El ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Ernesto Araujo, primereó por Twitter. Estados Unidos, reveló, apoya la incorporación de su país a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), referido a menudo como “el club de los países ricos”. De inmediato, el Departamento de Estado norteamericano confirmó la decisión a la agencia AFP.
Ahí nomás, el clásico del fútbol sudamericano se tornó político: el propio Jair Bolsonaro dijo que en el proceso de accesión Brasil estaba “adelantado a la Argentina” e hizo consideraciones poco diplomáticas. “Esperamos que las cosas vayan bien en la Argentina, pero sabemos que, por el panorama político, van a tener dificultades. Su opción (electoral) fue elegir a quien los colocó en la situación de desgracia en que se encuentran”, señaló el presidente brasileño, y también arremetió contra Chile que -agregó- "infelizmente se dirige hacia el caos, hacia el socialismo”.
El Gobierno argentino restó importancia a la cuestión, concentrado como está en la negociación con el FMI. De todos modos, funcionarios de la embajada de EEUU explicaron al ministro de Economía, Martín Guzmán, y al secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, que la prelación dada a Brasil “no implica nada de personal ni de ideológico” contra el gobierno de Alberto Fernández.
El clásico del fútbol sudamericano se tornó político: el propio Jair Bolsonaro dijo que en el proceso de accesión Brasil estaba “adelantado a la Argentina” e hizo consideraciones poco diplomáticas
Nada es lineal en estas cuestiones. En 2019 el gobierno de Trump había señalado que apoyaba las candidaturas de Argentina y Rumania. Y Chile, el país que según Bolsonaro va camino del caos, es desde 2010 socio de la OCDE.
¿Qué es la OCDE? ¿Qué ventajas tiene, o no, ser miembro?
Heredera de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), que había sido creada en 1949 para ayudar a implementar el Plan Marshall, el programa de ayuda económica con el que Estados Unidos buscó acelerar la reconstrucción europea en la segunda post-guerra mundial, la OCDE fue creada en 1961 por Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Grecia, Irlanda, Islandia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Portugal, España, Suecia, Suiza, Turquía, Reino Unidos y Estados Unidos, a los que al poco tiempo se agregó Italia para conformar la veintena originaria.
La enumeración desmiente el origen de “países ricos”; la mayoría eran, en ese momento, más pobres que la Argentina, como también lo era Finlandia en 1969, año de su accesión. Antes se había sumado Japón (1964), y luego lo hicieron Australia (1971) y Nueva Zelandia (1973). Después, durante más de 20 años, el club no aceptó nuevos socios. Las puertas se reabrieron para México (1994) y el proceso se aceleró: República Checa (1995), Corea del Sur, Hungría y Polonia (1996), Eslovaquia (2000), Chile, Eslovenia, Estonia e Israel (2010 y más recientemente Letonia (2016) y Lituania (2018).
“A diferencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU), la OCDE está integrada por pocos países; se busca que sean pocos pero importantes”, dice el ex subsecretario de Estado Marcelo Scaglione, que entre 2016 y 2019 fue representante del ministerio de Hacienda ante esa organización: su tarea, precisamente, era liderar el proceso de accesión argentino.
La relación consultiva de la Argentina con la OCDE tiene casi 40 años, pero se profundizó a partir de 1995, bajo el gobierno de Carlos Menem, cuando el país pasó a integrar seis de sus comités. Durante los gobiernos kirchneristas se incorporó a tres más y bajo la gestión Macri se sumó a otros quince e inició, en 2016, el proceso de incorporación en el que ahora EEUU decidió priorizar a Brasil.
La relación consultiva de la Argentina con la OCDE tiene casi 40 años, pero se profundizó a partir de 1995, bajo el gobierno de Carlos Menem, cuando el país pasó a integrar seis de sus comités
Universidad para países
“Son 36 países, pero originan el 75% de la Inversión Extranjera Directa y explican el 60 % del PBI y el comercio mundiales”, dijo Scaglione a Infobae. “La OCDE establece estándares y las mejores prácticas internacionales a través de 300 comisiones de trabajo; es una escuela o universidad para países; para ingresar tenés hacer un curso de ingreso”.
Más escéptico, el politólogo Andrés Malamud dijo desde Lisboa a Infobae: "la OCDE es como un club: accedés a charlas, tenés descuentos y aparecés en informes y estadísticas. Te da networking y algún prestigio, no mucho más”.
Los beneficios de pertenecer, según Scaglione, son múltiples. “Accedés a estándares internacionales en políticas públicas. Si querés avanzar en Educación, pedís cooperación a Finlancia; sobre competitividad, lo tenés a Australia; sobre manejo del agua, lo tenés a Israel, en materia de innovación, está Corea del Sur, en materia ambiental, los países nórdicos”, ejemplifica.
La relación de confianza, dice, “permite ser examinado y aprender de los mejores”. Además, recuerda, la OCDE diseñó las pruebas PISA, que miden resultados en materia educativa. Y a partir de 2016 el Indec reconstruyó la calidad y confiabilidad de las estadísticas públicas gracias a ese respaldo.
La OCDE diseñó las pruebas PISA, que miden resultados en materia educativa. Y a partir de 2016 el Indec reconstruyó la calidad y confiabilidad de las estadísticas públicas gracias a ese respaldo (Marcelo Scaglione)
No en vano, sigue Scaglione, los países miembros de la OCDE son más atractivos para la inversión extranjera y sus empresas tienen más bajo costo del crédito. Y cita los casos de Corea del Sur, que ingresó en 1996 y en los siguientes 20 años su PBI por habitante creció 160%, y Polonia, que ingresó el mismo año y desde una base más baja su PBI por habitante aumentó, hasta 2016, un 230%. Para Israel y Estonia, incorporados en 2010, las cifras son respectivamente 30 y 43%.
Es cierto, reconoce, que Corea fue, al año siguiente de su ingreso, una de las víctimas de la crisis del sudeste asiático, pero su pertenencia a la OCDE le permitió salir más rápido y mejor parado de ella. También en 1994 se dio la paradoja de que México ingresó como socio pleno de la OCDE siete meses antes de la crisis que se desató a fines de ese año y que se conoció como “efecto Tequila”. Los más de 25 años de pertenencia a la organización no le permitieron a México erradicar su endémica crisis de inseguridad ni la violencia asociada al narcotráfico, aunque en 2009, en el decimoquinto aniversario de la accesión mexicana a la organización Gurría destacó que gracias a esa membresía México había mejorado el sistema de transferencias a los agricultores y el cuidado del ambiente, adoptado una nueva ley de competencia e iniciado un proceso de “seguimiento de experiencias internacionales” para mejorar la calidad de su sistema educativo.
Malamud dice que el argumento de que pertenecer favorece la inversión extranjera “no tiene sustento”, aunque concede que la dieta requerida para entrar “te beneficia aunque no ingreses, ¡pero eso ya lo hicimos!”. Además, cuestiona la relación entre la membresía y el beneficio de testear a los estudiantes argentinos en las pruebas PISA: “Argentina participa en ellas sin pertener a la OCDE”.
El argumento de que pertenecer favorece la inversión extranjera ‘no tiene sustento’, aunque concede que la dieta requerida para entrar ‘te beneficia aunque no ingreses, ¡pero eso ya lo hicimos!’ (Andrés Malamud)
“La aspiración de entrar tuvo un componente mayoritario de esnobismo. Quedarnos afuera no tiene costo”, concluye Malamud. "El G-20 es más networking y más prestigio con menos estadísticas”.
Causas y azares
La mención remite a un caso que tuvo más que ver con afinidades políticas o factores ajenos a méritos de ingreso.
Paul Martin, entonces ministro de Finanzas (y más tarde primer ministro) de Canadá, le contó a los periodistas John Ibbitson y Tara Perkins, del "Canadian Globe and Mail” que la lista de países que en 1999 fueron sumados al G-7 para conformar el G-20 y lidiar más eficazmente con crisis como las del sudeste asiático y Rusia, la garabatearon a las apuradas él y el entonces secretario del Tesoro de EEUU, Lawrence Summers, en el reverso de un sobre que encontraron a mano. Los latinoamericanos serían tres. Brasil y México fueron los obvios primeros. El tercero estaba entre Chile, por su economía ordenada y exitosa, y la Argentina, gran colocador de bonos en los mercados de capital. Primó el tamaño.
Durante nueve años, las tenidas del G-20 se limitaron a ministros de Finanzas y banqueros centrales. Pero a fines de 2008, ya “pato rengo” y acosado por la crisis de las hipotecas, George Bush decidió convocar en Washington a la primera “Cumbre del G-20″, invitando al presidente electo de su propio país, Barack Obama, y a los mandatarios en ejercicio de los países del grupo, incluida la argentina Cristina Fernández de Kirchner.
El interés de los países por acceder a ciertos clubes o negociar ciertos acuerdos puede, además, variar según las circunstancias.
En los años noventa, con el argumento de atraer inversiones extranjeras, la Argentina firmó decenas de tratados bilaterales de inversión con países desarrollados, la mayoría de los cuales daban como foro de resolución de disputas (previo “agotamiento” de las instancias judiciales locales) al Ciadi (Centro Internacional de Arreglos sobre Diferendos de Inversión), una suerte de Tribunal que se constituye, caso por caso, en el ámbito del Banco Mundial.
Cuando sobrevino el default, la Argentina pasó a ser el país más demandado ante el Ciadi, pero pese a su retórica a veces incendiaria, los gobiernos kirchneristas nunca denunciaron la adhesión a ese foro (lo que al cabo de diez años le hubiera quitado competencia en cualquier disputa originada en territorio argentino) e incluso pagaron algunos de sus fallos arbitrales en respuesta a pedidos del gobierno de Barack Obama.
Brasil, en cambio, había rehusado sistemáticamente firmar esos acuerdos, confiado en el atractivo de su inmenso mercado. Hasta que en la primera década del siglo XXI, con la internacionalización de sus empresas, los gobiernos del PT firmaron acuerdos bilaterales con países de menor desarrollo, varios de ellos en África, para que el Ciadi sea el foro al que las multis brasileñas lleven sus reclamos insatisfechos.
Brasil rehusaba firmar tratados bilaterales de inversión, hasta que en la primera década del siglo XXI, con la internacionalización de sus empresas, los gobiernos del PT firmaron acuerdos con países de menor desarrollo, varios de ellos en África, para que el Ciadi sea el foro al que las multis brasileñas lleven sus reclamos insatisfechos
Aliado extra-OTAN
Hace casi 25 años, el gobierno de Carlos Menem hizo gesta de la condición de “Aliado Extra-OTAN” (por la “Organización del Tratado del Atlántico Norte”, la alianza de Seguridad impulsada por EEUU en la segunda posguerra) que le concedió la administración Clinton, algo que en su momento preocupó a Chile. La medida, se decía, podía provocar una nueva carrera armamentista en el Cono Sur. Las primeras dos décadas del siglo XXI, sin embargo, fueron testigos de la creciente obsolescencia del equipamiento de las fuerzas armadas argentinas.
Ahora mismo, la prioridad asignada por el gobierno de Trump a Brasil para entrar a la OCDE puede poner a Bolsonaro en una posición incómoda. El presidente brasileño ha hecho gestos claros de pertenencia al “bloque occidental”, pero no le será sencillo decidirse entre Estados Unidos y China, su principal socio comercial, en la definición de la tecnología 5G, que Beijing quiere difundir a través de la empresa Huawey, a la que Washington quiere cerrarle el paso en América Latina.
Las buenas prácticas y los buenos socios pueden mejorar el desempeño de un país, así como las buenas compañías pueden ser una influencia positiva para una persona. Pero en relaciones internacionales suele citarse el dicho -atribuido a tantos políticos y diplomáticos- de que los países, en especial las potencias, no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes. Es más serio que aquel de Groucho Marx, de que nunca sería miembro de un club que lo acepte como socio.
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