El problema que deberá enfrentar el nuevo Gobierno viene de larga data. Y no es otra cosa que el gasto público excedido, que lleva al déficit. Frente a ello, solo hay dos caminos: o la emisión de dinero o la financiación con deuda, pues hoy es imposible aumentar la presión tributaria.
Está bien, la solución real sería reducir tal nivel de gasto. Pero ello demoraría.
La cuestión es cómo podrá resolverlo cuando la financiación está cerrada y la emisión generará una espiral inflacionaria, a consecuencia de una acentuación en la huida en la tenencia de pesos por parte de los ciudadanos.
Repasemos: el gobierno del presidente Macri recibió una herencia maldita, sobre todo por una desconcertante subinversión, una cruda descapitalización en el campo energético y una inducida demanda de empleo focalizada en el hipertrófico sector público. La herencia llegó con déficit tanto fiscal como de cuenta corriente, pues hacía tiempo que se habían evaporado los superávits gemelos.
El problema que deberá enfrentar el nuevo Gobierno no es otra cosa que el gasto público excedido, que lleva al rojo fiscal
La política gradualista (o más bien estática) de Cambiemos no abandonó, en sus primeros años, la tendencia a incrementar la base monetaria. En los años 2016 y 2017, la cantidad de dinero se duplicó con el fin de financiar al fisco y de reponer reservas.
Al aumento de la cantidad de dinero debe sumarse las consecuencias de la huida de la moneda, es decir la abrupta reducción de la demanda de dinero. Cuánto más se achica esta demanda, más se incrementa la velocidad de circulación del dinero. El meollo de esto es que la gente percibe que la depreciación de la moneda crece y, por lo tanto, aumenta la velocidad porque todos quieren desprenderse de ella, a través de mayores transacciones, es decir de la compra de bienes y, sobre todo, de dólares. Ello acelera la suba de sus precios y, así, se acentúa el círculo vicioso.
Cuando la gente tiene la expectativa de inflación futura creciente, fundamentalmente porque percibe que el déficit fiscal es financiado con emisión, la velocidad de circulación aumenta. De esta forma, lo que la gente prevé que va a pasar, es lo que finalmente pasa. Se trata de un fenómeno claramente de profecía autocumplida.
Así el cuadro, la gente huye del dinero, especialmente, para demandar dólares. La brecha entre el "dólar Bolsa" y el oficial, de casi 20%, revela la desesperación por escapar del peso argentino.
La caída de la demanda de dinero se traduce en más compra de dólares y por lo tanto en mayor inflación
Este perverso proceso se ha acentuado, con toda claridad, en seguida de los resultados de las PASO. A partir de ese momento- y pese a que ya había una política severa de emisión- las expectativas negativas se agudizaron y, en consecuencia, escapar de la moneda nacional pasó a ser algo prioritario, en las decisiones de la gente y de las empresas. En suma, el sobrecumplimiento de la base monetaria no logró el debido efecto en las expectativas de inflación.
Ahora sufrimos una despiadada inflación. Agosto muestra un 4% y septiembre superaría tal nivel.
Entonces… ¿no hay esperanzas para lo inmediato?
Es sabido que el PBI es la suma del consumo, de la inversión, del gasto público y de las exportaciones netas. De éstos, hoy, solo las exportaciones netas pueden aumentar.
Por lo tanto, para que se incremente la actividad económica se necesitan exportaciones, que además son los únicos componentes que pueden generar dólares.
Durante los últimos años, nuestro país consiguió diversificar sus exportaciones, tanto en bienes y servicios como en destinos, de la actividad agropecuaria, de la energía y la minería y de la industria del conocimiento. La entrada de cortes de vacunos magros para manufactura en EEUU y la apertura del mercado chino para las exportaciones de harina de soja son un buen ejemplo.
(*) Manuel Alvarado Ledesma es Economista. Profesor de la Maestría de Agronegocios de la UCEMA