Si quienes entregaban granos a Vicentin o les autorizaban créditos hubiesen estado más atentos, en septiembre pasado podrían haber advertido que la compañía más importante de Santa Fe, y una de las más grandes de la Argentina, estaba atravesando serios problemas financieros. Cuando finalmente hicieron eclosión esas cuestiones, a comienzos de diciembre pasado, ya era demasiado tarde. Quedaron fábricas cerradas, cientos de trabajadores en ascuas y un pasivo de 1.450 millones de dólares, que parece irrecuperable.
No sólo eso. En medio del proceso de default y convocatoria de acreedores, el viernes el fiscal federal Gerardo Pollicita imputó a Javier González Fraga, presidente del Banco Nación durante la última parte de la gestión Cambiemos, a Alberto Padoán –que estuvo también imputado en la causa de los cuadernos y es el referente de empresa, aunque hace tiempo está alejado del día a día– y a Gustavo Nardelli, otro heredero de la familia Vicentin –presidente de la Terminal Portuaria Rosario, otra empresa de la que el grupo es socio– en la causa en la que se investiga hubo irregularidades en el otorgamiento de millonarios créditos a la empresa. Desde Vicentin, off the record, sólo aseguran no saber los motivos por los que se imputó a dos personas que hoy no estarían en el manejo gerencial del holding.
Raro que nadie sospechara algo en la ciudades santafesinas de Avellaneda y Reconquista. Allí, en esas ciudades siamesas del norte santafesino, apenas divididas por un arroyo y por mucha pica entre sus vecinos, la familia Vicentin comenzó a construir en 1929 los pilares de su imperio, que la llevaron a convertirse en uno de los principales exportadores de granos y de carne vacuna del país, entre muchos otros productos. ¿Pero cómo en su propio barrio alguien podía sospechar que a Vicentin le podía estar yendo mal? Si hasta allí habían sido los mejores vecinos. E inexpugnables.
Quedaron fábricas cerradas, cientos de trabajadores en ascuas y un pasivo de 1.450 millones de dólares, que parece irrecuperable
¿Qué sucedió en septiembre? En unos pocos medios locales se publicó la noticia de que Vicentin había desistido de seguir con uno de sus últimos grandes emprendimientos para embellecer esas ciudades: la construcción de una torre de 15 o 20 pisos que sería la más alta de Reconquista y que se llamaría Vilaseca.
El emprendimiento inmobiliario iba a estar ubicado en la esquina de calles General Obligado y Alvear, donde hoy solo queda un terreno baldío. Había sido lanzado en junio de 2018 con bombos y platillos por Sergio Vicentin, uno de los muchos herederos con acciones en la compañía agroindustrial. El edificio, según se dijo, sería uno de los cinco mejores equipados del país. Los departamentos serían de 170 o 340 metros cuadrados y contaría con amenities, como pileta, gimnasio, SUM y quincho. La inversión estimada era de 25 millones de dólares.
En septiembre de 2019, cuando Vicentin desistió de seguir adelante con ese proyecto, y con otro complejo habitacional “premiun” de 80 departamentos ubicado en Avellaneda, la Argentina había ingresado en una tumultuosa época política y financiera. La fórmula de Alberto Fernández y Cristina Fernández se había impuesto en las PASO y los mercados reaccionaban de la peor manera, con una devaluación más que significativa, y sobre todo con mucha incertidumbre.
Nadie, ni en la ciudad cabecera de Vicentin ni en el mercado de granos –que hasta momento tenía a Alberto “Beto” Padoán, otro integrante de la familia Vicentin, nada menos que como presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario–, reparó en el detalle de este edificio.
Por el contrario, muchos productores, acopios y cooperativas (incluida la tradicional Unión Agrícola de Avellaneda, que quedó comprometida) se apuraron a venderles granos a Vicentin, ante la perspectiva de que si finalmente ganaban los Fernández iban a subir las retenciones, y la soja, el trigo y el maíz iban a pasar a valer unos cuantos pesos menos. Había, rápido, que sacárselos de encima.
Vicentin, que había terminado el 2018 como sexta exportadora de granos y subproductos de la Argentina, con un volumen superior a los 6 millones de toneladas, no se achicó: a todo el que le ofrecía soja le decía que sí, en las condiciones que fuera, con precios a fijar o a valores ya facturados. ¿Total, qué podía salirle mal? Si todo a lo largo de su historia había sido una sucesión de éxitos…
La historia
Como se dijo, los inicios del grupo agroindustrial Vicentin, se remontan a 1929, año de la gran crisis económica mundial. Por aquel entonces, los hermanos Máximo, Pedro y Roberto, llegados desde Italia en 1920, fundaron un pequeño comercio de acopio y ramos generales en Avellaneda, en el norte santafesino, que fue creciendo y años después –en 1937– se convirtió en una primera planta desmotadora de algodón, y en una pequeña fábrica de aceite en 1943.
Por entonces la soja no era siquiera conocida en estas tierras. Se molía algodón, lino y maní. Recién en 1966 esta industria incorpora el proceso de extracción por solventes, que es el que actualmente se utiliza en el crushing de soja. En eso fueron pioneros. Las multinacionales que ahora dominan el comercio de granos, como Cargill, Bunge y Dreyfus, recién comenzaban a instalarse en el país.
Muchos años después, en 1979, la compañía nacida en el norte de Santa Fe, bien lejos de los puertos, se logró instalar en San Lorenzo, a la vera del río Paraná. Construyó una nueva planta de extracción con capacidad de 2.000 toneladas por día, que es apenas el 10% de lo que muelen hoy las mayores plantas de la Argentina. Sus sueños como agroexportadora nacerían recién en 1985, con la inauguración de su propia terminar de embarque. ¿Soja? Aún desconocida.
Recién en 2007, un año después de la sanción de la primera ley de biocombustibles, Vicentin comenzó la construcción, junto a la multinacional Glencore, de una de las primeras plantas de biodiesel que tuvo el país, Renova. Para ese entonces la soja ya era ama y señora en estas pampas. Con ella se podía hacer aceite y con el aceite se podía hacer un biocombustible renovable compatible con el gasoil. Nuevos negocios, pero siempre dentro del rubro de la molienda.
Tres años antes, en 2004, la familia había dado los primeros pasos hacia la diversificación de sus negocios, por fuera del rubro estrictamente agrícola. La muda de ropas comenzó con la compra del frigorífico Friar, la mayor fuente de empleo privado en la ciudad de Reconquista. Al principio no fue un gran negocio, porque la planta hacía años que estaba en venta y arrastraba una pesada deuda de más de 120 millones de pesos, la mayoría con el exterior. Para colmo, dos años después, Néstor Kirchner establecía el primer gran cierre de las exportaciones de carne.
En Avellaneda, donde incluso ahora Vicentín entró en mora con los impuestos municipales (representa el 30% de la recaudación), nadie habla mal de los Vicentín. O mejor dicho, de los mayores de la familia
En 2008 compró la marca de algodones “Estrella” e inauguró una nueva planta textil. En 2009, Vicentin profundiza este proceso hacia nuevos negocios, ya que con el excedente del negocio de la molienda de soja adquirió viñedos y montó una bodega en Mendoza, que después agrandaría en 2016, con la adquisición de otro trapiche.
En 2012, puso en marcha una planta de bioetanol de maíz en Avellaneda. Y más tarde, en 2016, destinó la friolera de 100 millones de dólares para adquirir la línea de productos frescos (postres, yogures y flanes) de la malograda Sancor, a través de una sociedad controlada llamada ARSA. También es dueña de puertos, una fábrica de envases y hasta de un feed lot para miles de cabezas de ganado, “Los Corrales de Nicanor”, muy cerca de Reconquista. También son dueños de Algodonera Avellaneda y Enav (jugo de uva concentrado) y Promiel.
Opiniones
Los Vicentin son queridos y admirados en Avellaneda y –aunque a regañadientes– también en Reconquista. Son muy respetados. Nunca, hasta aquí, habían tenido un fracaso.
“Los Vicentin fueron lo que algunos pensamos como un ejemplo de empresarios: trabajadores, solidarios, comprometidos”, describe a Infobae un vecino de Reconquista que conoce “de potrillos” a todos los directivos actuales de la aceitera. Tanto que hasta fue compañero de salidas de “Beto” Padoán cuando era soltero. Luego, al menos cuarenta años atrás, Alberto se casó con Mireya, una hija adoptiva del pionero Don Pedro Vicentin, y comenzó a ser parte de la familia.
Padoán, que fue CEO de todo el grupo, representa la segunda generación de la familia, la de la gran expansión. También se vinculó a la política y fue candidato a diputado a fines delos 90 del partido de Domingo Cavallo. Está alejado de la conducción del la cerealera hace varios años, pero pasó por otras empresas y es accionista y referente del todo el holding
Esta fuente, la que los conoce con pelos y señales, pone en palabras los corrillos de Avellaneda y Reconquista, donde nunca nadie se animaría a hablar mal de los Vicentin en voz alta, pero donde casi nadie duda que los actuales problemas de la compañía arrancaron desde que comenzó a tallar más fuerte la “tercera generación”, mucho más audaz y menos conservadora que sus antecesoras.
En ese grupo, que no tuvo pruritos para tomar deuda para sus planes de expansión, se destaca Sergio “el Mono” Nardelli, hijo de una Vicentin, quien reemplazó a Padoán, aunque en rigor es parte de una conducción familiar colegiada entre los principales herederos. También son directores y parte de la conducción los dos hijos del ex presidente de la Bolsa de Rosario, Máximo (“Maxi”) y Cristian.
Gustavo Nardelli, hermano del “Mono” y ahora imputado el préstamo del Banco Nación, coquetéo con el PRO como eventual candidato a gobernador.
Una de las historias de color de pago chico relata que se contrató a la reputada weeding planner Bárbara Diez (esposa de Horacio Rodríguez Larreta) para que organice el segundo casamiento de su hijo “Maxi”. Toda una excentricidad en el interior santafesino.
“Fue el querer ser”, resumió la fuente. “Beto” Padoán, que al dejar la jefatura de Vicentin a manos de la tercera generación se dedicó a la dirigencia en la Bolsa de Comercio de Rosario, tuvo que dar explicaciones en la Justicia por haber sido citado en los cuadernos de la corrupción que escribió el chofer Oscar Centeno.
Fue procesado por eso y cuando se le dictó la falta de mérito por asociación ilícita volvió a presidir la Bolsa rosarina hasta diciembre del año pasado. Antes había desarrollado una fuerte estrategia de campos –al igual que la mayoría de los miembros de la familia– y hasta se dio el lujo de armar una cabaña de reproductores de ganado Braford.
En Avellaneda, donde incluso ahora la empresa entró en mora con los impuestos municipales (representa el 30% de la recaudación), nadie habla mal de los Vicentin. O mejor dicho, de los mayores de la familia. Muchos de los hijos y yernos de los fundadores del grupo aceitero son filántropos de turno completo con su ciudad. Sus aportes van desde apoyar el funcionamiento del teatro y el hogar de ancianos, hasta la puesta en marcha de la escuela para chicos con capacidades diferentes. “Son personas que están muy presentes en la comunidad”, coincidieron un par de fuentes.
La tercera generación y el presente de la empresa
Una anécdota que pinta de cuerpo entero a la vieja camada de primos de la familia Vicentin es que uno de ellos, que trabajó siempre en la compañía a cambio de un salario, nunca retiró los dividendos que le correspondían por ser uno de los cien accionistas de la compañía, porque como la mayoría de su parientes nunca cambió de casa ni de pretensiones.
Ahora deberá ir a reclamar lo que le corresponde a un juzgado comercial que atiende el concurso de acreedores solicitado por la compañía a mediados de febrero. Allí se discuten deudas de todo tipo: el Banco Nación reclama 200 millones de dólares y los proveedores de granos otros 350 millones. Y así una sucesión de acreedores. Nadie sospecharía que parte de los 1.300 millones de dólares que debe Vicentin es con uno de sus dueños, una suerte de adalid de un estilo de hacer negocios.
“La tercera generación se metió con el favoritismo político, los subsidios, la burbuja del sentirse importante y poderoso y allí cayó en los errores de cálculo”, dice otro santafesino que conoce de cerca la vida de esta empresa, y que separa de modo tajante a los fundadores. “Gente de trabajo, de clase media, que empezaron todo desde muy abajo”, define. “Los jóvenes son diferentes. Este año, en medio de la crisis, con cientos de acreedores en medio de un ataque de nervios, muchos estaban tomando sol en Punta del Este”, aseguran.
Por estas horas desde la empresa reiteran que “perseguirán sin descanso, aún en este contexto, sus objetivos prioritarios de defender las fuentes de trabajo, rehabilitar la operatoria industrial y comercial y concretar una restructuración de sus pasivos en condiciones y términos que sean mutuamente fructíferos para acreedores y para la empresa”.
El tiempo dirá como se soluciona el conflicto, que hoy genera incertidumbre y consecuencias negativas en la cadena de comercialización de granos y oleaginosas.
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