
Para sorpresa de casi todos, aceptó el Presidente que su nuevo ministro de Hacienda anunciara un default sobre buena parte de la deuda pública en activos locales y en títulos públicos en dólares, y el inicio de negociaciones para reprogramar los vencimientos de la montaña de dólares que recibió del Fondo Monetario Internacional.
El Rey estaba desnudo pero se paseaba como si nada ante las miradas y señalamientos de que en esas condiciones era probable que ni siquiera iba a poder alcanzar lo que a esta altura es su máxima aspiración: llegar al 10 de diciembre y ser el primer presidente no peronista desde Marcelo T. de Alvear en concluir su mandato. El instinto de supervivencia suele tener la potencia de hacer que hasta un fundamentalista deje de lado sus más íntimas convicciones.
¿Quién hubiera pensado que después de haber criticado hasta el hartazgo la característica de "incumplidora serial" de la Argentina y la falta de respeto a los "contratos", Macri iría a defaultear parte de la deuda? La necesidad tiene cara de hereje y Mauricio Macri se dio finalmente cuenta de que debía cambiar de careta y tapar parte de su desnudez. Le cabe como anillo al dedo una máxima del extraordinario escritor y pacifista israelí Amos Oz: "La esencia del fanatismo consiste en querer obligar a los demás a cambiar". Pero sucedió que la paliza del 11 de agosto y la debacle social, económica y financiera que se viene gestando desde hace mucho tiempo forzó que cambiara él.
Antes de analizar el paquete de medidas, su carencia fundamental y las posibles consecuencias, el baño de cruda realidad en la que se vio sumergido tiene otro componente subjetivo: la designación de Hernán Lacunza por el inoperante Nicolás Dujovne dotó al gobierno de un ministro con más conocimiento, más experiencia y la suficiente personalidad como para decirle al Rey que estaba desnudo y en riesgo de no poder lograr siquiera su aspiración de llegar al 10 de diciembre. Lacunza está lejísimos de ser un heterodoxo, pero tiene una superioridad abismal respecto a su antecesor.

La sorpresa no fue para todos. Los que conocen el detalle de los vericuetos de un acuerdo con el Fondo Monetario, como por ejemplo el dos veces representante argentino ante el organismo, Héctor Torres (la primera vez durante el gobierno de Néstor Kirchner y la segunda al principio de la actual gestión, cuando el ministro era Alfonso Prat Gay) tomaron nota de que en uno de los últimos reportes de los burócratas del FMI la deuda argentina había sido calificada como "sustentable pero sin alta probabilidad".
Eso obligaba al Gobierno a mejorar el perfil del endeudamiento con fondos adicionales de organismos internacionales y de fuentes privadas, entre las que sobresalía la capacidad de renovar las Letes (Letras del Tesoro en dólares) y el resto de los instrumentos parecidos. Nicolás Dujovne logró cumplir con esa exigencia hasta que el resultado de las PASO abortó el proceso, provocando la devaluación, agravando la ya delicada situación social, dando inicio a un incesante goteo de depósitos y de pérdida de reservas, y frenando fuertemente el acceso al financiamiento.
Al comienzo de esta semana se llegó al límite de que casi nadie renovó la Letes, siendo que hasta entonces las renovaciones llegaban a superar el 50%. El tic tac de la cuenta regresiva sonaba cada vez más fuerte.
La primera reacción del Gobierno fue echarle la culpa al resultado electoral, argumentando que atemorizó a los mercados. No hay duda de que un resultado no catastrófico para el oficialismo hubiera tenido otro impacto. Cierto pero falaz. Por la sencilla razón de que si la causa inmediata es el resultado adverso, la causa original es el estrepitoso fracaso de la política económica.
Ayer circulaba un tuit que traduce lo anterior con ingenio: "Este es el primer gobierno de la historia que cuando llegó le echó la culpa al que estaba y cuando se va le carga la culpa al que viene".
Acerca de las medidas, Lacunza fue claro y explícito que el objetivo es cuidar las reservas. En ese sentido, el primer indicio fue un freno al tonto libertinaje que regía para que los exportadores liquidaran las divisas cuando se les antojara. Lo del miércoles fue en el mismo sentido pero bastante más a fondo.
La reprogramación, reperfilamiento o default (la semántica es secundaria) de diversos activos (Letes, Lecaps, títulos soberanos) y el inicio de negociaciones con el FMI para estirar los plazos de repago de un préstamo monumental que tal como está planteado resulta imposible de cancelar.

La consultora PxQ que dirige Emmanuel Alvarez Agis calculó que en lo que queda de 2019 el estiramiento de plazos para cancelar Letes, Lecap, etc. permitirá un ahorro en dólares para el gobierno de USD 12.000 millones. Qué dicho sea de paso, se cargarán a la pesada herencia que recibirá el próximo gobierno.
La reacción de los mercados
El resultado de ayer demuestra con contundencia que fue un anuncio fallido. O al menos insuficiente. Entre intervención en el mercado de cambios para mantener el dólar a $60, la salida de depósitos en dólares y otros conceptos, el Banco Central perdió en la primera jornada del nuevo esquema algo más de USD 900 millones. A ese ritmo, en menos de tres semanas el ahorro queda totalmente diluido. Y nada permite descartar una aceleración de lo que ya es mucho más que un goteo.
Si de verdad pretenden defender las reservas, y si el abandono del dogmatismo lo aprovechan para ir a fondo y dejar las medias tintas, lo que se impone es un urgente control de capitales. Una medida nada original, que aquí se aplicó exitosamente durante el ministerio de Lavagna, de modo más polémico con el llamado cepo de Axel Kicillof, pero que rige en muchos de los países que Macri toma como ejemplo.
Ni más ni menos que limitar la cantidad de divisas que los grandes especuladores pueden comprar casi irrestrictamente, dejando abierto el pago de importaciones y el auténtico giro de dividendos. ¿Límites al gasto en turismo y con tarjeta en el exterior? Demasiada herejía.
Hernán Lacunza fue bombardeado por consejo de varios economistas para que aplique algún tipo de control de capitales, alternativa que no descarta. Cuesta imaginar que la cabeza de Mauricio Macri tolere tanto, aunque ya se vio cómo el temor a un abismo reformatea neuronas.
En cuanto al FMI, hasta ayer a la tarde Alberto Fernández estaba convencido y preparando el terreno (de ahí la dureza del comunicado tras la reunión con los enviados del organismo) de que él iba a tener que renegociar el acuerdo. Fue otro de los sorprendidos por los anuncios.
Por parte del Fondo, la reacción fue moderada, aunque se mantiene la incertidumbre acerca del desembolso por USD 5.400 millones. Hay al menos una razón como para pensar que finalmente van a entregar el dinero, y es que en caso contrario el impacto que podría provocar la noticia no sólo complicaría al país y al gobierno, sino que además significaría un fracaso y una mancha de reputación para Christine Lagarde, que se está jugando su designación como titular del Banco Central Europeo, un puesto de mayor relevancia que la dirección del FMI.
Hasta el 11 de agosto había un motivo adicional bien relevante, que era el desembozado apoyo político que Donald Trump y el Departamento del Tesoro le otorgaron al candidato oficialista, determinando el préstamo más abultado en la historia del Fondo. No hace falta aclarar que sirvió de nada, al menos electoralmente. Después de las PASO ese motivo no existe más.
Donald Trump, sabe que Macri es un pato rengo, como allá le dicen a los presidentes que al final de su gestión pierden poder. Un pato rengo que ojalá pueda llegar rengueando al 10 de diciembre. Por el bien de todos.
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