Lento. El cruce de Santa Cruz a Chile es lento. Todos en la zona saben que ir hasta Tierra del Fuego por ruta es una suerte de martirio, una prueba de temple que hay que superar. Desde Santa Cruz hacia el sur hay que hacer migraciones para salir del país, entrar a Chile (hacer migraciones chilena), seguir por ruta unos kilómetros, subir el auto a un ferry, cruzar el Estrecho de Magallanes, seguir por ruta, hacer migraciones de Chile otra vez, salir del país, hacer migraciones de Argentina otra vez, y entrar nuevamente al país, a la provincia de Tierra del Fuego, el fin del mundo, aunque después de horas de trámites y filas el fin del mundo ya parece haberse instalado sobre uno, que tiende a exagerar los humores cuando espera tanto algo. Punto final de la burocracia: ahora sí, la tierra prometida.
Este camino pero con otras ansiedades, otra parsimonia, otro espíritu, es el que emprendió Diana Méndez en el año 1995. Tenía apenas veintitrés años, venía de la provincia de Corrientes, viajando a dedo atrás de un sueño: conocer la nieve. Era el mes de julio cuando llegó, y aunque podemos imaginar que en nada le habrán molestado los trámites, nunca más quiso volver a hacerlos, es decir, nunca más se fue de la provincia. “Encontré, por fin, el lugar donde quería echar raíces”, dice. Y las echó. Hoy vive en Puerto Almanza, en rigor, sola en medio del bosque a pocos kilómetros de Almanza, junto al Canal de Beagle.
El sueño de la nieve se cumplió rápido: llegó a Río Grande en la última semana de julio de 1995, la semana de la nevada histórica. Los diarios locales guardan registro de ese temporal que mató miles de ovejas y complicó la vida de muchos en Tierra del Fuego y Santa Cruz. En letra de molde se leyó en los diarios de la zona: “la nevada del siglo”. Puertas trabadas por la nieve, autos cubiertos, calles intransitables, rutas cerradas. Y en el medio, anonadada, fascinada, Diana. Diana con veintipocos sin entender nada de lo que pasaba, varada en una ciudad sin mucha gracia pero blanca, al fin.
-¿Cómo fue que una correntina llega a vivir “más allá del fin del mundo”, como dice el cartel de Puerto Almanza?
-Porque de chica soñaba con correr las cortinas de mi habitación y ver nieve. Así que un día me puse la mochila en la espalda y comencé a hacer dedo hacia el sur. Y bueno, más al sur no hay.
-¿Un día de adolescente? ¿Qué edad tenías?
-Sì, no tan adolescente. A los veintipico. Empecé a hacer dedo y llegué hasta Río Grande. Yo venía deseando muchísimo ver nieve. Nunca había visto. Y recuerdo que llegué un primero de mayo a Río Grande y un par de días después comenzó a nevar. Fue una nevada muy famosa, una de esas nevadas históricas. Estuve varada en Río Grande porque se cortaron los aeropuertos, las rutas, todo, y no se podía seguir. Pero en cuanto se abrió la posibilidad llegué hasta Ushuaia y me enamoré del lugar. Y decidí que ahí quería echar raíces y hacer mi vida. Y lo hice, acá estoy.
-¿Y cómo fue que pasaste de Ushuaia a Puerto Almanza? Porque Ushuaia es el fin del mundo pero acá es más allá de eso, estás aún más lejos y más aislada.
-Yo creo que tiene un poco que ver con mi infancia. Vengo de un pueblo muy chico, una ciudad muy chica, y mis abuelos maternos vivían en el campo. De hecho, trabajaban en el monte, en la selva, trabajaban para Flora y Fauna de la provincia de Corrientes. O sea, eran unos abuelos bien salvajes, y nosotros crecimos de esa forma. Siento que es mi naturaleza estar en contacto con lo salvaje. Y acá en Tierra del Fuego y en el Canal de Beagle más, es completamente salvaje, su clima es impredecible, es alucinante, es maravilloso, en sus aromas, en sus colores. Visualmente es hermoso. Y si te ponés a analizar todos los recursos que tiene la tierra y el mar ni hablar…
-¿Cuándo aprendiste a auto proveerte de alimentos, de energía, de calor? Acá el clima, sobre todo en invierno, debe ser muy hostil.
-Cuando llegué estuve en la montaña, viviendo en el Lago Escondido, donde está el Paso Garibaldi. Es muy bonito, allí fueron pocos años. Me costó mucho irme, tomar la decisión de irme a la ciudad. Después vino la etapa de la ciudad, Ushuaia, donde me casé, tuve un hijo -Lucas-, y toda su etapa escolar necesitábamos estar asentados ahí. Pero cuando Lucas estaba ya a un año de terminar la secundaria, comenzamos a ver de regresar a lo salvajes. Y finalmente vinimos en 2014 a Puerto Almanza. Pasando Puerto Almanza hay una zona que se llama Punta Paraná y nos establecimos ahí como pescadores artesanales. La provincia tiene toda esta zona para el desarrollo de la pesca artesanal, así que nos vinimos para este lado.
-Y te quedaste hasta hoy en la zona.
-Si, y acá me quedo. No quiero saber nada con la ciudad.
Su vida fue a partir de entonces todo lo que soñaba, aunque técnicamente no tenía los elementos para soñar con eso. Digamos que Diana soñaba con una vida en lo salvaje y con aventuras. Al principio trabajó en un hotel junto al lago Garibaldi, después decidió que quería navegar. No era fácil: los capitanes de la zona le decían que no querían mujeres porque las capacitaba y a los meses se iban, y no le servía. Diana insistió hasta que lo logró: fue marinera, comenzó a ganar horas en el mar, salía a pescar por el Canal de Beagle, cruzaba mercadería a Chile, hacían viajes largos, viajes cortos. Poco a poco fue creciendo en el esquema hasta convertirse en Patrona de Barco, dicho de otro modo, en Capitán, o Capitana, aunque ella dice Capitán. Así, se convirtió también en pescadora artesanal, y luego en cocinera.
Fue así: junto a su marido tuvieron a Lucas, y se fueron a vivir a Ushuaia para que tuviera ahí su etapa escolar. Cuando Lucas terminó la secundaria volvieron a la naturaleza: se instalaron en Punta Paraná y abrieron un restaurante en el que combinaban la pesca artesanal con el turismo. Se llamó -se llama- Puerto Pirata y ofrece a los turistas la posibilidad de ir a pescar su propio pescado, aprender algo del oficio antes de comer. Hoy, además de un lugar ubicado en el confín del continente, se convirtió en un emblema de la zona.
En el año 2016 el matrimonio de Diana con su marido naufragó. Dejaron de ser pareja pero se mantuvieron viviendo juntos como amigos y como socios comerciales. Con la pandemia decidieron separarse definitiva y físicamente. Diana ya quería su lugar, comenzar una nueva etapa, dejar atrás Puerto Pirata. Entonces hizo lo que hace una persona que quiere vivir en lo salvaje: tomó un kayak y se lanzó a remar por el canal de Beagle mirando para el lado del bosque, buscando su nuevo lugar, una sombra que la abrace, una piedra donde fundar su rancho. Y lo encontró: desde el agua, desde el canal, Diana vio el claro.
-En la ciudad uno busca una inmobiliaria, vos agarraste un kayak y te pusiste a remar por el Canal de Beagle.
-Si, y llegamos a este lugar y a otro lugar más que también me gustó. Si lo iba a hacer, si me iba a mudar, tenía que ser en contacto con el mar. Y entre los dos lugares posibles, este tuvo algo especial. ¿Viste cuando sentís que el bosque te abraza, que sentís confianza, que sentís que es el lugar…?
-Y lo hiciste…
-Obviamente todo el mundo pensó que estaba loca, que era una locura, que no era bueno lo que iba a hacer… por mil cuestiones, ¿no? Por muchas razones. Pero bueno, cuando se me sube algo a la cabeza…
-¿En cuánto tiempo construyeron la casa?
-Empezamos y en 20 o 30 días ya estaba viviendo acá. Era necesario que estuviera la casita, la salamandra puesta, y con eso ya era suficiente para empezar a quedarme.
-Una persona sola, en el bosque, en el fin del mundo, con ese clima hostil… La película tiene todos los ingredientes para dar miedo. ¿Cómo fueron esos primeros meses?
-Cuando empecé a estar sola, cuando me mude, era época de ballenas. Eso fue todo un suceso, por sus cantos. Las noches fueron lo más difícil. Después uno ya empieza a conocer los ruidos y te acostumbrás, pero los ruidos de los lobos marinos, los ruidos de las ballenas, de las aves, el viento, el bosque, son un montón de cosas que sí, asustan. Pero siempre llegaba un momento en que me dormía, estaba cansada y me dormía.
-Era época del comienzo del COVID, imagino que no recibías muchas visitas.
-Pasaron semanas sin ver humanos, sin ver personas, sí. Todo el mundo estuvo encerrado, mi vecino hacia un lado era el pueblo de Almanza, a 6 kilómetros, y hacia el otro lado están Fabian y Romina, que están como a 3 kilómetros. Entonces era yo sola, sola, sola. Y después de lo de Fabi y Romi está la casa de Federico y Vero, y una mañana ellos me trajeron de regalo un perrito, porque yo quería tener un compañerito. Y bueno, ahí lo trajeron a Buddy, que apareció a los cuatro o cinco meses de que me instalé.
Durante varios meses Diana vivió sola con Buddy. Cuando llegaba una persona a instalar algo a su casa, siempre se hacía acompañar por alguien porque le daba miedo que se supiera que estaba sola ahí, pero se fue acostumbrando. Ya no esconde su casa con ramas para que los barcos no la vean, ni miente cuando alguien le pregunta por su hogar. Sin embargo, ya no está sola tampoco. Hace unos meses convive en su ranchito (así le llama a la casa) con Fabián. Lo conoció hace años porque también se dedica a la pesca. Él le enseñó la técnica para cultivar mariscos, un nuevo emprendimiento que está empezando. Se enamoraron y hoy son dos en el ranchito. “Es emprendedora, una mujer que no tiene miedo a nada, es muy valiente, vino sola a vivir acá… es difícil encontrar una mujer que haga eso, que no tiene miedo a realizar ningún tipo de actividad, que tiene ganas de aprender. Pero si la tengo que definir como ser humano, diría que es una persona muy amistosa, muy de entregarse, con todo y con todos”, dice Fabián sobre ella.
Fabián se dedica a la pesca con red. Aprendió el oficio de su padre, que también llegó a Tierra del Fuego en los noventa y se instaló en Puerto Almanza. Juntos van a llevar a cabo el segundo emprendimiento turístico de Diana: las visitas al ranchito. Es el motivo por el cual un día antes de nuestra visita estuvo una influencer rusa de 8 millones de seguidores comiendo con ella. Ni Diana ni este cronista conocen el nombre de la mujer, pero llegó hasta la provincia en jet privado y fue una de las primeras visitantes en el hogar de Diana. Su propuesta es cocinar junto a la visita, ir a buscar los ingredientes por la zona, compartir culturas, y hacer un plato a cuatro manos junto al canal, mirando el agua, el bosque, la visita de las ballenas o de los pájaros carpinteros.
-¿Ya recibiste muchos comensales, muchos visitantes?
-No, ayer vinieron los rusos, que fueron las quintas visitas. Es un momento de mi vida en el que estoy comenzando nuevamente a organizar algunas cosas y una de ellas es lo laboral. En Puerto Pirata arrancamos así en su momento, abriendo la puerta del rancho para que la gente pueda conocer y degustar los productos de la pesca artesanal local, frescos, sin intermediarios y de forma directa. Fue una experiencia muy linda, ahí aprendimos un montón. Y ahora yo invité a los dueños de la agencia de turismo con la que trabajamos ahí para que vengan a conocer mi nuevo rancho. Vinieron y se enamoraron. Y empezaron: “Te traemos cuatro... ¿qué podrías ofrecerle a cuatro turistas?”. Inicialmente dije que no estaba en mis planes, pero me insistieron tanto que acepté y arranqué a mediados de enero.
-¿Cómo fue la llegada de las primeras visitas?
-Con mucha presión, porque era un chef con reconocimiento de estrellas Michelín, dueño de tres restaurantes en Brasil, así que estaba asustada. Pero la verdad que fue muy lindo, porque nos pusimos a cocinar juntos, compartimos formas de cocinar y quedó muy sorprendido sobre todo con los productos del canal. Acá vamos a buscar el perejil del mar, y donde lo encontramos lo tomamos, y el apio también. O sea, él no podía creer que uno sale y puede recoger cosas que después las pone en el plato.
-¿Toda esta zona del Beagle está habitada por pescadores?
-Si, para vivir acá donde estoy yo hay que ser pescador artesanal, es donde más nos desarrollamos. Hay rederos, hay marisqueros y hay centolleros, y en los últimos años, gracias a la propuesta de abrir una ruta agroalimentaria, también se transformó en zona turística.
-¿Hay otros pescadores que también abren las puertas?
-Abren las puertas de sus casas y ofrecen sus productos de manera directa al turista, y se comparten, además, todas las experiencias de vida de cada uno, que es lo más rico y lo más interesante del lugar.
-Vos sos pescadora, sos capitana, sos cocinera, recibís turistas… sos un monton de cosas. Si tuvieras que definirte, ¿qué dirías?
-No, yo no me considero pescadora, estoy por emprender acuicultura, pero todavía no lo estoy haciendo; navegar, navego porque me gusta. ¿Cocinera? Como todos. O sea, no me gustan los títulos en realidad. A mí me gusta el lugar en el que vivo y compartir con las visitas, los amigos, y hacer experiencias lindas en la vida, tanto en lo que uno hace como en el lugar donde vive y en el cómo vive. Es una decisión de vida que también disfruto con aquellas personas que se acercan a compartir la vida con uno, aunque sea por un día.
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