alimentaria” al anunciar la expropiación y ayer aseguró que se trata de una operación “estratégica” aunque sin dar mayores detalles.
Esa “estrategia” consistiría en que el Estado adopte un rol relevante en la exportación de oleaginosas, apurar la liquidación de divisas y así ayudar a estabilizar el mercado cambiario. Vicentín representa aproximadamente un 15% del total del ingreso de divisas del complejo cerealero. Tiene una posición importante aunque no representa la totalidad.
Desde el Gobierno aseguran que la caída de las liquidaciones del complejo cerealero en mayo (29% en relación al mismo mes del año pasado) fue puramente especulativa, es decir una maniobra para forzar un sinceramiento del tipo de cambio oficial.
En algún punto, la decisión de avanzar sobre Vicentín y no permitir que la convocatoria de acreedores siga su curso legal, es un reconocimiento por parte de Alberto Fernández sobre las dificultades que enfrenta para conseguir dólares genuinos. Una expropiación de estas características vuelve mucho más difícil la posibilidad de atraer inversiones genuinas. También será complejo captar financiamiento para el sector privado. El anuncio hizo caer los bonos y le pondría un piso más alto al riesgo país una vez que se arregle la deuda.
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