Ocurrió el día de los Inocentes de 2017 y las consecuencias no fueron nada inocentes. De hecho, algunos economistas y observadores lo bautizaron “el 28D”, la fecha en que la política económica del gobierno de Mauricio Macri sufrió un fatal golpe de credibilidad.
Se trató de una conferencia de prensa en la que la figura central fue el jefe de Gabinete, Marcos Peña, flanqueado a su derecha por el entonces presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, y a su izquierda por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el de Finanzas, Luis Caputo.
Lo que se anunció fue el cambio de metas de inflación; los objetivos inicialmente establecidos parecían ya inalcanzables. El gobierno venía de un importantísimo triunfo electoral en las legislativas de octubre de ese año y lo que allí se anunció fue el cambio de la meta para 2018, que era de 10% anual y con un margen de error aceptable de más o menos dos puntos porcentuales quedaba muy lejos, por lo que fue elevada al 15% anual.
Se trataba de una adaptación sensata a la realidad. La inflación de 2017 que todavía no se conocía pero cerraría en torno del 25%. Sin embargo, lo que algunos leyeron en la movida fue un avance del jefe de Gabinete y de las carteras de Hacienda y Finanzas sobre la “independencia” del Banco Central. Tal fue fue la lectura de los mercados, donde más cotiza el concepto de la independencia de la autoridad monetaria para aplicar a rajatabla sus instrumentos y desechar las interferencias del poder político.
La caída
El programa económico empezó a desbarrancar a fines de abril de 2018 cuando a los efectos de la sequía sobre el abastecimiento de divisas se sumó el cierre abrupto de los mercados internacionales de capital a los que el gobierno había recurrido en sus dos primeros años para financiar el “gradualismo”.
El programa se desbarrancó a fines de abril de 2018, cuando a los efectos de la sequía sobre el abastecimiento de divisas se sumó el cierre abrupto de los mercados internacionales de capital a los que el gobierno había recurrido para financiar el “gradualismo”
Cuando los sacudones comenzaron, con fortísimas presiones sobre el dólar, Sturzenegger fue la víctima propiciatoria; renunció en junio y el gobierno designó en su reemplazo a Luis Caputo, considerado una suerte de “mago de los mercados”. Sturzenegger había llegado antes a firmar, junto a Dujovne, el acuerdo inicial con el FMI, por 50.000 millones de dólares, pero no hubo ni millones ni magos ni magia capaces de enderezar lo que se había torcido.
Algunos analistas creen que uno de los errores de Sturzenegger fue dejar, a lo largo de 2017, atrasar el valor del dólar como ancla antiinflacionaria, después del 40 % de inflación en que se había cerrado 2016, el primer año completo de gobierno macrista.
La relación de Sturzenegger con otros economistas del entorno macrista quedó marcada por aquel episodio. Los fuegos de aquellas brasas se pueden leer, por caso, en el libro “Cantar la justa”, publicado este año por Carlos Melconian, quien cargó las tintas sobre el exceso de optimismo que Sturzenegger había impregnado al propio presidente, al punto de hacerlo equivocar en su planteo económico inicial.
La idea presidencial de que la inflación sería sencilla de reducir y de que habría una “lluvia de dólares” que, entre otras cosas, impulsaría el crecimiento y facilitaría la reducción de la pobreza partía, dijo el expresidente del Banco Nación, de haber escogido, antes de asumir, el diagnóstico de Sturzenegger.
También el FMI tenía una visión crítica de la política monetaria de Sturzenegger, pero los choques conceptuales de los funcionarios del organismo con su sucesor en el BCRA, Luis Caputo, fueron aún más fuertes. Y al Fondo le cayó pésimo el video en que Macri adelantó que el Fondo ampliaría su asistencia financiera, antes de que ésta estuviera acordada, una apuesta que había sido fogoneada por Caputo.
Fue hace apenas dos años, pero la dinámica de la economía argentina parece dejarlo en el pasado remoto y hasta le dio denominación de hito epocal: “el 28D”.