El ex economista jefe del Banco Mundial Sebastián Edwards dijo que el gobierno argentino aplica medidas de mediados del siglo 20 que ya sabe que no funcionan.
En diálogo con Infobae desde Los Angeles, Edwards advirtió que un default desordenado puede excluir a la Argentina por muchos años de los mercados y que la hiperinflación es un escenario posible debido a la larga historia de desconfianza en la moneda nacional.
Edwards, nacido en Chile hace 66 años, es doctor en Economía de la Universidad de Chicago y es titular desde hace 30 años de la catedra Henry Ford II en la Anderson Graduate School of Management de la Universidad de California (UCLA). Además, desde hace 40 años es investigador asociado del National Bureau of Economic Research (NBER). Ha publicado numerosos libros de economía, pero también varias novelas, una pasión que descubrió cerca de los 50 y que no ha abandonado.
Muy crítico del presidente Donald Trump, afirmó que la actual crisis global por ahora no se puede comparar con ninguna otra del pasado, pero elogió la respuesta de los bancos centrales para mitigarla.
- ¿Esta crisis se parece más a la de 1929 o a la del 2008?
- A ninguna de las dos. Esta es una crisis única. La de 1929 fue una crisis de demanda agregada. Los factores productivos estaban ahí, pero los consumidores no querían gastar. La del 2008 fue financiera; muchísimos bancos estuvieron a punto de quebrar y retiraron el crédito. La actual es, esencialmente, una crisis de oferta: a los trabajadores se les prohíbe ir al trabajo, a lo que se le agregan elementos de crisis de demanda. En esta crisis se quiebra el flujo circular económico, y eso es difícil repararlo cuando la gente está en cuarentena.
- Algunos la comparan en la región con la crisis que sufrió América latina en los 80 y prevén una nueva década perdida. ¿Está de acuerdo?
- Por ahora no parece ser el caso. En 80 se paralizó casi completamente la actividad, aún sin restricciones sanitarias. En esos 10 años hubo países que retrocedieron en términos de PBI 15%, con grandes inflaciones. Los tipos de cambio fijos y los enormes déficits fiscales que existían desde antes del default mexicano de 1982, amplificaron los choques. Otra diferencia importante es que la de los 80 se circunscribió a América latina. La crisis actual es generalizada: no se salva nadie. Ello hace que sea muy difícil que haya una “locomotora” que jale el tren de la economía mundial, y más difícil aún que provean ayuda masiva.
Una de las diferencias importantes con la crisis de los 80 es que en aquel momento se circunscribió a América latina, la actual es generalizada: no se salva nadie
- ¿Imagina una ola de default de países emergentes?
- No se puede descartar. Sin embargo, en estos momentos no se ve muy probable. Al empezar la pandemia, muchos de los países latinoamericanos tenían una deuda muy modesta – Chile, Paraguay, Perú – lo que significa que tienen espacio fiscal. Además, las tasas de interés son muy bajas. Perú colocó bonos a 10 años a tan solo el 2,55% anual; Chile, Panamá, Paraguay, México y Guatemala también han accedido a los mercados en términos muy convenientes. Pero, claro, hay otros países, como la Argentina, Brasil, Costa Rica, Ecuador, con situaciones iniciales muy complicadas. Para ellos se ve difícil; ya tenemos reestructuraciones en marcha en Ecuador y Argentina.
- ¿Cree que en 2021 la economía global se puede recuperar?
- Dependerá de los avances médicos y sanitarios. Se precisa una vacuna, o que se desarrollen tratamientos efectivos, seguros y confiables. Si ello sucede, la economía global podría recuperarse a mediados del 2021. En caso contrario la crisis se arrastrará hasta el 2022.
- ¿Espera un mundo más inflacionario tras la pandemia?
- Los bancos centrales han actuado con decisión y sin timidez. Hemos experimentado lo que Milton Friedman llamó “dinero helicóptero.” Vale decir, emisión monetaria masiva y sin respaldo; emisión inorgánica. En el corto plazo, y dadas las circunstancias, esto no es inflacionario. Es dinero que viene a reparar, en parte, el daño al flujo circular de la actividad económica. ¿Representa esto un peligro inflacionario en el futuro? Posiblemente sí. Pero dada la emergencia de la pandemia, es un riesgo que vale la pena correr.
En todo, caso el desafío para adelante es que los bancos centrales retiren el estímulo monetario cuando éste ya no sea necesario, y antes de que estallen las fuerzas inflacionarias. En esta discusión es importante distinguir entre “dinero helicóptero” y Teoría Monetaria Moderna. Lo primero es completamente adecuado, lo segundo es sumamente peligroso.
El “dinero helicóptero” se caracteriza por emisiones masivas y temporales. Esto último es lo importante: son acciones de una de una sola vez, tan solo durante la emergencia.
La Teoría Monetaria Moderna, en contraste, aboga por un proceso recurrente, donde en forma permanente se usa la banca central para financiar un déficit abultado. En América latina esta teoría tiene una historia larga y tristísima. Es incomprensible que hoy en día tenga algunos partidarios.
- ¿Es correcto el rol que adoptaron el FMI y otros organismos internacionales?
- El FMI ha actuado con una celeridad poco común, lo que está muy bien. Kristalina Georgieva le está dando un nuevo aire fresco a la vetusta institución. El problema es que los recursos son limitados. La idea de emitir un billón de Derechos Especiales de Giro es un volador de luces. Los DEG no son dinero de verdad, no son líquidos ni fácilmente transables. Por ello, todo lo relacionado a los DEG no tienen mayor efecto práctico dentro del gran esquema de las cosas. El Banco Mundial ha ido detrás, pero con la llegada de Carmen Reinhart esperamos que se ponga al día, y pase a liderar la respuesta multilateral.
- Algunos critican al presidente Donald Trump porque no tiene la misma postura de cooperar con otros países del G7 y el G20 como Obama en la crisis del 2009. ¿Comparte esa visión?
- Trump es un nacionalista provinciano. Para él, el mundo no es interesante; la única excepción es si puede poner uno de sus hoteles en algún país extranjero. Anda detrás de ganancias personales. Su actitud es retrograda y peligrosa. Es una especie de matón de escuela primaria. Hay una gran diferencia entre él y Angela Merkel, quien ha ido cambiando a medida que las condiciones objetivas evolucionan.
- Varios economistas de universidades americanas, liderados por Joseph Stiglitz, han apoyado el proceso de renegociación de la deuda argentina. ¿Qué opina sobre esta reestructuración?
- La deuda argentina no es sostenible, de eso no cabe duda. Y cuando eso sucede hay que renegociar y restructurar. Hay que hacerlo en forma realista y de buena fe, sin dogmatismos. La oferta argentina fue rechazada en forma masiva; fue aceptada por un porcentaje bajísimo de los tenedores de bonos, menos del 30%. Esto no es sorprendente, ya que la quita se calcula del orden del 60%, ubicándola entre las más altas en la historia de las reestructuraciones modernas.
Nótese que los inversionistas internacionales que la rechazaron no son “fondos buitres” o especuladores sin consciencia social. Hay muchos fondos de pensiones, dineros de obreros y empleados del mundo entero, de universidades y fundaciones, de institutos de investigación científica. Todo esto indica que es necesario buscar mecanismos para que la restructuración le dé un alivio importante a la Argentina y, al mismo tiempo, signifique un incentivo para los inversionistas. En ese sentido, el camino de los cupones ligados al crecimiento, warrants, parece atractivo y factible. Los inversionistas ceden sus derechos para ayudar al país. Y si, como consecuencia de esa ayuda, a Argentina le va muy bien, esa ganancia puede ser parcialmente compartida con los inversionistas que actuaron de buena fe.
- ¿Cuál es su visión más en términos generales sobre la actual situación argentina?
- La Argentina está en una situación difícil, pero no imposible. Se puede armar un programa razonable, sostenible y pro crecimiento. Pero hay tres requisitos: el primero es evitar caer en nostalgias sobre una época dorada que, de verdad, nunca existió. Muchas de las políticas del ministro Martín Guzmán parecen de mitad del siglo 20. No anduvieron entonces, y no van a andar ahora. El proteccionismo no anda, la inflación no es inocua, las regulaciones excesivas son asfixiadoras. Segundo, debe evitarse un default desordenado. Ello llevaría a que Argentina quedara, otra vez, aislada de los mercados globales. Eso es muy costoso. Y, tercero, hay que asegurar que la inflación se reduzca a niveles de país más o menos normal. De hecho, esto último es la clave del éxito: Argentina debe esforzarse por ser “normal”.
La Argentina debe esforzarse por ser normal
- ¿Pero si el país cayera en un default desordenado, sufriría más los efectos de la crisis global, o pasaría desapercibido en esta situación tan desordenada a nivel internacional?
- El mercado es hábil y distingue entre distintos casos. Si el default es desordenado, si no hay acuerdo y se repite el desastre del 2005, la Argentina será excluida de los mercados por mucho tiempo. El problema de la deuda argentina viene de antes de la COVID-19, y todo el mundo lo sabe.
- ¿La inflación argentina se puede convertir en hiperinflación como en los 90?
- Desafortunadamente, una híper es posible. El tema es muy simple: en la Argentina, nadie confía en la moneda local, nadie quiere mantener pesos, nadie cree que es una moneda estable, nadie piensa que es un resguardo. Los argentinos son muy inteligentes y tienen buena memoria. Recuerdan lo que ocurrió en el pasado. Se acuerdan de las híper y del corralito. Y lo que determina la presión inflacionaria es la relación entre oferta y demanda de dinero. Resulta que la Argentina tiene una de las demandas más bajas del mundo entero por dinero local. En términos técnicos esto es lo mismo que decir que la velocidad de circulación es enorme, solo comparable con los países africanos. Es posible que la demanda por pesos caiga aún más, debido a la incertidumbre y el default; si eso sucede, no se puede descartar una hiperinflación.
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