Marco se colgaba de la reja. Marco miraba para adentro del predio y soñaba con esos autos. Marco imaginaba que un día, si la suerte lo favorecía, iba a poder manejar una coupe Fuego. Marco se colgaba de la reja y miraba, sin saberlo, el lugar donde pasaría gran parte de su vida. Pero para que esa historia fuera posible, primero debía suceder la otra historia, la de la planta.
Era la década del 50 en Argentina. Exactamente, era 1955, el año en que la llamada Revolución Libertadora derrocó a Juan Domingo Perón. Pero esto sucedió unos meses antes, en marzo, todavía bajo su gobierno. Un empresario norteamericano llamado Henry Kaiser quería hacer negocios en el país. El 12 de marzo de ese año tomó posesión de un predio gigante e instaló la planta de Industrias Kaiser Argentina, conocida luego como IKA. A partir de entonces comienzan a producir autos: un jeep fue el primer modelo en 1956, la famosa Estanciera en 1957, el Kaiser Carabela y el Gordini en 1958. Cada nuevo año sacaban un nuevo diseño.
En el año 1962 la compañía Industrias Kaiser Argentina quiso producir un auto especialmente diseñado para el mercado argentino. El concepto era mezclar la calidad norteamericana con la estética europea. El resultado salió a la luz en 1966 y fue un ícono nacional, un auto que al día de hoy despierta admiración: el Torino, el gran auto argentino. Se produjo en la planta Santa Isabel hasta el año 1981.
En el medio, la historia de la fábrica cambió. En 1975 cambió de dueños y comenzó la era Renault. A partir de ella, la empresa francesa puso un pie fundamental en el país, produciendo allí muchos de sus modelos más vendidos, como el Renault Clio, el más producido en la historia de Santa Isabel, del cual se hicieron casi 500 mil ejemplares. Otros nombres, seguramente recordados, dependiendo a qué generación pertenezca cada lector: el Renault 4, el Renault 6, Renault 9, Renault 11, Renault 18, Renault 21, la Trafic y hasta la hermosa coupé Fuego. Desde su inauguración hasta hoy, en Santa Isabel se produjeron 30 modelos diferentes de automóviles.
Muchos de ellos fueron fabricados con Marco Ranzuglia, que años después de colgarse de la reja con el sueño de ser parte, un día logró entrar a trabajar allí. Y muchos años después, además, fue nombrado Gerente de Montaje, uno de los cargos más altos de la fase productiva. “Yo tenía 10 años y vivía en el barrio Víctor. Venía en bicicleta y me prendía del alambrado de la pista de prueba de los vehículos. Y me decía por dentro: ‘Qué lindo sería estar probando autos’. Cómo son las vueltas de la vida que hoy soy jefe de toda esa gente”, dice ahora, emocionado. Y comienza a hablar de vehículos, a los que llama simplemente R12, R18, R9…
-Uno les dice Renault 12, Renault 18… pero acá les dicen solamente R y el número.
-Sí, son léxicos que uno va adquiriendo, lenguaje industrial. Nos cuesta traducirlo a la vida normal.
-¿Llegaste a trabajar en la fabricación del Renault Fuego?
-Del Renault Fuego sí. Yo me acuerdo que la primera vez que me subí a un auto acá adentro fue a un Fuego GTA color lila. Yo me quería morir porque era algo que decía: “¿Cuándo voy a subirme a uno de estos?”. Y sucedió. Me miraron y me dijeron: “¿Sabés manejar?”, “Sí”, “Bueno, llevalo para allá”. Para mí, un sueño.
-¿Nunca te pasó de ir hasta la reja y pensar cómo sería estar del lado de afuera?
-No, no. Eso jamás. Creo que Renault es mi vida, fue toda mi vida. Te hago un ejemplo muy práctico: yo tengo 30 años de fábrica y yo tengo 20 de casado y 5 de novio. Conviví más con la fábrica que con mi señora. Entonces, es mi vida Renault.
-Está en casi toda tu vida, y ahora también es la de tu familia…
-Eso siempre, porque cuando yo me pongo de novio con mi señora, mi suegro era vendedor en una concesionaria de Renault. Entonces, imaginate... mi suegro vendía autos, yo los fabricaba. Entonces nació mi hijo, que ahora también trabaja acá. En todo el seno familiar está el rombo por todos lados.
La nueva era
En el 2010 todo cambió en Santa Isabel: es el año en que se inauguró la línea de Montaje Monoflux. Es un sistema que permite producir distintos modelos en una misma línea de montaje. Así, los operarios no se dividen por tipo de auto sino que están todos detrás del proceso de producción de todos los modelos. El cambio supuso un avance tecnológico notorio, ya que hubo que adecuar toda la planta, y la dejó posicionada como una de las más modernas del continente.
En el año 2014, bajo este sistema, se llegó al auto número tres millones: fue un Renault Fluence GT color rojo. De ese entonces a hoy se siguieron produciendo autos a razón de 280 por día: cada tres minutos sale un nuevo cero kilómetro de la fábrica.
No fue la única revolución interna dentro de la planta. La más importante probablemente llegó en el 2017, cuando cambiaron los protocolos y decidieron incorporar mujeres al proceso operativo. Hasta ese año, en la línea de montaje sólo trabajaban hombres, pero la compañía tomó la decisión de cambiar esa política y salió en busca de operarias. Y comenzaron a incorporarse en todo el proceso. Hoy es normal verlas trabajando al lado de un hombre, pero hasta hace tan solo cinco años no estaba permitido.
Una de las primeras mujeres en entrar fue Florencia Caligaris. Se enteró de la búsqueda a través de su padre, Claudio Caligaris. Claudio entró como operador en 1994, pasó por varios puestos de línea y en el 2010 ascendió a supervisor. Tres años después volvió a crecer y lo nombraron Jefe de Taller, algo así como coordinador de supervisores. En el 2019, por los 25 años dentro de la empresa, le regalaron un reloj. Es el reconocimiento que dan a todos los que alcanzan el cuarto de siglo. La cuestión es que se enteró de que aceptarían mujeres dentro de su área y le recomendó a su hija postular. Lo hizo y entró como operaria de pintura.
“No solo soy de las primeras mujeres que entró a la zona de operadores, sino que además fui la primera mujer en entrar en la cabina de pintura. Hasta ese año solo los hombres pintaban. Ahora somos dos mujeres a la mañana y una mujer a la tarde”, cuenta.
-¿Por qué pensás que antes no se permitían mujeres?
-La verdad es que históricamente la cabina no era para mujeres. De hecho, un montón de empresas en el mundo todavía no permiten mujeres en la cabina. Y cuando entramos fue un desafío. Ya habían ingresado mujeres en todos los otros sectores. Así que fue un amoldamiento de todos.
-¿Es un trabajo difícil?
-No es un trabajo que no podamos realizar, obviamente, pero se necesita mucha preparación. Todos los puestos acá tienen una cuestión de aptitud. Hay puestos que requieren de más altura, otros menos, y así. Yo cuando entré, lo hice con una compañera que era más bajita. Y ella no pudo hacer las tareas de pintura por cuestiones de altura, no por cuestiones de capacidad de género. Eso no existe, ningún puesto tiene características de género, solamente de cuerpo, de físico.
-Con la entrada de las mujeres a la zona operativa, ¿fue cambiando un poco el espíritu del área?
-Fue cambiando mucho, desde los chistes que hacían, por ejemplo, hasta el trato. Había muchos que no se relacionaban con mujeres y al tenerlas en la línea como compañeras se fueron adaptando.
-¿Y el vínculo con tu padre? Él te propuso entrar y en algún momento fue tu jefe, ¿no?
-Claro, sí. En 2017 me dijo que había una posibilidad y obviamente acepté. Yo entré directamente en pintura pero después hubo un año que me pasaron a montaje y lo tuve un tiempo de jefe; que también es un desafío porque hay otra presión: tenés la presión de jefe y tenés la presión de padre. Pero nos llevamos bien. Después me devolvieron a las cabinas porque es un sector muy complicado y yo ya lo había dominado.
-¿Cuántos autos pintás por día?
-Más o menos 220 autos por día. En promedio.
-¿Cuánto tardás por auto?
-Un minuto y medio.
-¿Todo el auto pintás? ¿las puertas, todo?
-El interior nomás. Los robots pintan todo lo que es exterior. El parante central, eso también lo pintamos nosotros, porque acá se desarma. Es más complicado. Además hacemos un control a medida que vamos pintando. Eso el robot no lo puede hacer.
-Los más grandes, incluido tu padre, nos hablan con mucho sentido de pertenencia. Dicen que la fábrica es parte de sus familias. Vos sos de otra generación, ¿cómo lo vivís?
-Es que la fábrica te da un sentido de pertenencia. Pensá que estás ocho horas acá todos los días. Entonces, ya es como tu casa. Muchas veces te pasa que estás mucho tiempo de vacaciones y ya estás pensando en qué vas a hacer cuando vuelvas. Entonces sí, después de un tiempo generás ese sentido de pertenencia.
-¿Te ves treinta años trabajando acá?
-Sí, yo creo que sí. Si es que voy cambiando, voy creciendo, ¿no? Eso es lo que te da la fábrica: vos podés entrar como operario y después ir creciendo. No tenés un techo. Si aspirás a crecer, crecés.
Dice Wikipedia: “El Renault Fuego es un automóvil deportivo del fabricante francés Renault con dos puertas y cuatro plazas. Es un cupé deportivo 2+2 desarrollado sobre la base del Renault 18, con el cual compartía su chasis, mecánicas y el salpicadero. Renault presentó en 1980 el modelo como una versión cupé con aire deportivo del Renault 18. Se presentaba como un cupé rutero de diseño con las ventajas del R18 pero para quienes el 18 les parecía demasiado conservador. La gama inicial incluía motores de 1.4 litros, 1.6 y 2.0 derivados del R18 de tipo Cléon-Fonte o Douvrin e incluso más adelante se incorporaría un 1.6 turbo gasolina que anunciaba 132 CV y un turbo diesel de 88 CV”.
En 1982 ese auto absolutamente emblemático comenzó a producirse en la planta Santa Isabel. Este cronista, tal vez lo haya notado, tiene una fijación con ese auto. Pero no fue el único que pasó por aquí. Desde su inauguración, en Santa Isabel se produjeron 30 modelos distintos. Quiso el destino que este ciclo de Infobae se trate de viajar por el país manejando uno de los vehículos que se hicieron aquí. Quiso el destino que esta crónica nos lance otra vez a la ruta, a seguir conociendo historias de nuestra gente.
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