Es lunes 22 de octubre: hasta recién, un lunes más en Palermo. Lo que rompe el tedio es la noticia: en una semana vamos a estar camino a la Base Marambio, en la Antártida. ¿Habrá mujeres?, pregunto a nadie. Busco en Google y retengo dos datos sueltos: la base está por cumplir 50 años pero recién en 2006 permitieron que fueran mujeres a pasar un año entero (lo que se conoce como "una invernada"). "Deben ser las mujeres que les limpian y les cocinan", pienso, con desesperanza.
Recuerdo este pensamiento mientras hablo con la jujeña Nélida Lamas, 33 años, que no estuvo a cargo de ninguna limpieza. Es "Técnica electrónica aeronáutica" y fue la única "mujer aviónica" de 2018: es decir, la única mujer a cargo del mantenimiento de la electrónica del avión con esquíes que se usa, durante todo el año, para volar por la Antártida.
Llegamos a Marambio en el mismo Hércules que, en dos horas, se llevará a la dotación 49, que acaba de culminar su invernada. Se va Daiana Faversani, 31 años, la primera técnica informática mujer que tuvo esta base en sus casi 50 años. Daiana estuvo a cargo del mantenimiento de los equipos de comunicaciones y satelitales y, cuando cuenta qué fue lo más hostil que tuvo que atravesar durante su invernada, se nota que acá hombres y mujeres trabajan de igual a igual.
El 3 de julio de 2018, el día en que la sensación térmica se derrumbó a 54 grados bajo cero (el récord del año), Daiana tuvo que salir con su compañero a reparar el equipo de radioayuda, que corría riesgo de hacer un cortocircuito y quedar fuera de servicio. "La exposición de ese día, es decir, el tiempo que tenía para no correr riesgo de congelamiento, era de dos minutos", cuenta ella, que es tucumana pero vive en el sofocante calor chaqueño.
Daiana -que, como el resto, pertenece a la Fuerza Aérea- se había anotado tres veces antes de ser seleccionada. "Para mí era una meta de vida, me fascinaba la idea de venir a vivir una experiencia así". Alguien cuenta por ahí que una de sus tareas, compartida por el resto de las mujeres, era salir a despejar las pasarelas durante o después de los temporales: pico y pala para destruir el hielo cuando se convertía en piedra.
Se va también Antonella Hurtado, 29 años, cocinera. Se la ve orgullosa, dice que se siente una mujer "más fuerte y decidida": no sólo porque llegó a cocinar para unas 200 personas (hay épocas en las que la base se llena con quienes vienen a hacer tareas puntuales) sino porque abrió camino: es la primera vez en la historia de Marambio que una cocinera se queda a pasar el año completo.
¿Para qué vinieron? ¿Por qué fueron capaces de alejarse de sus afectos durante un año? ¿Por qué sienten que vinieron a "hacer Patria"? El Tratado Antártico, firmado en 1959, suspendió los reclamos de soberanía. Cada país se comprometió a no reclamar ni tomar posesión pero mantienen las pretensiones previas. El tema es que todo lo pretendido por Argentina y Chile también es reclamado -sorpresa- por el Reino Unido.
El compromiso es que la Antártida sea un territorio de paz dedicado a hacer Ciencia en beneficio de nuestro país y de la humanidad (por eso, la actividad principal de Marambio es brindar apoyo logístico a los científicos de ésta y otras bases).
Quienes deciden venir enumeran varios objetivos: por un lado, vivir la experiencia única de pasar un año aislados -soportando inviernos con frío extremo, vientos huracanados y sólo 3 horas de luz solar (pero en un paisaje encantador)- y, por otro, ofrecer su trabajo para mantener viva la pretensión de soberanía de la que podrían gozar, en algún momento, los argentinos del futuro. También hay un beneficio económico pero todas coinciden en que no es lo más importante: es un "suplemento de alto riesgo" de unos 55.000 pesos mensuales que se suma al sueldo.
Bárbara Ortiz recibe a Infobae en el Pabellón científico de la base, a menos de cien metros del pabellón femenino en el que el todas las mujeres dormimos juntas. Está por recibirse de Ingeniera electrónica y va por la mitad de la carrera de Ingeniería mecánica. Su mundo son las Ciencias duras -carreras en las que suele haber 2 o 3 mujeres cada 40 hombres- y es la única científica que lleva 10 meses en la base.
Vino, como el resto de los científicos, por intermedio de la Dirección Nacional del Antártico (DNA) y su trabajo es mantener los equipos y recopilar datos (de ciencias de la atmósfera, radiación UV, sismología, geología, glaciología y geodesia, entre otros) para proyectos de distintos países. Bárbara tiene 28 años, es de Caseros y trabaja con proyectos de España, República Checa, Italia, Argentina y Alemania.
"Es muy interesante lo que se investiga acá porque es uno de los pocos lugares del mundo donde se estudia el agujero de ozono, por la cercanía a la estratósfera", explica . Está acá, dice, para "aportar su grano de arena al mundo".
Las mujeres que acaban de llegar a pasar un año también son, en proporción, pocas: son 6 entre 34 hombres. Sólo una tiene hijos: el deseo de estar acá las hace posponer el deseo de "formar familia" o las obliga a esperar a que sus hijos sean grandes. Los hombres, en cambio, no posponen: sus esposas quedan en el continente a cargo de la casa y de la crianza de sus hijos. Los que vinieron más de una vez cuentan que el precio es alto: los chicos se acostumbran tanto a obedecer solamente a sus madres que, cuando ellos regresan, no tienen demasiada autoridad.
Valeria Sánchez, 39 años, es enfermera universitaria de la Fuerza Aérea. El sacrificio -lo destacan sus nuevas compañeras, solteras- es mayor para ella: dejó por un año a su marido, a sus tres hijos (el menor tiene 15) y a su nietita. "Este es un sueño que postergué durante 21 años", cuenta a Infobae, apenas recuperada del llanto que le provocó hablar de las despedidas.
"Muchos me dijeron 'estás loca', por el aislamiento, por el frío, por dejar a mi familia. Pero ellos me apoyan y yo lo siento en el corazón: esta es una oportunidad única. Yo me siento realmente argentina, amo la Patria y siento que estoy colaborando con ella'".
Valeria formó un equipo sólido con Maitén Hernández -29 años, la médica de toda la base, futura cardióloga-, y es un poco "la mamá" de la dotación 50: no sólo está preparada para atender esguinces, fracturas, quemaduras por el frío o hacer resucitación cardiopulmonar sino también para distinguir: "Alguien que viene con un dolor de pecho o de cabeza en realidad puede estar con estrés o angustia porque está extrañando. Solamente charlando se recupera".
En su casa, en Córdoba, quedó su marido (que es gasista y técnico de refrigeración), y sus hijos varones. Valeria se ríe cuando repasa la lista de instrucciones que les dejó: desde cómo limpiar el inodoro con la escobilla hasta la exigencia de tirar los calzoncillos cuando estén rotos. Lleva menos de una semana a 3.000 kilómetros cuando uno de sus hijos la llama para que le recuerde las medidas de harina y agua para amasar pizza.
Con su familia llegó a un acuerdo: "Que no me cuenten todo. Lo que ahí tal vez es una pavada a mí me puede dejar muy preocupada, y desde acá no puedo hacer nada". Es literal: tiene que ser una situación de gravedad extrema para que la autoricen a volver.
La meteoróloga Paola Pérez, 31 años, sabe de qué se trata eso de pasar por una situación de gravedad máxima. Llora cuando lo cuenta frente a la cámara de Infobae y es natural. Vino por primera vez a la Antártida en 2016 imantada por los fenómenos naturales: acá podía conocer, por ejemplo, lo que es una ráfaga de viento de 160 kilómetros por hora, algo que obviamente no sucede en La Pampa, donde vive.
Cuatro meses después de haber llegado a "Esperanza" (la única base argentina a la que pueden ir parejas con sus hijos) Paola recibió un llamado: su papá tenía cáncer. Pensó que tenía margen del tiempo pero, dos meses después, el médico le dijo: "Ya no podemos hacer nada". Paola tomó la decisión de volver pero no llegó a tiempo: su papá murió 12 días antes de la fecha en la que el Hércules podía llevarla de regreso.
Estuvo al teléfono con él hasta el final, pudo decirle que lo amaba. Sabe que él estaba orgulloso de ella: su hija estaba cumpliendo su sueño. No hubo reproches del resto de su familia, tampoco ella se culpó por no haber estado. Paola no hizo de la situación un trauma: está otra vez en la Antártida. No es la única meteoróloga: también está Fernanda Díaz y acaba de irse Jorgelina Álvarez, astrofotógrafa, la autora de las fotos de las que todos hablan.
La idea del viaje que nos sacó del tedio aquel lunes acabó convirtiéndose en una aventura. Vinimos a la Antártida por dos horas y nos quedamos varados -por decisión de un temporal de "vientos huracanados" y "vientos de tempestad", nieve y niebla- durante seis días. Por eso pude verlas trabajar, sin que supieran que las estaba observando: también hacen agua (hay quienes van a una laguna congelada y quienes se trepan a los tanques para controlar que el tesoro no rebalse).
Fueron varios días sin chances de que el avión pudiera ir a buscarnos pero finalmente se abrió una "ventana climática" y el Hércules salió de Río Gallegos hacia la Antártida. Ana Laura Fretes -27 años, formoseña- vino a despedirse antes de ir a ocupar su puesto: es la segunda mujer bombera en la historia de Marambio (la primera fue Carolina Cantero, que acaba de completar su año) y debía estar en el autobomba durante el aterrizaje y el despegue por si ocurría algún principio de incendio.
A la última mujer que vi fue a Olga Valderrama, jujeña, 44 años, quien controla el tránsito aéreo desde la torre. Es la segunda que vez que viene a la Antártida. Contó, hace unos días, que acá se encontró a sí misma, que la Antártida y los bloques de hielo que la rodean son su refugio.
Confesó que antes era "más dura" y que ahora "es esto": una mujer que llora de emoción frente a una cámara. Pienso en lo que le dijo su mamá, ya mayor, cuando la despidió en Jujuy: "Andá hija, andá cumplir con la Patria, yo ya sé que hiciste lo que querías hacer".
Desde la pista, la busco con la mirada para tirarle un beso. No me ve, está ocupada en la torre de control, la panza del Hércules que viene a buscarnos ya está posándose sobre la pista.