Ese 30 de diciembre de 2004, Mailín tenía 16 años y vivía con su familia en Barracas.
Ese 30 de diciembre de 2004, Federico tenía 21 años y vivía con su familia en San Cristóbal.
No habían nacido en el mismo barrio, no tenían amigos en común ni habían ido al mismo colegio: sin embargo, amaban la misma música. Por eso coincidieron, esa noche de calor agobiante, en el mismo lugar: República de Cromañón. Hubo otra casualidad, si es que existen: los dos fueron con sus hermanos. Ella perdió a "Lauti", él a "Lauri".
Este 30 de diciembre de 2018, Mailín tiene 30 años.
Este 30 de diciembre de 2018, Federico tiene 35 años.
Los dos sobrevivieron al incendio de aquella noche, aunque se vieron por primera vez ocho meses después. El amor los sacó adelante -coinciden-: es que se enamoraron, se casaron y hoy viven juntos en este PH de Barracas.
No están solos. Julieta, de 4 años, la primera hija de la pareja, abraza a la muñeca que le trajo Papá Noel mientras la peinan para ir al jardín. Llora Luca, de un mes y medio, el segundo hijo. El llanto suave y el olor a recién nacido en la piel llenan la casa de vida. "De la peor mugre, del peor barro, puede nacer la vida, la luz", muestra Federico.
La historia de Mailín
Mailín Blanco tenía 16 años y era la mayor de cuatro hermanos. Iban seguido a recitales, les encantaba el rock: a veces iban con sus padres, en "plan familiar". Esa noche, Mailín fue a Cromañón con dos amigos y con "Lauti", su hermano de 13.
Llegaron temprano: también querían ver a "Ojos locos", la banda que iba a tocar antes que Callejeros. "Cuando terminaron de tocar, me di vuelta y vi que el lugar se había llenado mucho. Me acuerdo que me dieron ganas de irme, como 'bueno, ya está'", recuerda. Lo sintió pero no lo dijo: todos querían ver a Callejeros.
"Fuimos arriba, donde estaban los baños, a buscar agua. En el baño de mujeres habían cortado el agua para que uno consumiera más así que Lauti me sacó agua del baño de varones. Estábamos bajando y empezó a tocar Callejeros. Me acuerdo patente que el saxofonista señaló el techo. Yo miré y vi las lucecitas de fuego y un humo negro que se venía para arriba. Con Lauti nos agarramos de la mano y nos corrimos para atrás. Después se cortó la luz y quedamos como ciegos. Y en el tumulto de gente, Lauti se me soltó".
Mailín sabía que, en un incendio, había que tirarse al piso para tener más oxígeno. Se tiró. El siguiente recuerdo es a las 6 de la mañana, en el Hospital Ramos Mejía. Todos los que no estuvimos en Cromañón supimos antes que ella lo que había pasado. Los primeros 10 días estuvo en terapia intensiva con los pulmones y las vías respiratorias tan comprometidas que un médico le dijo a su papá: "Está caminando por una cornisa y tiene un pie afuera".
"Por la misma razón murieron todos los que murieron en Cromañón. No por el fuego en sí, sino por lo que inhalamos", explica ella. De esos días es la marca de la traqueotomía que todavía tiene en la garganta. Doce días después del incendio le contaron la verdad completa: que había 194 personas muertas y que una de esas personas era su hermano.
"Sentí mucha tristeza pero más que nada bronca. No podía gritar porque tenía la traqueotomía, entonces pataleaba en la cama. Mi mamá dice siempre: 'Teníamos el corazón partido en dos: la alegría inmensa de ver que vos te ibas recuperando y la tristeza inmensa de haber perdido a Lauti".
La historia de Federico Soto
"Éramos muy unidos: la música nos había unido", recuerda Federico. Eran cinco hermanos: "Lauri" tenía 12, era la más chiquita, pero le gustaba tanto Callejeros que la llevaron. "Nunca habíamos ido a ver una banda todos juntos. Era el primer recital de ella y el de Florencia, mi hermana mayor".
Federico llevó a Florencia y a Lauri arriba, cerca de los baños: era el lugar más alejado del pogo y desde ahí se veía bien. Sus otros dos hermanos se quedaron atrás. Federico se acomodó adelante, cerca del escenario.
El primer recuerdo es de algo que caía del techo, "como unas gotas de brea". "Cuando miré hacia arriba, se había encendido todo, como si hubieran prendido una hornalla. Después se cortó la luz y empezaron las corridas". Federico conocía el lugar y pudo salir rápido. Quedó afuera pero sin saber dónde estaban sus hermanos. Por eso decidió volver a entrar.
"Como las puertas estaban trabadas, se habían armado avalanchas. Primero empezamos a sacar a la gente que estaba tirada en la puerta, amontonada o apilada una arriba de la otra". Federico quería entrar y llegar arriba pero no había forma de avanzar: "Daba pasos para adelante en la oscuridad, tocaba con el pie a alguien desmayado y lo arrastraba hacia afuera de memoria".
Usaba su remera como barbijo y, como es asmático, trataba de no respirar. Cada vez que salía a dejar a alguien, daba una vuelta por la plaza, escupía "brea", tomaba aire. Así encontró a dos de sus hermanos, que le dijeron que habían visto a una tercera: "Faltaba Lauri", repite. "Una de esas veces que salí fui a mirar la hilera de los chicos fallecidos que estaba como a una cuadra. Estaban tapados creo, porque me acuerdo que les miré los pies a ver si reconocía las zapatillas de mi hermana".
Federico volvió a entrar y logró subir pero arriba sólo encontró el silencio atravesado por el sonido de un celular que nadie atendía. Antes de bajar, armó una cadena humana con otros jóvenes y sacaron a las personas que estaban desmayadas arriba. Debe haber salvado muchas vidas, como alguien salvó la de su mujer, que también se había desplomado ahí arriba.
Buscaron a "Lauri" por todos los hospitales: no figuraba tampoco en la lista que leyeron, en medio del griterío y la desesperación, frente a la morgue. A las 6 de la mañana, Federico sintió que no podía más y fue a internarse. "Al día siguiente, como a las 10 de la mañana, en una morgue improvisada en el sanatorio Mitre, mi viejo la encontró".
La historia de Mailín y Federico
Se conocieron en agosto de 2005, en una reunión de sobrevivientes. "Y nos enamoramos -sonríe ella-, nunca podría haber imaginado todo lo que íbamos a vivir juntos después".
Los unió, al comienzo, la tragedia: saber que uno entendía perfectamente lo que estaba sufriendo el otro. "Pero después hubo algo más grande y fue el amor. ¿Viste cuando te dicen que todo lo malo tiene algo bueno? Es real: si hasta de Cromañón nació algo bueno, es real. Hay un mural que diseñamos en el que hay una zapatilla, y de la zapatilla sale una flor: es eso, la flor que crece en el lugar menos esperado".
¿Cuánto ayudó el amor? "El amor nos sacó adelante", contesta él. "Me acuerdo que el primer 30 de diciembre miraba el techo y pensaba 'bueno, si me muero, mejor'". Mailín estaba en el mismo proceso: "Yo me preguntaba: ¿alguna vez volveré a ser feliz?".
No fue sólo el amor de pareja: fue la familia, los amigos de antes, los amigos sobrevivientes, los nuevos hijos de esos nuevos amigos. "Fue muy importante haber podido generar lazos de amor a partir de lo que pasó. Redes, porque sin redes te caés. A mí me pasó: yo conocí el amor después de la muerte", dice ella.
Mailín se recibió de socióloga, trabaja en el ministerio de Educación de la Nación, es mamá. Federico se recibió de profesor de Educación física, es profesor de taekwondo, es papá.
"Cromañón ya está, quedó atrás, está superado. Lauri y Lauti van a estar siempre en nuestro recuerdo pero hay que seguir viviendo", dice Federico. "Aferrarse al recuerdo de otra forma sería quedar encerrados también en Cromañón", cierra, mientras acuna, en sus brazos, a su bebé.
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