Algunos economistas afirman para ser ministro se requieren cuatro cualidades: conocimiento técnico, agenda, equipo y capacidad de comunicación ante el público. Si Martín Guzmán termina siendo elegido como ministro o secretario de Finanzas, al parecer le faltarán algunos de estos casilleros para completar.
Los economistas argentinos que lo conocen destacan que tiene conocimiento técnico por su background académico. No tiene agenda, ya que no conoce ni a los inversores locales ni a los extranjeros; ni equipo, salvo algunos economistas de la UBA y de la Universidad de La Plata que le podría sumar; ni capacidad de comunicar, fuera de un aula o de la academia. Doctor en Economía, actualmente se desempeña como Asistente de Investigación en la Universidad de Columbia y dirige el Journal of Globalization and Development.
Pese a su juventud, Guzmán goza del respeto de gran parte de la comunidad académica argentina, tanto heterodoxo como ortodoxo, dado sus nexos con ambas universidades argentinas.
De las cuatro cualidades requeridas para ser un buen ministro de Economía, los analistas creen que Guzmán sólo cuenta con conocimientos técnicos, pero le falta agenda, equipo y capacidad de comunicación con el público
Aunque está muy cómodo en su rol académico en la bella universidad del norte de Manhattan, las políticas públicas lo entusiasman y está dispuesto a mudarse por un tiempo para formar parte del gobierno de Alberto Fernández. Heterodoxo y ambicioso, tiene en Matías Kulfas a su nexo más sólido en el círculo del presidente electo.
Por ahora, Guzmán espera una confirmación dando clases y escribiendo papers bajo la nieve que ya llegó a Manhattan. A varios de sus amigos argentinos no les ha confirmado cuál será su futuro inmediato y les promete que los verá en Buenos Aires recién en las fiestas de fin de año. Algunos le creen y otros entienden que debe guardar discreción si efectivamente ya fue ungido para algún cargo clave.
Pero todos coinciden en algo: si va a desembarcar en la función pública, deberá hacerlo con un plan elaborado, dada la alta carga de vencimientos de la deuda pública, sobre todo en pesos, que arranca este mes y se mantiene durante todo el primer semestre del 2020.
¿Cómo llegó Guzmán a estar en el foco de atención de la política argentina? La respuesta es nítida: su relación con el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, el preferido de la ex presidenta y nueva vicepresidenta, Cristina Kirchner. Guzmán es su discípulo desde que, al llegar a Nueva York, empezó a estudiar los papers de Stiglitz sobre macroenonomía y deuda pública. El estadounidense siempre fue crítico de las recomendaciones de política del Fondo Monetario Internacional (FMI) y elogió abiertamente a Cristina Kirchner aún en los peores momentos de la gestión 2011-2015.
Si no queremos permanecer rehenes de los mercados financieros internacionales, no debemos aceptar el desembolso pendiente del FMI
Su vínculo con Stiglitz comenzó en 2012, cuando fue convocado por la Asociación Internacional de Economía para comentar una investigación del ex jefe de asesores del presidente Bill Clinton y ex economista jefe del Banco Mundial nacido en Indiana en 1943. Actualmente, Guzmán es miembro del Institute for New Economic Thinking Taskforce on Macroeconomic Efficiency and Stability, presidido por el propio Stiglitz.
“Hasta ahora hizo una buena carrera, pero tiene bastante por crecer”, comentó un argentino que lo aprecia. “Para ser doctor en Economía Brown University, tiene un cargo del montón”, agregó otro que no le tiene gran aprecio.
Su mentor previo fue Daniel Heymann, uno de los arquitectos del Plan Austral, que fue su profesor en La Plata y que lo incorporó al Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, donde abrevan varios economistas del radicalismo porteño. Para llegar a Heymann, recorrió el mismo camino que para vincularse luego a Stiglitz: se fascinó con uno de sus papers y le escribió para comentarlo.
No se le conocen hobbies y se sabe que es hincha del club Gimnasia y Esgrima de La Plata, pero casi todos los detalles de su vida personal permanecen en reserva por su bajo perfil. De todos modos, sus amigos argentinos destacan su buen carácter.
Apareció en la discusión pública el mes pasado cuando presentó ante las Naciones Unidas, en Ginebra, una propuesta que incluye no realizar pago alguno por dos años, no pedir nuevos desembolsos del FMI para el pago de deuda a inversores privados, negociar de buena fe con los acreedores y alinear el plan con la necesidad de recuperar la sustentabilidad de la deuda.
En un tweet que difundió el día anterior a esa ponencia, escribió: “La Argentina será el próximo gran test para el actual (no-) sistema de resolución de crisis de deuda soberana. ¿Será funcional el sistema esta vez a resolver la crisis en tiempo y forma?”.
Su presentación ante la ONU está en sintonía con la importancia que el kirchnerismo le otorgó al sistema de Naciones Unidas en relación a la cuestión de la deuda soberana, pese a su falta de peso específico en esta materia. De hecho, cuando el gobierno de Cristina Kirchner cayó en el default soberano en 2014 por falta de acuerdo con los acreedores del sector privado, el entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, impulsó una resolución que establece nueve principios básicos para guiar la reestructuración de deudas soberanas.
Su efecto práctico era nulo, dado que el juicio ya se había perdido y porque las cortes bajo las cuales se dirimían los conflictos no reconocían a las Naciones Unidas como una instancia de revisión.
Previamente, el gobierno de Néstor Kirchner había rechazado la propuesta de un tribunal para las deudas soberanas que impulsaba en aquel entonces el Fondo Monetario Internacional (FMI), ya que el equipo económico liderado por el ministro Roberto Lavagna consideraba que así negociaría desde una posición de mayor fortaleza con los bonistas en default.
Para Guzmán, la Argentina tiene un problema estructural para enfrentar sus pagos soberanos, a diferencia de algunos analistas que entienden que, por la mejora en el frente fiscal y en la cuenta corriente, el país sólo enfrenta un problema de liquidez de corto plazo por el cierre de los mercados.
Al respecto, en otro tweet, escribió: “Liquidez y solvencia no son estados independientes. Las percepciones de solvencia afectan al precio de la liquidez, y viceversa. Argentina tiene un problema de liquidez y de solvencia (sostenibilidad de deuda). Resolverlo es condición necesaria para la recuperación”.
En 2001 la Argentina tenía un claro problema de solvencia por el derrumbe de la convertibilidad, que se mantuvo durante varios años, maquillado por el default soberano que recién se resolvió en 2017. Pero la felicidad fue efímera, ya que en menos de un año los mercados voluntarios se cerraron y el país tuvo que volver a firmar un acuerdo con el Fondo Monetario para no caer en default.
A fines de 2015, en una publicación académica del Banco Central que lideraba Alejandro Vanoli, Guzmán, Doménico Lombardi y Stiglitz analizaron los problemas de equidad que pueden surgir entre acreedores y entre deudores y en los procesos de reestructuración de deuda soberana.
Para Guzmán, la Argentina tiene un problema estructural para enfrentar sus pagos soberanos, a diferencia de algunos analistas que entienden que, por la mejora en el frente fiscal y en la cuenta corriente, el país sólo enfrenta un problema de liquidez de corto plazo por el cierre de los mercados
Al respecto, señalaron que la utilización de las cláusulas de acción colectiva (CACs) no resulta suficiente para resolver los problemas relacionados con este tipo de renegociaciones.
Sin embargo, las CACs constituyeron un importante avance para la Argentina tras los canjes de deuda del 2005 y 2010, ya que los bonos que cayeron en el default del 2001 no tenían esa cláusula, lo que provocó el alto nivel de litigios en las cortes de EEUU y Europa, más allá del nivel de agresividad con el que se manejó el kirchnerismo en relación a los acreedores.
La última actividad de Guzmán en Twitter fue el 22 de noviembre, cuando le dio RT a una entrevista radial en la que afirmó: “Si no queremos permanecer rehenes de los mercados financieros internacionales, no debemos aceptar el desembolso pendiente del FMI”.
Cinco días después, Fernández, repitió el concepto: “Hay un punto donde vos decís: ‘¿Tengo un problemón y voy a pedir 11.000 millones más?’. Yo lo que quiero es dejar de pedir y que me dejen pagar".
La realidad era inversa: el FMI había asegurado que no estaba dispuesto a seguir con los desembolsos –que había frenado en agosto, con las PASO– hasta que el nuevo gobierno no mostrara sus cartas; en particular, su sendero fiscal para repagar la deuda.
Si Guzmán finalmente desembarca en la función pública, tendrá la oportunidad de demostrar, como se planteó inicialmente, cuáles son sus cualidades fuera de la prestigiosa Universidad de Columbia. Será, sin duda, una experiencia sin margen para el error, dado el complejo cuadro de situación económica bajo el que asumirá el nuevo gobierno, en el inicio de la cuarta experiencia kirchnerista en el poder.
Seguí leyendo: