El crash bursátil que golpeó a los mercados desde fines de febrero y se profundizó este mes no dejó a ninguna bolsa del mundo indemne. El coronacrash, como fue bautizado por el rol que jugaron en él las medidas extremas tomadas primero por China y luego por los países del resto del mundo para intentar frenar la dispersión del virus Covid-19 a través del distanciamiento social, estuvo condimentado además por el derrumbe del petróleo como resultado de una disputa de precios entre los principales países exportadores de crudo.
Si bien el mercado argentino es uno de los más afectados dado el estado de fragilidad en que se encontraba tras dos años de crisis financieras y una inminente reestructuración de deuda al filo del default, el daño es generalizado en todas partes del mundo. Con datos hasta el cierre del lunes, el índice Dow Jones de Nueva York caía 31%, el CAC francés 36%, el Dax alemán 36%, el FTSE 100 de Londres 30%, el RTS ruso más del 37%, el Bovespa casi 38% y el S&P Merval porteño 33,5%. Y todavía falta anotar el derrumbe de ayer, en el que Wall Street perdió más del 12%.
Entre el 14 de febrero último, dos ruedas antes del inicio del desplome, y el cierre de la semana pasada, el índice MSCI All Country Index que sigue una canasta de índices de países desarrollados y emergentes, acumulaba una baja del 21,07%, el umbral que separa a un bull market, como se llama en el mercado a una tendencia alcista sostenida en el tiempo, de un bear market, la situación contraria.
En el proceso, las bolsas de los cuatro continentes se vieron afectadas, con los precios de las empresas de todos el mundo castigadas por el temor a una posible recesión global como la que azotó al mundo luego del colapso financiero de 2008.
De hecho, la primera semana del coronacrash -se considera que se inició el 20 de febrero- fue una de las peores para Wall Street desde la quiebra de Lehamn Brothers, desatada por la crisis subprime.
En esa serie de sacudones financieros, en el que los índices norteamericanos promediaron movimientos del 3%, el 9 de marzo se distinguió como un día particular. En esa jornada se vivió la peor caída para un sólo día desde la crisis de las hipotecas subprime, disparando los temores a una recesión.
Pero incluso ese lunes negro fue superado: el 16 de marzo el Dow Jones el Dow Jones recortó un 12,9% y superó así la reciente marca de 10% negativo del jueves 12. Para encontrar un desplome más contundente hay que regresar al 19 de octubre de 1987, el famoso “crash” bursátil que significó la pérdida de 22% en una sola rueda.
El “lunes negro” de 2020 fue causado por una combinación de factores. A la crisis ya desatada por la extensión de la pandemia se sumó un desacuerdo entre los países de la OPEP, que no llegaron a acordar una reducción consensuada de la producción de crudo con el objetivo de mantener alto el precio. Rusia, un participante externo de la reunión que se celebró los días viernes y jueves previos, no se sumó al acuerdo. Y a la resistencia rusa respondió Arabia Saudita con el anuncio de un aumento unilateral de la producción de barriles que hizo colapsar al precio del petróleo. Y, con ello, a todas las bolsas del mundo.
Desde entonces, pocos días después hubo un “jueves” negro y el lunes, otra vez Wall Street se destaca por sus caídas que se dan a pesar de un ambicioso plan de estímulo monetario de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que bajó su tasa de referencia a cero en una maniobra coordinada con otros bancos centrales.
Pero las dimensiones de la decisión jugaron en contra. Los inversores parecieron leer que el movimiento desesperado de la Fed confirmaba lo peor: que la economía mundial podría pasar de la expansión a la contracción. Al fin y al cabo, los hacedores de políticas reaccionaban con medidas extremas por algún motivo.
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