Varios economistas internacionales analizaron en los últimos días la crisis económica global desatada por la pandemia de coronavirus. Las visiones van desde un derrumbe sin parangón en los últimos 150 años -de Kenneth Rogoff, profesor de Harvard y ex economista jefe del FMI, para quien “lo que está sucediendo se parece a una invasión extraterrestre”, pasando por la de Dani Rodrik, economista turco, también profesor en Harvard, quien dijo: “la pandemia no cambiará tendencias previas, sino que las acentuará”, hasta la de Joseph Stiglitz, el premio Nobel de Economía 2001 y mentor académico del ministro Martín Guzmán, quien enciende la alamar sobre la situación de las economías emergentes y sugiere dos medidas de socorro: 1) una gran emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG, la moneda del FMI), para que al menos el 40% se destine al mundo en desarrollo, y 2) una suspensión del pago de deudas de economías emergentes o en desarrollo. La opción, dice, es entre una ola de defaults desordenados o un arreglo global ordenado.
A los de esos tres economistas, que se expresaron en sendas columnas de Project Syndicate, se agregan los análisis de Francis Fukuyama –el mismo que dos meses antes de la caída del Muro de Berlín, publicó su ensayo sobre “el fin de la Historia”– y de Norman Loayza y Steven Pennings, que en un trabajo del Banco Mundial dan algunos consejos de política económica a economías emergentes.
Según Rogoff, el derrumbe en curso será “comparable o superior a cualquier recesión de los últimos 150 años” y “nada podrá evitarlo”. La pregunta clave, dice, es: "¿cuáles serán la gravedad y duración”?, porque “sin solución sanitaria, es imposible predecir cómo terminará esta crisis”. Lo que está sucediendo, sigue, “se parece a una invasión alienígena: la determinación y creatividad humanas triunfarán, pero ¿a qué costo?”.
El economista –y antes joven prodigio y gran maestro de ajedrez– resta importancia a los arrestos que a momentos tienen los mercados, sea por la recuperación del empleo en China o la magnitud (10 % del PBI) del paquete de estímulo en EEUU. “Incluso si China recupera su capacidad industrial –pregunta– ¿a quién le venderá lo que produce? Para EEUU volver a funcionar al 70% u 80% de su capacidad parece un sueño lejano”.
Incluso si China recupera su capacidad industrial, ¿a quién le venderá lo que produce? Para EEUU, volver a funcionar al 70 u 80% de su capacidad parece un futuro lejano (Kenneth Rogoff)
Según Rogoff, la respuesta de Trump a la pandemia fue “un fracaso rotundo”: ni siquiera es seguro si EEUU podrá celebrar la próxima elección presidencial. Reitera además una comparación de su colega Robert Barro: si el coronavirus tiene una mortalidad similar a la de la “gripe española” de 1918/19, la cuenta podría llegar a 150 millones de muertes. Y aunque no cree que se llegue a ese extremo, añade: “mientras la situación sanitaria no se resuelva, la situación económica será sombría. Y una vez superada, el daño a las empresas y mercados de deuda tendrá efecto duradero, porque el nivel de endeudamiento era ya muy alto”.
Rogoff duda además de la eficacia de los paquetes de estímulo, porque –a diferencia de la crisis de 2008/09– ahora hay un shock de oferta y demanda. “El apoyo a la demanda puede facilitar que la gente siga en sus hogares, pero no sostener la economía si 20 o 30% de la fuerza laboral mundial tuviera que permanecer aislada dos años”, explica.
El apoyo a la demanda puede facilitar que la gente siga en sus hogares, pero no sostener la economía si 20 ó 30% de la fuerza laboral mundial tuviera que permanecer dos años aislada
El ajedrecista tampoco es optimista sobre el día después, pues advierte que la jugada posterior a la depresión global será “una enorme incertidumbre política”. Así como de la crisis de 2008 surgió una camada de dirigentes populistas “esta puede llevar a disrupciones más extremas”, señala, y condena la “negligencia e incompetencia” de Trump, que puede derivar en que Nueva York termine con más muertos que Italia.
Para imaginar un escenario más optimista, dice Rogoff, “se necesitan testeos a gran escala para determinar enfermos, sanos, inmunizados y quién puede volver a trabajar”. Por eso desecha la posibilidad de un “rebote rápido”. Sin una vacuna la economía podría volver a cierta normalidad si se descubren tratamientos eficaces, pero sin testeos a gran escala –explica, descartando un rebote rápido– “será difícil convencer a las empresas que vuelvan a invertir y emplear gente, porque preverán una suba de impuestos”. En definitiva, concluye, “sólo cuando la invasión haya sido derrotada será posible evaluar el costo del cataclismo económico que dejará tras de sí”.
Crisis esperable
Dani Rodrik, una eminencia de los estudios sobre desigualdad, hace un análisis aún más político que el de Rogoff y comienza por clasificar las crisis en imprevisibles y esperables. La actual, dice, es del segundo tipo, pues hubo varias advertencias previas: brotes de SARS, MERS, H1N1 y Ebola e incluso, hace 15 años, una revisión de la OMS sobre el marco global de respuesta a los brotes, debido a las deficiencias que hubo ante el brote del SARS en 2003. Incluso, cita Rodrik, meses antes de que el coronavirus estallara en China “un informe del gobierno de EEUU advirtió a la administración Trump sobre la posibilidad de una pandemia de gripe de la magnitud de la epidemia de hace cien años”.
Según Rodrik, “igual que el cambio climático, la COVID-19 era una crisis agazapada” a la que Donald Trump dio una respuesta “particularmente desastrosa”. El economista turco procede luego a hacer comparaciones y destaca los casos de Corea del Sur, Singapur y Hong Kong que “parecen haber controlado la propagación combinando testeos, rastreo y cuarentenas estrictas”.
Las respuestas también difirieron entre regiones y estados de un mismo país. En Italia, el Veneto fue mucho más efectivo que la Lombardía, porque testeó más e impuso antes restricciones de viaje. Y en EEUU Kentucky tiene un cuarto de los casos que registra Tennessee, pues pese a haber tenido el primer caso apenas un día después, declaró rápidamente la emergencia y cerró las instalaciones públicas.
A nivel nacional, Rodrik critica la actitud de Trump y la del “engreído y caprichoso” Jair Bolsonaro y define la respuesta de China como “típicamente china: supresión de información, alto grado de control social y gigantesca movilización de recursos cuando la amenaza se volvió clara”. Otras respuestas también definen estilos: Turkmenistán prohibió la palabra “coronavirus” y, en Hungría, Viktor Orbán disolvió el parlamento y se otorgó poderes de emergencia sin límite de tiempo.
Del retrato a la caricatura
En suma, la crisis acentuó los rasgos de la política de cada país. Por eso, Rodrik descree que el coronavirus vaya a ser un “punto de inflexión” para la política y la economía globales. Lo más probable, dice, es que intensifique y afiance las tendencias ya existentes. “Quienes quieren más gobierno y bienes públicos pensarán que la crisis justifica su creencia. Y quienes son escépticos del gobierno y denuncian su incompetencia, confirmarán sus opiniones previas. Quienes quieren más gobernanza global plantearán la necesidad de una salud de régimen público internacional más fuerte. Y quienes buscan naciones-estado más sólidos señalarán los errores de la OMS”, dice en un pasaje.
Por todo eso, pronostica que el mundo avanzará por la senda actual: “el neoliberalismo seguirá su muerte lenta, los autócratas populistas se volverán aún más autoritarios, la hiperglobalización continuará a la defensiva contra los Estados-Nación, China y EEUU se mantendrán en curso de colisión y las internas entre oligarcas, populistas autoritarios e internacionalistas liberales se intensificarás, mientras la izquierda lucha por diseñar un programa que apele a una mayoría de votantes”.
Aunque más crudo, el análisis de Rodrik se asemeja al de Francis Fukuyama en un reciente artículo de la revista The Atlantic. Allí, el politólogo reitera la tesis central de su libro “Confianza”: “Los países que mejor podrán manejar la crisis no son necesariamente los más democráticos” (como pareció sugerir el historiador israelí Yuval Harari) “ni los más autoritarios, sino los más creíbles, los que inspiren más confianza en la población para organizar una respuesta eficaz a la pandemia y a la crisis económica”.
Avalancha de defaults
Joseph Stiglitz, en tanto, enfatiza el carácter global del virus: "así como no prestó atención a fronteras nacionales ni a muros fronterizos, tampoco lo harán sus efectos económicos”, dice. Pero concentra casi exclusivamente su atención en los mercados emergentes porque en ellos “la pandemia será mucho más dañina”.
Al respecto, cita un informe de la Unctad (una agencia de las Naciones Unidas) que advierte que los precios de los productos, las exportaciones y la inversión en los países en desarrollo “se hundirán con la contracción global” y que “a muchos gobiernos les resultará sumamente difícil o imposible refinanciar los vencimientos de deuda en términos razonables”.
Estos países, sigue Stiglitz, tienen menos opciones ante la pandemia. “Cuando la gente vive al día, sin protección social, la pérdida de ingresos puede convertirse rápidamente en hambre”, explica. Y sin embargo, allí los gobiernos no pueden imitar la respuesta de EEUU: un paquete económico que agregará 10 puntos porcentuales a un déficit fiscal que ya era del 5% del PBI.
Cuando la gente vive al día, sin protección social, la pérdida de ingresos puede convertirse rápidamente en hambre (Joseph Stiglitz)
De ahí que el premio nobel cree necesario en medidas globales de asistencia a las economías emergentes, no sólo por parte de los organismos de crédito multilateral, como el FMI, Banco Mundial y otros, sino también por parte de las grandes economías desarrolladas para el cobro de deudas bilaterales.
“En las condiciones actuales, muchos países están sencillamente imposibilitados de pagar”, dice Stiglitz. “Sin suspensión mundial de cronogramas de pago, puede haber una avalancha de defaults a gran escala. En muchas economías el gobierno se enfrenta a una elección entre la cantidad de ingresos que destina a los acreedores externos y la cantidad de ciudadanos que morirán”, expone. La única opción real para la comunidad internacional, concluye, es una suspensión de pagos desordenada o una ordenada, “que evite graves turbulencias y costos para la economía global”.
Prioridades de corto plazo
Por último, un paper del Banco Mundial, titulado “Política macroeconómica en tiempos del Covid-19, guía para países en desarrollo”, de los economistas Norman Loayza y Steven Pennings, coincide con Stiglitz en que “los costos económicos y humanos de la crisis serán más grandes para los países en desarrollo”, debido a sus menores recursos sanitarios, más grande informalidad, poco profundos mercados financieros, menor espacio fiscal y más débiles estructuras de gobierno”.
A corto plazo, recomienda, los gobiernos deben balancear con cuidado las políticas de “contención del virus” y de “mitigación de la crisis económica”, basándose en “evidencia epidemiológica sobre la difusión del virus”.
En ese contexto, dicen Loayza y Pennings, “el foco inmediato debe ser la ayuda a la población vulnerable y los negocios más afectados. Sería en vano intentar políticas de estímulo, dice el trabajo, que considera más viable buscar “asegurar la continuidad de los servicios públicos, sin ignorar los riesgos de la inestabilidad macroeconómica”.
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