La Argentina es un país que se ubica en el noveno lugar del ránking mundial en términos de superficie, con 2,78 millones de kilómetros cuadrados; desciende al puesto 31 en cantidad de habitantes, con poco más de 45 millones de personas; y al 70 en el PBI promedio por habitante por año, con unos USD 17.200 estimado para 2019 al tipo de cambio de paridad de poder de compra entre los país (una forma de quitar los efectos de las apreciaciones y depreciaciones circunstanciales de las monedas que caracteriza a países emergentes y con alta inestabilidad de las reglas de juego para el sector privado).
Rok Spruk, investigador y asistente de la Facultad de Economía de la Universidad de Ljublijana, analizó a fines de 2018 para el CATO Institute “El ascenso y caída de la Argentina”, desde comienzos del siglo XX, cuando “experimentó un período de excepcionalismo económico conocido como la ‘Belle Époque’. Para 1896, Argentina alcanzó el ingreso per cápita de EE.UU. y obtuvo un nivel de prosperidad considerablemente mayor que Francia, Alemania, Italia y España. Un crecimiento económico sólido y las reformas institucionales posicionaron a Argentina entre los 10 mejores países en 1913 en términos de PBI por habitante.
Para 1896, Argentina alcanzó el ingreso per cápita de EEUU y obtuvo un nivel de prosperidad considerablemente mayor que Francia, Alemania, Italia y España, y se sostuvo hasta poco más de la primera década del siglo XX
“Algunos académicos han llamado a la Buenos Aires del siglo XIX “Chicago en el Río de la Plata”, dada la similitud histórica entre ambas ciudades”, recuerda Spruk.
En su análisis, el economista atribuye la crisis posterior, hasta el puesto 70 para 2019, apenas 11 por arriba del promedio de 193 países relevados por el Banco Mundial, al “altísimo costo de las rupturas institucionales que se dieron luego del golpe militar de 1930, de la llegada al poder de Perón y de la dictadura militar de 1975”, pero la recuperación de la institucionalidad de la Democracia en 1983 no cambió la tendencia a la repetición de crisis recurrentes, a veces cada 7 años, otras cada 10, pero siempre reafirmando un sendero declinante, al punto que en 2001 Chile logra posicionarse por arriba de la Argentina, hoy con un PBI per cápita cercano a USD 23.000 al tipo de cambio de paridad; Uruguay lo logra en 2014, ahora con un PBI de casi USD 21.000; y México es probable que lo haya logrado el último año con poco más de USD 18.100, porque la crisis cambiaria y extensión de la recesión en 2019 había devaluado el PBI per cápita local a un nivel próximo a 17.000 dólares.
El gráfico muestra la comparación del país con otras 15 economías con información completa desde 1917 (según Cato Institute recoge de Angus Maddison hasta 2016, y actualizados a 2018 por Infobae con estadísticas del Banco Mundial).
Los costos de la inestabilidad institucional
Habitualmente se menciona la inestabilidad como sinónimo de los golpes de Estado que afectaron al país en varios episodios del siglo pasado. Sin embargo, a menudo los economistas también se refieren a ese fenómeno a los cambios periódicos de las reglas de juego, casi al ritmo del traspaso de gobierno, aún dentro del mismo signo político, como el que siguió al menemismo, con 12 años de kirchnerismo tras el breve paréntesis de la Alianza en 2000 y 2001, y ahora parece repetirse el cuadro con en el logro de una nueva Ley de Emergencia Económica.
Esa incapacidad para mantener en el tiempo las normas impositivas, laborales, cambiarias, monetarias, principalmente, derivaron en recurrente deterioro de los índices de bienestar de los argentinos, porque derivaron en sostenida caída de la tasa de inversión productiva; disminución de la productividad del conjunto de los factores de producción y pérdida de competitividad de las empresas, con sostenida baja de la participación en el comercio mundial; altas tasas de inflación y consecuente potenciación de los índices de pobreza de la población.
La incapacidad para mantener en el tiempo las normas impositivas, laborales, cambiarias, monetarias, principalmente, derivaron en recurrente deterioro de los índices de bienestar de los argentinos
Ahora la Argentina está frente a una nueva oportunidad de revertir la tendencia con un cambio de gobierno que promete modificar las cosas, pero los mayores controles de cambios, suba de impuestos y búsqueda de reestructuración de la deuda pública con quitas de capital, baja de tasas y extensión de plazos, no parece el camino apropiado, más aún cuando la meta es tender a un crecimiento modesto del PBI inferior a 3% por año.
Si la Argentina lograra crecer en forma sostenida a un ritmo de 2% por año acumulativo por habitante, y el mundo se estancara en el nivel actual necesitaría casi 60 años para equipararse al PBI per cápita de los EEUU de casi USD 60.000 por año; o 70 años el de Irlanda que supera USD 70.000; y mucho más para acercarse al de los líderes actuales: Qátar, Luxemburgo, o Singapur, con más de USD 90.000 por residente.
Si la Argentina lograra crecer en forma sostenida a un ritmo de 2% por año acumulativo por habitante, y el mundo se estancara en el nivel actual necesitaría casi 60 años para equipararse al PBI per cápita de los EEUU de casi USD 60.000 por año; o 70 años el de Irlanda que supera 70.000 dólares
El país mantiene singulares índices de capacidad ociosa: 40% en el potencial productivo de la industria manufacturera; otro tanto en el mercado laboral, caracterizado con más de 35% de informalidad y 15% menos de la tasa de participación de la población respecto del promedio mundial; 60% a 70% en el comercio exterior; y también muy alto en el uso de la capacidad de generación de energías renovables y no renovables; la infraestructura del turismo; y en materia de bancarización de la economía.
Sólo cuando se deje de pensar en el ajuste del ajuste, y se analicen los incentivos y acciones que necesita la economía para aprovechar su potencial productivo y mejora real del bienestar de sus habitantes, la distancia de poder adquisitivo con los líderes del planeta no sólo tenderá a recortarse, sino incluso podrá aproximarse más rápido de lo que hoy aparece como posible, aunque claramente improbable.
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