El oso hiberna, no se suicida.
Según una publicación de www.FundaciónOsoPardo.org, un sitio dedicado a la preservación de tan simpático animal, “durante el otoño, antes de hibernar, los osos pasan por un periodo de hiperfagia y consumen grandes cantidades de alimentos de elevado valor calórico, incrementando su capa de grasa para el reposo invernal. Fisiológicamente, la hibernación de los osos consiste en un estado de dormición o letargia invernal que hace descender su ritmo cardiaco desde 40-50 hasta unas 10 pulsaciones por minuto, el ritmo respiratorio baja a la mitad y la temperatura se reduce en 4 ó 5 grados. El oso deja de comer, beber, defecar y orinar y mantiene las constantes funcionales gracias a la energía proporcionada por las reservas grasas acumuladas en otoño”
Es cierto, ningún gobierno se preparó para hibernar (o cuarentenar) a su economía. Por lo tanto no hubo posibilidad de acumular energía previamente.
No obstante la publicación es muy clara al demostrar que durante la hibernación el oso reduce el consumo de energía.
La economía argentina, por razones no discutibles en estas líneas, entró forzosamente en estado de cuarentena. Pero el consumo “dentro de la madriguera” es igual o superior al que tenemos cuando estamos en plena actividad.
Así las empresas entraron en su enorme mayoría en estado de shock. Dos de cada tres pymes solicitó ayuda al Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción, un programa de gobierno hecho a las apuradas sin sentido global de la crisis. Informes recientes de UIA y CAME dan cuenta de una ruptura total de la cadena de pagos, la destrucción del cheque posdatado como único instrumento de crédito entre privados, retracciones de la actividad del orden del 60% en promedio y un 80% de las empresas manifestó tener serios problemas en el pago de los sueldos del mes de abril.
Los organismos fiscales, lejos de hibernar, preparan su batería de juicios, recargos y punitorios para el día después de la cuarentena.
Los bancos, cajas de recaudación del gobierno, demostraron no tener ni músculo, ni predisposición para atender a 600.000 clientes privados. Están diseñados para atender al estado, que pese a los defaults quinquenales o decenales, sigue siendo un cliente extraordinario, el único que ofrece tasas insólitas con total independencia que reviente al resto de la economía.
Garantías que no garantizan (a las pymes)
El gobierno estableció un sistema de garantía (FOGAR) con la intención de salvar pymes. Salvó a las salvadas. Sólo empresas con situación crediticia 1, y carpetas pulcras y perfectas accedieron al crédito. El resto de las pymes, con carpetas manchadas, aguardan la tensa espera. Cada día es un puñal en las pymes. Aumenta la deuda, el desconcierto y la descapitalización.
Hay dos grupos de empresas. Las cerradas por la cuarentena y las “esenciales” que, en el mejor de los casos, trabajan al 30% de su capacidad. La economía es un sistema de vasos comunicantes. Si tres cuartas partes de la economía trabaja al 0% es imposible que el resto trabaje al 100%. Tal quimera solo es imaginable en la mente de un político que, por bien intencionado que sea, jamás vio en su árbol genealógico cómo se paga una quincena o cómo se respira a las 15 horas una vez que el banco cierra sus puertas.
Con la economía paralizada y la voracidad fiscal, energética y bancaria en su máxima expresión las pymes se encuentran en un proceso de “pirañización”. Indefensas ante la falta de venta, con la cadena de pagos destrozada, y ninguna asistencia crediticia seria, las pymes solo “atajan” demandas de pagos y presiones insostenibles.
Con la economía paralizada y la voracidad fiscal, energética y bancaria en su máxima expresión las pymes se encuentran en un proceso de “pirañización”. Indefensas ante la falta de venta, con la cadena de pagos destrozada, y ninguna asistencia crediticia seria, las pymes solo “atajan” demandas de pagos y presiones insostenibles.
Las prioridades empresarias son pago de sueldos, materia prima esencial, servicios, deudas bancarias y no bancarias y, por último, el pago de impuestos.
Las escenas de acompañamiento y solidaridad entre empresas y sus trabajadores son emocionantes. Absolutamente disonantes respecto al extraño apego a “a la normativa” de bancos, energéticas y agencias de recaudación.
El sector privado busca desesperadamente acuerdos de pago, plazos y renegociaciones racionales en un contexto de oscura incertidumbre.
Los que afilan la daga
El sector público y sus laderos, afilan la daga. Los “sistemas” ya están calculando intereses, punitorios y sanciones por atrasos. El día después de la pandemia será una carnicería.
En el sector privado, en especial las pymes un factor cultural es a la vez la mayor fortaleza y la mayor debilidad. Una pyme es antes que nada un sentimiento. Una forma de hacer las cosas. En la ecuación de un empresario pyme hay tantas variables cuantitativas como cualitativas. Esas que el banco, miope, no llega a ver.
Las cualitativas valen cero. Ok. Pero son la fuerza esencial de una pyme. El compromiso del empresario con su historia, sus padres, sus hijos, sus sueños, sus “muchachos”, sus familias, su proyecto es mucho más fuerte que los ratios que excitan a banqueros y despiertan la voracidad de los funcionarios.
Esa fuerza no cuantificable hace que las pymes “mueran de pie” lo cual estira la agonía más allá de los límites racionales. Permite soportar el peso de mochilas inútiles, tan propensas a los políticos, y la pirañización permanente de los amigos del estado.
Si hubiéramos tenido moneda, bancos, ahorro y mercado de capitales, las pymes hubieran sobrevivido la pandemia con más fuerza. Nada de eso sucede. En todo el mundo se habla de coronavirus no de cadena de pagos. Los recursos del gobierno son escasos, tan escasos como la creatividad.
Garantizar cheques privados para ser aplicados en el crédito comercial y/o en los mercados de valores, eximir de pago de impuestos durante la cuarentena, disminuir la carga fiscal de los servicios públicos, reducir salarios públicos de organismos cuarentenados, pago en bonos para los sueldos de la política son algunas soluciones que, aún con eventual impacto en la emisión, resultan innovadoras. Hoy no están a la vista.
El autor es economista.
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