Documental de Infobae en alta mar: historias de gente común que se embarca con Greenpeace para defender el océano

¿Cómo es vivir arriba de un barco rodeado de activistas dispuestos a todo para dar su mensaje? ¿Por qué eligen pasar frío, exponerse a maniobras riesgosas o, incluso, correr el riesgo de terminar detenidos por enfrentar pesqueros ilegales? Un mini documental especial de Infobae con relatos de los que ponen cuerpo, mente y espíritu al servicio del medio ambiente

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Documental Infobae en alta mar: historias de gente común que se embarca con Greenpeace para defender el océano de los pesqueros ilegales. Edición: Matías Arbotto y Augusto Fornaciari

Daniel Rizzotti dice que puede precisar dónde estaba el 31 de diciembre de 1999, cuando fue el cambio de milenio. Lo dice con una sonrisa pícara porque sabe que la respuesta es, cuanto menos, particular. “Estuve en la Antártida con Greenpeace persiguiendo los buques que cazaban ballenas”, cuenta a Infobae el capitán del Arctic Sunrise desde el puente de mando del barco.

Daniel tiene 56 años, cuatro hermanos y nació en Tucumán. Al igual que su abuelo, eligió la profesión de marino y, además, es piloto de hielos. Por lo general viste bermudas y es uno de los pocos que toma mate en el buque. Como pasa seis meses al año navegando, le gusta definirse como un “trotamundos”. Recorrió Europa con una mochila, vivió en Holanda, en México, en Panamá y, desde hace cuatro años, reside en Australia. A pesar de ello, dice, no perdió el hábito de chequear “La Gaceta de Tucumán” todas las mañanas.

A Greenpeace llegó hace 25 años. “Empecé navegando como segundo oficial voluntario. Después fui capitán del Esperanza (ahora reemplazado por el Witness) y del Rainbow Warrior II y III”, apunta Daniel y enseguida trae a colación una anécdota que lo marcó a fuego. No se trata de la vez que fue noticia cuando lo detuvieron por bloquear en aguas españolas a una nave norteamericana que llevaba armas a Irak; sino del día en que encontró a dos polizones de 12 y 14 años en el barco que capitaneaba.

“Se habían subido ilegalmente en África escapando de la guerra, pero los descubrimos varios días después. La cuestión es que los tuvimos tres meses a bordo hasta que pudimos bajarlos a través de un Programa de Naciones Unidas y les conseguimos una familia adoptiva en Canadá. Fue un hecho muy significativo porque estos chicos, que eran de países enemigos, terminaron siendo hermanos”, cuenta Daniel y se emociona. “Cada tanto intercambiamos emails. Ahora son grandes, pero me llaman ‘Daddy’ (Papi). Como verás, Greenpeace une en muchos sentidos”, agrega.

Daniel Rizzotti tiene 56 años
Daniel Rizzotti tiene 56 años y nació en Tucumán. Fue capitán del Arctic Sunrise en la travesía rumbo al "Agujero Azul" (Foto/Matías Arbotto)

Los barcos de Greenpeace no solo son una herramienta importante en la organización, sino que, además, son el germen de la misma. Sí, Greenpeace comenzó en el mar cuando doce activistas antinucleares canadienses se embarcaron a bordo del pesquero Phyllis Cormack e intentaron detener los ensayos nucleares que Estados Unidos realizaba en las costas de Alaska. Aunque no lo lograron, a partir de entonces, el mundo se enteró de lo que sucedía.

Con el tiempo, la organización fue adquiriendo una pequeña pero activa flota de barcos con los que buscan proteger el medio ambiente, haciendo presencia en todos los sitios donde se atenta contra él. En este viaje, puntualmente, el propósito fue exponer la sobreexplotación pesquera de los buques, que aprovechan la falta de regulación en aguas internacionales para saquear las áreas que bordean la Zona Económica Exclusiva (ZEE) argentina, como el “Agujero Azul”.

“A diferencia de lo que puede ser un crucero, en los barcos de Greenpeace uno lleva el espíritu medioambiental. También son una especie de ‘Naciones Unidas’: están representadas muchas nacionalidades, muchas lenguas, gente de distintas etnias”, apunta Rizzotti acerca de las 30 personas que integran la tripulación y que pertenecen a diferentes países del mundo, entre ellos, Francia, Corea, China, Sudáfrica, Bulgaria, Alemania, Inglaterra, España, Fiyi, Chile, Panamá y, también, Argentina.

A pesar de que conviven en un espacio pequeño, todos los tripulantes logran unir fuerzas y tienen un objetivo común. Eso hace que el barco sea un lugar especial en el cual florezcan la camaradería y el positivismo; un lugar donde la esperanza sea lo último que se pierde a la hora de proteger el medio ambiente”.

Quien reflexiona acerca de la convivencia en el buque es Adrián Arauz Hernández, primer oficial del Arctic Sunrise. Tiene 42 años, nació y se crió en Panamá, donde estudió para ser marino en la Universidad Marítima Internacional. Lleva casi la mitad de su vida dedicándose a la navegación.

Adrián Arauz Hernández, primer oficial
Adrián Arauz Hernández, primer oficial del Arctic Sunrise realizó más de una treintena de viajes en los distintos buques de Greenpeace (Foto/Matías Arbotto)

“Yo nací en el campo y mucho tiempo después me fui al mar. En ese momento, sentí que me había alejado un poco de la naturaleza, pero en realidad seguía cerca de ella. A Greenpeace llegué gracias a un buen amigo mío. Me dijo: ‘¿No te gustaría venir y ayudarnos a conservar el medio ambiente?’. Y aquí estoy, 16 años después”, dice Adrián que, hasta ahora, realizó más de una treintena de viajes en los distintos buques de la organización.

Son, aproximadamente, dos viajes por año.

¿Si extraña a su familia? “Extrañar es una palabra me parece que muy difícil de utilizar porque, trabajando en el mar, siempre vas a extrañar algo. Y cuando extrañás algo no disfrutás lo que tenés. Entonces yo trato de vivir el momento, de mantener el contacto con las personas queridas en casa y de enseñarles lo que estoy haciendo, porque me considero un privilegiado en poder proteger al medio ambiente. Esta labor tiene un sentido y un propósito que va mucho más allá de lo económico. Espero que en el futuro inspire a muchas personas”, se ilusiona.

Los tripulantes del Arctic Sunrise
Los tripulantes del Arctic Sunrise (Foto/Martín Katz de Greenpeace)

Viajar a bordo de un barco que se mueve mucho (recordemos que al Arctic Sunrise le dicen “La Lavadora”) implica, entre otras cosas, que uno tenga que prestar atención a cada paso que da. La sugerencia, para evitar caídas, es que siempre quede un brazo libre para poder sujetarse de las barandas o las paredes. Debido al movimiento permanente, hay trabas en todas las puertas, incluso en las de las heladeras. Para los días de tormenta o aquellos en que la marea está agitada, se facilitan baldes en caso de aparezcan las tan temidas náuseas.

La rutina en el barco ayuda a que las 30 personas que viajan a bordo puedan convivir en orden. El día arranca a las 7.30, cuando Rafa Villanueva Alfonso, el médico del Arctic Sunrise, hace una recorrida por los camarotes golpeando puerta por puerta. “Wake up call”, repite. Hasta las 8 hay tiempo para desayunar, después, cada cual asume una tarea y se encomienda a la limpieza. El almuerzo es a las 12 y la cena a las 18 (horario internacional). Las responsables de alimentar a la tripulación son Charlotte Cumberbirch y Juana Serra. El menú es vegetariano y casi siempre incluye alguna sopa. ¿La especialidad? Torta de banana con chocolate. Para los amantes de los salado, el pan de ajo.

Greenpeace compró el Arctic Sunrise
Greenpeace compró el Arctic Sunrise en 1995. Además de buque es un rompehielos (Foto/Matías Arbotto)

El martes 5 de abril, Ayelén Molaro, una de las cuatro voluntarias que se embarcó con Greenpeace, se sumergió en el Océano Atlántico para manifestarse delante de un “freezer flotante” en el momento exacto en el que recibía la descarga de un pesquero. La hazaña no estaba en sus planes. Si bien la estudiante de Trabajo Social y de Derecho, tenía pensado tomarse unos días en el call center donde trabaja, iba a hacerlo más adelante y de paso tomar un curso de fotografía analógica.

Sin embargo, cuando le comunicaron que había sido seleccionada para embarcarse a bordo del Arctic Sunrise, decidió anticipar su descanso. Pidió permiso a sus jefes y pasó una semana “de mucha ansiedad” hasta que finalmente le concedieron el cambio. “Yo hago esto porque me gusta, porque tengo la convicción de que es lo mejor que puedo hacer hoy en día para que las cosas cambien. Lo vivo con gusto, pero también como una responsabilidad”, dice Ayelén a Infobae.

Hace más de una década que la joven de 31 años, presta su tiempo a Greenpeace. Su primer contacto con la organización, cuenta, fue cuando iba al colegio primario. “Con mis compañeros de la clase le escribimos una carta a Greenpeace y nos respondieron. De grande, viendo lo que sucedía en el mundo, sentí la necesidad de hacer algo más y me anoté como voluntaria. Así y todo, tengo en claro que el planeta no va a quedar mejor sólo por una decisión individual. Tiene que haber una decisión política para que toda la sociedad cambie”, asegura.

Ayelén Molaro es voluntaria de
Ayelén Molaro es voluntaria de Greenpeace desde hace 12 años. Este año, usó sus días de vacaciones para embarcarse en el Arctic Sunrise y protestar contra los pesqueros ilegales (Foto/Matías Arbotto)

Emanuel Almirón tiene 32 años, es Licenciado en Administración y lleva una década como voluntario en Greenpeace. Si bien ya embarcó en el Esperanza y en el Rainbow Warrior, esta es su primera vez en el Arctic Sunrise. “Lo que tiene bueno el mundo Greenpeace es que con todas las personas que te encontrás es como si los conocieras de toda la vida. Te ponés a charlar con alguien de Alemania, por ejemplo, y piensa lo mismo que vos, tiene las mismas vivencias, le pasó algo parecido.... Entonces todo el tiempo te sentís como en tu casa”, apunta.

En este viaje, Emanuel puso a prueba su destreza y demostró sus habilidades el día jueves 7 de abril cuando, en una maniobra que le demoró 90 segundos, pintó con letras gigantes la palabra “Ilegal” en el casco de un barco arrastrero que navegaba bajo bandera de Belice y al que la organización perseguía desde hacía un tiempo.

Tenés que estar 100% preparado para decir: ‘Lo puedo hacer y lo quiero hacer’”, dice, no sólo acerca de la pintada, sino de las acciones que la organización realiza en general.

Por eso, actualmente, se dedica a capacitar a los nuevos activistas en el equipo de escalada y en el equipo de botes. “Cuando terminás de hacer la acción y sale como lo planificaste te baja toda la adrenalina y sentís un alivio increíble. Antes vas a ver que nos metemos al agua o que escalamos y te vas a preguntar: ‘¿No tienen frío, no están pasando hambre?’. No. Porque en ese momento el cuerpo está a mil por hora”, explica.

Emanuel Almirón, de 32 años,
Emanuel Almirón, de 32 años, es voluntario de Greenpeace hace diez años. Este fue su primer viaje en el Arctic Sunrise (Foto/Matías Arbotto)

En la filosofía sudafricana, explica uno de los tripulantes, utilizan el término “Ubuntu” para hacer referencia a la lealtad entre las personas y a su manera de relacionarse. La palabra significa “Yo soy porque nosotros somos” e implica la creencia de un enlace universal que conecta a toda la humanidad. Como ideal, promueve la cooperación entre individuos, culturas y naciones. No hay dudas: algo de esto se respira a bordo del Arctic Sunrise.

“Tal vez yo no pueda ver el resultado del trabajo que hemos hecho aquí con con los barcos, haciendo campañas alrededor del mundo”, dice Adrián Arauz Hernández, primer oficial del barco: “¿Pero sabés que? A través de los años he aprendido que tenemos que buscar un propósito, como por ejemplo, inspirar nuevas generaciones para que no pierdan las esperanzas en proteger la diversidad, en proteger nuestros océanos, en proteger la flora, proteger la fauna porque de eso dependemos ya que no tenemos otro planeta en el cual vivir”.

Fotos: Matías Arbotto

Edición del documental: Matías Arbotto y Augusto Fornaciari

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