Vivir en la villa: tres generaciones de mujeres en la 1.11.14

Tina, su hija Alicia y su nieta Kimey, cuentan en este micro-documental de Infobae, cómo es crecer en uno de los barrios más estigmatizados de la Capital Federal. Sus historias, sus miedos y sus sueños

La 1.11.14 empieza donde se terminan las calles en Google Maps. No se puede ir más allá en la pantalla, como si ahí la herramienta de búsqueda más famosa del mundo tuviera una cuenta pendiente. El barrio, con 30.000 habitantes según el último censo y 70.000 si la pregunta se le hace a los vecinos, se ganó la fama de inaccesible, además de un lugar peligroso.

Otra vez en el buscador. Palabra clave "1.11.14", sección "noticias". Los resultados de la primera página no muestran otra cosa que no sean operativos antidrogas, la detención de un sicario y la incursión de 2.000 agentes de Gendarmería. En la segunda, según un gag popular "el mejor lugar para esconder un cuerpo" -nadie busca nada ahí-, las cosas no cambian demasiado.

Ubicada en el Bajo Flores la 1.11.14 era en realidad tres villas que de tanto crecer se terminaron juntando: la 1, la 11 y la 14. De ahí el nombre, aunque a lo largo de los años se la conoció también como Villa Bajo Flores, Bonorino, 9 de Julio, Perito Moreno, Medio Caño y Evita, entre otros. Ahora un proyecto en la Legislatura porteña quiere hacer oficial el de barrio Ricciardelli, por su primer párroco, Rodolfo Ricciardelli, fallecido en 2008.

Ahí vive Tina, que esta semana cumple 68 años, que llegó desde Paraguay, que dicen ceba los mejores mates de la villa. Ahí crió a sus nueve hijos y viven la mayoría de sus nietos. Vio al barrio crecer, cambiar, convertirse en otra cosa. La época en la que los chicos podían salir solos y cuando dejaron de poder. Sin embargo si le dieran la oportunidad de irse, dice, no se iría.

"Fui una de las primeras vendedoras del barrio, de la chipá y la sopa paraguaya, al principio me daba vergüenza, por lógica, trabajar 10 horas para comprar un kilo de pan", admite a mitad de una charla con Infobae, sentada en la cocina de su casa. "Después progresé y empecé a vender ropa, llegué a tener un negocio", cuenta y pasa un mate de cuero que rebalsa de cáscaras de naranja.

En la época que caminaba los pasillos vendiendo ropa, un Día del Niño se encontró con una vecina que no había podido comprarle ningún regalo a sus hijos. Bajó el bolso, lo abrió y repartió "una calza para una, una remera para otro", se acuerda moviendo las manos en el aire. Una sola cosa le pidió a cambio a la mujer: que el día que vendiera su casa se la ofreciera a ella primero. Ahí vive hoy Tina, en la manzana 13 de la 1.11.14.

"Es tan triste que por unos cuantos tenga tan mala referencia el barrio", dice con tono de reproche. "Cuando empecé a trabajar en los locales no podía decir que vivía en la villa", la interrumpe Alicia, la hija del medio de Tina. "¿Qué sabés vos lo que es vivir en la villa?", se acuerda que cruzó un día a mitad de un local a un compañero que hablaba sin saber.

Alicia sí se quiere ir. "Me gustaba más cuando era chiquita, había más lugar, no era tan cerrado, había campitos, uno podía salir", explica. Ahora la geografía de la villa son construcciones cruzadas por cables, algunas de colores, todos distintos, lo que quedó de cuando el Gobierno porteño entregó baldes de pintura y algunos pesos para que los vecinos renovaran los frentes.

Hoy Alicia trabaja en el cementerio de Flores, muy cerca de donde va al colegio Kimey, su hija mayor. "No tiene nada de malo vivir acá en la villa, pero preferís evitar comentarios", comparte la adolescente con Infobae sobre esas veces que elige no contar. "No todos los que viven acá son drogadictos, fabrican o venden, hay gente que trabaja y obviamente eso no se sabe, porque piensan mal, porque tiene una mala imagen la villa" reconoce sosteniendo la mirada.

"Me gustaría salir de acá, que se vaya mi mamá, mi abuela no se quiere ir. Está acostumbrada al barrio y no quiere salir de su zona de confort, supongo, aunque esto no sea tan confortable", sonríe de la ocurrencia y se anima a contar de sus ganas de ir a la universidad, que todavía no define si seguir la carrera de arquitectura o de psicología.

"Ahora mismo me dice la gente que tiene que negar dónde vive y eso es triste. Es lo más triste y lo sé porque a mí me pasó", dice Tina, que se queda por primera vez en silencio. Es casi el mediodía, "se están levantando", comenta alguien mientras al fondo empieza a escucharse una cumbia desde la calle, la primera de muchas y que van a dejar de sonar ya entrada la madrugada.

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