Si el próximo gobierno quiere tener una chance de sacar a la economía de la depresión que atraviesa, tarde o temprano tendrá que recuperar el acceso al financiamiento. El único capaz de proveer esa liquidez hoy es el FMI. Y si el canje de deuda se realiza de manera ordenada, se puede reabrir el crédito internacional. Pero ambas posibilidades dependen de una única y exigente condición: encaminarse lo más rápidamente posible al superávit fiscal.
Algunos economistas heterodoxos todavía buscan causas tiradas de los pelos para explicar por qué la Argentina tiene alta inflación hace 50 años. Algunos hablan de “inercia”, otros del poder de los oligopolios y otros le echan la culpa al Estado por no aplicar controles más estrictos sobre las empresas. Sin embargo, a esta altura son tan abrumadoras las evidencias que es el rojo permanente de las cuentas públicas el responsable de la inflación que ni siquiera tiene demasiado sentido perder tiempo en la discusión.
Cristina Kirchner profundizó en su segundo mandato los problemas de las cuentas públicas, agrandando el déficit hasta casi 6 puntos del PBI al finalizar su mandato. Una buena parte era rojo primario (es decir los gastos corrientes superaban a los ingresos corrientes) y además había un rojo financiero por el pago de intereses de la deuda pública. Siguiendo los consejos de su ministro de Hacienda Alfonso Prat-Gay, Mauricio Macri no hizo nada en su primer año de gestión y el rojo fiscal se siguió profundizando. Y la tendencia se mantuvo en 2017. El financiamiento por emisión monetaria que efectuó Cristina fue reemplazado por la captación de deuda en dólares en el arranque de la gestión macrista.
El resultado de estos ocho últimos años están a la vista. La inflación siguió aumentando hasta superar el 50%. Fueron dos gobiernos atravesados por la grieta y con dos ideologías completamente enfrentadas. Pero Cristina y Macri tuvieron un denominador común: el elevado déficit de las cuentas públicas.
El FMI le exigió a Macri en medio de la crisis un plan para alcanzar “déficit cero”. Pero la recesión y la desconfianza post PASO no permitiría llegar a ese objetivo. Y además quedan un 3,5% de déficit por el pago de intereses que tampoco tiene financiamiento. Además, la eliminación temporal del IVA en alimentos de la canasta básica y el aumento del mínimo no imponible en Ganancias también impactarán en los números fiscales y proyectan más problemas para el 2020.
Elaborar un plan que apunte rápidamente al equilibrio de las cuentas públicas será imprescindible para el gobierno que asuma el 10 de diciembre. Lo reclaman el FMI y los inversores, aunque cada uno persigue su propio interés
Si en dos semanas Alberto Fernández es elegido presidente tendrá que sentarse a negociar las características de un nuevo acuerdo con el organismo. Pero más allá de los diferentes enfoques sobre cómo lograr que la Argentina vuelva a crecer, luego de ocho años de estancamiento, hay algo seguro: el equilibrio fiscal no se negocia.
Ni los técnicos del FMI ni el directorio del organismo estarán dispuestos a permitirle a la Argentina seguir con la aventura del déficit luego de las sucesivas crisis financieras y cambiarias que se encadenan desde abril de 2018. Para reanudar los desembolsos (quedan en total unos USD 13.000 millones en relación al acuerdo original), primero el Gobierno deberá presentar un plan “sostenible”. Y en el primer renglón de ese plan deberá aparecer un compromiso para llegar rápido al superávit.
Para los grandes fondos de inversión y bancos de Wall Street también es imprescindible que la Argentina elabore un plan que tenga como pilar el equilibrio de las cuentas. De lo contrario, la renegociación de la deuda se volvería cuesta arriba. Muy pocos inversores estarán dispuestos a aceptar nuevos bonos con extendidos plazos de cobro y eventualmente baja de tasas si no hay certeza de pago de los flamantes instrumentos. Las últimas experiencias de canjes amigables (Uruguay 2003 y Ucrania 2015) cumplieron primero con esta premisa. Incluso la renegociación de deuda que llevó adelante Néstor Kirchner con Roberto Lavagna en 2005 se hizo con un elevado superávit fiscal.
La discusión sobre el nivel de gasto público que tiene la Argentina estuvo directamente ausente en la campaña. Macri se dedicó a bajar impuestos a las apuradas y Alberto Fernández reconoció que trabaja en aumentarlos, como el caso de las retenciones al agro y Bienes Personales
Alberto Fernández es consciente sobre esta necesidad de volver al equilibrio de las cuentas e incluso llegar el superávit. Pero hasta ahora sólo habló tangencialmente del tema. Hasta ahora reconoció que habrá más peso en las retenciones a exportadores (teniendo en cuenta que los $4 por dólar exportado se han licuado por la devaluación) y Bienes Personales. El problema es que la recaudación de este último apenas superó los USD 300 millones y representa menos del 1% de la recaudación total. Cualquier aumento de alícuota será insuficiente para conseguir un significativo aumento de los ingresos y podría generar otra ola de desconfianza en los mercados.
El gasto público fue un tema ausente en la campaña electoral. Durante la gestión de Nicolás Dujovne en el ministerio de Hacienda se logró un avance para reducir el gasto primario (es decir sin contar el pago de intereses) en relación al PBI. Hay un gran desafío ahora en mantener ese sendero, es decir que el gasto crezca por debajo de los ingresos corrientes. La fuerte caída en términos reales de la recaudación de septiembre, que se mantendría en octubre, evidencia la dificultad para lograrlo.
Por supuesto que la agenda del gobierno que asuma el 10 de diciembre va mucho más allá de los “fríos” números fiscales. Habrá que resolver cómo siguen los controles cambiarios, qué se hace con el congelamiento de tarifas de servicios públicos y de las naftas, darle contenido a un Pacto Social y evitar una nueva devaluación que le pondría más presión a la inflación.
Los nueve días hábiles que restan hasta las elecciones mostrarían mayor presión sobre el dólar y más pérdida de reservas de parte del Banco Central. Luego se abrirá otra “transición” hasta el 10 de diciembre, que todavía plantea muchos interrogantes
Pero antes de la asunción del nuevo gobierno, todavía quedan dos meses complicados. Restan nueve días hábiles para las elecciones y la tendencia a la dolarización sigue en aumento. El Banco Central interviene para que el tipo de cambio siga estable ante el aumento de la demanda, pero a costa de seguir perdiendo reservas.
Para después de las elecciones aparece otro interrogante: ¿cómo se resolverá en la nueva transición que se abre desde el 28 de octubre hasta el 10 de diciembre? Imposible saberlo a esta altura, pero no está claro cómo funcionaría una suerte de “co-gobierno” si Fernández gana. Aparece en el horizonte otro elemento para considerar: si Horacio Rodríguez Larreta no consigue el 50% de votos en la ciudad, tendrá que pelear un balotaje tres semanas después. Esa eventual disputa porteña también podría agregarle una complicación adicional a la interminable transición política y económica hasta que llegue la nueva administración.
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