Todavía quedan 80 millones de bombas por desactivar en Laos. Todavía el país más bombardeado en la historia de la humanidad se recupera de una guerra que terminó hace más de cuarenta años. Entre 1964 y 1973, en pleno desarrollo de la guerra de Vietnam, Estados Unidos lanzó sobre Laos unas 260 millones de bombas. Son más explosivos de los que se tiraron en toda la Segunda Guerra Mundial, contando los dos bandos.
Dividido entre comunistas y anticomunistas, una parte del país apoyaba a Vietnam del norte, y otra a Vietnam del sur. La sociedad entró en una guerra civil que le salió demasiado cara. Y entonces, en la noche, los laosianos huían a Tailandia. Y entonces, la única salida era el río Mekong.
“Mi papá quería cruzar a Tailandia, como muchos lo hicieron, pero no era fácil atravesar el Mekong. Mi papá se hizo pasar por pescador, y mi mamá por lavandera de ropa. En ese tiempo todavía se acostumbraba a lavar en el río, así que planearon escapar durante la noche. No era extraño estar en el río lavando la ropa y ver venir un cuerpo flotando muerto. Nadie se sorprendía porque era tiempo de guerra. Así que un día, cuando terminó de oscurecer, aprovecharon para cruzar en canoa. Eso me contó mi mamá. Mucha gente lo hizo, pero no todos con la misma suerte”.
Cuando eso sucedía, Maitry ya estaba en Tailandia. Él mismo junto a su hermano y su abuelo había huido por el Mekong, pero tenía apenas seis años en ese entonces, demasiado poco para recordarlo. Sabe, sí, que se instalaron en un templo budista y esperaron. Tres años después, aparecieron sus padres. Pero esto es, tan solo, la precuela de una historia.
Avancemos cuatro décadas. Hablemos de un pasado un poco más reciente: “Nos decían que se comían a la gente. Que si uno veía a los laosianos tenía que escapar, porque había muchos mitos alrededor de ellos. Yo solo pensaba que acá dentro, en el predio donde estaban, eran todos monjes shaolin”. Sandra habla con acento misionero, su marido -Maitry, el mismo que a los seis huyó por el Mekong- con acento laosiano.
Los mitos fueron demasiados. En algún momento de los ochenta cayó un avión por la zona de Posadas y desapareció el cuerpo de una mujer mayor que viajaba en él. El prejuicio actuó con velocidad: se decía que los laosianos se la habían comido. La policía local incluso allanó las casas de la comunidad e inspeccionó los freezers de las familias en busca del cuerpo. Solo unos días después, cuando encontraron a la mujer caminando desorientada por la ruta, la cosa se calmó. Ella había sido una de las únicas sobrevivientes. “Pero igual la prensa nunca lo aclaró, seguían diciendo que fueron ellos. Así que a nosotras mi papá nos hacía encerrar adentro de la casa cuando veía a los laosianos, decía que te podían poner debajo de la pollera o dentro de un canasto y te llevaban”, cuenta Sandra.
Pero su historia con Maitry no dependió de los rumores: a ella le intrigaba esa colonia de gente diferente que vivía a la salida de Posadas, así que un día vio que había una fiesta y entró. Su primera imagen desde adentro: Maitry arriba de una tarima cantando una canción. La primera imagen de Maitry: una misionera entrando a la colonia, la mira, le gusta, cambia el repertorio y empieza a cantarle a ella. Quince años después están casados y tienen cuatro hijos juntos. Pero esto es, tan solo, el final de la historia.
-Soy Maitry, vivo en Posadas, Misiones, tierra colorada. Mi nombre real es Jean Prommavongsa, pero todo el mundo me conoce como Maitry. Tengo 53 años y soy laosiano.
-¿Dónde naciste?
-Nací en la ciudad de Savannakhet, en Laos. Y me vine a Argentina en 1980.
-¿Con quién?
-Con mi papá, con mi mamá y con mi hermano.
-¿Por qué vinieron a la Argentina?
-Yo era chico, tendría seis o siete años cuando vivía en Laos. Y allá había una guerra sin fin. Mucha guerra. Guerra en Vietnam, guerra en Camboya, guerra en Laos. En los setenta todo era guerra. En el 77 crucé yo a Tailandia con uno de mis hermanos y con mi abuelo. Ahí vivimos en un templo budista, algo parecido a este pero en Tailandia, porque mi abuelo era monje. Después apareció mi mamá, recién dos o tres años más tarde, cuando pudo huir ella también con mi papá.
-Se reencontraron entonces con tus padres.
-Sí. Y ahí alquilamos una casa en un pueblo de Tailandia, y como estábamos indocumentados, mi papá y mi mamá tenían miedo.
-¿A qué?
-A que vinieran las autoridades y pidan documentos. Miedo de que nos agarren. Entonces entramos a un centro de refugiados en Tailandia, y nos quedamos ahí hasta que llegaron las autoridades de Estados Unidos, de Francia, de Canadá y de Argentina. Ellos anotaron los nombres y datos de los refugiados. El que quería hacer vida en otro país, debía anotarse para irse del campo de refugiados.
-¿Cómo era la vida en el campo de refugiados?
-No era fácil. Estábamos muy apretados, muy incómodos. Una pelea allá, otro quilombo allá. Había que arreglarse como se podía en una casita de caña con techo de paja, con el viento, con la lluvia. Y como no podíamos solos, pedimos ayuda y nos volvimos refugiados. Y entonces mi papá se anotó para salir de ahí. Se anotó con las autoridades de Estados Unidos y con las de Argentina. Eligió esos dos países para ir al que saliera primero.
Era el año 1980. Argentina estaba bajo el gobierno militar. ¿Por qué se anotó para recibir refugiados laosianos? Nunca se reveló la información por lo cual toda teoría puede ser a modo de hipótesis. Visto en persepectiva parece una operación del todo cínica, pero uno puede imaginar que, dado las presión internacional que existía sobre el gobierno militar por las violaciones de Derechos Humanos, podrían estar intentando ganar cierta simpatía de parte de la comunidad internacional. Por otro lado, la teoría militar de que Argentina era un país “vacío” en cuanto a cantidad de habitantes podría servir como explicación. Como fuera, nunca se supo claramente por qué, pero se los recibió y en 1980 llegaron 295 familias laosianas directo desde Tailandia.
Aterrizaron en Ezeiza y estuvieron varias semanas en un predio junto al aeropuerto. Algunos eligieron irse a Córdoba, otros -pocos- al sur, algunos se quedaron en Buenos Aires, y una gran mayoría eligió Misiones, la tierra geográficamente hablando más parecida a Laos: la selva, el calor, los ríos.
-¿Tu padre qué conocía de la Argentina cuando se anotó?
-No conocía nada. Ni idea tenía de Argentina. Las autoridades que viajaron a Tailandia llevaron películas y dijeron: “Esto es Argentina”. No sabíamos ni que Argentina era un país. Y bueno, vinimos.
-¿Tenían algún capital o algo con lo que llegar?
-Nuestra ropa sucia puesta nomas. Ni zapatillas teníamos.
-¿Y cómo fue? ¿Llegaron a Ezeiza y los mandaron para Misiones?
-No, bajamos en Ezeiza en el aeropuerto. Nos mandaron a entrar a una sala de espera. De ahí nos hicieron subir a un colectivo y del colectivo ahí mismo a otro lugar en Ezeiza, a un lugar como una cancha, un galpón grande. Ahí, 30 días, un mes.
-¿Y de ahí?
-Después de treinta días otro colectivo nos llevó otra vez al aeropuerto. Y del aeropuerto subimos a un avión chiquito para venir a Posadas, Misiones. Se ve que veníamos volando bajito, porque se veía todo. Lindo era. Y acá bajamos en el aeropuerto de Posadas. Nos recibió una gente importante. Bajamos del avión, nos sirvieron comida. Para la vida de un refugiado, cuando encontras algo así, parece un lujo.
-Muchos dicen que la comunidad laosiana eligió quedarse en Misiones porque la tierra es parecida a Laos.
-El clima, sí, parecido. Y la tierra bastante parecida. Pero no presté tanta atención a la tierra, sino al clima. En ese tiempo en Laos no hacía tanto frío como acá, pero era parecido. Lo que menos esperábamos fue que no había comida. No había anchoas, no había picante, no había arroz casi, y eso era infaltable para nosotros.
Al principio, la comunidad se instaló junto al río Paraná en una playa grande. Comenzaron a armar carpas ahí. Les gustaba porque estaban junto al río y cerca del centro, pero la gente de la ciudad comenzó a quejarse. Algunos se reubicaron en distintos pueblos, Maitry y su familia se fueron a Banda, donde él hizo el colegio. Pero más adelante la comunidad accedió a un predio en la entrada de Posadas. Allí pudieron instalar su primer templo budista, un lugar donde profesar su religión.
Muchas familias, adeptas a acercarse al templo, decidieron irse a vivir a ese predio. De pronto se formó el nuevo barrio Laosiano. Muchas de los miembros de las familias que habían llegado en ese avión en 1980 eran ahora vecinos. Maitry creció y se fue a vivir un tiempo a Buenos Aires, pero no le gustó. Volvió a Posadas y él también comenzó a vivir junto al templo, aunque no profesa el budismo sino que es evangélico.
Los que sí mantuvieron la fe budista hicieron de ese templo un lugar icónico: allí está hoy el Buda más alto de América Latina. Tiene 13 metros de alto, 6 de ancho, y es el orgullo de muchos laosianos argentinos. Terminaron de pintarlo en el 2019, y aunque uno podría asociarlo con el nirvana y la paz interior, lo cierto es que hacia dentro de la comunidad generó más controversias que otra cosa: para muchos se convirtió en un atractivo turísitico que hace que muchos visitantes invadan su barrio, para otros es la evidencia de que el predio debiera ser solo para los budistas. Además, con su inauguración se generaron muchos accidentes porque los autos que venían por la ruta lo veían y sacaban la atención del camino, produciendo diferentes choques. Entonces ahora pusieron una loma de burro y diferentes señales de tránsito que molestaron a otro grupo de personas que se sienten custodiados. Como sea, la mole dorada en medio de los árboles corona la pequeña Laos, o el templo Wat Lao, como reza el arco de entrada.
-Pasaron más de cuarenta años.
-Ahora pasaron más de cuarenta años.
-¿Te considerás laosiano, te consideras argentino?
-No, ahora ya naturalicé. Tengo documento argentino. Soy argentino, soy más argentino que de Laos, por supuesto. Tengo señora argentina, tengo hijos. No, ahora ya soy argentino.
-¿Pensás en tu tierra?
-Pienso, sí. Quiero volver a visitar y conocer de nuevo el lugar. Mi mamá y mi hermano volvieron en 1996. Ellos volvieron a visitar. Yo no tengo la misma suerte. Ellos entraron a la escuela, fueron a recorrer donde yo vivía, al centro de refugiados. Me dicen que ya no hay nada. Cambió todo. La gente que conocíamos ya falleció. Y los chicos de mi edad crecieron, no sabemos ni dónde están desparramados.
-Noto que los laosianos, al menos los de esta comunidad, son muy felices, se ríen mucho. ¿Esa es una característica del pueblo laosiano o de ustedes en particular?
-Del pueblo laosiano, sí, porque si viviste allá en ese tiempo, acá no hay cosas para ponerte triste. ¿No?
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