Se sabe que la inflación, el aumento generalizado y sostenido de los precios de la economía, es un flagelo que cada vez afecta a menos economías, porque sus gobernantes, primero, pero sus ciudadanos y empresas también, comprendieron el daño que provoca en términos de desarrollo, pérdida de bienestar y generación de estados de angustia e incertidumbre que se transforman en un círculo vicioso cada vez más difícil de romper.
Así lo han comprendido a lo largo de la historia, pero en particular en los últimos 25 o 30 años, la mayor parte de los gobiernos del planeta, y no sin grandes esfuerzos, presiones y tentaciones para ir en la dirección contraria, lograron estabilizar sus economías. A tal punto esto es así, que la mayoría, más de 150 sobre 220, pelean no ya por mantenerse debajo del 10% al año, sino del 5%; como lo refleja el último informe semestral sobre las Perspectivas Económicas del Mundo, del Fondo Monetario Internacional.
En apenas 3 meses de 2019 Argentina acumuló un aumento promedio de los precios al consumidor del 11,8%; eso quiere decir que hubo algunos que se incrementaron más de 20% y otros, muy pocos, que por cuestiones estacionales, de administración del Gobierno, subieron 5% o incluso acusaron deflación.
Se cuentan prácticamente con los dedos de una mano las naciones que registraron tasas de dos dígitos porcentuales en un trimestre, como el caso del gobierno de Venezuela, que desde hace años transita por un estadio hiperinflacionario donde algunos precios se duplican a diario o por hora; y otros que viven con alta inflación, del nivel de la Argentina, como los casos de Irán, Sudán, y algún otros de África de muy bajos ingresos.
En el extremo opuesto se cuentan las naciones altamente desarrolladas, como el caso de Japón, que no logra quebrar décadas con pasajes de deflación durante varios meses del año, al punto que con datos desde 1980 del Centro de Economía Internacional (CIE), dependiente de la Cancillería Argentina, para acumular una tasa de inflación del 11,8% le llevó unos 351 meses, casi 30 años, desde agosto de 1989. O sea, acumulando índices de manera consecutiva, mes a mes, desde el último proceso hiperinflacionario local hasta ahora, Japón registra el mismo aumento de precios que la Argentina en apenas tres meses de 2019.
El "país del sol naciente" puede ser un extremo, es verdad, pero sobre 44 países seleccionados por el CEI, Infobae detectó que en promedio les ha llevado en los últimos tiempos unos 5 años para acumular una tasa de inflación de 11,8%; menos en el caso extremo de Venezuela –que le lleva horas, por eso no se incluye esta comparación–, 2 meses a Irán; 8 a Turquía; 9 a Egipto; 12 a Nigeria; 13 a Italia; 24 a Uruguay y 33 a Sudáfrica.
Mientras que en las economías maduras, donde la inflación está determinada por la fluctuación de los precios de las materias primas y de las monedas –factores que muchas veces se corrigen en corto tiempo con las variaciones de las monedas, devaluación y apreciación–, el promedio de los precios al consumidor se ha consolidado por debajo del 5% al año, y por eso les lleva entre 4 y 9 años alcanzar el índice trimestral acumulado de la Argentina a EEUU, Alemania, Reino Unido, España, Dinamarca, Canadá y Bélgica, entre otros muchos.
A partir de exitosos planes, varios Estados lograron sanear sus finanzas públicas y estabilizar las políticas monetarias y cambiarias, medidas que posibilitaron acotar los grados de incertidumbre económica y política y lograron extender el período para alcanzar un suba del promedio de los precios al consumidor a un plazo de 2 a 5 años. Es el caso de Argelia, India, Sudáfrica, Indonesia, Filipinas, China, Vietnam y Emiratos Árabes. Y también de vecinos como Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia; y otros países de la región, como México, Colombia y Ecuador.
En las economías maduras, donde la inflación está principalmente determinada por la fluctuación de los precios de las materias primas y de las monedas, factores que muchas veces se corrigen en corto tiempo
En este último grupo se cuentan muchos países que atravesaron por crisis financieras, fiscales y cambiarias, como la Argentina, y acudieron a la asistencia financiera del FMI como prestamista de última instancia, mientras encaraban planes correctivos de fondo, y lograron una drástica y sostenida reducción de la inflación, y volver al mercado internacional de la deuda.
Los cálculos de FMI
En la lista de proyecciones inflacionarias del FMI para este año, Argentina es el cuarto país más afectado con un estimado anual de 43,7 por ciento, sólo detrás de Venezuela (+1.000.000%), Zimbabwe (73,4%) y Sudán (49,6%)
Se suman a la lista con tasas superiores a 11,8% que el Indec informó para el primer trimestre a nivel nacional, según las proyecciones del FMI, Angola; Turquía; Egipto; Uzbkistán; Turkmenistán y Nigeria, y varios otros de economías dictatoriales, cerradas, afectadas por guerras tribales, y por tanto de paupérrimos ingresos por habitante.
En el extremo opuesto se cuentan las naciones altamente desarrolladas, como el caso de Japón, que no logra quebrar décadas con pasajes de deflación durante varios meses del año
Para el Fondo, el promedio de la inflación del mundo será en 2019 de 3,6 por ciento. En la otra punta de la tabla se destacan entre los menos inflacionarios: Arabia Saudita (-0,7%), Qatar (0,1%), Puerto Rico (0,3%), Italia (0,8%), Israel (0,9%) y Japón (1,1%).
Argentina se ha transformado en un país en el que aún hoy muchos dirigentes políticos consideran que "un poquito más de inflación sería aceptable" porque permite, a través de políticas de distribución de ingresos, como se define al control de precios, mejorar el poder de compra de los salarios y el crédito subsidiado para impulsar el consumo.
Se sabe que la inflación, el aumento generalizado y sostenido de los precios de la economía es un flagelo que cada vez más afecta a menos economías, porque sus gobernantes, primero, pero sus ciudadanos y empresas también comprendieron el daño que provoca
Sin embargo, está demostrado que esa estrategia sólo conduce hacia una "fuga hacia adelante", porque se acumulan décadas de atraso que exige un esfuerzo cada vez más difícil de sobrellevar, más en un país que vive casi permanentemente plebiscitando la acción de gobierno, más que en pensar en políticas de largo plazo para seguir los pasos de las naciones que lograron salir del club de los eternamente emergentes a desarrollados, primero, y economías avanzadas después.
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