Para recordar a Alfredo Serra, un periodista que abrazó con pasión este oficio, este texto que escribió para Infobae un 7 de junio para celebrar el Día del Periodista. El Pingüino lo dejó con una dedicatoria: para los que son, los que lo fueron antes, los que serán periodistas de alma y corazón para toda la vida.
Elegía, recuerdos, consejos: un extraño cóctel de homenaje al Día del Periodista
En 1952 tenía yo 12 años. Una noche, en uno de los cines de mi barrio, el Elite, nombre que todos pronunciaban mal –gente sencilla…– y que tenía techo corredizo (doble chance: podía elegir las estrellas de los dos misterios: cielo y pantalla de plata), vi la película que me inició.
En inglés se llamaba (se llama, traten de conseguirla…) Deadline USA. En argentino, La Hora de la Venganza. El héroe era Humprhey Bogart. Que esta vez no era Philipe Marlowe detective ni el malvado gángster de El Bosque Petrificado. Esta vez era… un periodista. El editor de un diario que estaba a punto de cerrar –drama que sobra en nuestros huesos nativos–, pero que moriría con la bandera en alto: una denuncia letal contra un alcalde corrupto, ilustrada en la primera plana con un monstruo de afiladas garras amenazando a la ciudad…
Ya en el cierre de edición, un joven logra llegar hasta la oficina de Bogart:
–Busco trabajo, señor.
–Lo lamento. Este diario muere hoy.
Largo silencio… Pero Bogart–Quijote, cuándo no, sigue…
–Un consejo. Si querés ser periodista, no te des nunca por vencido. No es la profesión más vieja del mundo, pero sí la más hermosa…
La más hermosa. La más hermosa. La más hermosa. Me dormí con ese repiqueteo, esa tentación, ese fantasma…, que nunca más se fue. Apareció, acusador, mirándome como a un hereje, cuando me inscribí (sin fe en los códigos ni en las leyes) en la Facultad de Derecho, y le hice caso: tiré los papeles a la basura apenas llegué al último peldaño de la majestuosa escalinata.
Y volvió, acusador, cuando era yo un muchacho de “grandes posibilidades” (cierto gerente dixit) en la llamada carrera bancaria. Que cada tanto cambia carrera por corrida. Y le hice caso. Fui a trabajar, sacrificando dinero y horas de cama caliente en la mañana, a cortar cables en el mítico diario Crítica, un rey de un millón de ejemplares por día, a las siete de la mañana, “para ver si yo servía para algo”, como le dijo en mandamás mayor al mandamás segundo.
Y una mañana escribí las primeras diez líneas que pocas horas después vería en letras de molde. Al fin y al cabo, Fernando Pessoa, poeta entre poetas, dijo “Yo también quiero ver mi nombre en letras de molde”. Pero no fue un poema: fue una gacetilla de un congreso de pedicuros…
Y el diario murió dos años después, pero ya no paré, seguí hasta hoy, siete de junio, Día del Periodista, y ya me iba a casa después de cumplir con las inquietas teclas –antes de fierro y de plomo, tan duras y ruidosas y musicales (Mozart, a veces), y hoy tan silenciosas y sutiles, pero cuidado: saben quién las golpea… y quien las acaricia. Ya me iba a casa, digo, cuando hice cuentas y me pregunté, a esta altura: ¿los aburrí? Espero que no. Al menos tuve el pudor de no contar cuantas veces pude perder la vida en esta aventura que me iluminó Bogart hace más años de los que quiero acordarme…
Ya sé. Creen que estas líneas a vuelo de máquina son autorreferenciales. No se equivoquen. Estas líneas, su carne y su sangre, los incluye a todos ustedes. A los que cada día hacen, en silencio o en estruendo, en soledad o entre multitudes, en geografías conocidas de memoria o en hostiles andurriales del mundo, y en honor de los tantos que cayeron sin medallas al mérito ni honras fúnebres.
Por fin, mensaje a los muuuy jóvenes que se me acercan –crisálidas de periodistas– y me preguntan qué pueden leer.
Sigan viniendo, por cierto. Son transfusiones de sangre. Pero les susurro (¡y les grito!) ¡¡¡Lean!!! No sólo diarios en papel, digitales, en pantalla, en teléfono…: de plataformas sólo conozco los andenes de misteriosos trenes que acaban en destinos no menos misteriosos. ¡¡¡Lean cuanto caiga en sus manos!!! Pero sobre todo, lean ficción. Shakespere, Dickens, Conrad, Capote, ¡Borges! (y setenta veces siete más). Créanlo o no, son la llave.
Y si suponen que soy un viejo mentiroso y romántico… sigan los consejos de Gay Talese: alguien que no necesita presentación. O de Tom Wolfe, que se acaba de ir, pero con medalla de dios pagano. Y respondan, cada día, cada minuto, cada segundo, a la pasión. Porque secretamente les digo: Dante Alighieri creó un círculo no revelado… para los periodistas sin pasión.
Me despido con un ejemplo ad hoc. Ayer, hoy, hubiera yo preferido escribir una elegía a la triste muerte de la elefanta Pelusa en lugar de una entrevista al presidente, al ministro de Economía, a un diputado, a un senador. Porque ninguno de ellos me hubiera arrancado una lágrima ni hubiera acelerado los latidos de mi siempre recién nacido corazón de periodista.
Lo juro por Gutenberg, nuestro padre sagrado y profano. Que –aunque no lo crean– sigue escondido en las luminosas pantallas de códigos y trucos que jamás comprenderé, pero que siguen siendo terrenales. Cuando hagan que el Hombre llegue a Marte y conquiste otros planetas, ya no estaré. Pero ustedes sí.
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