Era su día franco: sábado de noviembre de 2000. Igual quiso ayudar a un amigo a hacer una conexión eléctrica en el barrio de Wilde. Ni lo dudó. Martín Irrazábal puso una escalera al pie del poste de luz, y subió a reparar el desperfecto. Llegó a tensarlo, pero una descarga de 13.200 voltios lo noqueó. Después de ser “chupado”, cayó en el suelo tendido. Estuvo 10 minutos muerto o eso parecía.
Tres días después del casi fatal accidente, mientras estaba en coma, a Martin debieron realizarle una doble amputación a la altura de la rodilla: eran sus piernas o su vida. “La descarga buscó salir por algún lado. Podría haber sido mis brazos o cualquier otra parte del cuerpo”, cuenta. Le dejó el 70% del cuerpo quemado, un coágulo en la cabeza y otras secuelas de salud que aparecieron tiempo después.
“Me levanté después de la descarga y empiecé a correr por el barrio. Los vecinos se asustaron porque pensaron que había muerto ahí. El único dolor que sentía era en las piernas”, relata sobre el dramático momento en que su vida cambió para siempre.
Dos décadas más tarde, Martín, de 45 años ahora, entra en calor sobre uno de los andariveles de la pista de atletismo del Parque Chacabuco, con sus prótesis deportivas de carbono diseñadas para correr. “Desde 2015 vengo a entrenar todos los miércoles y sábados. Hago unos 400 metros en velocidad. El resto de la semana juego tenis adaptado de pie, boxeo y hago fierros. ¡Pensar que los médicos le decían a mi familia que no iba a sobrevivir!”, sonríe orgulloso.
Martin estuvo un rato para sacarse sus prótesis de caminar y colocarse las deportivas, con el dolor físico y la molestia que eso implica. “Una vez que el músculo entra en calor, el muñón se hincha y tengo que esperar para el recambio…”, señalando todo el proceso.
Hacen 32 grados de calor, son esos días de transición entre el verano y el otoño, donde si sale el sol sentís la temperatura y si se esconde necesitás abrigarte. “¿Querés correr conmigo?”, desafía a esta periodista. “Me esguincé hace unas semanas el pie, prefiero, no….”, le respondo. Al segundo de hacerlo, me detengo a pensar…”que tontería dije…”.
Segundo de cuatro hermanos, Martín creció en Gerli, conurbano sur de Buenos Aires. Su padre abandonó la casa cuando era muy chico y los crió su madre . ”Nunca nos faltó ni sobró nada. Mi vieja era todo para mí, una gran leona, y me inculcó los mejores valores”, la recuerda emocionado.
Ella falleció seis meses antes de su accidente. por una enfermedad terminal. “Me costó mucho superar su partida, te diría que doy cualquier cosa por tenerla acá aunque sea cinco minutos. Estando en coma la vi más de una vez, y fue mi luz para volver”.
-¿Cuál fue el peor momento después del accidente?
-Los días en terapia intensiva mientras estaba en coma. Viví el infierno, y te lo digo desde un lado no religioso. Me quiebro porque alcance un lugar muy oscuro de mucho dolor. Pensaba mucho en dejar mi cuerpo ahí en esa camilla del hospital y encontrarme con mi vieja. Pero después de pelearla con todo vi la luz. Hoy, no le tengo miedo a nada, mucho menos a la muerte.
-¿Cómo reaccionaste cuando te enteraste que te habían amputado las piernas?
-Aunque los médicos me lo nieguen, diciendo que es imposible porque estaba en coma, me enteré estando en coma. La verdad al despertar fui el hombre más feliz. Nunca las lloré. Estaba agradecido de estar vivo. Desde ese día
-¿El hombre más feliz del mundo?
Sí. Hay cosas peores. Me propuse salir adelante por mi familia. No fue fácil pero lo logre librando varias batallas.
Martin vive de rentas, aunque sigue haciendo instalaciones eléctricas. De hecho, a los tres meses de haber salido del hospital decidió realizar una conexión domiciliaria. “No tuve tiempo de quedarme en la cama o llorar, tenía que asegurarme que no le faltara nada a mis hermanos y a mi hija (Cinthia)”. Después vinieron los otros cinco, Milagros, Brenda, Morena, Jesus y Cielo ... .”No soy Maradona”, aclara entre risas. “Les inculco el valor del esfuerzo para lograr lo que se propongan”.
Rehabilitación y deporte
“El deporte es vida”, repite todo el tiempo. Para Martin fue una actividad fundamental, una especie de motor. Luego de la amputación, tuvo que aprender a volver a caminar, un proceso largo y doloroso.
Los especialistas le dijeron que era imposible que lo hiciera con normalidad, pero Martin luchó con toda su fuerza. “Iba todos los días al centro de rehabilitación, hacia todo y más de lo que me pedían. Me encerré en mí, en como que no me había pasado nada, y le di para adelante”. Al mes daba sus primeros pasos, a los dos meses no necesitaba más el andador y luego dejó el bastón.
Después llegó a la actividad física más exigente. “Empecé a entrenar solo, sin ayuda de nadie... era como estar sentado arriba de un clavo, lloraba todos los días, no por las piernas por estar arriba de unas prótesis”.
Recién en 2015 Martin recibió sus prótesis deportivas. Inquieto, se contactó con su actual entrenador Oscar Ruiz. “Quiero correr”, le dijo. Y así fue como se las puso y salió sin pensarlo. “Es tocar el cielo con las manos. Cada día me supero”.
-¿Nunca te molestó la mirada del otro?
-Para nada. No te voy a mentir, al principio escondía mis prótesis, pero no por vergüenza sino porque me concentraba en la rehabilitación. Hoy, por el contrario, las muestro, y comparto que todo se puede con fuerza interior.
-¿Qué te motivó para salir adelante?
-Mi fuerza de voluntad me salvó la vida. No tuve tiempo ni para llorar, ni tiempo para ir al psicólogo, ni para ir al psiquiatra, ni para llorar mis piernas. No tuve tiempo alguno, capaz esa fue la puerta de salida adelante, yo tenía que sí o sí, obligado a caminar para que a mis hermanos no le falte nada, para que a mis hijos no le falte nada.
-Si tu mamá estuviera hoy, ¿qué te diría?
-Estaría orgullosa. Le cumplí al cien y al mil por ciento de lo que ella me había pedido. Eso para mí es el mayor logro de caminar, hacer deporte, todo, fue una de las primeras metas que me ayudó a salir adelante.
Se apaga la cámara, se pone en pausa el grabador y hay un grupo de personas esperándolo para saludar. “¿Los conocés?, le pregunto. “No, siempre se me acerca gente para darme aliento”. Lo interpelan, le piden una foto, es casi una estrella, un ejemplo de resiliencia.
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