El camino de Alberto Fernández hacia el umbral de la presidencia argentina comenzó en el segundo piso de un bar de Buenos Aires.
Era febrero del año pasado, hacia fines del verano en el hemisferio sur, cuando el profesor de derecho y ex jefe de gabinete presidencial convocó a miembros de su equipo de expertos recientemente formado, el Grupo Callao, para evaluar las opciones políticas.
El comienzo de 2018 era un momento desfavorable para siquiera pensar en desafiar al mandatario en ejercicio: el presidente Mauricio Macri disfrutaba de una reciente victoria en las elecciones legislativas, mientras se preparaba para convertirse en el centro de atención internacional como anfitrión de la reunión anual del Grupo de los 20. Incluso la economía, el eterno talón de Aquiles de Argentina, mostraba señales de recuperación en respuesta a las reformas promercado de Macri.
Con “picadas” de por medio –platos de queso y embutidos que los argentinos comen durante horas–, Fernández esbozó una estrategia junto a su equipo, sentados en una larga mesa en el apartado nivel superior del bar. Su plan era reunificar al peronismo, el movimiento político dominante en el país que tradicionalmente defiende a los trabajadores frente a los empresarios y que se había dividido en los últimos años. La consolidación de las fuerzas significaría reconciliarse con su antigua adversaria, Cristina Fernández de Kirchner, la expresidenta.
Dieciocho meses después, Fernández derrotó a Macri en las elecciones primarias, y casi todos en Argentina esperan que lo vuelva a vencer en las elecciones presidenciales del 27 de octubre. La posible clave de ese éxito –y la fuente del mayor dilema potencial de Fernández– es la inclusión de Kirchner en la boleta como su vicepresidenta, no su jefa.
Este artículo sobre cómo Fernández hizo que Argentina llegara hasta aquí se basa en entrevistas con asesores de campaña de alto rango, amigos cercanos y exlíderes de gobierno, algunos de los cuales pidieron no ser identificados en sus comentarios sobre el candidato presidencial.
El ascenso de Fernández es una táctica política audaz que, sin embargo, hace que inversores y acreedores de Argentina, además del Fondo Monetario Internacional, estén preparándose para una conmoción. Cuestionan la influencia de Kirchner: durante su mandato de ocho años, implementó controles de divisas, mantuvo al país en default y falsificó datos económicos, aislando a Argentina de los mercados mundiales. Con esos recuerdos aún frescos, el peso cayó 26% en agosto después de la victoria de Fernández en las primarias.
Los opositores de Macri anhelan la pronta llegada de un gobierno Fernández-Kirchner. Sin embargo, la pregunta sigue siendo qué camino tomará Fernández si llega al palacio presidencial, y cuál sería el papel de Kirchner en sus decisiones.
Kirchner aún no le ha pedido a Fernández que le permita elegir siquiera un solo ministro, según un alto funcionario de la campaña, quien insistió en que Fernández controlará las políticas.
“Alberto estará a cargo del gobierno”, dijo Jorge Argüello, exembajador de Argentina en las Naciones Unidas y amigo de Fernández hace 40 años. “Ha aprendido a crecer en el poder”.
Una señal de la dirección que tomará la ofrece el Grupo Callao, denominado así por la Avenida Callao, una arteria principal de la capital que pasa por el Congreso y por la oficina personal de Fernández. Sus miembros originales emergen como sus principales asesores en el camino hacia la presidencia.
Entre ellos se encuentra su jefe de campaña Santiago Cafiero, cuyo abuelo se desempeñó como ministro de Comercio Exterior de Juan Domingo Perón y cuyo padre fue embajador en el Vaticano durante los gobiernos de Cristina Kirchner. Santiago reclutó a Matías Kulfas y Cecilia Todesca, dos exfuncionarios del banco central, que ahora encabezan el equipo económico de Fernández.
Los analistas dicen que Fernández será más moderado de lo que temen los inversores. Sin embargo, su agenda económica aún presenta un desafío: dice que aumentará los salarios, bajará las tasas de interés, reducirá la inflación y buscará superávit fiscal y comercial, todo mientras hace crecer la economía. También dice que no incumplirá la deuda de la Nación, sino que planea renegociar con acreedores privados y, por otro lado, con el FMI por el préstamo récord de US$56.000 millones que solicitó Macri.
“Lo que me parece está diciendo es que alcanzar esos objetivos no se puede hacer a costa de aumentar la pobreza y de aumentar la desocupación”, dijo Miguel Pesce, ex vicepresidente del banco central que conoce a Fernández desde hace más de 15 años.
Fernández, que nació en la ciudad de Buenos Aires hace 60 años, es un pragmático que conoce perfectamente la burocracia argentina y escucha a los formuladores de políticas en todo el espectro, sin aferrarse a la ideología. Es parte de su forma de ser “todoterreno”.
Fernández toca la guitarra (llamó a su perro “Dylan” por el músico), ama el fútbol, escribe poesía e idolatra a Walt Whitman. Es casado y divorciado, y su pareja actual es una periodista y actriz de 38 años, Fabiola Yáñez. Tiene un hijo adulto, Estanislao, conocido por su trabajo como drag queen. La campaña de Fernández promete centrarse en los pobres y marginados, sin embargo, vive en un departamento en uno de los barrios más exclusivos de la capital.
Ingresó a la política como un estudiante de derecho activista en la Universidad de Buenos Aires durante la dictadura militar argentina. Con el regreso de la democracia, trabajó en el gobierno a mediados de la década de 1980, y luego obtuvo un cargo económico en la administración del presidente Carlos Menem. Pero en 1995, Fernández no coincidió con las políticas de Menem y renunció, un patrón que repetiría en las administraciones de los Kirchner.
Fernández comenzó una mesa redonda con el matrimonio de Néstor y Cristina Kirchner en 1998, cinco años antes de que Néstor llegara a la presidencia. Fue un salto de fe, ya que en ese momento Néstor era un gobernador poco conocido de una provincia remota en la lejana Patagonia.
Los dos se hicieron cercanos, y Néstor designó a Fernández, primero, como su jefe de campaña y, más tarde, jefe de Gabinete. Fernández ganó una reputación que todavía mantiene por tener poca paciencia. Adoptó la estructura de poder centralizada de Néstor, al reunirse individualmente con los ministros y no realizar reuniones de Gabinete.
“A Alberto le gusta mantener a todos separados”, dijo Eduardo Valdés, amigo de la universidad, quien le presentó a los Kirchner en 1997. “Nadie sabe qué habló con el otro”.
Fernández fue jefe de gabinete durante los cuatro años de la presidencia de Néstor, pero cuando luego asumió Cristina, permaneció en el cargo solo seis meses antes de renunciar, tras que ella intentara aumentar los aranceles a la exportación, lo que provocó una crisis entre el gobierno y los productores agropecuarios.
Se fue con la reputación de un hábil negociador que operaba en gran medida fuera de la vista pública y distanciado de Cristina. Fernández apoyó a los opositores políticos de Kirchner y criticó su liderazgo.
“Del segundo mandato de Cristina a mí me cuesta muchísimo encontrar un elemento valioso”, dijo en una entrevista televisiva en 2015.
La reconciliación que podría cambiar a Argentina alcanzó su momento cúspide en una fría noche de mayo en Buenos Aires, cuando miles de personas se reunieron bajo la lluvia para escuchar a Cristina hablar públicamente por primera vez en varios meses. Kirchner, que lleva más de tres años retirada de la presidencia y es acusada en presuntos casos de corrupción, presentaba su libro “Sinceramente”.
Fernández se sentó en primera fila.
Los partidarios de Cristina Kirchner escuchaban cada una de sus palabras, con la esperanza de que anunciara otra candidatura a la presidencia. En cambio, plantó las semillas para un giro político que nadie vio venir.
Kirchner agradeció a Fernández por haberle dado la idea de escribir el libro. Al hacerlo, estaba levantando el telón de su campaña conjunta: 10 días después, era Kirchner quien anunciaba que se postularía como vicepresidenta, con Fernández como candidato principal.
Ha habido especulaciones en torno a la razón de su acercamiento. Según amigos y asesores de campaña, ambos comenzaron a hablar nuevamente y a solucionar lentamente sus diferencias después de que Kirchner sufriera dos derrotas electorales, lo que la obligó a reevaluar su estrategia.
Si la estrategia termina en una victoria el domingo, Fernández aún enfrenta la abrumadora tarea de equilibrar las demandas contrapuestas de la base populista central de Kirchner de un mayor gasto social con las demandas de los acreedores de Argentina. Además, debe hacerlo sin haberse desempeñado nunca como gobernador, alcalde o incluso legislador nacional.
“El problema no es que Alberto no sea conocido en el extranjero: en Argentina no lo conocían a Alberto”, dijo Camila Perochena, profesora de ciencias políticas en la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires. “Es realmente difícil predecir qué hará una persona que nunca ha sido el titular, sino el político detrás de escena”.
Por Jorgelina Do Rosario y Patrick Gillispie para la agencia Bloomberg
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