Las metas de inflación no le importan a nadie. O al menos eso es lo que parece. El 17% de techo que se había fijado el Banco Central fue ampliamente superado (el 2017 terminaría en 24%), pero igual se alcanzó un crecimiento de 3%, aumentó más de 50% el crédito al sector privado, hubo boom de préstamos hipotecarios, el consumo repuntó en el segundo semestre y se aceleró la generación de empleo.
¿Para qué entonces preocuparse por cambiar la meta originalmente fijada para el 2018? La respuesta que dan los funcionarios del Gobierno involucrados en la decisión es contundente: si no se pegaba el volantazo a tiempo, la economía se terminaría estrellando más temprano que tarde. El apuro por anunciarlo antes de fin de año y con el equipo económico a pleno, junto con el titular del BCRA, Federico Sturzenegger, dejó en claro que la situación resulta bastante más acuciante de lo que muestran los positivos números a fin de año.
Con los últimos cambios, las perspectivas para el año que viene lucen diferentes, de acuerdo a la visión de la Casa Rosada. Por supuesto que nada es gratis. El costo de mantener la expansión de la economía en torno al 3%, y quizás un poco más, será 2 ó 3 puntos más de inflación en 2018 respecto a las proyecciones originales. "Puede ser que al final en vez de ser 14% termine en 16% ó 17%. Y no pasa nada", se sinceró con Infobae un alto funcionario del equipo económico.
El Gobierno precisa que la economía vuelva a crecer por lo menos 3% el año que viene, aun a costa de una reducción más lenta de la inflación.
En otras palabras, tampoco la meta del 15% sería cumplible aun cuando se trata de un objetivo mucho más relajado que el anterior. Los mercados dejaron en claro que tampoco están pendiente de "la meta", pero sí de la tendencia. Es fundamental que la inflación muestra un rumbo descendente, pero no importa demasiado si alcanzan el objetivo estipulado por el propio Gobierno.
El 10% que se había fijado para el 2018 implicaba mantener un esquema insostenible: altísimas tasas de interés reales (más de 10 puntos por encima de la inflación esperada) y como consecuencia un tipo de cambio cada vez más atrasado. Para las empresas era poco menos que insostenible. Tenían que enfrentar el año próximo un fuerte aumento del costo del crédito, para colmo sin la posibilidad de contar con la línea subsidiada de financiamiento productivo, que obligaba a los bancos a prestar al 17% anual. Pero además un dólar tan bajo también representa un fuerte costo a la hora de salir a competir.
Para Sturzenegger, la mejor manera de promover el crecimiento es bajando rápido la inflación. Pero el resto del equipo económico lo ve diferente y el Presidente Macri apoyó.
El aumento de las tasas que decidió Sturzenegger luego de las elecciones de octubre -y en dos oportunidades- cayó mal de entrada en el equipo económico y desde la jefatura de Gabinete decidieron monitorearlo de cerca. El grupo de trabajo que conforman Marcos Peña, Mario Quintana y Vladimir Werning, concluyó que mantener las Lebac al 30% llevaba a un inevitable enfriamiento de la actividad.
El diagnóstico fue compartido por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Mantener el crecimiento de 3% como mínimo es vital para cumplir con la meta de rebaja de déficit primario de un punto por año, que debe pasar de 4,2% a 3,2% el año que viene. Esa ecuación requiere de evitar que se descontrole el gasto, pero también que la economía siga en expansión. También es lo que precisa el ministro de Finanzas, Luis "Toto" Caputo, para que el ratio entre deuda y PBI deje de crecer a partir del 2019.
Dujovne no lo reconocerá, pero una rebaja demasiado abrupta de la inflación también le impediría llegar a la recaudación necesaria para hacer frente a las necesidades del gasto en 2018. El proceso de desinflación también requiere ser gradualista para lograr la reducción del rojo fiscal. Es un punto que también venía enfatizando el ex ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay.
La foto final que dejó el mercado financiero el viernes dejó más que satisfechos a los cuatro que hablaron en la conferencia de prensa el día anterior: tasas de interés cuatro puntos más bajas y un dólar más alto, pero muy lejos de haberse descontrolado (cayó de 19,46 a menos de $ 19 el último día hábil del año).
La pelea contra el atraso cambiario ha sido una constante en estos dos años de Cambiemos en el poder y seguramente seguirá siéndolo hasta el 2019. Sucede que el déficit requiere de amplio financiamiento externo, con lo que el ingreso de dólares termina impulsando al tipo de cambio a la baja. Si las tasas de interés son demasiado altas este problema se vuelve aún más intenso.
Un tipo de cambio poco competitivo desalienta además la inversión, la variable fundamental para sostener el crecimiento en los próximos años. Ya en 2017 se nota un alentador salto de 10% y para el año próximo se proyecta por lo menos 12%. Son las propias empresas argentinas las que lideran este proceso, pero también empieza a notarse más inversión extranjera directa.
Evitar un mayor atraso cambiario es clave para que las empresas puedan exportar más y también para alentar más inversiones.
Más allá de las urgencias de corto plazo que exhibe el Gobierno, en particular para que no se ahogue la recuperación económica, queda un debate ideológico por ahora sin zanjar. De un lado están los principales miembros del equipo económico, que prefieren una política monetaria algo más laxa y coordinada con el gradualismo fiscal. Tasas de interés un poco más bajas y un manejo menos restrictivo de la cantidad de dinero permitirán un buen equilibrio entre crecimiento y reducir de a poco la inflación.
Pero Sturzenegger lo ve distinto y desde ese punto de vista fue el gran perdedor de la disputa: para él, cuanto más rápido baje la inflación mayor será el beneficio para la reactivación de la economía. Eso sí, hay que aceptar los costos que sostener esta política puede ocasionar en el corto plazo, un lujo que Mauricio Macri no está dispuesto a asumir.