La economía está sujeta a dos problemas: los llamados déficits gemelos que en lugar de tender a su desaparición caminan en dirección contraria.
El primero es el fiscal que, a su vez, se expresa en cuatro tipos de déficits, el primario de la Nación, el derivado de los intereses por la deuda externa, el provincial y el cuasi-fiscal (por intereses de Lebacs). Los cuatro suman algo más del 9% del Producto Bruto Interno (PBI). Una cifra enorme que, de continuar en este nivel, llevaría al país a un callejón con salida cruenta.
Pero los rojos no terminan acá. El déficit comercial, el segundo gemelo, se sustenta en la debilidad de la cuenta corriente (lo cual, bien vale remarcarlo, no siempre es negativo). Así, continúa la tendencia a la apreciación cambiaria, por la demanda de divisas de los importadores y de los residentes que viajan al exterior así como de la colosal colocación de deuda pública, nacional y provincial.
Dichos gemelos son la resultante de una política económica que pretende morigerar el impacto de la tumultuosa corriente negativa de años de irresponsabilidad. Hay que reconocerlo.
Así, el Presidente debe enfrentar una filosa herencia. Sentarse en el sillón de Rivadavia tiene innumerables incomodidades, ausentes en los asientos de la oposición.
Al sumar el rojo de Nación y provincias, vencimientos de deuda y Lebac del BCRA, el déficit de las cuentas públicas es 9% del PBI
Se entiende que merced a los resultados de las últimas elecciones, tiene más poder para avanzar hacia la ortodoxia. Sin embargo, abandonar el gradualismo es peligroso.
Pese a ello, hay mucha tela para cortar en dirección a la ortodoxia, con el propósito de reducir el cuantioso déficit fiscal. Está claro: reducirlo con el fin de llegar a cero no es cosa fácil. El Gobierno intenta operar sobre éste mediante una estrategia gradual. La pregunta es ¿tal gradualidad habrá de llevarnos al abismo? En la medida que pase el tiempo y el gradualismo no vaya dejando paso a la ortodoxia, más probable resulta la posibilidad de que ello suceda. El peligro yace bajo nuestra cama.
Y acá entramos en el problema de fondo: más que en el déficit fiscal, el meollo está en el gasto público.
En 2007, el gasto público alcanzaba al 28,7% del Producto Bruto Interno (PBI). A fin de año rondará el ratio del 40%. O sea que ha aumentado más de 11 puntos porcentuales. El empleo provincial, las jubilaciones y la enorme malla de subsidios explican tal explosivo crecimiento. Comparemos: en los países de la OCDE, desde ese año, el aumento ha sido de sólo 2 puntos, pese a la crisis de 2008.
En la medida que pase el tiempo y el gradualismo no ceda paso a la ortodoxia, más probable es la posibilidad de una crisis
El Evangelio de Lucas dice "Un hombre tenía una higuera en medio de su viñedo. Fue a buscar higos, pero no los halló. Dijo entonces al viñador: 'Mira, hace tres años que vengo a buscar higos a esta higuera, pero nunca encuentro nada. Córtala. ¿Para qué consume la tierra inútilmente?'; el viñador contestó: 'Señor, déjala un año más y mientras tanto cavaré alrededor y le echaré abono para que dé frutos'". La enseñanza es clara.
Vale aguardar que el gradualismo sea puramente coyuntural y, que a medida, que avancen los meses, se cave y eche el abono necesario. En otras palabras: se racionalice y baje el gasto público, gradualismo decreciente mediante.
Acá viene la reflexión central: si se toma sólo como un mecanismo transitorio que permita tomar las medidas adecuadas con miras a un déficit fiscal nulo, el camino elegido resulta razonable.
¿La tentación? Seguir por éste sin tomar tales medidas; y así quedar librado a la suerte de un populismo disfrazado de racionalidad económica. Sobre todo si el financiamiento del gasto corriente sigue sin bajar. Como dice la Parábola: además de dejar que la naturaleza opere, es necesario cavar alrededor y echar abono.
(*) Manuel Alvarado Ledesma es Profesor de la Universidad del CEMA (UCEMA)