En medio del enfrentamiento con Techint, esta semana el Presidente dejó una frase que dejó pasmados a los empresarios chicos, medianos y grandes de la Argentina. “Vienen ganando hace muchos años, ahora les va a tocar ganar un poco menos”, aseguró. La realidad es totalmente diferente. Las empresas vienen soportando fuertes pérdidas en los últimos dos años, afectadas por una caída del consumo y aumento de los costos, que llevaron a pérdidas en algunos casos millonarias. Pero la crisis viene de mucho más largo. En realidad, hace ya prácticamente diez años que la economía se mueve como un serrucho, pero no crece.
Pedirle más esfuerzo al sector privado en este contexto es directamente imposible. La mayoría de las pymes no tienen resto alguno para soportar más semanas con facturación cero. Se cuentan de a cientos los casos en los que ya les anunciaron a los empleados que cobrarán en cuotas o directamente sufrirán una reducción del sueldo. Para colmo, las medidas extremas de aislamiento tomaron a la mayoría por sorpresa. El aislamiento total comenzó el 20 de marzo, luego del pago de impuestos y cuando se hace caja para juntar liquidez con el objetivo de pagar los sueldos.
Las últimas semanas fueron directamente caóticas para el sector privado. Aunque el Banco Central anunció que los cheques rechazados por no tener fondos o por problemas técnicos fue de alrededor del 20% a partir de la reapertura del clearing, no hay un empresario que hable de rechazos de menos del 50% de la cartera que debían cobrar en los últimos 10 días. Además, las transferencias electrónicas para pagar a proveedores cayeron a un nivel mínimo. Por supuesto aquellos sectores que siguen funcionando a pleno por tratarse de sectores esenciales (como empresas dedicadas al sector alimenticio o salud) tienen una realidad totalmente distinta. Pero los cálculos de las cámaras que agrupan tanto a compañías del sector comercial e industrial estiman que el 70% de las empresas directamente no registran actividad.
El sector privado está viviendo semanas caóticas. Cheques rebotados, la cadena de pagos virtualmente cortada y sin liquidez para enfrentar el pago de salarios, las empresas precisan medidas mucho más urgentes para no fundirse.
Este panorama no es exclusivo de la Argentina ni mucho menos. Primero en China, luego en la mayor parte de Europa y en Estados Unidos sucedió o está ocurriendo ahora prácticamente lo mismo. El coronavirus produjo un derrumbe de la actividad económica a nivel global como nunca antes se había registrado. La diferencia es que las posibilidades que tiene el Gobierno de dar una respuesta adecuada es infinitamente menor de lo que otros países ya están volcando para ayudar a que sus economías no sufran tanto el impacto de semejante paralización de la actividad.
Se estima que en los Estados Unidos el millonario paquete de estímulos fiscales (2 billones de dólares) junto a la intervención de la Reserva Federal para inyectar liquidez representan más del 20% del PBI norteamericano. Y desde la Casa Blanca ya anunciaron que en caso de quedarse cortos saldrán no dudarán en aumentarlo “cueste lo que cueste”. Algo parecido ocurre en Italia, España y el Reino Unido, los países más afectados por la pandemia y con mayor cantidad de víctimas, lo que augura un largo período de inactividad casi total.
Los anuncios fiscales y monetarios realizados por el Gobierno llegan, en cambio, a una porción ínfima en relación a lo que ocurre en el mundo desarrollado o incluso a lo que han anunciado otros países de la región como Chile. Todo lo que ya fue anunciado hasta ahora, especialmente aquellos programas destinados a mejorar los ingresos de los sectores más vulnerables apenas superan el 1% del PBI. A ello habrá que sumarle la segunda etapa, que consistirá en cubrir parte de los salarios del sector privado. Junto a ello, el Central liberó recursos para que los bancos otorguen préstamos blandos (la famosa línea del 24%) a las pymes.
Existe en Wall Street ahora una mayor expectativa de que el Gobierno avance finalmente con una renegociación de la deuda e intente evitar el default. La razón es bien concreta: sería mucho más dura la salida de la crisis si el país cae en cesación de pagos.
Las limitaciones en el caso local están a la orden del día. Si el paquete fiscal resulta demasiado generoso, como en realidad exigen estas circunstancias inéditas, el Banco Central tendría que darle vía libre a la “maquinita" de emitir para salir a tapar los agujeros fiscales. No es casual que la mayoría de las consultoras haya aumentado en casi diez puntos sus pronósticos de inflación para el 2020: del 40% al 50% y con tendencia a revisiones al alza. La emisión no es un problema en países con una moneda fuerte. No es el caso de la Argentina.
Alberto Fernández se vio obligado a abandonar la disyuntiva que él mismo planteó semanas atrás: “Entre la salud y la economía, privilegio la salud". Ahora cayó en la cuenta que de ahora en más el enfoque deberá ser “salud y economía” al mismo tiempo. Los altos niveles de informalidad, el elevado uso del efectivo y la debilidad de las empresas son aspectos que merecen una atención particular por parte del Gobierno. Las larguísimas colas repletas de jubilados el viernes no hicieron más que reflejar todos estos fenómenos en forma simultánea que atraviesan a la Argentina.
Hasta ahora, sin embargo, las medidas apuntaron a rescatar a los sectores más vulnerables, básicamente un bono para jubilados y para beneficiarios de la AUH, los $10.000 de emergencias para informales y monotributistas. Sin embargo, hubo poco y nada para las empresas. El enfoque inicial del equipo económico resultó como mínimo insuficiente para atender la crisis. Las medidas para aliviar a las empresas deberían haber llegado en paralelo o incluso antes que al resto de la población. Ayudar a las compañías a mantener el empleo cuando se han quedado sin facturación se vuelve absolutamente imprescindible.
Los principales representantes de la Unión Industrial Argentina y la Cámara Argentina de Comercio se reunieron el viernes con Alberto Fernández y plantearon la situación con crudeza. Pidieron que el Gobierno difiera el pago de impuestos, acelerar el programa de pago de salarios por parte del Estado y también aceitar los préstamos que por ahora los bancos han otorgado a cuentagotas.
Pero sobre todo el pedido de los ejecutivos fue que se flexibilicen las condiciones de la cuarentena para sacar a la economía del estado de parálisis. El Gobierno decidió avanzar en esa dirección. El viernes ya anunció un listado de actividad que pueden empezar a funcionar, aún sin tratarse de servicios esenciales. Y ayer el Presidente ya adelantó que después de Semana Santa el comercio podrá volver a funcionar, aunque posiblemente apelando a la modalidad de “delivery”. Todo esto deberá hacerse arriesgando lo menos posible el costado sanitario.
Las proyecciones sobre la caída que sufrirá este año la economía argentina son brutales. Se estima que podría ser más del 6%, no muy lejos de lo que podría pasar en el resto del mundo. Pero con una enorme diferencia: las perspectivas para la recuperación de la economía norteamericana, europea a China son significativas. No se descarta que sea en forma de “V” una vez que la actividad vuelva a cierta normalidad. En cambio, para la Argentina el panorama luce mucho más complejo y el temor entre los analistas privados es que esta crisis genere una evolución de la actividad con forma de “L”: una brutal caída pero sin recuperación posterior, lo que resultaría directamente devastador para los más vulnerables pero también para las empresas. ¿Cómo podrá sostenerse el empleo en semejantes condiciones? Muchas compañías ya no podrán sobrevivir si no cuentan con un contundente auxilio del Estado.
Quizás la única buena noticia en este panorama es que el Gobierno tendría mayores incentivos para evitar el default de la deuda. Las condiciones sumamente adversas que enfrenta la Argentina prácticamente no dejan otro camino que despejar el horizonte para poder salir mejor luego que pase la pandemia. El rebote de los bonos argentinos de esta semana, aún en medio de mercados todavía muy convulsionados, lleva implícita esa lectura. En Wall Street, sin embargo, siguen dudando de las intenciones de Martín Guzmán, a quien continúan viendo demasiado dogmático para los tiempos que corren. Claramente no es momento para experimentar.
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