Roberto Alemann, la guerra de Malvinas y el default de la deuda en 1982

El economista que falleció este viernes fue ministro durante el conflicto en el Atlántico Sur y tuvo que lidiar con una cesación de pagos y fuertes presiones internas y externas

Roberto Alemann

A fines de 1981, con una deuda externa pública de USD 20.024 millones que apenas se podía pagar, el gobierno militar se hallaba en pleno proceso de desgaste como producto de la crisis económica y por el lento pero progresivo avance del diálogo político.

En un gesto destinado a torcer la breve historia de fracaso político del general Roberto Viola, el 12 de diciembre asumieron Leopoldo Fortunato Galtieri como presidente y Roberto Teodoro Alemann, doctorado en Suiza y ex embajador en Estados Unidos, como ministro de Economía, quien falleció este viernes 27 de marzo.

Tras la fallida experiencia de la devaluación de Viola y su ministro Lorenzo Sigaut, volvía a manejar las riendas un economista defensor de la ortodoxia fiscal, dispuesto a recuperar la confianza dentro del país y fuera de él.

Desde 1976, según Alemann, las empresas públicas se habían endeudado para comprar bienes de capital “con un demencial financiamiento del Tesoro Nacional”.

Apenas se sentó en el mismo sillón que ya había ocupado durante nueve meses en el gobierno de Arturo Frondizi, Alemann tuvo que apelar a su prestigio personal en el mercado para pedir USD 500 millones ante la escasez de reservas en el Banco Central. Con urgencia de fondos, el ministro partió hacia la reunión anual del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en la bella Cartagena de Indias para acordar la refinanciación de los compromisos de la deuda soberana de 1982.

Cuando la guerra estaba a punto de estallar, Alemann se encontraba en una reunión del BID para refinanciar la deuda argentina y tuvo que volver de urgencia

El plan oficial consistía en contratar unos USD 3.500 millones en créditos sindicados a largo plazo y renovar otros USD 7.200 millones. Desde el 26 de marzo, ajeno a los planes bélicos del gobierno, el funcionario comenzó a tejer en el Caribe colombiano la delicada operación para sacar a la Argentina de la cornisa de la cesación de pagos. A cambio, Alemann se comprometió a reducir el déficit fiscal en un 2% durante ese año.

Alemann quiso atajar la crisis económica generada en la etapa final de la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz, que Lorenzo Sigaut no pudo frenar

La realidad rompería con su juramento, ya que a fines de 1982 los pasivos externos del Estado ascenderían a USD 28.626 millones. Con menos reparos que José Martínez de Hoz para aplicar un programa de ajuste con el objetivo de reducir la inflación, el ministro diseñó un esquema de “racionalización” del gasto público junto con su secretario de Hacienda, Manuel Solanet, que había intentado la misma tarea sin éxito desde 1976 a las órdenes de Juan Alemann, hermano de Roberto. Así, el ministro dejó flotar el tipo de cambio, dispuso un congelamiento de los salarios y el recorte de los subsidios a las empresas estatales. Tras lograr un rápido “compromiso verbal” para la refinanciación de la deuda, decidió adelantar su regreso dos días con una escala en Bogotá, para arribar el 30 de marzo a Buenos Aires. Sin embargo, las rutas aéreas no favorecieron sus planes y debió penar durante 25 horas entre un avión y otro para llegar al país a través del Brasil. Finalmente, aterrizó la tarde del jueves en el aeropuerto de Ezeiza, donde, ansioso, lo esperaba Solanet para explicarle que el enlace de la Fuerza Aérea con el Ministerio de Economía le había anticipado la noche anterior que el 2 de abril habría novedades importantes en relación con las islas del Atlántico Sur.

Al tanto de la operación militar, Solanet le ordenó al presidente del Banco Central, Egidio Ianella, que girara las reservas internacionales del Banco Central que estaban depositadas en el Banco Central de Inglaterra y en los bancos comerciales de los Estados Unidos.

El equipo económico giró las reservas del Banco Central de Londres a otros destinos para que no fueran embargadas

El nuevo destino sería el Banco Internacional de Pagos de Basilea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Reserva Federal de Nueva York, lejos del alcance de un eventual embargo británico.

Agotado por el extenso viaje desde Colombia, Alemann le dijo a Solanet en el aeropuerto que nada pasaría en relación con Malvinas y que necesitaba dormir una siesta en su casa para recuperar fuerzas. A las 19, su colaborador lo despertó por teléfono para reafirmar sus temores, pero Alemann volvió a pedirle calma, hasta que, a la una de la mañana del viernes, lo convocaron a una reunión de urgencia del gabinete nacional a las 7 de la mañana en la Casa de Gobierno para analizar una invasión que él desconocía.

Enojado y confundido, Alemann sintió que en un instante su castillo de naipes se derrumbaba: la ansiada lucha contra el déficit y la inflación dejaban paso al gasto militar como prioridad de la política económica.

Mientras el ministro tomaba conciencia del cambio de escenario, Ianella se aseguraba de que la operación de rescate de las reservas resultara “prácticamente” exitosa, ya que aún restaban 50 millones de libras esterlinas que por cuestiones operativas sólo podrían ser liberadas el viernes 2 de abril. El Ministerio de Economía aprovechó la lentitud del gobierno británico para reaccionar —Margaret Thatcher presuntamente se había enterado de la operación militar argentina a través de la inteligencia norteamericana la madrugada del viernes e impuso el control de capitales recién el sábado— para salvar ese dinero remanente.

Leopoldo Galtieri, el dictador que llevó al país a la guerra

Sin embargo, puertas adentro del sistema financiero inglés quedarían congelados durante toda la guerra unos USD 1.450 millones de residentes argentinos, incluidos 70 millones pertenecientes a la comisión de compra de 29 armas de la Armada Argentina, que un integrante de esa fuerza aún menos informado que Alemann se olvidó de retirar.

Luego de la reunión de emergencia del gabinete nacional, el ministro pareció recuperar el control sobre sí mismo al convocar a una reunión al mediodía para brindarles su crudo diagnóstico a los más importantes banqueros y empresarios del país, mientras una manifestación aplaudía la aventura de Galtieri en la Plaza de Mayo.

En la economía de guerra, Alemann limitaría la compra de divisa para evitar la fuga de capitales, el mercado cambiario volvería a desdoblarse, el peso se devaluaría, crecerían las retenciones a la exportación y se adoptarían otras medidas impositivas para enfrentar el crecimiento de los recursos militares, que consumieron USD 450 millones de gasto corriente, más los fondos destinados a la compra de aviones.

A pesar del apoyo retórico del sector privado a los planes del ministro, la fuga de un 4% de los depósitos totales del sistema financiero local registrada durante la primera semana de abril demostró los nervios del mercado ante la guerra contra la principal potencia marítima del planeta. Mientras los argentinos retiraban sus depósitos de los bancos en Buenos Aires y obligaban al BCRA a bajar los encajes para combatir la situación de iliquidez en el mercado, en pleno corazón del conflicto bélico la administración militar lograba mantener cierta confianza en la población de las islas. La gobernación militar prometió no incautar los bienes de los kelpers y de mantener la estabilidad, a través de un régimen bimonetario con un tipo de cambio fijo (a 20.000 pesos por cada libra malvinense) instaurado luego de un viaje de Solanet a Puerto Argentino a mediados de abril, cuando la mediación diplomática del gobierno norteamericano, conducida por Alexander Haig, ya había fracasado.

En medio del conflicto bélico, el ministro viajó a Europa para renegociar la deuda con el apoyo, frustrado, del FMI

Con el apoyo de sus aliados de la OTAN y de la Comunidad Económica Europea, Gran Bretaña dispuso el congelamiento de los fondos argentinos y el embargo de las importaciones de origen nacional. En la Argentina el sector más duro de la junta militar pidió como represalia la confiscación de los bienes británicos. Alemann no aceptó, pero sin dudarlo suspendió el pago de los vencimientos de capital de la deuda externa para preservar el nivel de reservas del Banco Central, generando una reacción de histeria entre los banqueros de todo el mundo. Si bien el ministro aseguró que la medida se basaba en el contexto bélico, sus colaboradores más estrechos sabían que la guerra permitiría esconder un default que estaba latente, porque no había dinero más que para pagar uno o dos meses de vencimientos.

El ministro intentó calmar al mundo financiero al explicar que mientras continuara la guerra abonaría los intereses en forma puntual, salvo a las entidades financieras británicas, que no recibirían pago alguno. La aclaración provocó mayor escozor aún, ya que el Lloyds Bank del Reino Unido era el principal acreedor individual del país.

Además, la Argentina había tomado una buena parte de sus créditos a través de préstamos sindicados, que todos los bancos cobraban a través de una sola ventanilla. Si no cobraba uno, no cobraba nadie. Alemann se percató entonces de la ineficacia de los mensajes a distancia y viajó a una reunión del Fondo Monetario Internacional en Helsinki, donde el 12 de mayo —mientras 3.000 gurkas partían hacia las Malvinas en apoyo de las fuerzas británicas— intentó sin demasiado éxito obtener el respaldo del titular del organismo, el francés Jacques de Larosiére, para lograr un programa de asistencia con la complicada promesa de continuar con un ajuste. Alineado con el discurso oficial de la defensa de la soberanía nacional en una guerra absurda, el ministro habló ante sus pares de todo el mundo. A su turno, tuvo que soportar la hostilidad de los representantes de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Desanimado, dejó Finlandia y comenzó sin pausa una gira por Zurich, París y Nueva York para ofrecerles a los acreedores privados no británicos la posibilidad de cumplir en forma efectiva con los vencimientos del pago de intereses a través de una cuenta en la Unión de Bancos Suizos (UBS).

El presidente Ronald Reagan y la premier Margaret Thatcher, dos aliados incondicionales

En forma paralela, se habilitaría una escrow account para asentar los compromisos con los bancos ingleses sin pagarles, hasta que Londres levantara las sanciones contra el país. Esta solución se le ocurrió al abogado Richard Davis, socio del estudio neoyorquino Weil, Gothsam & Manges, ex subsecretario de Finanzas del Tesoro durante la administración Cárter y experto en sanciones económicas internacionales, contratado por el Ministerio de Economía por el temor a que el gobierno de Ronald Reagan cediera a la presión de Thatcher de embargar los bienes argentinos en territorio norteamericano.

En realidad, Davis sólo se limitó a recomendarle al gobierno argentino una fórmula parecida a la que utilizaron los iraníes durante la toma de los rehenes en la embajada de los EEUU en Teherán, para eludir el congelamiento ordenado por el Tesoro en aquel entonces. Davis comenzó su trabajo con una visita a Buenos Aires, antes de que las tropas inglesas llegaran al Atlántico Sur, en la que sugirió reducir al mínimo los incentivos de los bancos para declarar un default formal. Sin embargo, con la cuenta abierta en la UBS la Argentina generó un frente de conflicto interno entre los acreedores del país, ya que las entidades británicas reclamaron con energía a sus socios —con la amenaza de iniciar juicios incluida— la acreditación inmediata de su cuota correspondiente, por cierto sin mucho éxito. Tras su gira, el ministro se tranquilizó cuando los bancos no británicos se resignaron a aceptar la propuesta argentina, que hasta recibió elogios del Tesoro de los Estados Unidos.

El 14 de junio de 1982 los militares argentinos se rindieron ante sus pares británicos en Puerto Argentino. Junto con la derrota en el campo de batalla, el país acumulaba al final de la guerra unos USD 2.000 millones de atrasos en el pago de la deuda que debió empezar a renegociar al día siguiente de la rendición en el Atlántico Sur. Se trataba del primer default de la región en los 80, meses antes de la declaración de México de dejar de pagar su deuda, que luego provocó un efecto en cadena.

Domingo Cavallo y Carlos Menem, una dupla exitosa pero que tenía una disputa interna. El Presidente intentó reemplazarlo con Alemann, quien no aceptó

El país seguiría en una situación de default de hecho hasta 1993, cuando firmó la renegociación de la deuda en el marco del plan Brady que se extendió en toda la región.

En ese entonces, Alemann era uno de los hombres a los que más escuchaba el presidente Carlos Menem, quien le propuso reemplazar a Domingo Cavallo cuando éste renunció en 1996 por sus disputas con el Jefe de Estado. Alemann no aceptó; había comprendido que dos experiencias como ministro habían sido más que suficientes, sobre todo cuando una de ellas había transcurrido durante una guerra.

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