La milonga es descubrimiento, encuentro, es el juego, es la metáfora, es un salón y una plaza, es un estilo de vida, es aprendizaje, es cultura, es el abrazo y el corazón que palpita, es una meritocracia, es el hombre y la mujer -el macho y la hembra- y es a la vez inclusiva, es anónima y popular pero no es masiva, es identidad, idiosincrasia, ADN, patrimonio nacional, es caminar y es improvisar, es la individualidad en una ceremonia social, es la resistencia y la resurrección, es como Shakespeare o como Bach, es el caldero donde se produce la magia, es Buenos Aires y los planetas en el cosmos, es un carro de dos ruedas, es la interpelación de la tierra, es donde un don nadie puede serlo todo, es conexión y no es superficialidad, es libido y es comunión, es el señor que va a tomar mates a la plaza para que la plaza no desaparezca.
La milonga son todas esas definiciones textuales de los milongueros, de los nuevos y los viejos, los de acá y los de allá, sin género, edad y nación. Las descripciones son ambiguas y contradictorias pero convergen en un denominador común: la resistencia.
En El Beso, Canning y La Viruta el tango vive. Es allí donde los sentidos del tango se corporizan, donde la danza, la musicalidad y la interpretación se ejerce y se completa. Los eventos, los homenajes, los concursos podrán potenciar su comercialización. Pero el tango se refugia -puro y vital- de lunes a lunes en las milongas.
Es martes y son las doce de la noche. Jorge Juanatey es un habitué. Está vestido impecable y tiene un prendedor con la bandera argentina. Su vozarrón se escucha entre la multitud. Se encarga de presentarla, con sus códigos, sus normas y sus actores. El que dice que la milonga es una metáfora de la vida, también dice que está regida por códigos bastante estrictos, que se bailan en tandas y que cada tanda tiene cuatro tangos, cuatro valses o tres milongas.
Jorge García: “No es una terapia, es un sentimiento. A mí me hierve la sangre cuando bailo”.
Precisa que en El Beso las mujeres están de un lado y los hombres del otro. La segmentación obedece a una tradición y permite que se cumpla el rito del cabeceo. "Invitamos a bailar a las mujeres con un cabeceo pero para eso tienen que estar mirándonos, se tienen que encontrar las miradas. Si la mujer no me mira, no quiere decir que no me vea, porque a lo mejor ve que la estoy mirando pero quiere bailar con otro y no me mira porque va a estar obligada a rechazar o a aceptar. Es mucho más elegante que no me mire. Lo mismo hace el hombre cuando ve que una mujer lo está mirando. Pero en realidad, siempre quien decide es la mujer", explica Jorge.
Para un milonguero, la humillación es el rechazo de una mujer al borde de la mesa. "El papelón sucede una vez. Es un aprendizaje. La milonga se ocupa de enseñarte".
"Tiene algunas reglas básicas que no deben negociarse: el abrazo, el abrazo es fundamental, el abrazo cerrado, la musicalidad, bailar al piso y respetar a los demás. Se baila en sentido opuesto a las agujas del reloj y en anillos, el que baila en el anillo de afuera no debe salir de ahí. Y sólo establecemos contacto verbal con la mujer entre tango y tango. Mientras bailás no se habla, se baila", instruye.
Devela la multiculturalidad de la milonga y la describe como una meritocracia: "Acá vas a encontrar sentado uno al lado del otro a un carnicero, a un abogado, a un juez, a un médico, a un ladrón. Nosotros no hablamos de nuestra vida privada".
Ese mismo martes, de madrugada, Omar Viola dirá algo parecido. Está vestido con un chaleco, más informal. Habla con la misma pasión y entusiasmo. El organizador de la milonga Parakultural que se celebra en el Salón Canning descubre la heterogeneidad de los asistentes: "La milonga tiene que estar abierta a todo el mundo. Es como una plaza. No podés decirle a un travesti que está sentado en el banco de la plaza que se vaya, porque tiene tanto derecho a estar ahí como un niño, un jubilado o un empresario. Ahí todos confluyen. En la milonga también: acá hay de todos los oficios. Mecánicos, psiquiatras, científicos, verduleros, peluqueros", enumera.
Omar Viola: “Quien estudia al tango y no conoce la milonga, algo le falta”.
Para Omar eso es cultura, sin más. El que define a la milonga como un encuentro anónimo y popular -"el caldero donde se produce la magia"- dice que "el tango resistió en la milonga, por su calidad en la conservación y por la escucha del material. Así como Shakespeare aún vive, con el tango pasa lo mismo. Tiene calidad orquestal, musical, riqueza poética y simbólica. Pero el baile es lo que lo reanimó, porque el tango vuelve a estar vigente porque se lo baila, sino estaría solo en discos".
Mientras desmenuza la naturaleza de la milonga, encuentra nuevas metáforas para describirla. A veces gira la cabeza y vuelve a contemplar la pista, donde la gente baila. Pareciera inspirarse: "El tango se completa en la milonga. Acá tenés la posibilidad de meterte a la pista y ser protagonista, ser vos el intérprete de esa música". Por eso defiende la orquesta: "Cuando hay música en vivo, nadie es igual. Ni el músico toca como tocaría si no estuviese la gente, ni la gente baila como bailaría si no estuviese el músico".
Y pondera la esencia de la danza, que no es más -dice- que interpelar la tierra con una caricia: "Porque la milonga también es improvisación. Cada uno baila distinto y genera dibujos distintos. Cuando alguien te dice que bailás bien, es porque caminás bien. El tango es caminar, no se trata de grandes figuras, de cosas complicadas. Se trata de moverse cómodamente e improvisar juntos".
Es martes a la noche y mientras la ciudad duerme, el tango se rejuvenece al compás de cientos de personas que bailan de madrugada. Hay hombres bailando con mujeres y hombres bailando con hombres. Hay profesionales y novatos. Con zapatos y con zapatillas. Con ojos y abrazos cerrados. Cada milonga tiene su religión. "El macho y la hembra", los roles establecidos, son formas delimitadas para cuidar la tradición del tango, reglas que confrontan con la apertura cultural de otras milongas.
Marcela Conti: “Un profesor de tango me decía que el tango son dos ruedas de un mismo carro: si una anda mal, anda todo mal”
Es viernes a la noche, aunque en realidad ya se convirtió en sábado a las dos de la mañana. En La Viruta, dos bailarines profesionales que no superan los 35 años destacan los cambios sociales que perciben: "Históricamente en el tango invita a bailar el hombre y la mujer acepta. Pero hoy en día las mujeres también invitan a bailar. Y algunos hombres están a gusto con eso y otros hombres no. Ahora se pueden ver dos hombres o dos mujeres bailando en la pista y está todo bien", apuntó Leonardo Pankow.
Sus límites tampoco son tan rígidos. Marcela Conti desaprobó las condiciones que prevalecen en algunos salones: "En la milonga no debería haber barreras entre la gente. No importa el estatus social, a qué se dedica, la nacionalidad, o si es bailarín profesional o social. La milonga tiene que ser inclusiva. No importa si lo hacés bien o lo hacés mal, lo importante es conectarse con el otro".
Ambos encuentran otra libertad en la danza y en la atmósfera. Pero reinciden en la condición primordial de la milonga: el rescate. "La milonga es el corazón que late todo el año. Hay eventos que hace que el tango dispare. Pero esto se vive todo el año, temporada alta o temporada baja, de lunes a lunes. Sin la milonga, el tango muere. Es la resistencia, es el encuentro con otros y con uno mismo".
Esa resistencia tiene reminiscencia histórica. Jorge Juanatey cuenta que el tango estuvo 30 años en hibernación cuando los sellos de grabación entendieron que el negocio estaba en la nueva ola de la música. Eso repercutió en la degradación del tango: el cambio de paradigma produjo menos músicos y menos poetas. "Pero quedaron algunos que resistieron ferozmente. El lugar donde resistió el tango fue la milonga. Acá siempre hubo tango. Si no se hiciera nada, el tango igual va a sobrevivir. Porque está en nuestro ADN. Es lo único que puede explicar que al estar escuchando ésto (de fondo suena Aníbal Troilo) se me ponga la piel de gallina".
Jorge, cuando era chico, escuchaba a los Beatles. Omar seguía a Manal y a Almendra. Los dos narran cómo heredaron la devoción por el tango. "Con mi viejo escuchábamos en la radio el fútbol y el tango. Él me contaba las orquestas que iba a ver: se tomaba un colectivo en Lanús, iba a la calle Corrientes, se tomaba un café, pagaba diez centavos y se escuchaba cuatro orquestas cuando tenía 18 años. Yo, a esa edad, escuchaba otras cosas pero también me gustaba el tango", recuerda Omar.
"Mi papá era bailarín de tango, pero a mí me gustaban los Beatles, no me gustaba el tango. Un poco por oposición a él, como hacen la mayoría de los hijos adolescentes. Hasta que un día mi viejo me dijo: 'No te hagas problema pibe, el tango te espera'. Y fue así. El tango me esperó. Vine acá y empecé a bailar. Forma parte de nuestra identidad, de nuestra cultura, te regala emociones enormes. Cuando pases por la experiencia de tomar una mujer en tus brazos y sentir que se estremece, vas a entender mucho más de lo que te estoy contando", concede Jorge.
La máxima del padre de Jorge no es de él. La pronuncia también Marcela Conti, que nació tres décadas después. Ambos parafrasearon a una eminencia y recurrieron a la misma figura literaria: "El tango está dentro de todos, es nuestra idiosincrasia, solo hay que descubrirla. El Polaco Goyeneche decía: 'el tango te espera'. Cuando lo empezás a curtir, te das cuenta que siempre fuiste un tanguero".
El sol del sábado asoma tímidamente. El raid de milongas había empezado una fría noche de martes. En La Viruta, mientras la música gira y la gente se mueve, el tango se parece a ese juego que también hacen los planetas en el cosmos. Una estrategia para nunca parar y eternizarse. La milonga termina para descansar, con un café y las medialunas del amanecer. Mañana volverá, como ese señor que va a tomar mates a la plaza para que la plaza no desaparezca.
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